4- ¿Cuál es tu fetiche?

3016 Words
Emmett Me detengo en medio de la acera y miro el letrero. No puedo creer que de entre todos los restaurantes posibles en la capital gastronómica del mundo, esta chica haya elegido este lugar. Libby levanta la vista y me dedica una amplia sonrisa. —¡Me muero de hambre! ¿Quieres entrar? — —Es…un pub irlandés— No quiero sonar como un rico imbécil, pero lo soy, así que entro, y realmente no importa. —Supuse que querrías probar alguna tienda emergente el East Village— Hago un gesto para que mi chofer privado, Norm, se vaya. Mantenerlo en la nómina es el tipo de extravagancia que normalmente desprecio. Pero solía conducir para mis padres, y cuando se mudaron a Paris por capricho poco después de que mi padre abandonara su puesto en la junta directiva de la empresa familiar, me sentí responsable. Norm era prácticamente de la familia. Si lo hubiera dejado ir, podría haber terminado conduciendo para alguna empresa de coches compartidos que reduce drásticamente los salarios y beneficios de los empleados. Entonces miro a Libby, observándola completamente por primera vez. Sus rizos castaño claro cae sueltos sobre sus hombros, sus ojos brillantes por encima de sus pómulos angulosos y labios carnosos y fruncidos. El tipo de labios que se verían sexys rodeando… —Bar McLaren— dice, haciendo un gesto como si me estuviera llevando a una conclusión obvia. —¿Lo tienes? ¿Del programa de televisión? — —No veo televisión— digo, volviendo a mirarla a los ojos. Justo a tiempo para verla ponerlos en blanco. —Claro que no— Se pasea delante de mí sin esperar a que le abra la pueta. Lo bueno es que eso me permite volver a ver sus curvas. Va vestida de forma sencilla: jeans y una camiseta blanca. De alguna manera, la sencillez la hace aún más atractiva. Sabiendo que se ve tan bien sin siquiera intentarlo me hace preguntarme que hará un poco de esfuerzo. Niego con la cabeza y troto tras ella. Cálmate, Sterling>> Pero calmarme, aparentemente significa insultarla. —Estoy demasiado ocupado contribuyendo a la sociedad como para mirar una pantalla. inténtalo alguna vez— —Se llama relajarse. ¿Sabes? ¿Autocuidado? Desestresarse te hace menos imbécil. Tal vez deberías intentarlo alguna vez— Se echa el pelo largo sobre su un hombro cuando llegamos al mostrador de la anfitriona y me dedica una sonrisa. —Después de todo, eres algo así como un adicto al trabajo, ¿no, Emmett Sterling? — Me confunde que use mi nombre hasta que me doy cuenta de que la anfitriona esta justo al lado nuestro. Ni siquiera la había notado. Demasiado ocupado reprimiendo mi irritación. —Lo que sea que creas saber de mi…— empiezo, pero Libby se me adelanta. Se pavonea tras la anfitriona, mientras recita por encima del hombro. —Treinta y tres años, nunca te has casado ni siquiera has sido expuesto en una relación seria por las revistas de chismes, lo que significa que no eres un mujeriego o tienes fobia al compromiso. Te encanta viajar, las fiesta en yates, esquiar, pero sobre todo tu gran y elegante oficina el pent-house de tu gran y elegante empresa familiar que te da el dinero para hacer todas las demás cosas típicas de los ricos— Llegamos a nuestra mesa y ella se deja caer en su asiento con un gesto teatral, luciendo demasiado satisfecha consigo misma. —¿Me perdí de algo? — —Gracias— murmuro a la anfitriona antes de sentarme frente a Libby. No me perdí el rápido parpadeo de sorpresa de Libby antes de que su rostro volviera a ponerse impasible. Tengo la intención de acusarla de acosarme en Google. Pero no es como si pudiera hablar. Pasé los últimos días también investigándola, desde que recibí su mensaje de texto diciendo que después de todo estaba dispuesta a esto, también. Sin antecedentes penales, lo cual es bueno, y tampoco mucha presencia en las r************* , lo cual ayudará a la hora de evitar la exposición de los tabloides. Lo último que quiero es un millón de fotos de mi vida privada pegada por todas partes, si de verdad la invito a hacer esto. Según los registros públicos de inscripción que mantiene la Universidad de Nueva York, está en la escuela de posgrado de trabajo social clínico, lo que significa que tampoco es una de esas camareras esperando ser elegidas para La Ley y el Orden: unidad de Victimas Especiales con la esperanza de hacerse famosa. Otra ventaja. Pero, aunque he llegado a un tal vez solido sobre la ridícula idea de Mason de encontrarme una esposa temporal falsa, todavía no estoy tan seguro de que Libby sea dicha esposa. Tomo el menú típico y arrugo la nariz mientras sigue expandiéndose. Al menos cinco secciones y dos páginas completas de postres. Cualquier restaurante que ofrezca más diez platillos para elegir nunca es muy bueno. —Te falló uno— le digo. —También presto atención a la calidad de comida que ingiero. Lo que significa que o no prestaste atención a nada más allá de con quién salgo, o estás tratando de ser graciosa— —¿Qué tan graciosa? ¿Graciosa de jajaja o graciosa rara? — —Graciosa sádicamente graciosa— Ese es mi papel, y si hay algo que ninguna relación necesita, son dos sádicos. —Porque arrastrarme a un lugar cuyo mejor platillo vendido recomendado es…— Entrecierro los ojos. —Dedos de pollo con mostaza y miel… es cruel— Libby sonríe, imperturbable. —Escuché que también tienen unas malteadas deliciosas— Intento no sonreír, porque una malteada es una malteada y no soy de piedra. —Vayamos al grano, ¿de acuerdo? — Sin embargo, antes de que pueda explicar, un camarero interviene. Observo con creciente confusión como Libby pide la mitad del menú: los mencionados dedos de pollo, papas fritas con chili y queso, un club sándwich y dos malteadas. A menos que esté acumulando carbohidratos para un maratón inminente, o planee invernar, no tengo ni idea de donde piensa meter todo eso. —Ah, y unos nachos para la mesa, creo— Levanta la vista entonces, como si acabara de recordar que estoy aquí. —¿Qué vas a pedir? — —Si a tu cocina le sobra comida después de atender a la señorita, quiero una hamburguesa punto medio— Le entrego el menú al camarero. —Ja ja— Se reclina en su silla, con un brazo extendido sobre el respaldo. —Solo estoy sacando el máximo provecho de lo que sea que estes pagando. Hablando de eso…— Suspiro y meto la mano en el bolsillo. Había esperado esperar al menos hasta que llegaran los aperitivos antes de hablar de dinero en efectivo, pero tal vez sea mejor ser sincero. Después de todo, esto no es una cita. Esta es una reunión planificada y pagada para discutir un acuerdo comercial. Pero entonces Libby se inclina hacia delante de nuevo, y el escote en V de su camiseta blanca básica baja lo suficiente como para mostrar un tentador vistazo de encaje blanco nada básico. Vaya, vaya. Tal vez la señorita inocente tenga un lado travieso. —Cinco mil dólares, como acordamos— le deslizo el cheque boca abajo. Lo agarra y lo examina. La forma en que sus ojos se abren y sus labios se entreabren ligeramente me dice que, en el fondo, no esperaba que yo pagara. Pero logra ocultar su sorpresa admirablemente bien y guarda el cheque en su bolso. —Bien, ¿Cuál es tu trato? ¿Dominación financiera?— Me recuesto y cruzo los brazos, porque esta chica está muy lejos de lo que me gusta, y, sin embargo, está un poco más cera de lo que ella cree. —Ahí es donde a los hombres ricos les gustan las mujeres que los usan por su dinero— continúa. —Tuve una compañera de cuarto en primer año que se pagó la universidad pisando las caras de los chicos con tacones rojos mientras los llamaba basura. Tenía un cliente británico para el que tenía que usar la palabra “basura”— —Libby— levanto una ceja. —Dime que no investigaste fetiches para este almuerzo también— Se encoge de hombros. —Hay que estar preparada para cualquier escenario posible— Pero a menos que me lo esté imaginando, un leve rubor toca sus. Mejillas. Es suficiente para que me suba la sangre. Tal vez sea más traviesa de lo que aparenta. Es suficiente para hacerme preguntarme qué tipo de fetiches, exactamente, la excitan. De repente, con demasiada viveza, tengo una imagen de ella en mis cuatro grandes postes, con los brazos extendidos a ambos lados y atados lo suficientemente fuerte como para que no pueda moverse mientras recorro con mi boca, mi lengua sobre esas curvas voluptuosas. Me pregunto a qué sabrá. Me pregunto qué sonido haría cuando mi lengua llegara a esos muslos suaves y los separa para… —Entonces, ¿dirías que tiendes a planificar? En general— Me alegra escuchar que mi voz al menos suena como la de un entrevistador normal, a pesar de mi pulso repentinamente acelerado y la presión contra la costura de mis pantalones de trabajo. extiendo mi servilleta sobre mi regazo y me muevo en la silla para ocultar lo rígido que se me está poniendo el pene con solo pensar en tocarla. Dios, dirán que no tengo autocontrol. Frente a mí, Libby se ilumina. Al principio creo que es porque finalmente se ha dado cuenta de que la estoy entrevistando para algo. Luego veo al camarero acercándose con nuestros nachos y pongo los ojos en blanco. Se lanza a comer con entusiasmo, y solo después de tragar dos bocados enteros bebe un poco de agua y responde: —Quiero decir, intento planificar y ser organizada. Es un poco difícil cuando estás equilibrando el trabajo, la universidad y escribiendo una tesis— —He oído que tomarse tiempo para el autocuidado te hace menos imbécil— digo. —Bueno, tal vez hice yoga en lugar de asegurarme de que no seas un asesino en serie— Me mira de reojo y con una sonrisa cuando dice esto, y por alguna razón, me encuentro reprimiendo una sonrisa. Tiene un cierto encanto práctico, se lo concedo. Inclino la cabeza, evaluándola de nuevo. —¿Cómo sabes que no lo soy? — —Tienes demasiada vibra de “chico rico básico”— Resoplo. —¿Qué, los chicos ricos básicos no pueden ser asesinos seriales? — —No, todos los asesinos en serie ricos son super obvios al respecto. Porque saben que pueden comprar su salida si alguna vez los atrapan— añade, gesticulando con una papa frita cubierta de queso antes de llevársela a la boca y lamerse los dedos. Mi mirada se desvía a sus dedos mientras se los chupa uno a uno. Mierda. aprieto los dientes para evitar que mi erección, ya dura, se convierta en un problema aún mayor. —¿Cómo quién? — —Ese magnate inmobiliario que asesinó a su esposa, ese fulano, de la serie de televisión. Ojos de psicópata total. Si no fuera rico como Dios, lo habrían arrestado décadas antes— —Ves demasiada televisión— respondo. Pero ahora también estoy sonriendo. Ella gime. —Ojalá. ¿No estabas escuchando? Horario de locos, sin tiempo libre. El próximo semestre voy a tener que pasar noches en vela seguidas si quiero cumplir con la fecha límite de mi tesis— Deja escapar un suspiro exagerado. —Lástima que invalidaría por completo mi credibilidad como trabajadora social si recurriera a asistencia química para eso, ¿verdad? — Levanto una ceja, lo que la hace estallar en carcajadas. —Estoy bromeando. Solo montones de café extrafuerte para mí, muchas gracias— En teoría, Libby es la candidata perfecta para todo este plan. Es inteligente, educada, independiente, pero no tan independiente como para permitirse rechazar la ayuda financiera que este acuerdo le proporcionaría. Además, tiene sus propias metas, todo un plan de vida, por lo que no es probable que se enrede demasiado en este arreglo. Y Dios sabe que, con esa boca que tiene, tampoco es probable que yo cometa errores similares. Aunque pensar en su boca me da varias ideas sobre lo que haría si alguna vez me dejara atarla y follármela hasta dejarla sin sentido. Pero no estoy aquí para satisfacer mis necesidades. Al menos, no las sexuales. Lo que realmente necesito es una esposa que cumpla con los estándares de mi abuela. Alguien que pueda convencer a la abuela Sofia de que se relaje, porque finalmente he “sentado cabeza” De alguna manera, no puedo imaginar a Libby convenciendo a nadie de que podría sentar cabeza. Es demasiado informal, demasiado real y, bueno… demasiado hambrienta. Observo al camarero colocar varios platos frente a ella. devuelve la mitad para que la empaquen antes de devorar los dedos de pollo con gusto. Me mira, y me ofrece uno con una sonrisa. —Pruébalo. Apuesto a que incluso a los sibaritas les gusta volver a lo básico de vez en cuando— —Comida básica para un rico básico, supongo— suspiro, aceptando la carne frita. Sabe mejor de lo que recordaba. —¿Cuándo fue la última vez que comí uno de estos? — Es tan bueno que no me doy cuenta de lo que estoy preguntando en voz alta hasta que sale de mi boca. —¡Lo sabía! — exclama, y fuerzo mi rostro de nuevo a una mirada fulminante. Demasiado tarde. Está sonriendo con suficiencia. —Te gusta— —No es lo peor— admito, reclinándome en mi silla. —Esto tampoco— responde, observando las consecuencias de su apetito. —En cuanto a citas, he estado en al menos cuatro mucho peores— —Wow. Gracias— resoplo. —No, enserio— se acomoda el cabello detrás de una oreja. —Comería contigo de nuevo por…mil dólares— —Bien, así es como sé que no estudias administración de empresas— Me reclino en mi silla y cruzo los brazos. —Se supone que debes aumentar tus tarifas una vez que tengas la experiencia en algo, no bajarlas— Se toca la barbilla. —Buen punto. Me estoy infravalorando. ¿Qué tal un aumento, jefe? — Jefe. solo esa palabra me da visiones de ella de rodillas, mirándome con esos grandes ojos y con esos labios grandes apretados. Mierda. Me muevo en mi asiento, —Si estás buscando un ascenso, tendríamos que agregar más responsabilidades a tus funciones— Imagino ordenándole que haga otra cosas. Que abra las piernas y se incline sobre esta mesa. Mi pene estan tan duro que palpita. Trago saliva con dificultad. Voy a tener que dejarla ir primero. Ir al baño y apretarme el puño mientras me imagino sus labios cerrándose alrededor de mi m*****o. Libby se llame los labios. Tal vez pueda adivinar lo que estoy pensando y este disfrutando haciéndome sudar. Pero entonces chasquea la lengua y se cruza de brazos, y la ilusión se rompe. —Todavía no soy una prostituta, Emmett— —Nunca…— —Pero agradezco tu suposición de que, si lo fuera, al menos una de alta gama— se encoge de hombros cuando suena su teléfono. —Espera, es una llamada de emergencia— Mientras contesta, saco mi celular del bolsillo. Cinco llamada perdidas. Frunzo el ceño y desbloqueo la pantalla. siempre lo silencio cuando estoy comiendo con alguien, un habito que me inculco mi abuela. Pero ahora la preocupación aumenta. Todas son de la oficina. Tres de miembros de la junta directiva y dos de mi asistente. Luego llega un mensaje de texto. Enlace a un artículo del Diario de Wall Street. Las acciones de Sterling coporation se desploman después de que la cofundadora y actual presidente de la junta directiva Sofia Sterling, no logra cerrar otro acuerdo con… Todavía estoy leyendo cuando me doy cuenta de que Libby dice mi nombre. —¿Emmett? Confirmado, definitivamente piensa que soy una prostituta— dice en el teléfono —No lo creo— gruño, con los ojos aun fijos en el artículo. Mierda. Esto es exactamente lo que temía. Mi abuela puede que siga siendo una leyenda entre los empresarios, pero ya no es la negociadora que fue. Incluso con este breve resumen, puedo imaginar lo que paso. Habrá irrumpido en la reunión disparando a diestra y siniestra, sin tomarse el tiempo para detenerse y considerar las complejidades de la situación. Necesito convencerla de que renuncie ahora. antes de que cometa más errores como este. No solo por mí, ni siquiera por la empresa. Se cuanto valora mi abuela su reputación, aunque le cueste admitirlo. No quiero que se dañe solo porque se resiste a dejarla ir, ahora que ha llegado el momento. Libby sigue susurrando por teléfono, enumerando una lista de fetiches —Dice que no es dominación financiera, así que ¿quizás sea un fetiche de rechazo? ¿Eso existe? — Cristo redentor. Con un suspiro resignado, guardo el teléfono en el bolsillo y extiendo las manos sobre la mesa. Bien. puede que Libby no sea la esposa falsa perfecta. Pero esta aquí, y eso es mucho más de lo que he conseguido con cualquier otra mujer potencial. En realidad, no tengo ninguna otra mujer potencial así que… más vale pájaro en mano y todo eso. —En realidad, señorita Tylor, tengo una proposición para usted— digo lo suficientemente alto como para interrumpir su conversación. Hace una pausa, con los ojos muy abiertos. —Voy a tener que llamarte luego, Corey— cuelga, sonriendo como si acabara de ganar algo, y se inclina sobre la mesa. —¿Qué es? — —Estás aceptando una cuerdo de confidencialidad antes de que diga una palabra más— —Lo sabía. De acuerdo, acepto. Solo dime, ¿Cuál es tu fetiche? — —En realidad… es más bien una propuesta—
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