Odorv había cumplido con su parte, ahora me tocaba a mí cuidar de él. Bajé de la mesa y me arrodillé, desabrochando su cinturón y bajando la cremallera de sus pantalones. Su erección se liberó, tan gruesa y dura que solté un jadeo. —Mierda, ¿era así de grande hace seis años? —pensé. Él esbozó una sonrisa arrogante, sus ojos oscureciéndose de deseo. —¿Por qué pareces tan sorprendida? —preguntó. Negué con la cabeza. —Nada —respondí. Rodeé su m*****o con mi mano y lamí una gota de líquido preseminal de la punta. Era salado y delicioso. Su respiración se entrecortó mientras comenzaba a acariciarlo, mis dedos resbaladizos por mi propia excitación de cuando él había estado dentro de mí. Observé su rostro con atención, estudiando las expresiones de placer y deseo que danzaban en sus facciones. —S

