POV Ares
No debería estar aquí.
No esta noche, pero tenía demasiadas razones para estar lejos de mi padre, para no asistir a su boda, una de ellas era esta. La gala benéfica de la Asociación Unidos Sin Techo.
Eso fue lo primero que me cruzó por la cabeza cuando bajé de mi auto. Mi padre se casaba esta noche, con ella, la mujer que se metió entre mis padres y destruyó lo poco que quedaba de nuestra familia. La nueva “esposa perfecta” del señor Reed.
Sara Ferri.
Pero no fui. No pude, no tenía intención de fingir que estaba de acuerdo. No iba a sonreír, a fingir que todo estaba bien mientras mi padre le colocaba un anillo a su amante bajo los aplausos de la alta sociedad.
Preferí venir aquí, a esta maldita gala llena de pretensiones y apariencias para gente rica. Donde, al menos, nadie esperaba que yo fingiera amor.
Los flashes captaron mi entrada como siempre. “Ares Reed, el heredero del imperio legal.”
Nadie sabía lo jodido que era ese título, ni tampoco lo que pase estudiando día y noche por 6 años.
Entré al salón y el aire me golpeó con una mezcla de perfume caro, música suave y carcajadas plásticas. Lo mismo de siempre, camine un poco y la vi.
Lauren.
Vestido blanco con detalles dorados. Un blanco perlado, casi nupcial, con detalles dorados que brillaban bajo las luces del techo. Se veía como si estuviera celebrando otra boda… la nuestra, tal vez, en alguna fantasía retorcida.
Siempre buscando el foco. Siempre sabiendo cómo captarlo. No podía ser casualidad. Esa mujer siempre sabía exactamente lo que hacía. Se acercó sin esperar invitación, moviéndose entre la gente como si el mundo le perteneciera.
— Vaya, Reed. ¿Te escapaste de la boda familiar?, no creí que vendrías — dijo con una sonrisa de medio lado.
— No vine a hablar de eso —contesté, seco – Además soy uno de los organizadores del evento.
— Claro. La beneficencia. Qué noble eres, Ares — dijo en tono sarcástico como si estuviera mintiendo.
— No vine por ti, si eso es lo que esperabas — mencione para dejarselo claro.
— Pero vas a quedarte por mí, ¿no? — preguntó, pero no respondí.
Ella rió, como si fuera divertido para ella la amargura que siento.
— Estás tenso. Deberías relajarte. —Se acercó más, su voz convertida en susurro—. Yo puedo ayudarte con eso.
— Lauren…
— Shhh —me interrumpió, poniendo un dedo sobre mis labios — No digas nada — Tomó mi mano con naturalidad y me guió hacia una de las columnas laterales. Lo bastante escondido para evitar a los fotógrafos, pero no tan lejos como para no escuchar la música.
— No quiero que nos vean — le advertí, mirándola fijamente.
— Por eso llevé blanco. Para no pasar desapercibida —respondió, y luego me besó.
Me besó antes de que pudiera pensar en si quería o no. Lauren era así. Física. Instantánea. Superficial.
Su boca era familiar, agresiva, como un choque de necesidad y orgullo. Me besó con urgencia, como si quisiera marcar territorio.
Mis manos la sujetaron por la cintura mientras la apoyaba contra la columna, su vestido crujió apenas bajo mis dedos. Su cuerpo se moldeó contra el mío con facilidad.
Todo era igual a como lo recordaba, todo estaba funcionando. Hasta que senti esa sensación, como cuando alguien te observa, no con morbo, sino con intención.
Abrí los ojos y miré a los lados hasta que encontré la mirada, ahí estaba, una mujer. De pie entre los invitados caminando, pero volteando seguido hacia este lugar.
Cabello chocolate, suelto. Vestido n***o. Ojos oscuros que no pedían permiso.
Me estaba mirando, no a Lauren, ni siquiera a nuestro beso, me miraba a mí. Y algo en su mirada hizo que se removiera algo en mi interior.
No sé si fue la frialdad, la calma… o el hecho de que no parecía impresionada. Solo presente como una espectadora. Su mirada me atrapó, tanto que me hizo olvidar el peso de Lauren sobre mi cuerpo.
Y entonces el deseo se congeló. Sentí una punzada en el estómago y luego sentí vergüenza.
— ¿Qué mierda haces? —soltó Lauren, molesta.
— No aquí.
— ¿Qué te pasa ahora? — preguntó, al notar que me había quedado mirando a un punto fijo.
— Nada, vamos
— ¿Estás en serio? — Lauren me miró con una mezcla de rabia y desconcierto. Entonces sus ojos siguieron el camino de los míos y la encontró, a la bella castaña que nos miraba de lejos.
— Esto no va a pasar. No esta noche — dije cuando vi sus intenciones de ir por ella, pero Lauren negó con la cabeza y empezó a caminar.
…………
Lauren ya debía estar de camino a su casa, probablemente maldiciendo mi nombre. No era la primera vez que se iba molesta, y no sería la última. Nunca hubo promesas entre nosotros, solo sexo y silencio. Ella sabía las reglas. Esta noche simplemente no funcionó como esperaba.
Y todo por esa mujer.
Esa maldita mujer de labios provocativos y mirada desafiante. Esa que se atrevió a hablarme sin temerme. La que me sostuvo la mirada como si supiera leerme por dentro. Gianella. Así la llamó su amiga. Solo escuchar ese nombre ya me irritaba. Demasiado dulce. No me gustaba, así como odié sus ojos marrones.
Por eso fui duro. Por eso la arrinconé con palabras. Porque algo en ella me descolocó y yo no permito eso.
Tomé un sorbo lento de mi whisky, intentando concentrarme en el ambiente. El salón entero se volcaba ahora hacia un pequeño estrado. Las luces se habían ajustado, el presentador hablaba con entusiasmo forzado, y las mujeres subían una a una mientras ofrecían sus sonrisas a cambio de una cita para “ayudar a la causa”. Un teatro.
Yo no estaba allí para participar. Yo no pago por atención. No necesito comprar lo que ya puedo tomar.
Hasta que la vi.
El vestido n***o le marcaba la cintura con una elegancia simple, casi peligrosa. No posaba o sonreía como las demás. Ella estaba incómoda. Y por alguna razón, eso me gustó más que cualquier falso encanto.
Gianella. Así la anunciaron. Veintidós años. Último año en la universidad. Voluntaria. La perfección hecha contradicción.
— La subasta comienza en mil dólares. ¿Quién da más?
Nadie dice nada por unos segundos, no se si es por que están anonadados con su belleza o es por que no se creen suficientes para ella.
— Dos mil — alguien dijo al fondo.
Estaba por apartar la mirada. No iba a perder el tiempo con eso. Hasta que escuché su voz.
— Cinco mil — dijo Bruno, un maldito cantante que creía que podía tenerlas a todas, hasta a mi ex prometida.
Lo vi inclinado hacia adelante, mirando a Gianella como si ya le perteneciera. Ese maldito cantante, cliente de mi padre, sonrisa de oro, ego inflado. Siempre queriendo lo que yo tengo. Siempre queriéndose medir conmigo, pues hoy le daremos el gusto.
— Diez mil — dije, sin pensarlo demasiado.
Bruno me miró, esa sonrisa prepotente dibujándose en su cara.
— Veinte mil — replicó
— Treinta — refute
— Cuarenta — que tacaño, sonreí antes de decir:
— Sesenta.
— Ochenta mil —replicó con los dientes apretados. Hijo de puta.
Mi pulso se mantuvo firme, pero la sangre ardía. Ella seguía allí arriba, quieta, sus ojos chiquitos ahora se hacían grandes por la cantidad exorbitante de dinero que ofrecemos por una cita con ella, pero mantenía su vista en la nada, pero firme, segura, altiva. Eso me jodió.
Quiza no entendía lo que estaba pasando, quizá pensaba que estaba peleando por ella. No entendía que en unos minutos ella sería mi premio.
— Cien mil — dije. La sala se quedó en silencio, hasta ahora el premio más grande fue diez mil dólares.
El presentador casi tartamudeó de emoción y gritó: ¡Vendida!
Bruno me lanzó una mirada que podría haber encendido una guerra. Pero no dijo nada. Solo se apoyó en su silla, rindiéndose.
Yo no sonreí. No tenía razón para hacerlo. Había ganado, sí. Pero no se trataba de la puja. Ni del dinero. Se trataba de ella, su mirada altiva, de cómo me desafió sin conocerme, de cómo me hizo sentir.
Ahora tendría una cita conmigo. Quisiera o no. Y yo pensaba hacer que se arrepintiera de cada palabra que me dijo.
El presentador apenas podía contener su entusiasmo. Se subió un poco más el micrófono, aclaró la voz y soltó con teatralidad:
— ¡Y el ganador de la cita con la señorita Gianella Moore es… el señor Ares Reed, con una oferta de cien mil dólares!
Los aplausos estallaron como una ola hueca que apenas registré. El sonido me resultaba lejano. Fui hacia el estrado sin apuro, sintiendo todas las miradas clavarse en mi espalda. Estaban esperando que sonriera, que agradeciera, que dijera algo encantador. Como Bruno, como los otros idiotas.
Pero yo no era ellos.
Mis pasos resonaban firmes sobre la tarima, pero por dentro había algo que no me gustaba. Una presión bajo el pecho. Irritante. Familiar y extraña a la vez.
Ella me miraba. Quietamente. Ojos marrones. Pequeños. Penetrantes. No parecía molesta. Solo… tensa. Como si estuviera haciendo cálculos mentales para escapar sin parecer grosera.
— Señor Reed, un gusto tenerlo en el estrado — dijo el presentador, dándome una palmada que ignoré por completo — Aquí está su cita. Señorita Gianella Moore.
Moore. Así que ese era su apellido. Sonaba serio. Elegante.
Giré hacia ella y le tendí la mano, con la intención de mantener la máscara. Cortés. Formal. Frío.
Pero en el momento en que sus dedos tocaron los míos, sentí un chispazo. No fue físico, no fue electricidad. Fue otra cosa. Algo que se arrastró debajo de mi piel como una advertencia. Algo que me incomodó más de lo que debería.
La miré. Ella también lo sintió. No lo dijo, no se movió, pero sus pupilas se dilataron apenas. Una reacción mínima, pero real.
— Ares — le dije, mi voz más baja de lo normal. Más grave. Más… honesta de lo que quería.
— Gianella —respondió. Su voz era suave, firme. No tartamudeaba. No se encogía. Tenía carácter.
Solté su mano demasiado tarde. Y lo supe. Estaba perdiendo el control.
Ella dio un paso hacia un costado, mirándome con una ligera curva en los labios. No era una sonrisa, no del todo. Más bien una provocación contenida.
— Ares, la mesa para la cita está en ese rincón apartado. ¿Vienes?
Quería decir que sí. Parte de mí lo gritaba. Pero no podía. No esta noche. No con esa sensación dentro del pecho, como si estuviera atrapado entre el deseo y la incomodidad de desearla de esta forma tan intensa.
Di un paso atrás.
— No puedo quedarme — dije, cortante.
Vi su expresión endurecerse. No de tristeza. De orgullo. Esa mujer no se derrumbaba fácilmente.
— ¿Entonces todo esto fue solo para marcar territorio? — me lanzó, desafiante — Entonces no le molestara que tenga mi cita con el otro caballero que pujó por mí.
— No soy de compartir lo que me pertenece y tú eres mía.
Me odié un poco por decir eso. Pero también me odiaba por no querer dejar de mirarla.
Ella cruzó los brazos.
— ¿Suya? se refiere a la cita. Yo sí voy a cumplir con mi compromiso con usted, aunque no sea hoy — preguntó
— Que bueno que sea cumplida, por qué yo no soy un compromiso cualquiera.
Me giré sin darle más tiempo. Tenía que irme. La presión en el pecho crecía, como una alarma. No podía dejar que eso me consumiera. No esta vez.
Pero cuando ya estaba bajando del estrado, me detuve. Solo un segundo. Sin mirarla, sin volver el rostro.
— Te buscaré mañana — dije. No como una pregunta. No como una promesa, como un hecho, luego me fui, con la sensación maldita de que dejarla ahí fue una victoria y una derrota al mismo tiempo.
Manejé sin rumbo fijo. Las luces de la ciudad pasaban borrosas a través del parabrisas, pero yo no veía nada.
Solo a esa mujer, Gianella, sus ojos…. Marrones, intensos, llenos de una mezcla de fuerza y fragilidad que me había jodido la cabeza sin que lo notara. No dejaban de volver, como si los tuviera tatuados en la retina.
Gianella, solo es una mujer hermosa. No, más que eso, jodidamente sexy, sí pero al final una mujer cualquiera.
Negué con fuerza, apretando el volante con ambas manos.
—No — murmuré para mí mismo — No puedo pensar en acostarme con ella, se ve que es problemática y dulce.
No me gustaban las mujeres como ella. No las dulces. No las que miraban como si pudieran romperte con una sola palabra, las que buscan que le hagas el amor. Yo buscaba lo opuesto: mujeres que entendieran las reglas. Sin emociones, sin complicaciones.
Como Lauren, exacto eso es. Giré el timón bruscamente. La dirección ya estaba clara en mi mente. Ella vivia a unos diez minutos de allí.
Cuando llegué, ni siquiera apagué el motor de inmediato. Me quedé unos segundos en silencio frente a la puerta de su departamento. Me forcé a pensar en su cuerpo, en su sonrisa calculada, en lo fácil que siempre había sido, entonces baje.
Toqué el timbre. Unos segundos después, Lauren abrió la puerta. Iba en bata, como si me hubiera estado esperando. Sus ojos se abrieron con sorpresa… y luego sonrió. Esa sonrisa confiada, la que decía “sé lo que vienes a buscar”.
— ¿Vas a quedarte parado ahí o piensas hacer algo útil con esa cara de perro? — bromeó apoyándose en el marco de la puerta.
— No estoy de humor para hablar —le dije, con la voz baja, seca. Ella alzó una ceja, divertida.
— Perfecto, por qué yo tampoco.
Me tomó de la camisa y me jaló hacia adentro. El sonido de la puerta cerrándose se mezcló con el eco de nuestras respiraciones aceleradas.
No hubo más palabras.
Nos quitamos la ropa con prisa, como si quisiéramos borrar el mundo, como si el sexo fuera una excusa para no pensar. Y por un momento, lo logré. Por un maldito momento creí que podía arrancarme de la mente a esa chica de ojos marrones.
Pero incluso mientras tenía a Lauren debajo de mí, gimiendo y gritando mi nombre, incluso mientras sus uñas se clavaban en mi espalda, cuando cerraba los ojos el rostro que volvía en mi cabeza no era el de ella.
Era el de Gianella, su voz, su piel. Al sentir que estaba con ella pude lograr mi liberación pero era solo eso y me odie a mí mismo después.
Me aparté inmediatamente, Lauren aún no había terminado. ¡Maldición!
— ¿Qué mierda te pasa? — Lauren me miró, confundida y molesta. Me pasé una mano por el rostro, frustrado.
— Nada solo me distraje.
— Pues no pareces muy distraído.
No respondí. Me puse la camisa de nuevo, sin molestarme en abotonarla me di la vuelta para buscar la salida. Lauren bufó.
—¿Así que ahora me usas como calmante y ni un maldito gracias? — reclamó
— Lauren… no empieces, sabes como son las cosas conmigo — dije alejándome de ella, sin mirarla.
— ¿Qué es, entonces? ¿Conociste a alguien más esta noche? ¿Te irás a ver a otra mujer después de follar conmigo? — Me detuve. Solo un segundo.
— No te importa — dije mirando sus ojos azules. Pensé que tenía claro nuestro vínculo, pero parece que no es así. Eso quiere decir que por aquí no puedo volver en un buen tiempo.
Salí de su apartamento sin mirar atrás. Porque sí había otra mujer, la que gané en la subasta, y el problema era que no podía hacerla desaparecer por más que quisiera.
¿Por qué pensaba tanto en ella? ¿Será por que se atrevió a desafiarme o por lo hermosa que es?
Quizá solo tengo que acostarme con ella una vez, pero no creo que ella quiera algo como lo que puedo ofrecerle, se ve tan joven. Creo que lo mejor será cancelar esa cita.