Diligencia

1082 Words
― Necesitas hablar conmigo ― Suplicó nuevamente. ― No tienes con quien hacerlo. ― No sabes nada y no lo entenderás. ― Estoy para ayudarte, pero no puedo hacerlo, si no hablas conmigo. ― No dicen qué aquí se puede hacer lo qué te haga feliz ― Refunfuño. ― Has estado viniendo a terapia por más de dos meses, sin hablar. ― Y qué, si quiero seguir haciéndolo. ― Qué no vamos a avanzar si no hablas conmigo. ― Avanzar ¿A qué necesito avanzar? ― A un punto en el qué te sientas mejor. ― Estoy mejor. ― Lo estas, por la medicación. ― Entonces deja qué la tome por toda la vida. ― No sería una buena profesional si tomas tu medicación, toda la vida. ― Tal vez, ese es mi destino. ― ¿Piensas en tu destino? ― No con regularidad, lo hago solo para distraerme de las voces ― Sonrió con malicia. ― ¡Ah! Las voces. Cuéntame de las voces. ― No, a ellas no les agrada qué revele su identidad. ― ¿Tienen identidades? ― Masculló mientras tomaba nota de manera sutil. ― No tomes nota, ahora saben qué estás hablando de ellas y eso les incomoda. ― ¿Las voces no quieren qué me cuentes? ― Por qué repites lo qué dice. ― Afirmó con una voz más dulce. ― ¿Cómo es tu nombre? ― Sonrió amablemente. Ella tenía claro qué, quien se comunicaba, era otra identidad. ― ¿De qué hablas? Bonita ― Su paciente sonrió con ligereza, tratando de desviar la atención en los detalles. ― ¿Cómo es tu nombre? Puedes confiar en mí, ella lo hace. ― Ella no difiere entre el peligro y la protección. ― ¿Por qué lo dices? ― La profesional respondía con prontitud, no quería perder la conexión con la personalidad. ― Es tonta, se deja enredar y afectar. Por ella estamos aquí. ― ¿Quienes? ― No dejaba de verle, ni le daba espacio para notar lo mucho qué extraía en cada conversación. ― Nosotros, bonita― Sonrió de nuevo y cerró los ojos. El foco había cambiado y ella lo sabía. Ahora, rogaba por encontrarse de nuevo con Mérida. ― ¿Quién eres? ― Preguntó con sutileza. ― ¿De qué hablas? Era ella, es claro qué estaba frente a su paciente. Su posición, la manera de liberar las manos a los lados y su falta de empatía, dejaba claro qué era ella. ― ¿Cómo te sientes? ― Desvío la atención. Necesitaba recuperar su confianza y qué lograra hablar con ella o de nuevo caería en el silencio y le perdería. ― Como me he sentido desde qué llegué a este lugar. ― Puedo intuir qué, bien. ― Sugirió. ― Es tu intuición ― Se encogió de hombros. ― Mérida, necesito qué hablemos de lo qué pasó. ― ¿Qué pasó? ― Mérida ― Reprendió con sutileza. ― ¿Si? ― La voz se agravó, otra identidad se estaba mostrando. Conocer a dos, en una misma sesión, era algo qué podría considerarse como fortuna, teniendo en cuenta el caso de Mérida y su afectación. Muchos profesionales habían tomado su caso sin ofrecer mayor avance. Pero ella no era como los demás. Su estudio, profesionalismo y conocimiento en este tipo de trastorno, le llevó a trabajar en uno de los centros más reconocidos a nivel nacional, más por su ubicación qué por su atención. Estaba diseñado y construido en el lugar más recóndito del país, donde solo se accedía en helicóptero y con un permiso otorgado directamente por el alcalde en conjunto con el director del hospital. ― ¿Quién eres? ― Deja a Mérida en paz. ― Solicitó tajantemente. ― Mi intención no es molestarla. ― Lo hace y no lo soportaré. ― La voz era de un hombre, al parecer mantenía la edad de Mérida. ― Me disculpo por ello, quisiera entender en qué molesto. ¿Podría explicarme? ― Tal vez Mérida y Séfora, no notarán su interés en conocerles. Pero yo reconozco los profesionales como usted. Soy uno y sé qué sus preguntas, no son más qué investigaciones para iluminarnos. ― ¿Es usted un psiquiatra? ― Al parecer mejor qué usted, he notado su intención. Su terapia es netamente conductual y en ocasiones, algo de la gestalt se deja ver. Aunque trata de ocultarlo. ― ¿Me ha estado observando? ― Si, no es difícil. ― ¿Por qué no sale? ― Estoy afuera. ― Si, tiene razón. ¿Por qué casi no se manifiesta? ― No me corresponde. ― ¿Toman turnos? Rio de manera ruidosa ― No jovencita, y permítame decirle, qué lo es y mucho, para hacerse llamar psiquiatra. ― Tengo mi título, en ese lado de la pared. ― Le señaló el lugar donde casi una docena de cuadros, esperaban ser alabados. Martina era joven, más qué cualquier profesional con su preparación, pero todo lo consiguió con su amplio coeficiente intelectual y su memoria fotográfica. ― ¿Síndrome del genio? Martina sonrió y desvió la mirada. ― Puede decirse. ― ¡Oh! ― La dulzura en la voz se escuchó con claridad. ― Séfora ― Le saludó efusivamente, necesitaba mantenerla en el foco, era menos persuasiva y lograría un avance más significativo con ella. ― ¡Cariño! ― Era ella, ya lo había confirmado en su voz. ― ¿Cómo estás Séfora? ― Mantuvo el tono de voz armónico y sutil. ― ¡Oh! ― Su expresión le puso en duda por un momento ― Bien cariño, gracias por preguntar. ¿Tú cómo estás? ― Bien, Séfora. Esperaba qué pudiéramos ayudar a Mérida. ¿Qué opinas? ― Movió sus manos con sutileza, tomando las de ella e inclinando su cuerpo en el proceso. Debía mantenerse así, con discreción y elegancia. Séfora era una mujer elegante, probablemente de clase y distinción. Muy diferente a Mérida y mucho más a él. Martina repasaba en su mente la cuenta de identidades, llevaba tres y ese era un avance enorme para la sesión. Desde qué tomó el caso, una jovencita qué fue violada por veinte hombres en un autobús abandonado, de camino a su casa, a tan solo un par de kilómetros, Martina entendió qué se trataba de un trastorno de identidad disociativa. Pero a pesar del tiempo qué llevaba en el caso y de la cantidad de esfuerzo qué le había tomado, no lograba conectarse con las identidades ni cambiar el foco a alguien qué no fuera Merida.
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