¡Oh England!

513 Words
El ambiente era silencioso, ni siquiera se percibía la respiración de la pareja. Jerome confiaba en Anaís, eso ella lo tenía claro, pero sin embargo el temor de ser identificados y atacados, le angustiaba más de lo que podría controlar. Sin la fuerza completa de la inmortalidad, por la gestación de la niña, Jerome y Anaís, no eran más que dos seres con capacidades especiales, siendo buscados por ejércitos de ángeles y con cuentas pendientes en sus mundos, tratando de esconderse en la tierra. Ella cerró los ojos y tomó las manos de Jerome, estaban sobre el suelo y el frío de la madrugada comenzaba a taladrarles los huesos. ― ¿Puedes…? ― ¡Shhhh! ― La pregunta de Jerome fue interrumpida por la sentencia de Anaís. Continuaron con los ojos cerrados y en un silencio forzoso para él. Ella recetaba sus enseñanzas, trataba de conectar su alma con otro tipo de energía, una que no tenía que ver con las fuerzas oscuras o iluminadas. La fuerza del tiempo, la que podía llevarlos de un punto a otro o matarlos. Era una cosa y otra. Si Anaís lograba empalmar sus almas con el aura de Tempestas, aquel ser que dominaba los misterios de las horas, minutos y segundos, podría ayudarles para llevarlos a otra ciudad y huir, sin necesidad de usar su energía. Serían absolutamente indetectables. Pero, si Anaís no coincidía con él, si en su lugar fallaba y entraba en el momento inadecuado al aura del patrón del tiempo, irrumpiendo sin permiso, serían pulverizados en medio del vacío espacial y mundano. Lo que más le inquietaba no era eso, perderse en polvo en un lugar de la vida que nadie conoce e intuye. Lo que le preocupaba era la reacción de las cortes celestiales e infernales, cuando descubran que Tempestas, había pulverizado a dos de sus seres. ― ¿Listo? ― No, por supuesto que no. Pero no hay opción ― Jerome sonrió ― No mi amor, no la hay. Si lo logramos, estaremos en Inglaterra en cuestión de segundos. ― ¿Anglicanos? ― Lo sé. Pero quien me busca, no topará las tierras de Inglaterra. Estaremos a salvo, mientras desciframos como dejar de lado nuestra naturalidad y ser mortales. ― Solo debemos confiar. Creo que las profesiones de fe, serán útiles en este momento. ― Creo en ti, creo en esto que vivimos. Apuesto a que, no se esperan esto de nosotros. ― Y, una apuesta se paga, con sangre o con el alma. ― Te entrego mi alma Jerome. Te entrego todo lo que quise tener al llegar a París, te entrego mi libertad. ― Pagaré lo que me das, con el mismo precio Anaís. Jerome se acercó, solo lo necesario para topar sus frentes. ― Estaremos bien, si estamos los tres. ― Sabes que es una nena. Lo sientes ¿Verdad? ― Ahora más claro que antes. Sonrieron y cerraron los ojos, las manos sin soltarse, los cuerpos se equilibraban en respiración y latidos unísonos. Anaís logró el estado de energía, el momento exacto en que Tempestas estaba disponible.  
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