Close your eyes

1610 Words
El panorama era desolado, nada como las vistas a las que se ajustaron en París. Inglaterra tenía un aire de tragedia, como si, todo lo malo que pudiera suceder, le estuviera pasando a estas tierras. Las mujeres, estaban en el auge de su lucha por el voto, así como por hacer visible, la violencia de genero tan oculta en esa época y que aún, ahora es invisible para la sociedad. Anaís era una luchadora, una de esas que estaría al pie de la manifestación, aunque ella no se sintiera vulnerada en ningún aspecto, dadas las condiciones de su procedencia. Jerome era más silencioso, admiraba el panorama en silencio y, si bien podría empatizar con la razón de las exposiciones, no mostraba su inclinación abiertamente. Él, era reservado y silencioso, ella, ella alocada y expresiva. Al tocar la tierra de Inglaterra, más específicamente en Londres, sentían que sus vidas, podrían dar el comienzo que, en algún momento, sin ni siquiera conocerse, añoraron tener. Un inicio donde no estuvieran marcados por sus legados o por el poder de sus dinastías. Esta era la oportunidad de ser ellos, en el hogar, que estaban por formar. ― El maldito idioma ― Refunfuñaba Anaís mientras trataba de entender letreros, guías y conversaciones. ― No es un problema ― Se acercó hasta la indicación que ella trataba de entender en la esquina de una calle poco poblada. ― Es por allá ― Le indicó con la mano. ― ¿Cómo sabes inglés? ― Guardó silencio ante la indagadora ― ¡Vamos! ― Le alentó a caminar. ― Pero dime ¿Cómo sabes inglés, español y francés? ― Es uno de los beneficios de mi pasado ― Respondió corto y caminó solo un par de pasos atrás de ella. ― La inmortalidad, el conocimiento… ― Dudó un poco y negó con la cabeza ― Mejor no pienso en lo que creo que debería. ― A veces lo mejor es no entender. ― Eso se dice cuando no quieres hablar de algo. ― Soltó una risita burlona. ― ¿A dónde vamos? ― Él cambió de tema, con la velocidad y facilidad que ella también lo hacía. ― Londres aún no se despierta de la guerra. ― Son tierras similares, pero no iguales. Los tiempos difieren y ellos tienen una lucha propia, en este momento. ― En silencio, concluyó algo en su mente. ― Sabes muchas cosas, también. ¿Es parte de tu pasado? ― Mi conocimiento es limitado… Una estúpida sentencia nos cegó ante algunas cosas y nos privó de otras. ― Recordaba con enojo. ― ¿Sentencia? ― Replicó sonriendo ― Errores… sentencias ― Se burló. Anaís se detuvo abruptamente, Jerome estaba distraído y notó el movimiento, solo cuando estuvo sobre ella, impulsándolos a los dos, al suelo. ― ¡No te fijas! ― Le recriminó ella, en el suelo, debajo de él. Jerome reía y la sensación de incomodidad por la situación, se esfumó de inmediato. Anaís reía también, ambos en el suelo y ante las miradas de los transeúntes. Las caras largas de los lugareños, no compaginaban en nada con las risas de los extranjeros. ― ¡Vamos! ― Le extendió una mano para ayudarle a levantar, luego de que él ya estaba en pie ― Levántate, quiero llegar a casa. ― ¿A que casa? ― Anaís se sostuvo de la mano de Jerome, para levantarse y tratar de limpiar un poco, el ligero vestido que llevaba y la caja de cartón, esa que ha cuidado con recelo todo el tiempo. ― ¿A dónde vamos? Anaís continuaba riéndose, mientras retomaba la velocidad en el andar y Jerome se quedaba un par de pasos, atrás de ella. ― Jerome, todo un ser de luz, con más misterios encima que estrellas en el cielo. Con secretos, dramas, pasado, con todos los idiomas y el conocimiento absoluto ― Jerome paso de la risa al enojo, creyó ser alabado, pero esto era más una burla ― Y ¿Aun no sabes que las casas no crecen en arboles? ― Tienes un plan Anaís, lo sé. No andas por hay caminando, con aires de seguridad, cuando no sabes a donde ir. ― Ni siquiera me conoces tanto, como para andar asegurando eso ― Balbuceó enojada. ― Entendí la mitad de tu reproche. Aunque creo que alegas, que no te conozco. Dime si ¿Me equivoco en algo de lo que he dicho? Negó sin hablar. Solo moviendo la cabeza de lado a lado. ― No me das la razón, pero sabes que la tengo. ¿A dónde vamos? ― Cuando lleguemos y lo veas te darás cuenta. Caminaron por casi una hora, Jerome angustiado por la energía que les consumía el recorrido que llevaban. Anaís deseosa de encontrar el lugar que le fue señalado. Aun mantenía ciertas relaciones con algunos seres de su pasado y eso le daba cierta ventaja ante las problemáticas que solo se presentan en la tierra. Como esa necesidad que ella creía estúpida, de buscar un lugar estable donde vivir, caminar, alimentarse y compartir con los demás, todo lo anterior. ― Antes que lo preguntes ― Anticipó el reclamo de su pareja ― Estamos próximos a llegar. Si levantas la mirada quejumbrosa del suelo, verás lo que será nuestro hogar. Jerome lo hizo ilusionado, ante ellos, se abría paso una construcción de grandes dimensiones. Desde donde estaban, se apreciaba solo el tamaño del lugar, pero sin mayor detallar. Él se giró de lado a lado, como buscando algo más, tal vez, por que no creía que, el elegante y enorme lugar que tenía a kilómetros de distancia, sería el hogar donde iniciaría una nueva vida con Anaís. ― ¿No te gustó? ― Preguntó ella decepcionada al girar y encontrarse con los gestos extraños de Jerome. ― Es que no veo Anaís golpeó la frente de Jerome, siendo él mucho más alto, debió ponerse en puntas de pies y hasta recostar su cuerpo sobre el de él para mantener el equilibrio. ― Lo tienes al frente Jerome. ― Ella se acercó para quedar hombro con hombro y confirmar la visual ― Estos tres metros más arriba de mi visual y dices que no ves nada. ― ¿Hablas de eso? ― Señaló la construcción mientras retomaba el andar que ella detuvo. ― De que más… Por supuesto Jerome. ― Me estoy arrepintiendo ― ¡No puede ser! ― Gritó irritada ― Lo que me costó hallar un lugar así para darte una vida de lujos, como al parecer tenías antes y te preocupa, para que ahora digas que te estas arrepintiendo. ― Le señaló el camino que ya habían recorrido ― Devuélvete, no tengo problema por eso. ― Anaís ― Le tomó el rostro y le dio un beso para callarla. Detenían el andar cada vez que la conversación subía de tono ― Me estoy refiriendo, a que me estoy arrepintiendo de haberte dicho mi nombre. Porque nunca lo había escuchado tantas veces como ahora. ― ¡Ah! ― Anaís guardó silencio para evitar tener que disculparse. ― Si me gusta el lugar. ― Jerome sonreía al notar la actitud pedante de Anaís. ― No tienes que disculparte niña, yo sé que te sientes mal por tu impulsividad ― Se inclinó un poco para quedar frente a sus ojos ― De todas maneras, yo adoro esa actitud caprichosa e irritante. ― Es mi mejor virtud ― Rieron al tiempo. Él le tomó de la mano y caminaron los metros que faltaban para llegar finalmente a su lugar ― Debes decirme como lo hiciste. ― ¿Cómo hice qué? ― Esta casa, es lógico que no crecen en los árboles. ¿Cómo lo hiciste? ― Aún no sabes que hay cosas de las que no se pueden hablar ― Imitó la voz de Jerome. ― Cosas como… ¿La caja que llevas tratando de ocultar? y que, de alguna manera atravesó el espacio y el tiempo. ― Cosas como esa, tienes toda la razón. Pero, te equivocas en algo. No estoy tratando de ocultarla, es solo que, su contenido no puede ser visto por cualquiera o podrá ser perjudicial. ― Sé exactamente que son las hojas de oro, el libro dorado o las exequias de aurum. ― Si sabes tanto, para que preguntas lo obvio. ― Tienes razón, tienes razón. Entraron al lugar, se veía conservado. Nada afectado por el tiempo o el abandono. Era fácil presumir que estaba habitado y eso alertó a Jerome. ― No podemos entrar ― Se detuvo al notar que, hasta un par de platos, estaban aún servidos en la mesa. ― ¿De qué hablas? ― Esta habitado ― Le señaló los platos. ― ¡No! ― Se burló ― No lo está. De eso estoy segura, ven Je… ― Recordó el reproche del hombre acerca de su nombre ― Ven, vamos a revisar. Te aseguro que, de esto, si tengo la certeza. Jerome continuo el ingreso, con las dudas en su mente acerca del destino de las personas que habitaban el lugar. Anaís sabía perfectamente lo que había pasado, pero no hay manera de explicarle a un ser luz, uno de los iluminados celestiales que justo llego a la tierra para unir su vida a ella, que no era precisamente un alma clara, como desapareció una familia entera, por que el padre, quién había prometido el alma de su hija menor, ahora estaba pactando su descendencia con luz clara, prometiendo fidelidad a una religión, sabiendo que debía entregar el cuerpo de la niña. Jerome no estaría de acuerdo con eso, ni mucho menos, con la manera en que ella cobró ese favor, con sus contactos del averno.
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