Diligencia, no está.

1563 Words
La alarma sonaba, el personal médico corría de lado a lado. Un caos suscita el nerviosismo entre los pacientes, mientras las enfermeras intentaban dirigirlos  a las habitaciones, debían hacerse conteos, revisiones en cada lugar y en su mayoría, administrar medicamentos para evitar un descontrol, en los qué tuvieran diagnósticos más complicados. A tan solo diez horas de iniciado el día, ya el desconcierto estaba a la orden. Se oían llantos y lamentaciones, en cada una de las personas qué se acercaban al consultorio de psiquiatría, los médicos hacía tan solo unos minutos, habían declarado la muerte de Martina, la psiquiatra más joven y prometedora qué trabajó en la clínica, también, la qué menos tiempo duró en el lugar.  ― Era una catástrofe qué se veía venir. ― Murmuró una de las enfermeras, a la qué, acto seguido, el director fulminó con la mirada.  ― ¿A qué se refiere? Señorita ― Inquirió un policía qué justo ingresaba en el lugar.  Ahora comprendía la expresión de molestía en su directivo. La mujer guardó silencio, el qué debió mantener, justo minutos antes. ― ¿A qué se refiere? ― Repitió el cuestionamiento.  ― No es nada ― La enfermera mencionó, tratando de sonar convincente y se retiró de inmediato. El director de la clínica dio un par de pasos al frente, buscando la atención del policía. Conversaron sobre las declaraciones iniciales y todo lo qué el asesinato de Martina conlleva, más en un establecimiento tan apartado. Era necesario mantener a todos los pacientes en sus habitaciones  y continuar con la medicación para los qué puedan reaccionar violentamente o alterarse con facilidad. Eran tres hombres, los de la policía y esperaban el apoyo de medicina legal para el levantamiento del cuerpo. Los médicos qué prestaron primeros auxilios a la psiquiatra y la enfermera qué halló su cuerpo, debían viajar de inmediato con la unidad policial para las declaraciones, dejando el personal de atención, disminuído prácticamente a la mitad.  ― Está muerta ― Se repetía Mérida balbuceando, sentada en la cama, con la mirada perdida. Las identidades trataban de focalizarse una a una, mientras ella forzaba a mantenerse en el foco.  ― Mérida ― Una enfermera se acercó, el temor era notorio.  ― No debería temerle a un paciente ― Murmuró enojada.  La enfermera se concentró en desvanecer el miedo, era totalmente erróneo qué se dejara llevar por la satanización de un diagnóstico, pero es qué en el fondo, ellas estaban seguras qué Mérida había asesinado a la psiquiatra.  ― No es miedo Mérida ― Mencionó mientras se concentraba en la canasta blanca qué llevaba en las manos―  Estaba revisando la medicación  y no quiero distraerme.  ― No somos una distracción, cariño ― La voz de Mérida se suavizó  y la enfermera lo notó, sin embargo no levantó la mirada ni se enfocó en ello para no darle espacio a detectar su incomodidad. ― ¿Nos ignora? ― Preguntó para si misma.  ― No lo hago― Respondió la enfermera sin levantar la mirada. ― Me concentro en la medicación, solo para no cometer errores.  ― Si ― Se mofó ruidosamente.  ― Mira ― Estiró la canasta y caminó dentro de la habitación para tomar un vaso con agua ― Toma las pastillas ― Se acercó ― Es día de estar en la habitación.  ― Si ― Volvió a reír ― No queremos qué nos maten, afuera.  Sin poder evitarlo, la enfermera cruzó miradas con Mérida y al hacerlo, un frío recorrió su cuerpo. Ella estaba ligeramente salpicada de sangre en el cuello, pómulos y brazos. Pudo detallarla por la cercanía del evento y tuvo qué refrenar su temor, aún más, para no ponerse en evidencia.  ― Volveré más tarde para revisar tu cena ― Comentó rápidamente y salió de la habitación, cerrando la puerta a su paso.  ― Nos descubrió ― La voz era más gruesa, Hash estaba en el foco y lideraba el cuerpo de Mérida ― Todo por la necesidad de conversar. ― Reprochó Séfora y Mérida luchaban por salir, necesitaban excusarse  e influir en las decisiones qué se tomarían, pero él era el anfitrión y no estaba dispuesto a dar espacio para nadie más. ― Es momento de actuar ― Mencionó levantándose de la cama. Se inclinó y tomó el objeto qué reservaba para su acto final.  La enfermera caminaba rápidamente por el pasillo, luchando  para llegar hasta el stand sin detenerse o mirar atrás. Sentía la adrenalina recorrer su cuerpo, como si estuviera escapando de la muerte. En el lugar esperaban dos policías, el director de la clínica y dos enfermeras.  ― Es Mérida ― Espetó sin dar espacio a un saludo o disculparse por interferir ― Tiene manchas de sangre en su cuerpo.  ― ¿Qué? ― El directivo le fusiló de nuevo con la mirada, pero ahora la información era clara, todo apuntaba a ella. Mérida era quien había matado a Martina.  ― ¿Dónde está? ― El policía preguntó, tomando su arma.  ― En su habitación ― Señaló el final del pasillo ― Habitación 25 B ― ¿Es ella? ― El hombre de la policía qué revisaba las cámaras en el monitor, apuntó a la mujer qué se veía ingresando al consultorio de Martina, justo un par de horas antes.  ― Es ella ― El director comentó sin mayor esfuerzo, como si el temor ni siquiera le permitiera hablar.  ― Necesitamos dar aviso al personal capacitado para estos casos.  ― No llegarán a tiempo, oficial ― Mencionó uno de los policías a su lado. ― Necesitamos entrar antes qué nos tome por sorpresa.  ― Acaba de tomar las medicinas, se las dí. Probablemente su TID esté controlado.  ― ¿Está sedada?  ― No, en el diagnóstico de ella, no es necesaria la sedación.  Los hombres asintieron. Uno al frente y dos atrás, empuñando el arma atentos para reaccionar si es necesario. Lo qué desconocían era qué, una guerra más temeraria se desataba detrás de la puerta 25 B, en la habitación de Mérida.  Metatrón llegó justo en el momento en qué la Hash tomaba el objeto punzante  para suicidarse, a pesar de la resistencia de las otras identidades. Las entidades por la habitación no se manifestaban abiertamente, por la presencia del hombre, su poder era superior a ellas y les anulaba. Eso lo tenía claro, así como, la presencia de ella, no estaba lejos de ser apreciada.  ― Mérida ― Mencionó enérgico ― Es hora.  El efecto esperado en la hija, no se dió. Al contrario, Hans rió ruidosamente, alertando a los policías qué estaban por entrar.  ― Esperemos un poco. ― Sugirió uno de ellos, en un susurro. ― El medicamento debe estar a punto de funcionar.  En la habitación, Metatrón intentaba manipular la conciencia de Mérida para llevarla con él, necesitaba hacerlo pronto, mucho antes qué ella misma, clavara el puñal en su cuerpo.   ― Mérida, es hora ― Repitió con firmeza, la qué el momento ameritaba.  ― Mérida no está disponible ― Hash era quien hablaba, su voz se mantenía tosca y gruesa ― Y, no saldrá más. La protejo del mundo.  ― No soy el mundo Mérida. Lamento lo qué te pasó. Pero debes acompañarme, es hora de hacerlo.  Afuera, los policías oían solo la voz de Mérida, pero con un tono fuerte. Según lo poco qué les fue explicado del diagnóstico, entendían qué se trataba de una identidad manifestandose.  ― Su voz está calmada ― Susurró el qué iba al frente ― En diez, entramos.  En sus mentes se inició un conteo regresivo, armónico y organizado. No necesitaban hablar en voz alta para manejar la sincronía.  Metatrón no previó el momento en el qué ella apareció. Su figura era clara y la reconoció de inmediato, solo qué olvidó, no mirarle a los ojos.  ― Señora ― Asintió en señal de respeto. Si bien es cierto, es su enemiga más grande. Lucy, era una fuerza superior a la suya y la jerarquía era la misma, en el cielo o en los infiernos.  ― Enoc ― Escuchar su nombre, salir de la boca de ella, le desorientó de inmediato. No era posible qué ella conociera el secreto mayor guardado de su vida y eso solo dejaba en claro, qué en el inframundo, si guardaban el libro qué fue robado hacía siglos. La puerta se abrió de golpe y Metatrón intentó tomar la mano de Mérida para llevarla consigo, pero solo por segundos, Lucy logró influir en ella y hacer qué el objeto fuera clavado en su cuello con una fuerza imposible de mantener por sí misma. Mérida cayó al suelo, bañándose en un charco de sangre, ante la mirada de los tres policías, qué ignoraban las criaturas qué luchaban en ese momento, justo al lado de ellos.  ― Dile a él― Lucy se dirigió a Enoc― Qué está hija suya, ya no volverá. Y, qué lo lamento mucho por Eva― Sonrió maliciosa mientras envolvia el cuerpo de la mujer en una nube espesa de color rojo, arrebatando el alma frente a Metatrón, para luego desvanecere,  sin qué él pudiera hacer nada. Su debilidad más grande había sido revelada, su nombre estaba en boca de todas las deidades del infierno  y ahora, las tres hijas faltantes, estaban en grave peligro.   Necesitaba volver al jardín para informar lo qué estaba pasando en la tierra y olvidarse por completo, de la ayuda para Ela. 
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