SER ASTUTA

1441 Words
>JULIETTE Soy Juliette y, bueno, mi vida nunca ha sido precisamente normal. Estoy en el apartamento de mi mejor amiga, Chloe, sentada en su sofá que huele un poquito a lavanda y un poquito a pizza de hace dos días. Ella me mira con las cejas levantadas, mientras doy vueltas a un lápiz entre los dedos, intentando decidir cómo enfrentarme al “señor tutor” que mi padre dejó encargado de mi custodia. — ¿Entonces cuál es el plan? —pregunta Chloe, sacando una caja de galletas de chocolate que había jurado no abrir hasta el viernes. Obviamente, el viernes se adelantó. Respiro profundo, tratando de sonar más segura de lo que me siento. —Mira, Chloe, tengo que hacerlo bien. Ese hombre seguro es un viejo amargado, con corbata hasta el ombligo, probablemente calvo, con el mismo peinado que el Sr. Burns de los Simpson. Ya lo veo… un gruñón, mandándome a leer libros interminables sobre cómo usar bien los modales en sociedad. —¿Y qué? —mastica una galleta—. Igual necesitas un plan mejor que simplemente tocar la puerta y decir: “¡Hola, soy tu problema con patas!”. Tienes razón. Chloe siempre tienes la razón. Le doy un mordisco a mi orgullo (y también a su galleta) y enciendo una libreta rosada que encontré en su escritorio. A punto con determinación: Plan para conquistar al tutor: “Interpreta el papel de una persona inocente, pero asegúrate de no parecer completamente idiota”, fruncí el ceño. —¿Cómo se supone que voy a hacer eso exactamente? No es tan sencillo como parece. —Es más fácil de lo que crees —respondió Chloe con un tono despreocupado—. Un moño ligeramente despeinado, como si te hubieras levantado hace poco, absolutamente nada de maquillaje para mostrar una cara fresca y natural, y ropa holgada que no revele demasiado. Eso es todo. Lista para engañar a cualquiera —estaba más loca que yo. —Pero… ¿No crees que me veré simplemente ridícula? Más como un espantapájaros que una chica inocente —protesté, dejando escapar un suspiro frustrado—. Y pensar que si volviera a ver a ese galán de la otra noche, con esos brazos enormes y, oh Dios, su enorme… —me mordí el labio inferior. —¡Por favor, cállate! Ya me hago una perfecta idea de lo que quieres decir. No hace falta ser tan explícita. Un salchichón con músculos, lo entiendo perfectamente. Ahora, concéntrate y sigue el plan al pie de la letra. Se trata de nuestra única opción en los momentos difíciles. Suspiré de nuevo. —¿Qué es mi ‘potencial’ en todo esto? ¿Qué se supone que debo representar a los ojos de ese viejo, Chloe? —Ser una zorra astuta disfrazada de un cordero inocente. Eso es la clave —ambas soltamos una carcajada, aliviando un poco la tensión. —Y si todo esto falla estrepitosamente, ¿cuál es el plan B? Supongo que tendré que recurrir a los ojitos tristes y la súplica lastimera —hice una pausa—. ¿De verdad creo que no soy lo suficientemente patética como para dar lástima, Chloe? —Ahora mismo —respondió Chloe con honestidad brutal—. Te ves como una persona con problemas de salud mental a punto de tener un colapso nervioso. Necesitas trabajar en tu actuación amiga. —¡Gracias por el apoyo moral! No ayudas en absoluto —repliqué, con sarcasmo. —Más drama, más drama, chica. Es lo que funciona. A esos viejos adinerados no les gustan las jóvenes como nosotras con experiencia o actitud. Buscan algo más… vulnerable, que sean dóciles. Mi experiencia lo dice todo. —Supongo que tienes razón. Mejor concentrarme en el papel. Concentración total: proyectar una imagen de lástima. Mucha lástima. Como si mi vida dependiera de ello. Chloe se carcajeó al verme adoptar una expresión exageradamente triste. —¡Esto es oro puro, Jules! ¡Oro puro! Si el señor Pelón no cae rendido ante esta actuación, es que es un viejo amargado y sin alma, completamente inmune a cualquier tipo de emoción humana. —Crucemos los dedos con todas nuestras fuerzas. No quiero, ni siquiera considero la idea, de volver a ese horrible internado. Prefiero enfrentarme a cualquier cosa antes que eso. Reímos juntas, porque en ese momento, la idea del “tutor perfecto” no era más que una imagen de dibujos animados en mi cabeza. Lo que no sabía era que el encuentro real con ese hombre iba a ser mucho más… ¿Cómo decirlo? ¿Complicado? ¿Sorprendente? ¿Caótico? Todas las opciones son válidas en mi cabeza. Me encuentro frente al armario de Chloe, rebuscando entre un montón de ropa que, sinceramente, jamás pensé volver a usar. Las camisas de cuello rígido y las faldas plisadas que llevábamos en el internado están ahí, perfectamente dobladas, como testigos silenciosos de una época en la que todo era reglas, deberes y posturas impecables. Supongo que para encajar en mi nueva realidad de «chica dócil y tímida», voy a tener que adoptar algo de esa vieja imagen. Saco una camisa blanca y la observo como si fuera un disfraz. «Esto grita obediencia», pienso. Quizás sea exactamente lo que necesito para caerle bien al tutor. Pero mientras estoy buscando la falda que combine, mis dedos rozan una textura diferente, sedosa, llamativa… el vestido rojo. Ahí estaba, colgando descaradamente, como si supiera el efecto que tuvo anoche. Lo usé para ir a la discoteca con Chloe, y todavía puedo escuchar los ecos de la música y sentir las luces moviéndose a nuestro alrededor. Pero lo que realmente me hace sonreír al verlo no es la noche en sí, sino… León. Lo conocí y esa forma de mirar que parece atravesarte. Bailamos hasta que perdí la noción del tiempo, riéndonos como si nos conociéramos de siempre. No fue solo la música o el ambiente; era él, su manera de inclinarse hacia mí para hablar, aunque la música estuviera estruendosa, como si lo único importante fuera que me escuchara. Un suspiro se me escapa sin darme cuenta. «¡Juliette!», me regaño a mí misma en voz baja. Este no es momento para recordar noches mágicas ni chicos que te hacen girar como un torbellino. Tiré del vestido para esconderlo detrás de la ropa del internado, como si pudiera silenciar los recuerdos con un simple gesto. Me miro al espejo con la camisa blanca y la falda gris. Definitivamente, me veo diferente, más tranquila, más… contenida. Justo lo que necesito para enfrentarme al tutor. Pero antes de cerrar el armario, mis ojos vuelven a caer sobre un pequeño borde rojo que sobresale, negándose a ser ignorado. Me prometo que, si sobrevivo a este día, tal vez me permita volver a ser esa versión de mí misma. La que se siente libre, feliz… y lista para bailar. Aunque recordar es volver a sufrir. A veces cierro los ojos y vuelvo a oler el pasillo de mi antiguo internado: una mezcla de desinfectante, tiza y esas flores secas que ponían en floreros para intentar que el lugar pareciera más acogedor de lo que era. La verdad es que odiaba todo de ese sitio. Bueno, casi todo. Odiaba las madrugadas gélidas cuando nos sacaban de la cama para ir a rezar, las faldas que siempre picaban en la cintura y, sobre todo, odiaba la mirada de las profesoras que parecía juzgar si tu alma era lo suficientemente pura. Pero, ¿qué es lo peor? Me acostumbré. Me acostumbré a sentarme derecha, a pedir permiso para hablar, a medir cada palabra para no romper las reglas. Aprendí tanto que a veces me daba miedo olvidar quién era yo fuera de esas paredes. Pero allí, no era Juliette. Era una más. Una sombra con uniforme, recitando poemas que no entendía y aprendiendo lecciones que no me importaban. Aun así, no todo fue malo. Había momentos de pequeñas rebeliones que todavía me hacen sonreír. Como esa vez que escondimos un gatito que encontramos en el jardín detrás de las cajas del cuarto de suministros. Lo llamamos “Libertad”, porque era algo que todas soñábamos con tener, pero que nadie sabía cómo alcanzar. Por ese gato permanecí hincada toda una tarde, rezando el rosario varias veces. Ahora, cuando miro hacia atrás, no siento tristeza ni nostalgia. Lo que siento es alivio. Alivio de que esa etapa haya quedado atrás. Porque, ahora soy libre para decidir, para soñar, para equivocarme. Y eso, eso es algo que nunca tomaré por sentado. No quiero regresar a ese sitio, nunca más.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD