Humildad

1372 Words
  — Son demasiados — él le grita enojado y ella finge no oírle.   Si ni siquiera tiene la sensibilidad de levantarse a ayudarle con los pesados paquetes, aunque ella se hubiera atravesado en su camino solo para insinuarle qué necesita algo de ayuda. Entonces, qué no se entrometa en sus cosas.  Se acerca al inmenso árbol, decorado con grandes flores y bolas escarchadas. Deposita los paquetes, distribuyéndolos de la mejor manera, necesitaba una foto adecuada para publicar en sus r************* .    — ¡Date prisa! — Un grito le sorprendió, ahora desde la cocina. De nuevo esa molesta voz le incitaba a enojarse. Respiró ruidosa y profundamente. Ya había decidido no enojarse en esta noche. Tiene muchas más, para lamentarse por estar en esta casa, al lado de ese hombre.    Admiraba emocionada y orgullosa,  la cantidad de obsequios qué había comprado. En el auto aún le esperaban un par de bolsas más. Decidió dejarlos allí, al recordar la cantidad de dólares qué pagó por ellos. Su idea de mantener un ambiente de paz, en esta noche, ameritaba qué siguiera ocultando una serie de eventos, no solo materiales.    — ¡Nos esperan, Clara! — Un grito más y se apresuró a tomar la foto. — Deja de tomarle fotos a ese árbol. Todos saben qué te compras sola los regalos, con el dinero qué yo trabajo — Enfatizó el sujeto, acercando se hasta ella.  Un gesto de reproche le ayudó a liberar el enojo. Poco le importaba si él estaba o no de acuerdo con su vida. Y lo del dinero, ni qué le costara tanto trabajarlo. Le vio sentarse cerca al árbol, solo para qué, cualquiera qué fuera el ángulo de la foto, saliera en ella.  — Vamos — Mascullo. — ¿Ya? — Sonrió malicioso — y ¿Tu foto?  — Ya la tomé. — Le sonrió con el mismo gesto qué él le respondió.  — ¡Vaya! La codiciosa Clara, prefiere no tener una foto para publicar en sus r************* , a qué sus amigas se enteren qué todo lo qué tiene, es gracias a mi.    Clara sonrió de nuevo, recordaba constantemente lo mucho qué anhelaba una nochebuena en paz. Sin las molestias ni los gritos de sus peleas constantes. Se acercó hasta él y le besó con ternura. Necesitaba demostrarle qué nada podría irritarla en esta noche.  Aunque él insistiera en hacerlo.    — ¿Vamos? — Fue casi una súplica —  Nos esperan.  — Eso ya lo dije — La miró con sorpresa. Clara entendió qué su jugada, era maestra. Bruno estaba apostando a desatar una pelea. Lo haría para luego irse de casa sin ella, argumentando qué lo hizo para no discutir más.  — Si, tú lo has dicho. Ahora ¿Vamos? — Le guiñó el ojo y dió un par de pasos adelantándose a la salida. Llevaba un vestido de color rojo ajustado al cuerpo, con grandes escotes. En su cuerpo, habían trabajado los mejores cirujanos plásticos de la región. Se sentía orgullosa de ello y al caminar, lo dejaba muy claro.  — Ven acá — Le ordenó y ella se detuvo justo antes de salir de casa.  — Vamos, Bruno — Rogó. Lo hizo, porque entendía el paso a seguir. Leyó de nuevo las intenciones de Bruno.  — Ven acá Clara, no me hagas ir por ti. — Él no era un hombre violento, nunca la había maltratado físicamente. Su violencia era psicológica y en parte verbal.  — Ya es tarde, amor — Rogó de nuevo, pero él ya se había acercado hasta ella. Retiró el radio qué colgaba de su cintura y se dirigió al grupo de seguridad. En segundos, casi veinte hombres qué estaban en los alrededores de la casa, caminaban hasta la salida, a casi un kilómetro de donde estaba la casa.  — Ven — Se sentó sobre el sofá. Desabotonó su camiseta y extendió los brazos de lado a lado.    Clara sabía perfectamente lo qué tenía qué hacer. Una felación qué le otorgara el placer qué solo ella le proporcionaba. La mujer se inclinó frente a él, dobló sus rodillas y se retiró el cabello hacía un lado para no arruinar el trabajo de qué tomó horas en la peluquería. Lamentaba tanto haberse contorneado, pero ahora, debía pagar todo lo qué Bruno le proveía, sin rechazar o quejarse.  Inició su trabajo y el hombre gemía grotesco, Clara trataba de desviar la atención a los regalos qué conservaba ocultos en el auto y a los qué le esperaban debajo del árbol. Se removió nuevamente para acomodar el vestido, no quería arruinarlo con pliegues o dobleces. Bruno notó la incomodidad y se acercó a ella, sin qué pudiera dejar su gran actuación.    — Déjame verlas — Ordenó — Amor — Rogó — Debo soltar el vestido.  — Quiero verlas — Gritó — Lo haces tu o lo hago yo.   Clara se concentró en otorgarle más placer, la idea era poder distraerlo para qué olvidara el capricho. Ella sabía quien era su esposo,pero en esta ocasión, pensó poder manejar la situación.   Un movimiento de él y la tela qué cubría su hombro, estaba sobre el suelo. Había trozado el vestido con la pequeña navaja qué conservaba siempre en la mano. Clara apretó los ojos para no llorar frente a él y arruinar su momento, aún podía salir de casa y todo terminaba bien, solo le quedaba cambiarse de ropa.  — Mira qué bellas son — Se regodeo, mientras manoseaba sus pechos con fuerza. Ella no se detenía, sus movimientos orales eran los de una experta en el arte, en esta ocasión los intensificaba, con la firme intención de hacerle terminar pronto.  — No te apresures Clara, qué ahora tienes qué subir a cabalgar — Le tomó de la mano y tiró hacía él.    Ella obedeció, subió sobre él y comenzó su actuación. Gritaba de placer, quería disminuir el tiempo de alguna manera y gemir a viva voz, era algo qué le excitaba aún más. El radio sonó en un par de ocasiones y Bruno lo ignoró. Estaba por llegar al clímax y eso no se lo quitaría nadie.  De golpe, las ventanas qué rodeaban la casa, estallaron por el impacto. La seguridad de Bruno fue violentada. No esperaban qué, el día de navidad. Justo ese, uno de los grupos más poderosos de la zona, les emboscara. Justo cuando Clara cabalgaba sobre el m*****o erecto del hombre.    — Levántate, Bruno Mendoza — Ordenó uno de los hombres fuertemente armados y él obedeció, entendía qué este, no era justamente un momento para defenderse. Empujó a Clara, haciéndola caer al suelo, con su vestido en alto y los pechos al descubierto. Muy poco quedaba el  maquillaje o cabello elaborado.   En las afueras de la casa, un enfrentamiento se desató, se oían gritos y disparos. Ráfagas, disminuyeron considerablemente al grupo de seguridad de Bruno Mendoza.     — ¡Vamos! — Uno de los hombres se acercó a ella, estirando la mano para ayudarle.  Clara la tomó con la confianza qué le provenía de algún lugar. Bruno estaba de espalda a ellos  mientras un par de hombres le esposaban y apuntaban en la cabeza.  Lo sacaron de casa y  detrás de ellos, unos diez hombres custodiaban la captura del qué ahora sería su mayor tesoro. Bruno Mendoza estaba en manos de su enemigo y eso no acabaría para nada bien.  — ¿Vamos? — Clara preguntó, de la mano del hombre.  — Si, es hora — Le indicó con una sonrisa. Caminó hasta la ventana, los trozos de vidrio estaban regados por todo alrededor.  — Espera — Quiso regresar al árbol pero él no lo permitió.  — Es hora, nos esperan. — Se mostró directo y tajante.   Ella asintió y salieron de casa. Caminaron hasta la salida, hombres malheridos se lamentaban tirados en el suelo. Mientras otros cuerpos yacían muertos. A unos metros de allí Bruno esperaba de pie, esposado y con al menos, diez hombres custodiando sus planes de huida. Ante sus ojos, Clara se alejó, tomada de la mano de uno de los hombres. Todos tan sorprendidos como consternados, al verle esfumarse de un momento a otro en un espeso vapor de color rojo.  Clara necesitaba presentarse ante la corte. De nuevo, las cosas no saldrían como ellos esperaban.
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