I lose you

1031 Words
Los días pasaban y la relación de la pareja se dividía. Un dolor espesaba el ambiente, ni Anaís sabía de que se trataba la incomodidad, ni Jerome lo que había hecho tan mal, como para perder la tranquilidad en casa. Anaís esperaba en la habitación, en cada minuto y hora del día. Al anochecer, cuando Jerome salía de casa, una costumbre que había tomado sin razón alguna y aún conociendo la resistencia de Anaís a estas prácticas. Pero, así era más fácil hacer las cosas, así no tendrían que verse la cara y Jerome, en el día disfrutaba de las visitas de Pandora, aunque solo pudiera hacerlo en su pensamiento. Anaís repasaba y repasaba su accionar, estaba próxima a abandonar la tierra, partiría con Camille en sus brazos, rogando que la energía de las tinieblas no le esfumara la criatura de sus brazos. A fin de cuentas, ni siquiera sabía cómo tratar a un bebe mortal, es más, no entendía si su hija era mortal o una especie de ser inmortal con aspecto humano, como ahora, lo eran sus padres. Una noche, de esas en que él salió de casa, ella aprovechó para recorrer la casa y pasear por los jardines en los que las plantas, se habían marchitado de a poco. Le sorprendió el aspecto lúgubre del lugar, ya nada se miraba como antes, la vitalidad que en un momento abundo en la enorme casa con aspecto de castillo, era ahora como una maldición que había inundado sus paredes de una espesa capa café, la vegetación que creció como enredadera por sus muros, ahora yacía muriendo de abandono. ― Tu padre, ha olvidado prestar atención al jardín ― La beba de escasos dos meses de nacida, apenas y prestaba atención a las palabras de la madre.  ― No sé si es por mí, creo que no. Es por algo, que no puedo decirte en este momento, aunque algún día vas a enterarte. Recorrieron los amplios terrenos, a la luz de la luna, no se veían casi estrellas y Anaís recordó lo mucho que deseaba dormir sobre la hierba cuando estuviera en la tierra, eso era algo que observaba desde su hogar. ― Ven, vamos a acomodarnos sobre la hierba. Pero, primero traeré la manta de nuestra cama y un libro que necesito leer. Anaís entró en casa, Jerome había llegado sin que ella lo notara. Estaba dormido en el sofá. ― No tarda en gemir, ella está en sus sueños y eso lo aleja de mí ― Murmuró y se reprendió al decirlo frente a su niña ― Pero, eso no es problema para tu mami, yo estoy feliz a tu lado y nosotras podemos hacerlo. Dejo a Camille en la cama, mientras pasaba a la cocina, con el cuidado de no despertar al hombre para no tener que verle ebrio y mareado, sin imaginar donde pudo haber estado todo el tiempo que no lo hizo en casa. Se acercó a los muebles superiores, donde mantenía oculta la caja con el libro de oro, necesitaba revisar un par de cosas antes de su plan de marcharse, para percatarse de mantener a salvo a su pequeña nena. Lo tomó, sin mayor inconveniente, el libro se acercaba a ella como un imán. Era una atracción magnética que tenía por el permiso que le fue dado para manipular la información que allí se desarrollaba. ― Vamos ― Susurró a la niña mientras la levantaba de la cama, envuelta en la misma manta que usaría para recostar sobre el prado. De salida tomó la caja y finalmente se dirigió hasta el lugar que encontró más agradable para compartir con su niña. Dejó la casa en el suelo y desenrollo a su beba de la manta, como pudo y con una sola mano, estiró la sabana y dejó a la nena en una esquina para estirar la tela del otro lado. Centro a la niña, ella se mantenía despierta, con la mirada fija al firmamento, tomó la caja y al sacar el libro, las hojas se iluminaron sutilmente, era algo que pasaba siempre que ella lo tocaba, en ocasiones, su piel y cabello también lo hacía, pero teniendo en cuenta el gran poder que ha perdido, esta vez no sucedió. Anaís removió las hojas, sabía lo que estaba buscando y cuando lo hallara se detendría para analizarlo con prudencia y calma. Pero algo en Camille, desvío su atención. La nena no se encendía como ella, pero el collar que Jerome dijo, le había dado, si estaba irradiando, extrañamente, no como una luz amarilla, si no con un rojo intenso. Anaís lo pensó, dudo, pero en el fondo, creyó entenderlo. Le fue explicado que las energías no podían unirse de esa manera como ellos lo habían hecho, cuando eran puras. El collar era puro, era energía celestial en su máximo esplendor y las hojas doradas, eran todo lo contrario, con la misma pureza.   ― Guardaremos el collar, para cuando mami termine de leer lo que necesita. Lo retiró con cuidado y se alivió de hacerlo, el metal estaba calentándose de a poco y podría lastimar la piel suave de la beba. ― Espérame acá mi niña, iré a guardarlo en casa para que no se nos pierda y luego tu padre se enoje. Ella no intuyó, ni siquiera sintió la energía tan fuerte que estaba vigilándolas. Centenares de criaturas de un bando y del otro, se peleaban por llegar a la beba. En cualquiera de los mundos, una hija de dos entes, era una barbaridad, algo que no tenía lógica y dejaba a sus gobernantes en ridículo. La orden era clara, la niña sería eliminada y la pareja, volverían a casa, no importa el precio que en el cielo o en las tinieblas, se deba pagar. Anaís volvió, lo que tardó fue menos de un minuto por que corrió de ida y vuelta, pero eso no ayudo en nada. La beba ya no estaba, había sido sustraída de su lugar y la imagen que quedó sobre la sabana, motivo un grito desgarrador que fue a dar hasta los sueños de Jerome. ― Camille ― Chilló Pandora ― El collar… ¡Ve! ― Le gritó a Jerome. 
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