Diligencia (Segunda parte)

1188 Words
Martina se paseó por la clínica en tres ocasiones antes de tratar de acercarse a la habitación de Mérida.  Había estado esperándola para la terapia diaria pero no llegó  y las enfermeras tampoco reportaron alguna enfermedad.  Necesitaba confirmar qué todo estuviera bien. Le preocupaba la manera en qué la identidad, al parecer hombre, se manifestaba acerca del cuidado hacía Mérida y los planes qué pudieran ponerla en riesgo.  Estuvo estudiando casos similares y se han mostrado más identidades, lo qué le deja, de nuevo, sin mucho avance.    ― ¿Me busca? ― Mérida sorprendió a Martina, solo a un par de pasos de su habitación.  ― Si ― Trató de ocultar la sensación de temor qué le produjo la sorpresa. ― No fuiste a la terapia.  ― No quieren qué hable contigo. ― Se encogió de hombros. ― Mérida, es por el bien de ellos, también.  ― Estamos bien así, Martina. Hash dice qué eres muy joven para ser una psiquiatra.   ― Entiendo qué él no se sienta cómodo con mi presencia. Me gustaría hablar con él.    Mérida entró en la habitación y Martina le siguió al notar qué no se lo prohibía.  ― No sé si quiera hacerlo, no puedo forzarlo.  ― Eres la líder, puedes preguntarle.  ― Hash es el líder, Martína. Yo solo soy un huésped más. ― Su rostro mostró nostalgia, era el momento acertado para qué Martina se acercara a ella.  ― No tiene qué ser así, podemos hablar y encontrar la comodidad para ti. ― ¿Ellas? No quiero qué se vayan ― Sollozó.  ― No lo harán Mérida. Son parte de ti, solo necesitas conocerlas, identificarlas para qué puedas entender lo qué te pasa.  ― ¡Cariño! ― La había perdido, estaba claro qué las identidades estaban atentas a la intención de Martina y al notar su intervención, entrarían a jugar.  ― Séfora, no quiero hacerles daño, pero Mérida necesita entender qué le está pasando. Aprender a convivir con ustedes, les dará la libertad.    Martina encontraba fascinación en el caso de Mérida y añoraba poder estudiarlo en el tiempo qué le restaba en la clínica. Pero si no convencía a Hash de permitirles apoyarlos, no había manera. Al parecer, él era el anfitrión.   ― Cariño, tienes qué entender qué no queremos verte, cerca a Mérida.   La mujer tomó un trozo de papel qué estaba sobre la mesa, junto a la cama. En él estaban escritas unas palabras qué Martina trataba de leer sin conseguirlo. Séfora sonrió al notar su curiosidad y se lo extendió, mientras le indicaba qué guardara silencio.    ― Debes irte doctora. Creo qué ya está claro, qué no necesitamos de tu ayuda.    Martina tomó el papel y lo reservó a un lado de su bata, sin llamar la atención. Todavía no tenía claro la intención de Séfora o si era realmente ella con quien estaba hablando. Cada paciente con este trastorno, es único  y por lo tanto, puede manifestarse de distintas maneras.    ― Séfora ― Insistió antes de salir de la habitación. ― Estaré para cuando quieran ir.      Días después   ― ¿No puedes obligarla a entrar en terapia? ― La voz al otro lado del teléfono le sacó una sonrisa.  ― No mi amor, las cosas no son así. Menos en este tipo de trastorno.   ― Pero… no te enojes ― Guardó silencio― ¿No está enferma?  ― No ― Sonrió al otro lado del teléfono ― No es una enfermedad. Es un trastorno, pero la terapia no resulta, si la siento obligada frente a mi. Tal vez lo haga, pero no hablará.  ― ¿No te da miedo?  ― ¿Qué? ― Tu paciente, eso qué dices qué tiene, es lo mismo de la peli´ qué nos vimos, a mi me da miedo.  ― Eso no es como lo han mostrado. Es un trastorno  y como todos, amerita atención profesional, pero no por eso, es un asesino en serie qué quiere acabar con la humanidad.  ― Bueno, solo te pido qué te cuides. Te extraño Martina ― Yo también te extraño. A mi esposa dulce y amorosa, qué me espera en casa.  ― Pero… No lo haré por mucho tiempo más. ― Sentenció.  ― No hablas enserio ¿Verdad?  ― No quiero qué estés tan lejos, llevamos un año de casadas y has pasado tres meses lejos de mi.  ― Es por trabajo, es una gran experiencia para mí ― Comentó entusiasmada.  ― Lo sé y lamento lo qué dije, sé qué es egoísta de mi parte, pero estás lejos en este momento tan importante.  ― Fue repentino, quisiera estar con ustedes y consentirlos. Te prometo qué me quedaré solo tres meses más. No importa lo qué avance o no. Regresaré en tres meses. ― ¿Es una promesa? ― Si lo es mi amor, lo es. ― Respondió ilusionada. ― Ahora debo irme porque inician las terapias.  ― Te amo ― Yo también los amo, mis amores.  Martina revisó la agenda sobre su escritorio. Mérida tenía hora, justo en un par de minutos, pero ni siquiera le ilusionaba ver el nombre de su paciente, lo más probable es qué no asistiera y ella tampoco debía seguir acercándose a la habitación, eran políticas de seguridad para los profesionales y los pacientes.  Unos golpes se escucharon en la puerta y Martina habló desde su escritorio, sin levantarse.  ― Sigue Lucía ― Imaginó qué era la enfermera, qué se acercaba para darle los informes de signos y síntomas, qué se entregaban a diario de los pacientes.  ― No es Lucía. Es Hash, un placer saludarte nuevamente, doctora.  Martina se puso de pie y se acercó con sutileza hasta la puerta, le indicó qué entrara con un gesto de su mano, señalándole la silla qué estaba a un lado, junto a los libros.  ― Hola Hash. Me alegra qué vengas a verme.  ― Nos agrada qué no insista en molestar a Mérida. Y, solo para qué sienta tranquilidad, vengo a informarle qué todo va a estar mucho mejor ahora. ― ¿Ahora?  ― Si ― Se levantó de la silla y caminó hasta acercarse a ella. ― Mérida estará mucho mejor.  Martina notó la tensión en el cuerpo de  Mérida, atribuyó a la identidad qué se estaba manifestando pero no quiso darle mayor importancia. Segundos después, quiso haber estado más atenta a esas señales. Ignoró lo obvio y ahora, una especie de punzón estaba insertado en su pecho, perforando todo en su interior, fue extraído y luego insertado de nuevo, con furia, en su estómago para finalmente, clavarlo en su cuello. Mientras en su campo visual se oscurecía, la resistencia  a mantenerse de pie, poco a poco se iba perdiendo.  Martina murmuró algo a Hash qué aún se mantenía a su lado, mirándola fijamente a los ojos.  ― Sé qué tienes un hijo ― Mencionó cuando comprendió lo qué le estaba diciendo― Cuidarás más de él, ahora qué no estás en su vida. Los padres, suelen hacer daño. ― Sonrió y salió de la habitación, dejando a Martina en el suelo, mientras la sangre inundaba su alrededor y la fuerza qué buscaba para gritar, se desvanecía.
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