Goodbye, mine.

2106 Words
El ambiente estaba tan irritante como doloroso. Para ninguno de los protagonistas del evento, era fácil lo que estaban viviendo. Anaís se mantenía levitando cerca a Pandora, Jerome llorando de rodillas.  — No pongas un dedo en ese libro  — Sentenció de nuevo. La energía de Pandora no le dejaba avanzar.   — No te metas Anaís, vuelve a tu rincón.   —  No lo toques, no tienes ni la posición, ni el conocimiento para hacerlo.   Pandora seguía ignorando la voz de Anaís, insistiendo desde lo lejos, para qué desistiera de su intención. Solo qué ella pensaba más en los beneficios enormes de entregar el libro a su superior. Negociar la libertad de su amado, sería lo primero.   —  ¡Deja el maldito libro!  —  Gritó Jerome desde el suelo.  —  Déjala qué se largue. No puedo verla.   —  No creas qué no siento igual. Lo qué hicieron, toda tu corte, lo pagarán con la misma sangre, con la qué mi niña pagó.   —  No te atrevas a negar qué no fue tu padre y todo su séquito.    —  No me interesa hablarte. Ordénale a tu amante qué se aleje del libro. Tú sabes hasta dónde puedo llegar y lo mucho qué anhelo tener en mis manos, el cuello de esa mujer.   —  ¡Deja el libro Eva!   — Le gritó Jerome de nuevo. La mujer se hizo a un lado, un par de pasos atrás y Anaís descendió hasta qué sus pies tocaran el suelo. Volvía a ser la misma, ni siquiera los rastros del golpe propinado por Jerome, estaban en su rostro.   —  ¿Cómo es qué te recuperaste?   Sonrió, se burlaba de ellos. Jerome estaba física y emocionalmente derrotado. El dolor de la pérdida le disminuye abruptamente el poder físico. Se le veía desgastado, abrumado y derrotado.   —  Esto era lo qué querías  —  Le señaló trozos del cuerpo, Anaís giró el rostro por impulso pero retiró la mirada apenas se enfrentó a lo qué estaba tratando de ignorar.    No le daría el gusto de notar el daño qué tenía en el alma. Su cuerpo era un transporte, ella podría abandonarlo y tomar otro, solo qué con este tenía un pacto de aprendizaje. Lo hurtó cuando la dueña falleció por problemas cardíacos y juró usarlo para aprender, por eso no lo podría profanar, abandonándolo  sin razón.     —  Respóndeme Anaís  —  Rogó  —  Hazlo por Camille, por ellas dos.  El tema era complicado, Jerome sabía la debilidad de la mujer por la jovencita qué dejaron muerta en una habitación de París. Nada le causaba más dolor qué el triste destino, injusto y egoísta qué recibió la jovencita, por su culpa.   —  ¡Sucio!  —  Gritó enojada.   —  Anaís  —  Rogó de nuevo  —  No te das cuenta como el dolor me tortura. ¿Cómo te recuperaste?  No podría decirle, qué moría por recoger los trozos de carne y usar toda la fuerza de su vida, hasta perder su alma, para recomponer el pequeño cuerpo de su hija, aunque fuera solo para besarla una vez más y darle una sepultura.     —  Me marcho y lo  harás también  —  Se acercó a Jerome, pasando por el frente de Pandora, sin ni siquiera mirarle.  —  Continuarás con tu vida, como lo hacías antes de conocerlos. Porque los dos sabíamos exactamente lo qué éramos y lo imposible qué sería querer estar juntos.  —  Se inclinó para quedar de frente a sus ojos.   —  Fallé, en la tierra… Lo hice.   —  No somos de este mundo, no sabíamos cómo actuar.  —  Ella se mostraba complaciente y madura. Pero en su interior, añoraba perder el control y despedazarlos, uno a uno y sin qué tuvieran oportunidad de suplicar por sus vidas.   —  Perdóname Anaís. Te hice daño.   Ahora Pandora se mostraba incómoda, quiso desviar la mirada ante un posible beso de despedida, pero lo qué tenía a su espalda o al lado contrario de la escena de la pareja, no eran más qué restos de cuerpo, piel y sangre. Se asqueaba solo de recordarlo.   —  Nosotros nos lo hicimos. Yo, se lo hice a Camille, Tu, a mi. Ahora, a ti te toca compartir el dolor de nuestra hija, conmigo. Pero ya no tenemos nada qué hacer. Ni los dos, ni aquí. Vuelve al jardín, Regresa con ella.   —  Le señaló a Pandora y la mujer le sostuvo la mirada.   —  No lo lograré.   —  Si seguimos en la misma habitación, nada de esto saldrá bien Jerome. Sabes quien soy, la fuerza y el poder qué tengo para intentar destruirte y acabar con ella en segundos.  Pandora se burló con un gesto sonoro.     Anaís se levantó con calma y colocó su mano derecha sobre el hombro de Jerome. Levantó la izquierda, señalando a Pandora y con el movimiento, la mujer fue suspendida en el aire.   —  Recupera su inmortalidad  —  Pandora lo vio en esas imágenes qué llegaban a su mente y su comentario fue una súplica por ayuda.   —  ¿Crees qué no puedo lastimarte? Eres subalterna, no una deidad. A ti te destruyó en segundos. Es solo qué lo piense, por qué anhelo hacerlo.   —  Déjala Anaís  —  Rogó Jerome.  —  No me queda nada.  —  Qué triste debe ser tu vida Eva, eres creada para satisfacer los deseos de un hombre caprichoso y mimado. Para completar, ahora te culpan de su afán de poder y de escapar del paraíso para probar los placeres terrenales. Aún así lo buscas, llegas a la tierra para seguirle y cuando no puedes tenerlo, como lo hice yo, entonces te metes en sus sueños y le das lo qué te pida.   —  Déjala ya Anaís  —  Solicitó Jerome, sin mayor presión.   —  ¿Estás de acuerdo con ella?  —  Pandora hablaba con esfuerzo, la presión, aunque fuera energética, la hacía en su cuello y eso le robaba aliento.   —  ¡Bájala!  —  Gritó  —  Maldita sean las dos.    Pandora cayó al suelo cuando Anaís bajó la mano. Caminó hasta el libro dorado y lo tomó, se acercó de nuevo a él y le cubrió en un beso apasionado, mientras con la otra mano, acariciaba su cuello y pómulos. Jerome le besó con fuerza, el deseo ardía en los dos, como el primer día qué se conocieron. Él se levantó de suelo, apretando el cuerpo de Anaís contra si y le  recostó sobre el mesón de la cocina, ese donde todas las semanas, se entregaban en un sexo pasional y bien ejecutado. Los besos continuaron solo por unos segundos más, pero ni ella, ni él, estaban en la sintonía de antes. Él le soltó, mientras desde lo lejos, casi a las afueras de la casa, Pandora le miraba con enojo. Anaís bajó y tomó el libro qué dejó a un lado en el momento sensual qué disfrutó con Jerome. Ante la mirada de él y Pandora, se esfumó como el humo, dejando una capa espesa de vapor y un olor a azufre qué en cada segundo se hacía más intenso. Jerome sabía qué esta era la última vez qué le veía o rozaba sus labios y no se lamentaba de haberlo hecho, ni siquiera de haberse acercado a ella, aún con el dolor qué suponía, poder experimentar.     — ¡Nos vamos!  — Sentenció Jerome caminando hasta Pandora  — No hay nada qué hacer aquí.   — No puedes entrar al jardín.   — ¿Por eso querías el libro?  — Ella bajó la mirada, olvidó lo mucho qué él le conocía  — Eva, no debes tratar de salvarme de nada.   — Te quiero conmigo, allí en nuestro hogar.    Jerome la tomó de la mano y se acercó para besarla, Pandora sintió rechazo, teniendo en cuenta el momento anterior con Anaís.   — ¿Qué pasa?  — Inquirió buscando su mirada.  — ¿Anaís?  — Le refutó.  Pandora asintió y él sonrió, algo corto, con la,  poca fuerza, qué tenía dentro de sí.  — Ella no es ni la mitad de lo qué eres en mi vida, Eva. Pensé qué lo tenías claro.  — No puedes pedirme qué no me duela. ¿Cómo te sentirías si yo lo hiciera? Se mostró ofuscado  — No es momento de hablar de esto.   — ¿Cómo vamos a volver? —  Trató de cambiar de tema, para evitar qué se enojara aún más. — No tengo nada qué ofrecer.  — Si tenemos algo. Algo qué él desconoce, tengo en mi poder. Mucho menos le va a agradar, qué permanezca en la tierra.  — ¿De qué hablas?  — Acompáñame, tenemos qué viajar por varios días. Recuperar eso, es mi boleto de ingreso al paraíso. — Y, unas cuantas promesas, no creas qué tu padre te dejará entrar fácilmente sin exigirte.  — Eso no me preocupa Eva, yo sé ser su hijo predilecto. — Lo qué dijo Anaís… — Señaló cómo en un reproche.  — Ella no mintió, pero eso lo sabías ya. Fuiste creada para satisfacer mis deseos y acompañarme. Lo único qué ella no mencionó es qué yo te amo, más de lo qué amo a cualquier cosa en mi vida y qué, si pudiera tenerte en la tierra, a mi lado, ni siquiera pensaría en volver al jardín.  — ¿Lo dices de verdad?  — No tengo qué mentirte. De nada me sirve hacerlo, lo único qué amé más qué a ti, se fue de este mundo, antes de qué pudiera darle mi amor. Ahora solo me queda tu y por estar contigo, haré lo qué él me pida.  — No va a ser fácil Jery. Está enojado. — Ya verás qué cuando le muestre lo qué tengo, las cosas serán diferentes.    Caminaban a la salida de la casa, Jerome quiso regresar, sentía un apego por el lugar, entendiendo qué se trataba del cuerpo de su hija.    — ¿Quieres enterrarla? — preguntó con suavidad Pandora — No podría recoger los pedazos. Me derrumbaría.  — Yo lo hago — besó sus labios con ternura. — Espera aquí y yo dispongo de todo, de la mejor manera.  — Iré por una pala, voy a cavar su tumba, será lo último qué pueda hacer por mi hija — Lloraba de nuevo con fuerza — Mientras lo haces. No puedo estar aquí sentado sin más. Ni siquiera sé qué pensar.  — Lo vas a lograr. Haré todo lo qué deba para darte una alegría similar.  — No me debes nada Eva. Estar a mi lado es lo qué más necesito.    Ella no quería recordar, qué su cuerpo, aunque se materializaba en la tierra, no estaba creado como los mortales. No tenía órganos, ni sistemas como los demás. Era una energía qué fluía por su mundo. Pandora entró a casa y se detuvo unos minutos para procesar lo qué haría.  Debía disponer de una manera respetuosa, de los trozos qué restaban de Camille, la hija de su único amor. Aunque no quisiera involucrarse, el dolor le afectaba.  Encontró una caja de madera, al parecer de verdura o algo similar. No se detuvo en los detalles, solo mantuvo el pensamiento enfocado en Jerome, esto qué estaba haciendo, era un alivió para su hombre. Recopiló los trozos qué pudo, no escatimó en tiempo o esfuerzo, lo importante era no dejar el cuerpo a una posible profanación, algo qué la pareja no había sopesado. Camille era hija de dos deidades, semi inmortales, de poderes disminuidos, pero presentes.    Salió de casa y Jerome estaba recostado sobre la hierba, al oír sus pasos se levantó de inmediato. El sol ya estaba en su máximo esplendor, el día sería el protagonista de un entierro muy poco planeado y nada elegante.    —  Vamos a hacerlo —  Le impulsó Pandora —  ¿Está allí? —  Señaló la caja.  —  Si… pero no la mires —  Suplicó. —  No sirve de nada. Guarda en tu mente su último recuerdo. —  Gracias —  Comentó con sinceridad.  —  Hagámoslo —  Suplicó —  Es difícil de procesar.  —  Lo sé, lo siento. Ponla allí. —  Le apuntó el lugar donde había excavado. — Vamos, lo haremos juntos y te despedirás. — Caminaron un par de metros hasta donde Jerome preparó el terreno para el entierro de su niña.  Se detuvieron unos minutos, mirando la caja en el suelo. Jerome lloró, le dijo todo lo qué planeo a su lado y le habló de Anaís. Luego Pandora tapó con el tumulto de tierra. Y salieron del lugar en silencio. Ahora era momento de volver por lo qué había dejado el día de la fiesta, con el marqués de Sirley. Ese era su pase directo para entrar al jardín y tratar de vivir en paz al lado de Eva. O, para tener algo de tiempo y planear su venganza. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD