Emmett
¿Sabes que es realmente irritante?
Darte cuenta de que una abeja está atrapada en tu suspensorio justo cuando te preparas para el acto.
Muy irritante.
Atar a una chica a un cabecero de la cama con una corbata de Hermes y olvidarla cuando te vas por la mañana. Irritante y también molesto.
¿Pero hacer una presentación ante la junta directiva, describiendo por que la Corporación Sterling necesita ponerse al día con el siglo XXI y como deberíamos hacerlo, solo para que tu propia abuela te asesine delante de toda la habitación y pase por encima de tu cadáver para afirmar que nada va a cambiar?
No hay una palabra en el idioma lo suficiente fuerte como para describir este sentimiento. Incluso dos horas después, salgo de los ascensores de cristal y oro de Murray Loft con un garabato n***o de enfado sobre la cabeza, camino a grandes zancadas por la lujosa alfombra de terciopelo y me tiro en el reservado de la esquina como si quisiera romperlo.
Como siempre, soy el primero en llegar, porque mis dos amigos más cercanos son unos degenerados. Normalmente no es gran cosa, ¿pero hoy? Es molesto.
Al crecer en Manhattan y pasar la mayor parte de mi vida adulta en lofts, pent-houses y bares en azoteas con paisajes similares, la vista se ha convertido en una vieja amiga. El East River quiere saber por qué pierdo el tiempo en Sterling Corporation. Los poetas, cada vez más infames, preguntan si alguna vez reemplazare a mi abuela como CEO de Sterling. Mas cerca, los edificios como Chrysler y Empire State no tienen nada que decir, porque una tos de aclaramiento de garganta sobre mi hombro capta mi atención.
No reconozco a la chica en posición de firmes a mi lado. pensé que ya conocía a todos los camareros. Por otro lado, normalmente no estoy en Murray Loft entre semana. Me la pasó ocupado exprimiendo cada hora de contacto personal que puedo en las oficinas familiares para convencer a mi abuela de que es hora de que me haga cargo y escuchándola decirme que no. Cree que soy un niño.
Uno pensaría que, dado que se acerca a los cien años, aprovecharía la oportunidad de descansar y relajarse. Y, sin embargo, aquí estoy. Molesto.
—¿Puedo ofrecerle algo de beber? — pregunta la chica de cabellor rizado y enormes ojos verdes. A diferencia de la mayoría de los camareras de este club, su voz no tiene ese tono empalagoso y falsamente dulce de atención al cliente que he llegado a despreciar. De hecho, en todo caso, suena brusca. Molesta. Como una verdadera neoyorquina.
Reprimo una sonrisa. Murray Loft no es mi primera opción para pasar el rato, pero Dorian y Masón disfrutan del ambiente de imbécil rico. Esta pobre chica no durará mucho, pero mientras este aquí, la molestia en su tono calma el mío.
—Solo una Coca-Cola— digo. Apenas es mediodía.
Ella arquea una ceja, como si dudara de mi plan de mantenerme sobrio hasta una hora sensata para beber. —Claro— es su único comentario antes de tomar el menú que esta boca abajo sobre la mesa.
La sujeto de la muñeca antes de que pueda quitársela. —Estoy esperando un par de amigos—
No debería tocarla. Las mujeres o lo odian o caen directamente en mi regazo, y lo primero a menudo da paso a lo segundo. Pero la nueva camarera parece inmune a mis encantos.
Deja caer el menú y retira la mano sin siquiera titubear. —Vuelvo en seguida con tu Coca-Cola—
Luego cruza el salón con paso firme, y no puedo mentir, me cuesta no mirarla demasiado. Tiene unas curvas impresionantes. Estoy tratando de descifrar la mecánica de esto: ¿hace ejercicio para tener ese trasero tan firme, o es algo genético? Cuando una mano se agita frente a mis ojos. Dos risas estridentes y familiares resuenan al unísono.
—Tienes que dejar de ser tan repugnante— me reprende Dorian. Se deja caer en el asiento frente a mí.
Masón le da un codazo a Dorian hasta que se acerca, y luego se une a él. No hay nada malo en apreciar la vista— dice, y definitivamente no ser refiere a la ventana.
Niego con la cabeza y les paso el menú. —¿Qué los retuvo? —
—Lo de siempre— responde Mason. —Resaca, quedarnos dormidos…—
—La completa falta de Uber en Williamsburg— se queja Dorian.
—Te dijimos que evitaras Brooklyn— le decimos Mason y yo al unísono, lo que provoca protestas de Dorian.
—Ya lo sabemos— interrumpo, antes de que Dorian pueda lanzarse a una descripción demasiado detallada de algún gastrobar de los barrios periféricos. —Cerveza artesanal, café nitro, paraíso hípster, blah, blah—
—Ustedes dos son peores que mis padres— refunfuña Dorian.
—Todavía me sorprende que tu madre no haya aparecido para sabotear la firma de ese apartamento— Mason sonríe con sorna. Entonces se da cuenta de mi expresión.
Maldita sea, a veces desearía que Mason fuera menos perceptivo. Mas bien el típico colega que parece ser, alguien que no se da cuenta de las emociones de los demás. Pero, por desgracia, es demasiado buen vendedor como para no captar cada sentimiento en la habitación.
—Hablando de parientes controladores, ¿Qué tal te fue con la Baba Yaga hoy? —
Mason jamás le diría eso a mi abuela en su cara. Nade en su sano juicio lo haría, a menos que tuviera ganas de morir. Pero, aunque la abuela Sofia no sea una bruja con patas de pájaro que vive en el desierto y devora a cualquiera suficientemente tonto como para cruzarse en su camino, si disfruta aplastando a sus rivales comerciales con sus tacones de aguja de diseñador.
Eso, y que ha conservado su marcado acento húngaro toda su vida, a pesar de haber vivido en Nueva York cuatro veces más tiempo del que estuvo en su tierra natal. A veces creo que lo hace a propósito; se acentúa aún cada vez que habla con los directores ejecutivos de las pocas empresas rivales con conocidas tendencias xenófobas.
Hoy, desafortunadamente, volvió esa actitud formidable hacia mí.
—Bueno…— dudo.
Me libro por un momento cuando la camarera regresa para dejarme mi Coca-Cola. Dejo de prestarles atención a ella y a los chicos, y en cambio miro fijamente por la ventana. Desde aquí, apenas puedo distinguir el edificio de oficinas con cristales tintados que alberga a Sterling Corporation. Solo se ve el borde de nuestro logotipo, una S ondulada que según cuenta la leyenda, mi abuela creo en nuestra primera sede: un garaje sin ventanas ni baño que ella y mi abuelo alquilaron en el Bronx por 500 dólares al mes.
Hoy ese mismo garaje, probablemente todavía sin ventanas ni baño individual, probablemente el alquiler ronda en los 1500 dólares.
Nuestra familia ha recorrido un largo camino desde entonces. Mis abuelos cumplieron su promesa de construir un futuro para cada generación venidera. Desafortunadamente, la abuela Sofia aún no está lista para confiar las riendas a dicha generación.
Pedidos terminados, solo espero que hayan olvidado de que estábamos hablando, pero es muy poco probable.
—Entonces— dice Dorian, tratando de parecer despreocupado. —Tu reunión con tu abuela. Ella se retira y nombrará a un sucesor—
—Lo hará— Me encojo de hombros, tratando de igualar su nivel de despreocupación.
—Y déjame adivinar— Mason me mira fijamente de nuevo. —No eres tú—
A su lado, Dorian maldice en voz baja. —Que mal, hombre. ¿Sabe ella lo de los otros miembros del consejo? —
—Creo que se enteró—
No, uno, sino cuatro miembros distintos del consejo, de un consejo de solo doce fideicomisarios, me han preguntado cuando daré un paso al frente. La abuela odia las mentiras y las puñaladas por la espalda más de lo que odia los huevos de tofu. Que se entere explicaría su encantadora, pero humillante actuación ante esos mismos miembros del consejo. Es como un programa de televisión.
No podemos tener una empresa multimillonaria que depende de alguien que ya haya tenido un par de sustos de salud: un derrame cerebral leve del que se recuperó por completo y un soplo cardíaco que la llevo a que le implantaran un marcapasos.
Pero también porque es una nueva era. Tenemos un control solido de nuestro mercado habitual, pero necesitamos expandirnos y aprovechar las nuevas tecnologías y las áreas emergentes que mi abuela todavía considera “modas pasajeras”.
Además, no puedo evitar preguntarme si algunos de los miembros de la junta temen que pueda seguir los pasos de mi padre. El huyó de todo lo relacionado con Sterling Corp.
Mason se pasa una mano por el pelo. —¿Cuál es su excusa esta vez? —
Resoplo. —No cree que este lo suficientemente asentado para hacer planes razonables y estables para una empresa. Delante de todos, sugirió que pensará en el futuro del negocio cuando pudiera pensar con claridad sobre mi propio futuro, ya sabes, encontrando una esposa y dándole bisnietos—
Dorian gime. —¿Por qué esta tan obsesionada con tu vida amorosa? —
—Quiero decir, lo entiendo—
Pienso en ella y en el abuelo, encerrados en ese pequeño apartamento. Incluso entonces, arruinados y luchando por construir el negocio que algún día los haría ricos, no dudaron. Quedaron embarazados de mi tía Sarah justo después de llegar a Nueva York. Las tías Mayra, Beth y Clarissa las siguieron un poco después.
Todas ellas, excepto la tía Clarissa, fallecieron demasiado jóvenes para tener hijos propios. Y luego el abuelo también falleció hace diez años este mes.
—Quiero asegurarse de que su legado continúe. Sin mencionar que ella y mi abuelo tenían una gran relación. Se que quiere que sea feliz, es solo que…— hago un gesto irritado. —No es como si pudiera agitar la mano y hacer que aparezca la chica de mis sueños. No puedes forzar esas cosas—
Dorian asiente, claramente comprensivo.
Mason, por otro lado, inclina la cabeza y dice:
—¿Y si pudieras? —