Para cuando llegamos a casa, la mansión ya está impecablemente limpia. Todo rastro del caos anterior ha sido borrado. Las luces cálidas iluminan el vestíbulo y los guardias están de vuelta en sus puestos, firmes como estatuas.
Doriav nos espera en la entrada, con el ceño fruncido, los brazos cruzados sobre el pecho, la mandíbula apretada. Apenas ve a Pavel, da un paso al frente.
—No sé cómo logró pasar por seguridad, Pavel —dice con dureza—. Haré que todos los hombres sean revisados otra vez.
Pavel levanta una mano, calmando el aire tenso entre ellos.
—Tranquilo, Doriav. Fue astuto, y aprovechó una situación caótica. —Le da una palmada en el hombro—. No te culpes. Haz el chequeo completo mañana. Ahora ve a casa y descansa un poco.
Doriav asiente, aunque no parece convencido. Luego se
