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Legalmente Tuya

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Blurb

Daniela está teniendo la vida soñada por muchas mujeres. Su pareja es el abogado más prestigioso y millonario del país, que le da la vida de lujos que ella nunca se imaginó que podría llegar a tener, y aunque ella lo ama con locura, también tiene sentimientos por su cuñado, un coronel del ejército que tiene cuentas pendientes con la mafia.

Daniela intentará que las cosas funcionen entre los tres en lo más parecido a una relación poliamorosa, mientras que los hermanos Orejuela lidian con sus demonios del pasado y la sed de venganza por el asesinato de su padre, el cual aún no se ha resuelto.

¿Podrá Daniela tener una relación sana con los dos hombres de su vida, sin que alguno termine con el corazón roto?

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La vida soñada
Hace un año, yo estaba haciendo el papeleo en la universidad para graduarme como abogada, sabiendo que en realidad no la tendría fácil en un país en donde los índices del desempleo estaban por los aires. Hace ocho meses, yo había conseguido por cosas del destino el trabajo con el que cualquier abogado novato soñaba: trabajar en Orejuela Lawyers Enterprise, el mejor bufete de abogados del país. Hace seis meses...mi vida cambió por completo al enamorarme de mi amargado, egocéntrico, déspota, frio y calculador jefe, Fernando Orejuela, el CEO de la firma, y además CEO de Café Bustamante, la cadena multinacional de café más importante de todas. Ahora, yo ya no pasaba mis ratos libres leyendo en mi pequeña habitación, en mi pequeña casa de un barrio pobre, en mi incomodo colchón con hundimientos; sino que ahora estaba leyendo recostada en una silla asoleadora, al lado de la piscina de una mansión de ensueño en la que todo el mundo soñaba con vivir, con mi sombrero playero y lentes de sol Prada que costaban mucho más de lo que yo hubiera ganado en un año de trabajo. —¿La señora querrá algo más? —me preguntó una de las mucamas, mientras dejaba en la mesita de al lado una bandeja con ensalada de frutas y un vaso de limonada con hielo. —Gracias, Yanire, eres muy amable —dije, dirigiéndole una dulce sonrisa —. Puedes regresar a lo tuyo, no sigas interrumpiendo tu trabajo por culpa mía. Yanire sonrió y regresó al interior de la mansión. Yo aún estaba acostumbrándome a esta vida de “mujer de un millonario”, y aunque al principio me había costado y había tenido choques con Fernando por eso, ya al fin estaba siendo más consciente de la vida que tendría que llevar si era la esposa del abogado y empresario cafetero más importante del país. Esposa. Nosotros no estábamos casados, ni siquiera tenía todavía un diamante en mi dedo, pero según la ley, éramos un matrimonio común y corriente. Según la ley civil colombiana, si dos personas se organizaban para vivir juntas, eso automáticamente las hacía tener una unión marital de hecho, y por consiguiente se adquirían los mismos derechos y obligaciones que en un matrimonio. Si a Fernando le llegaba a pasar algo, yo heredaría lo que me correspondiera como esposa, y lo demás sería para sus hermanos. Hermanos que yo también amaba con locura. Alejandro era el cuñado perfecto. El niño más dulce que podría existir en el planeta, mi mejor amigo y confidente, y en cuanto a Carlos... Pinche Carlos. Si mi mamá y mi tío supieran las cosas que yo hacía con mi novio y con su hermano, al tiempo, les daría un infarto, y dirían que estaba condenando mi alma al infierno. Si alguien me hubiera dicho hace unos meses que era posible estar enamorada de dos hombres al tiempo, le hubiera dicho que era una locura, pero esa era mi realidad ahora. Sí. Estaba enamorada de dos hombres. Dos hermanos que tenían una mente muy retorcida y que les excitaba la situación. Para algunos podría parecer enfermo que a mi novio le excitara ver cómo su hermano me daba como a cajón que no cerraba, y viceversa, pero todo era con mi consentimiento, y los tres disfrutábamos, no le estábamos haciendo daño a nadie con eso. Pero yo tenía que aclarar con Carlos algunas cosillas, y es que intentaríamos hacer la locura de tener una relación. Una relación seria, no solo eso que habíamos estado haciendo de coger y ya está. Cuando Fernando me dijo que estaba dispuesto a dejarme tener algo más con Carlos que simple sexo, yo creí que estaba bromeando, pero por su expresión seria supe que estaba yendo muy en serio. Y justo cuando yo estaba preparando mi mudanza para irme a trabajar a Bogotá y de paso aprovechar para hablar con Carlos ese tema, ocurrió el estallido social más importante que Colombia había tenido jamás, y Carlos ahora estaba ocupando el cargo de Presidente Interino mientras se resolvía esa coyuntura política y social del país y se celebraban nuevas elecciones. Ya había pasado un mes desde aquello, y no había vuelto a hablar con Carlos, porque, según Fernando, él ya no tenía tiempo ni siquiera para dormir, y eso se le notaba en las pocas alocuciones televisivas que había brindado en los últimos días, en donde se le veía cansado, ojeroso e incluso más delgado. Carlos siempre había sido un hombre robusto, desde niño, pero que ahora se le estuviera adelgazando la cara...eso ya era muy preocupante. Y como si mi preocupación no fuera suficiente para quitarme el sueño, también estaban los celos. Sí, celos porque en cada alocución presidencial yo veía a una mujer muy cerca de Carlos. Una militar. Militar que por cierto era exóticamente hermosa, de ojos verdes y cuerpazo de Miss Universo. Una mujer que claramente me superaba de pies a cabeza y que yo no le llegaba ni a los talones. Yo no me había atrevido a preguntarle a Fernando por esa mujer, porque me daba miedo que él se enojara por yo estar celando a Carlos, y tampoco le había preguntado a Alonso, que, como el mejor amigo de Carlos, debía saber quién era esa mujer, pero me daba pena que le contara a Carlos que yo andaba de celosa. Le había preguntado a Alejandro, que yo sé que no se pondría con chismes, pero él tampoco tenía idea de quién era esa mujer, pero sí dio con su perfil de **. Carolina Restrepo. Ese era el nombre de la tipa que parecía no despegársele a Carlos ni para ir al baño. Oriunda de Medellín, 27 años, capitán del ejército, miles de seguidores en esa red social, y una sensualidad con la que yo claramente no podía competir, porque mientras ella tenía un cuerpo de barbie, yo tenía el cuerpo de la vaca lola. Además...si Carlos quería estar con muchas mujeres, como había hecho en todos estos años, podía hacerlo, porque nosotros en realidad no teníamos nada. Lo de nosotros era, simplemente, meros encuentros sexuales. Yo no podía reclamarme nada, no cuando yo estaba en una relación seria con Fernando que claramente ya iba para matrimonio. Pero sí me daba algo de tristeza que Carlos no se tomara al menos un minuto para responder los mensajes que yo le enviaba. Yo no estaba pidiendo que descuidara sus deberes con el país por mí, solo que respondiera un pinche saludo. Fernando sí me respondía los mensajes cuando estaba en plena audiencia, porque yo era su prioridad. Pero yo en serio que era tonta si pretendía que Carlos también me pusiera como prioridad, cuando para él solo estaba su patria, y...y sus putas. Menos mal que Fernando me seguía dando mi espacio y me dejaba dormir sola algunas noches, porque así no podía saber que yo en las últimas noches me había quedado dormida llorando por no recibir un “buenas noches” de Carlos. Me comí la ensalada de frutas a ver si así dejaba de pensar en Carlos, recordando la última vez que yo me había intentado servir una ensalada sin pedirle el favor a alguna mucama, porque aún me daba pena que me atendieran. Me había cortado el dedo porque aún no sabía manejar los cuchillos afilados de la lujosa cocina, no cuando en mi casa yo había tenido que cortar las cosas con cuchillos viejos, y requerí de algunos puntos. Fernando montó en cólera y le dio un monumental regaño a las cocineras y mucamas, en donde les preguntó para qué rayos él les estaba pagando el sueldo si no me iban a atender como la reina que yo era, y fue de ahí en adelante que yo preferí dejar de una vez por todas que me atendieran. Fernando no era un mal patrón, de hecho, era el mejor de todos, muy comprensivo con todos los trabajadores de la casa y no les hacía cumplir horarios extenuantes; incluso se turnaba con Alejandro para lavar los trastes los fines de semana y que así los lunes las empleadas no se encontraran con la cocina hecha un desastre, pero cuando se trataba de mi bienestar, Fernando podía llegar a ser un poco extremo, pero sin caer en la sobreprotección tóxica. Él no era un novio sobreprotector, ni celoso, ni posesivo, ni mucho menos tóxico. Me dejaba salir con mis amigos, y podía llegar tarde a casa, pero teniendo la precaución de enviarle un mensaje cada hora reportándome. Con los peligros que había hoy en día para las mujeres, era mejor prevenir que lamentar. También me había acostumbrado al hecho de que debía andar con escoltas. Yo ya había aceptado hace meses que, siendo integrante de una familia tan poderosa, no podía ponerme con rebeldías y escaparme por ahí sin que al menos Miguel, mi jefe de escoltas, supiera en dónde iba a estar. En conclusión...yo estaba teniendo la vida soñada de muchas mujeres. El novio perfecto y adinerado, mansiones, ropa de marca, restaurantes costosos, jet privado, etc. Pero yo no estaba con Fernando por su dinero, y él lo sabía. Yo muy bien podría haberme enamorado de él si hubiera sido un mesero o un mecánico, porque ante todo estaba ese profundo amor y respeto que me profesaba todos los días. Y me lo volvió a demostrar unas horas más tarde cuando llegó del trabajo, con un ramo de flores y chocolates, cansado por haber tenido dos largas audiencias hoy, pero muy feliz de verme. Casi que no esperé a que se bajara de su camioneta blindada para lanzarme a sus brazos, colgándome a él como un miquito y dándole mil besos por toda la cara. No me importaron casi las flores y los chocolates, porque yo solo lo quería a él. Carajo. No me importaban los lujos, la ropa, las joyas, los bolsos, las transferencias a mi cuenta bancaria y demás; a mí solo me importaba él, y el resto...bueno, no le podía hacer el feo a los regalos materiales que él me daba, pero yo en serio lo amaba, y demasiado. Rodeando sus caderas con mis piernas, me terminé de colgar a él y le estampé un hambriento beso que él por supuesto me correspondió, apretándome las nalgas. Sus escoltas ya se habían dado la vuelta hacía rato, ya acostumbrados a nuestros fogosos saludos. —¿Cómo está mi bebé? —preguntó Fer cuando al fin separamos nuestros labios para recuperar el aire perdido. —Bien. Ninguna novedad —respondí, y él me mordisqueó la oreja, y yo solté una risita. —Hiciste una compra hoy con mi tarjeta de crédito —me ronroneó al oído, mientras olisqueaba en mi nuca como un perrito —, cuánto me pone que lo hagas. —Solo me compré la nueva versión del libro de Una Corte de Rosas y Espinas, ¿en serio te calienta eso? —le pregunté, y reí con las cosquillas que me hacía su incipiente barba. —Sí, pero me calentaría aún más que te compraras con mi dinero, no lo sé... ¿un BMW? ¿Un Audi? Rodé los ojos. Yo ni siquiera sabía conducir, y no es que lo necesitara si él me tenía chófer hasta para ir al supermercado que quedaba dentro del conjunto residencial. —¿O prefieres un jet? —continuó ante mi silencio, y le di un empujón cariñoso, y él soltó una risotada —. Está bien, ya paro con eso, que sé que te molesta. Me volvió a dejar en el suelo, y entramos a la mansión para cenar. Alejandro estaba ayudando a poner la mesa, porque a eso lo había acostumbrado su padre. Don Carlos, viniendo de familia humilde, no había querido que sus hijos fueran los típicos niñatos ricos que esperaban que todo les pusieran en la mano, así que los había acostumbrado a ahorrarles un poco de trabajo a los empleados de la casa, y que no resultaran con eso de que “para eso se les estaba pagando”, porque al fin y al cabo eran empleados, no esclavos. —Hola, mocoso —saludó Fer a su hermano pequeño, y este le dio un rápido abrazo, y un aún más fugaz beso en la mejilla. Ambos trataban de no darse muchas muestras de afecto al frente mío, porque yo siempre los molestaba —. ¿Qué tal tu día de prácticas? —Nadie fue al museo hoy, me sorprende lo inculta que es la gente de esta ciudad, así que me pusieron a restaurar una artesanía indígena de hace mil años que por poco y resultó echa polvo de lo vieja que está, pero con mis mágicas manos logré darle otros mil años de vida —respondió Alejito, contento porque estaba haciendo su pasantía en la Casa de la Cultura Guane, un museo que se caracterizaba por tratar de conservar lo relativo a la cultura de los indígenas guanes, los que hace siglos habitaron la zona donde nosotros hoy vivíamos. Nuestros aborígenes. —Sí, tienes las manos delicadas de mamá —dijo Fer, tomando una de las manos de Alejo, que, en efecto, eran hasta más delicadas que las mías, y se la besó con ternura. Oh. Mi corazoncito dio un brinco. Yo no dejaba de pensar en que sí así de tierno era Fer con su hermanito, muy seguramente así sería con nuestros hijos. No, sería aún más meloso con nuestros hijos, eso era seguro. Hijos. Yo en estos momentos tenía como prioridad crecer profesionalmente y estudiar un máster, pero, a decir verdad, hace una semana, mientras Fer y yo hacíamos algunas compras en el centro comercial y pasamos al frente de un local de ropa para niñas, de esos en donde venden tutús, diademas y bolsitos de unicornio, ambos nos volteamos a mirar con un claro anhelo en los ojos, y aunque Fer no dijo nada, yo pude reconocer en esos ojos pardos las ansías por tener hijos, o, en lo posible, hijas. Y yo, bueno...tal vez me estaba antojando.

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