DESPUES DE UN GUSTAZO UN TRANCAZO

1457 Words
>JULIETTE Él suelta una risa grave que resuena en mi pecho y muerde mi piel con un fervor que me hace resoplar. Dios, este hombre sabe exactamente lo que provoca en mí. Sus manos descienden por mi espalda hasta llegar a mi trasero, donde aprieta con firmeza y, de un tirón, me alza en el aire. —Sujétate de mí —ordena, una afirmación que no deja lugar a dudas. No lo dudo ni un segundo. Enrosco mis piernas alrededor de su cintura, entregándome a su dominio, permitiendo que me lleve a donde él decida. La presión de sus caderas contra mí es electrizante, y siento cada pulso de su deseo resonando en mi centro. —Eres fuego, Juliette… —gruñe en un susurro cerca de mi oído—. Eres jodidamente perfecta. Un escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar esas palabras, y mi cabeza cae hacia atrás en una reacción instintiva mientras su boca se desliza más abajo. Mis pechos quedan expuestos, el escote de mi vestido cediendo ante su insistencia, y su lengua encuentra la piel que ha estado esperando su atención. Me chupa con fuerza, y un gemido desgarrado escapa de mis labios sin que pueda contenerlo. —León… —mi voz tiembla, cargada de deseo. Él sonríe contra mi piel, esa sonrisa que me hace sentir vulnerable y poderosa al mismo tiempo. Con un movimiento decidido, baja los tirantes de mi vestido, dejando al descubierto más de mí. No hay suavidad en su toque; solo posesión, ansias, un deseo tan crudo que me vuelve loca. —¿Esto es lo que quieres? —pregunta, su voz ronca y su respiración caliente en mi piel. En ese momento, no tengo fuerzas para disimular. La verdad es abrumadora; lo quiero. Lo necesito. El anhelo que arde dentro de mí se convierte en una llama voraz que no puedo ignorar. Su mirada intensa me atrapa, y en la profundidad de sus ojos, encuentro un reflejo de mi propio deseo. Así que, con un susurro apenas audible, dejo escapar la respuesta que ha estado latiendo en mi interior. Este instante es solo nuestro, y mientras las luces del club parpadean en la distancia, todo lo que importa son él y yo, atrapados en un torrente de emociones y cuerpos. Estoy lista para dejarme llevar, por fin, rendida ante la marea del deseo que nos envuelve. —Sí… —ahogó, perdida en su tacto. —Dímelo. —León… Tómame. Una maldición gutural escapa de sus labios antes de que me embiste con su cuerpo y me haga suya. Mis respiraciones entrecortadas chocan contra la piel caliente de León mientras él me abraza con fuerza. No hay un momento para detenerse, ni espacio para pensar. Solo el sonido de nuestros alientos agitados, el roce de la tela contra nuestra piel, y los suspiros que se escapan entre besos intensos. León emite un sonido bajo contra mi boca, sus manos recorriéndome como si quisiera grabar cada centímetro de mí en su memoria. —Eres un verdadero pecado, Juliette… Su voz está llena de deseo, oscuro y atrayente. Me inclino hacia él, ansiosa por más. Sus manos descienden hasta mis muslos, apretando con firmeza, deslizándose por mi piel con una mezcla de fuerza y necesidad. Sabe que no soy una simple muñeca, y eso lo aprecia. —Quiero más… —susurré cerca de su oído, mis uñas hundiéndose en su espalda. León respondió con un rugido profundo. Su boca recorre mi piel. Mi cuello, mi clavícula, el borde de mi escote. Su lengua traza un camino ardiente antes de que sus dientes atrapen la carne suavemente, causando que jadee. El mundo se desvanece cuando me derriba sobre el sofá de cuero con un solo movimiento. Su cuerpo me envuelve, su calor me está volviendo loca. Sus labios me atrapan en un beso poderoso, exigente, absoluto. —¿Siempre eres así de atrevida? —me desafía su voz cerca de mis labios. —¿Siempre eres así de posesivo? Él sonríe con arrogancia antes de volver a besar mi cuello, dejando marcas en donde su boca reclama como suya. —Solo cuando algo me pertenece. Mis piernas lo envuelven con más fuerza. Me vuelve loca. Su mano sube por mi muslo, deslizándose lentamente, torturándome. Su toque es de calor puro. Con su otra mano sujeta mi muñeca sobre mi cabeza, dejándome completamente a su merced. —Mírame, Juliette. Eres increíblemente hermosa… —su voz se siente como una confesión cargada de deseo. Mi corazón late fuerte. No hay vuelta atrás. Mi respiración se corta cuando sus labios vuelven a descender, dejando calor en cada beso, cada roce, cada mordisco. Estoy atrapada, y no quiero salir de aquí. Este hombre que apenas conozco me estremece que deseo tenerlo siempre conmigo. >LEON El sonido de mis zapatos contra el mármol resuena en el pasillo mientras camino hacia mi oficina. Mi cabeza está hecha un lío. No es por la empresa, ni por los contratos o reuniones. Es por ella. Aprieto la mandíbula, intentando sacar su imagen de mi mente, pero es imposible. La recuerdo envuelta en sábanas desordenadas, su piel caliente contra la mía, su respiración entrecortada en mi oído. ¡Maldición! Anoche no fue suficiente con la discoteca. Nos consumimos como fuego en una habitación VIP, sin pausas, sin límites, sin control. Y lo peor de todo es que me quedé dormido con ella en brazos. No debería pasar eso. Yo no hago eso. Pero con ella sí. Con Juliette. Y lo más jodido de todo es que salí esta mañana sin pedirle su número. Ni siquiera su apellido. Mierda. Me pasé una mano por el cabello justo cuando mi secretaria, Emily, se cruza en mi camino. —Señor, el vicepresidente Theo está con un abogado en su oficina. No es de la empresa, es un asociado. Viene de parte de los abogados de los Dubois. Frunzo el ceño. —¡Los Dubois! Esa familia… hace años tuve reuniones con ellos. Inversiones, acuerdos. Lo de siempre. Pero ambos murieron en un accidente de avión. Me quedé patrocinando a una niña que ellos dejaron, ya que él fue amigo de mi padre. ¿Qué estará pasando? —Está bien, no hay problema —digo, exhalando con fastidio al abrir la puerta de mi oficina. Theo está sentado en uno de los sofás de cuero n***o, con una expresión seria. A su lado, un hombre de traje oscuro revisa documentos. —León —me saluda Theo con un leve asentimiento. El abogado se levanta y me extiende la mano. Se la estrecho antes de ir a mi escritorio. —Señor Beaumont, gracias por recibirnos —dice el abogado con voz profesional—. Sé que esto es inesperado, pero hay un asunto urgente relacionado con la herencia de los Dubois que le concierne, directamente, como tutor de la única sobreviviente de esa familia. Me dejo caer en mi silla, sintiendo una punzada de fastidio. —¿Y qué tiene que ver conmigo, eso de la herencia? El abogado abre su portafolio y saca un portafolio. Me muestra un documento que, en uno de los encuentros con el señor Dubois le firme como petición. —¿Qué demonios…? —Usted firmó un acuerdo con ellos hace unos años, aceptando la responsabilidad en caso de que algo les ocurriera. —Eso no es posible, yo solamente acepté ser el tutor de la niña porque quería empatizar con la causa. El abogado desliza el documento sobre mi escritorio. —Aquí está la prueba. Lo tomo con manos tensas y mis ojos recorren el texto con rapidez. Ahí está mi firma. Recuerdo el día en que lo firmé. Fue durante una reunión con ellos. Un acuerdo menor, algo simbólico. Jamás imaginé que morirían. —¡¡Maldición!!… —masculló, pasándome una mano por la cara. —Sabemos que es sorpresivo, pero el documento es legal. Usted es el tutor legal de Juliette Dubois hasta que cumpla veintiocho años. —¡Veintiocho años, no cree que eso sea mucho! La mayoría de edad es de veintiún años. Esperé, dijo Juliette Dubois. Mi mente se queda en blanco. Juliette. No puede ser. Imposible es pura coincidencia de nombre. —Tiene una foto de la chica. —Desde luego, ella acaba de cumplir dieciocho años. —me relajé un poco porque la Juliette, con quien tuve una noche loca, tiene veintiocho años—. Esta es su fotografía. Es una chica bien portada, hace poco terminó sus estudios en un internado. Levantó la mirada bruscamente, miró con intensidad la foto, sintiendo un nudo en el estómago. —¿Cómo dijo que se llama? —Juliette Dubois. —mi respiración se detiene por un segundo. ¿Qué he hecho? Estoy perdiendo la cabeza.
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