Tuus sum

2374 Words
Horas pasaron, Jerome esperaba en la sala de la casa, sobre aquel sofá que le llenaba la cabeza de recuerdos y pensamientos ilógicos. Camille llegó hasta su mente y de repente sintió una tristeza invadirle. Era ilógico, no la conocía mucho, ni de antes. Pero esa jovencita solo quiso se amada y de repente, había salido de su casa a escondidas para dejar de existir, desvaneciéndose en el cuerpo. Y, ni siquiera habían pensado en la familia, los padres de Camille deben estar pasándola absolutamente mal, luego de llegar de su viaje y enterarse que su hija, desapareció sin dejar ningún rastro. La puerta se abrió y la luz de la habitación iluminó el rostro de Jerome. Él se levantó de golpe del sofá para encontrarse con los ojos verdes de Pandora, que traía en sus brazos un pequeño bulto envuelto en sábanas. No se oía llanto y eso le intimidó. No pudo leer las emociones de Pandora, hace mucho no puede leer sensaciones y con un ser tan especial como ella, era aún más difícil. ― Exactamente es una niña ― Finalmente ella sonrío y Jerome le imitó. ― ¿Esta bien? ― Preguntó susurrando mientras la tomaba en sus brazos. ― Es perfecta y hermosa. Tiene todo de tus genes Jerome. ―Pandora rozó el pómulo del hombre y el levantó la mirada que mantenía en su hija. ― Me haces falta, Jery. Nada es igual si no estás allí. ― Ya sabes que no puedo volver ― Bajó la mirada de nuevo y contemplo enternecido a su pequeña dormir. ― No entiendes nada. ¿Qué harás ahora? ― Mencionó ofuscada. ― No quiero pensar en nada, no en este momento. ― Levantó la mirada hacía la habitación. ― Duerme Jerome, ha sido duro para ella, más de lo que lo fue para cualquier mortal y no entiendo por qué. ― Es mejor que no entiendas nada Pandora. Enserio te agradezco por ayudarme con esto, pero creo que debes irte. ― Me sacas de tu casa, ni siquiera estás pensando en la gravedad de lo que has hecho. ― No la miraba, de nuevo mantuvo el rostro bajo, concentrado en la niña. ― Mirame, una vez más y me marcho. ― Esto no saldrá bien ― Dijo, mientras Pandora rozaba sus labios. ― Una mirada. Jerome levantó la mirada y en efecto, no era una buena idea. Pandora se relamió los labios, mientras lo miraba con sensualidad. Ella fue creada para él, para seducirlo y mantenerlo en aquel jardín de donde no debí salir. Ella, era el clímax entre todo lo que él amaba y la picardía de lo prohibido, pero solo para suplirle esa necesidad de desobediencia, que su padre notó y quiso controlar. ― Te extraño, nuestras charlas y mantenerte a mi lado ― Se aproximó haciéndolo aún más vulnerable que en el pasado ― Extraño besarte. ― Deslizó su lengua por los labios de él, mientras en su cuerpo, se recorría el deseo, uno que le traería muchos problemas, de no controlarlo. ― Pandora yo… ― No me interesa todo lo que hiciste estando aquí, ni siquiera entiendo que ves de novedoso en esta tierra donde debes caminar y hacer cosas aburridas. Tampoco te pido que vengas conmigo. Solo, no me alejes. Ella tomó a la beba, ante la mirada pasional de ese que fue su hombre y que, aunque quisiera, no puede resistirse el deseo. Recostó a la niña sobre el sofá, mientras meneaba sus caderas, Jerome no dejaba de mirarla y temblaba de deseo. Pandora era su debilidad y eso lo tenía muy claro. En ese momento entendió, que tal vez no la llamó por la ayuda que pudieran prestarle, si no por la necesidad que tenía de verle. ― Pandora ― Susurró, mientras ella dejaba caer el vestido de tela que apenas cubría la sensualidad de sus curvas. ― ¡Sh! ― Sentenció con suavidad mientras pasaba sus dedos por los labios de él ― No hables Jery, no lo haremos ahora. Solo quiero sentirte, las veces que sean necesarias para recordarte. ― No puedo, ella…― Jerome quería decirle que le inquietaba que Anaís pudiera despertar y verlos en el suelo, mientras usaban las poses extraordinarias que los dos practicaron durante tanto tiempo. ― Ella no va a despertar ― Sonrió con malicia ― Digamos… que use algo de mi energía para darle un descanso de, por lo menos unas cinco horas. ― ¿Va a estar bien? ― Van a estar bien, ella y la beba lo estarán. No les afectará en nada. Vente conmigo ― Inquirió sutilmente ― Escapemos a donde quieras que lo hagamos. Yo haré lo que tu quieras, no más que eso. ― Te crearon para eso. Pero también para mantenerme en el jardín. Ahora que estoy lejos de casa y no hay manera de retenerme, no puedo confiar en que, no trabajes para él. ― No lo hago. Él me creo, pero yo no soy suya. Tengo eso que les dio a todas sus obras y que es la mejor decisión que ha tomado. Jerome río mientras contorneaba las caderas desnudas de Pandora, su m*****o estaba erecto desde el momento en que ella llegó a casa y se le hizo muy difícil ocultarlo. Ahora que sentía más confianza para hacerlo, nada le frenaría el deseo. ― Se llama libre albedrío. Y sé que no lo tienes. ― Refutó mientras mordisqueaba sus pezones y Pandora gemía de manera exagerada, erizándole la piel. ― No tienes idea de las cosas que han cambiado desde que te fuiste. No llevas dos meses fuera de casa. Ha sido una eternidad en esta tierra. ― No ha sido así Pandora. ― No me digas así, cada vez que lo repites, lo odio un poco más. ― Así te llamas. ― No para ti, lo sabes. Jerome le tomó del pelo y con un movimiento, giró su cuerpo para tenerla de espaldas contra él. Mientras recorría sus pechos entre caricias y besaba su cuello, Pandora gemía aún más duro. Nada les impedía hacerlo. ― ¡Cállate! ― Le gritó mientras palmoteo sus nalgas con fuerza, al punto de enrojecer su piel clara. ― ¡Auch! Dame más ― Le susurró casi al oído, cuando se recostó sobre su cuerpo e impulsó su cabeza hacía atrás. ― No has cambiado. Pandora tomó el m*****o que se marcaba aún con el pantalón y lo apretó con deseo ― No lo has hecho tampoco. Esta duro. ― Lo está desde que te vi llegar. ― Mientes. ― No es cierto. Sabes lo que me produces. ― No me llamaste por ella ― Se giró para mirarle de frente mientras sus ojos casi ardían por el deseo ― Lo hiciste para verme, necesitabas tenerme ― De un salto quedó sobre él, los dos de pie y ella rodeando el tronco de Jerome con sus piernas. ― Por lo que sea, pero estás aquí y no podemos dejarlo pasar. Le recostó sobre la pared, mientras ella se sostenía por las piernas y la espalda. Jerome retiraba su camisa y ella le ayudaba. ― No me agrada todo el protocolo ― Pandora apretó los ojos y Jerome se visualizó totalmente desnudo ― No sé que le ves a la ropa. ― Ayuda a que no este probando todo lo que pasa frente a mí. ― Te amo Jery. Sabes que te amo. No debiste dejarme. ― Yo también lo hago, Eva. Siempre te he amado. Esto no fue por ti, fue por todo lo que él quiso y ocultó. ― No es justo. ― Lo hablamos más tarde. De un movimiento, la tiró contra el suelo y se fue sobre ella, ni siquiera espero su orden, para penetrarla con fuerza y deseo, una emboscada tras otra y Pandora gritaba sin pudor. Eso eran ellos, la unión más perfecta de sexualidad, deseo y amor. Pero las decisiones de Jerome, le dejaron a un lado en su vida y ahora, era la amante, del hombre para el que fue creada. Ella perdió la cuenta de las veces que él terminó en ella. Él perdió la cuenta, de los gritos orgásmicos que le propició a la mujer de su vida, a la que amaba con locura y le causaba el dolor más fuerte. Luego de horas de placer, permanecían recostados sobre la alfombra que fue testigo de los repetidos y sensuales momentos que disfrutaron. ― Debes irte. ― Me sacas de nuevo, nos queda un poco de tiempo y no me iré hasta que sea hora. ― No quiero que despierte y estés aquí. No quiero causarle ese dolor. ― No la amas, lo sabes. ― Puedo llegar a hacerlo Eva. ― Te engañas con todo y dientes Jery. No puedes amar a nadie más que a mí. Solo que estás con ella, por el libro y por que quieres vivir acá. Más ahora que nació tu hija. ― ¿Cómo sabes del libro? ― Se rumoran cosas en el jardín. Dicen que te metiste con una Leeika y que todo el inframundo está en tu contra. ― Son rumores. ― Los rumores, siempre tienen algo de verdad. ― Pandora insistió para obtener una respuesta, si bien no trabajaba para el padre de Jerome, e había aliado con él para llevarlo de vuelta al jardín. Una alianza que los beneficiaba a todos. ― No lo sé ― Se encogió de hombros y giró para quedar sobre ella. ― Realmente no es algo que he preguntado. Lo del libro es sospecha, he visto el resplandor y estuve a punto de tomarlo. Pero algo lo protege. ― Algo no, alguien y sabes con exactitud quién es. Jerome le removía los cabellos de la frente, mientras admiraba la belleza de su mujer. Pandora, que en sus brazos podía ser Eva, con total confianza, le miraba embelesada, sabiendo que quedaban tan solo segundos para que Anaís despertara. ― Debo irme ― Luchó contra ella misma, en el fondo quería ocultarle el tiempo real que restaba para que acabara el encanto que tenía a las mujeres, durmiendo plácidamente. Pero el amor por él, era lo que le motivaba a alejarse. Quedarse les haría daño y él no se lo perdonaría. ― Debo hacerlo ahora. Le empujó dejándolo sobre el suelo, se acercó a la beba y le susurró un par de cosas, una luz cálida bordeo a la recién nacida. Pandora tomó la tela escasa que usaba de vestido y corrió, desvaneciéndose en el tiempo. Jerome quedó en el suelo, con un “te amo” pendiente por decir y la sensación de perderla de nuevo, relampagueando en su pecho. ― ¿Jerome? ― Anaís replicó desde la habitación ― ¿La niña? ― Esta aquí mi amor, duerme. Ya la llevo para allá. Se levantó del suelo recordando cada minuto en que el sexo con Pandora le llenó de placer el momento. Sacudió la cabeza para sacar las imágenes de su cuerpo desnudo sobre el de él. El tambalear de sus pechos, no tan grandes como los de Anaís, pero del tamaño perfecto para acoplarse a sus manos con comodidad. La sonrisa de ella, la perfecta y reluciente sonrisa de la mujer amada. Recordó que estaba desnudo y se giró para buscar la ropa, estaba apenas aclarando con el amanecer y era difícil distinguir las cosas. Tomó un trozo de la alfombra, confundiéndolo con su pantalón y al tirar de él, rebotó de la mesa un candelabro que fue a dar al suelo con un estruendo que desató el llanto de la beba. ― ¿Qué pasa? ― Nada, no te levantes. Tiré algo por no encender la luz y despertar la niña. Pero fue peor ― Caminó hasta ella, para tomarla en brazos y acunarla. Mientras seguía analizando donde pudo dejar su ropa. Los recuerdos del evento previo al sexo eran demasiado tenues. ― ¿Por qué tardas? ¿Necesitas ayuda? ― ¡No! ― Respondió apresurado ― Estoy … estamos bien. Quedate en la cama. Debes descansar. Anaís ya estaba caminando, acercándose a la puerta y al abrirla, la luz en la habitación, iluminó por completo la figura de Jerome con la beba en los brazos. ― ¿Qué pasa? ― Mi amor, yo estaba… ― Sintió en su cuerpo el roce de la tela. Y trató de palparla con los dedos, sin poner en riesgo a la beba. ― ¿Estabas…? ― Estaba por ir a la habitación. Creo que debes amamantar la niña. O eso que hacen con los pechos las mujeres. ― ¿Pandora? ― Refutó mientras caminaba de vuelta a la cama. ― Se fue, apenas me entregó a la nena. Ella no es de aquí y le incomoda pisar la tierra. Tu entiendes ― Se encogió de hombros. ― Dámela, quiero cargarla y hacer eso que se hace con los pechos ― Sonrió y Jerome respiró aliviado. La culpa no era algo que procesara, nunca la había sentido y en este momento, no sabía como actuar con ella sobre sus hombros. Se acercó hasta Anaís y le entregó a la beba, que continuaba sollozando. Ambos la contemplaban embelesados con la sensación de amor que desata el contacto con un bebe. ― ¿Esto? ― Anaís preguntó mientras tomaba la cadena que Pandora dejó sobre su cuello. Jerome reconoció el dije en el momento en que lo vio, era el lazo que identificaba su unión, un infinito irrompible. ― Era mío, lo guardé desde que me enteré del embarazo. Quise conservarlos para ella ― Se apresuró a responder. ― Es hermoso. Es el símbolo de nuestra familia, seremos eternos y nada podrá separarnos. ― Anaís era otra y él lo notaba con temor, ahora era una mujer amorosa, de calidez y con expectativas hogareñas. Jerome asintió, con el dolor de pensar, que realmente jamás podría llegar a amarla. ― ¿Has pensando en un nombre? ― Le preguntó para no silenciar el momento. ― Si, tengo uno muy claro. Pero no sé si estás de acuerdo. ― ¿Cuál? Dime. ― Camille ― Sonrió ella, como tratando de convencerlo. ― Es precioso y lo mejor que le puede pasar a nuestra hija, es tener el alma de Camille. Era una hermosa mujer.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD