Castidad

1138 Words
  — ¡Hermana! — El sonido del llamado, a las afueras de la habitación, le despertó con sorpresa.  — Un momento — Rogó mientras rascaba sus ojos, buscando espantar el sueño qué le dominaba, aún sin levantarse de la cama, con la cobija hasta el pecho, como siempre lo hacía, para cubrir, lo mucho qué amaba dormir desnuda, aunque esto fuera causal de suspensión. Estaba segura qué no había faltado a ninguno de sus compromisos, nunca lo hizo, su error más grande, era querer dormir desnuda, por qué el calor del lugar, le azotaba con fuerza. Sin embargo, por alguna razón, le llaman a las tres de la mañana, como lo confirmó en el reloj de pared y con un tono fuerte e insistente.  — ¡Hermana! — Otro gritó y  ahora sí se levantó de golpe.  — ¿Qué sucede? — preguntó del otro lado de la puerta, mientras corría por la habitación tratando de vestirse. La túnica qué debía tener puesta, estaba prácticamente al final de su gaveta, al final de la habitación y debía apresurarse.  — ¿Por qué tarda tanto en abrir? — Inquirió la voz al otro lado. Clarissa trataba de identificar, pero era inutil, no ubicaba rostro en el grito. No sabía qué responder y eligió mantener el sabio silencio qué tanto le fue inculcado en el monasterio.  — ¿Hermana Clarissa? — Algo en la mención de su nombre se le hizo familiar. — Sé qué no abre, por qué duerme desnuda. Así qué… Antes qué terminara la oración, Clarissa identificó por completo la voz y corrió para abrir la puerta, sin importar qué su cuerpo desnudo, fuera visto o menos aún la sanción dolorosa y antigua qué debía pagar por atreverse a dormir sin ropa.  — ¡Tu! — Le miró condescendiente. ¿Sabes lo qué te he esperado?  — Lo qué yo,  a ti, pero es difícil por la fecha y la cantidad de personas qué llegan al pueblo…   Clarissa tomó la mano de la joven y le tiró hacía ella. Se adentraron a la habitación y ella se acercó para confirmar qué no fueran vistas. Cerró con prontitud y se giró. Frente a ella estaba, el amor de su vida. Esa mujer qué le erizaba la piel, con solo tenerla cerca. Clarissa se acercó para dejar un suave beso en sus labios.  — Eres el regalo de navidad más bello qué he recibido.  — Tu, eres  mi vida, niña terca — Le reprochó mientras palmoteaba sus pechos al aire y Clarissa se removía alegre.  — Terca no, mi niña. Pero ya sabes lo difícil qué es todo para las dos. — Tan difícil como lo es para mi, viajar diez horas en un bus, en caballo otras cinco, y  caminar por tres horas más… Mejor dicho, el verdadero camino al pesebre lo recorrí yo estos días.   — ¿Vale la pena tu Belén? — Complementa la analogía de la mujer.  — Eres el Belén más hermoso qué he visto en mi vida. — Relamió sus labios mientras admiraba encantada el cuerpo desnudo de su amante.  — Necesitaba verte Lucía — Sollozó rozando el mentón de la joven. — Necesitaba hacerlo antes qué todo pase.  — ¿De qué hablas? — Le restó importancia. Y se acercó para besarle apasionadamente. Las dos estaban decididas a disfrutar de la madrugada qué se habían permitido tener.    Clarissa y Lucía se conocieron en el monasterio.  A la primera, la vida la puso en ese lugar, luego de sufrir graves maltratos en la infancia. A segunda, sus padres le impusieron al celibato y el hábito, cuando se declaró lesbiana, abiertamente. Lo qué nunca imaginaron, es qué, al entrar en aquel lugar, donde pasaban horas al día, estando a solas, la vida les permitiría forjar un amor. Se acercaron de a poco, inicialmente con roces inocentes, qué les agradaba en sobre manera. Para Lucía, el amor por Clarissa estuvo claro desde qué le vió, finalmente ella conocía perfectamente sus gustos. Clarissa tuvo qué entenderlo, a fuerza, cuando le besó en un descuido, qué para ella, fue el más perfecto, como si la vida le hubiera dado un trozo de felicidad, luego de tanto dolor.    Los besos continuaban, las caricias y el roce de los cuerpos. Amaban, realmente lo hacían, estar juntas, una al lado de la otra. Y, luego de la faena, se permitieron descansar en la cama, desnudas, como lo amaba Clarissa.   — ¿Debes estar a las seis? — ¡No! — Respondió enfática mientras se giraba para abrazar de nuevo a su enamorada.  — ¿De qué hablas? ¿Por qué el misterio Clari? — Buscaba la verdad en sus ojos, pero ella desviaba la mirada.  — La vida se nos va en preguntas, qué en su mayoría no podemos responder.    Desde la puerta se escucharon tres golpes, uno espaciado del otro, por al menos cuatro segundos. Lucía se giró asustada, luego de tantos años en el monasterio, era difícil acostumbrarse a ser libre, más aún teniendo en cuenta qué estaba en una de sus habitaciones, durmiendo con una de las hermanas más amadas del lugar.    Clarissa se levantó con calma y caminó hasta la puerta, sin incomodarse por buscar vestido u ocultar a Lucía, quien le miraba atónita desde la cama, sin poder hablar. El shock sobrecarga su cuerpo y estaba muda, del temor y la vergüenza.  Abrió la puerta y un joven estaba de pie en ella. Clarissa sentía qué no era lo correcto, hasta un poco de confusión se instaló en su pecho, pero aún así le dejó ingresar y él lo hizo sonriente.    — ¡Maldita sea! ¿Qué pasa aquí? — La joven celosa, insinúo qué el hombre, era parte de una unión s****l qué estaba por suceder. Su amada le miró sonriente.  — Eres mi mejor regalo de navidad Lucía.  — Es hora — Mencionó él, sin dejar de sonreír. Ni siquiera cruzó palabra o mirada con Lucía, lógicamente no estaba allí para lo qué ella había pensado. Pero era incomodo tener un hombre al lado estando desnuda.  — ¿De qué es hora? — Su puso en pie y se acercó a Clarissa — ¿De qué habla él Clari? — Buscaba su mirada pero ahora estaba perdida, no dejaba de sonreír con falsedad.  — Es hora — Repitió con más fundamento.  — Es hora — Clarissa le habló a Lucía — Te amo Lucía. — Se acercó para besarla con suavidad, mientras acariciaba su cuerpo, detallando cada parte de él, qué estuviera a su alcancé.  Se giró para tomar la mano del joven y ante la mirada atónita de Lucía, ambos desaparecieron en una espesa nube de vapor.  Castidad debía enfrentarse ante ellos, qué le esperaban con ansias. De nuevo estarían decepcionados, otra vez, una de sus niñas, no se comportó como esperaban.
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