Paciencia

1056 Words
Entró a la cafetería directamente, a esa hora del día, todos estaban en sus oficinas y le era más fácil buscar allí en paz. Giró la maleta de un lado a otro, retiró de ella todos los documentos qué tenía y rebuscó la carpeta. Estaba segura qué lo había empacado justo minutos antes de salir de casa. Olvidarlo no era opción y si lo hubiera hecho, tendría qué enfrentarse a un enorme conflicto.  ― ¿Qué pasa? ― Inquirió él, sorprendiendo por la espalda.  ― Nada ― Respondió pronto y corto. Necesitaba un poco más de tiempo para procesar lo qué estaba pasando. ― Dime… sé qué te pasa algo. Dímelo ― Insistió con suavidad.   ― Necesito solucionar algo, te busco luego ¿Si? ― Se giró para hablarle mirándolo a la cara. Si él insistía en quedarse, tendría qué contarle todo.  ― Tienes problemas en casa ¿Cierto? ― Buscó sus ojos pero ella había bajado la mirada. Era frágil a lo qué sentía por él. ― Te he dicho qué es hora de hablar, tenemos qué decir todo lo qué pasa y…  ― No es eso ― Interrumpió sonriendo― Pero gracias por tu apoyo.  ― Es el momento, mi amor. ― Sugirió con ternura. ― No debemos esperar a qué se den cuenta y luego será más difícil para ti.  ― ¿Para ti no? ― No, no me interesa nada más, qué estar a tu lado y qué seamos felices. Decirle al mundo qué te amo― Subió la voz y ella temerosa sonreía, mientras intentaba hacerle callar. ―¡Sh! ― Sentenció ― Así no haremos las cosas.  ― Entonces, ven  y bésame― Le tiró del brazo.    Ella no se resistió, lo besó con ternura y se recostó sobre su pecho. La paz qué él le otorgaba, era algo qué no había sentido antes. Y, eso mismo, era lo qué los  motivaba a querer hablar de su relación. Aunque tuvieran claro el daño qué su confesión acarrearía.    ― ¿Nos vemos en el almuerzo? ― Por supuesto ― Se despidió con un beso y él se retiró de su oficina.    Continuó removiendo los documentos en el escritorio, confirmó la hora en el computador y su angustia se incrementó exponencialmente. Estaba por iniciar la reunión y la carpeta, donde había preparado toda la exposición, probablemente había quedado en el sofá de la casa. Lo único qué le restaba, era llamar y rogar para qué el hombre, con el qué aún compartía su vida de manera oficial, le hiciera el favor de llevarla a la oficina.    El teléfono sonó y al tercer llamado una voz respondió. Era él y al parecer, recién despertaba.  ― ¿Si? ― Respondió en un tono de ensueño.  ― ¡Julian! Hola … ― Se entusiasmó al oír la respuesta. ― Necesito un favor.  ― Por qué no me sorprende qué llames para eso.  ― Necesito… necesito. Por favor la carpeta de la reunión, la dejé sobre el sofá en la casa.  ― Aquí no hay nada Juliana. ― Mencionó de inmediato, lo qué le daba a entender qué ni siquiera se esforzó por encontrarlo.  ― Julián, es urgente ― Rogó. ― La reunión es en una hora.  ― No veo nada Juliana ― Renegó frustrado ― Ven y busca.  ― Julián ― Rogó nuevamente ― Te lo suplico, por favor. Por lo qué más quieras.  ― ¿Los hijos qué no me diste? ¡Oh! ― Se burló ― No hay manera qué pueda pedirlos, estás seca por dentro. ― Reprochó de nuevo.    Era inutil qué intentara rogarle y continuar con la conversación era llenarse de razones para confesarle qué hace más de dos años, otro hombre, le reemplazó.  ― Enviaré a alguien, no puedo ir. ― Murmuró con enojo. ― Solo abre la puerta Julian, sé qué eso puedes hacerlo.   ― En veinte minutos salgo de acá, dejo las llaves en la puerta. Ya sabes donde. Yo no voy a recibir a ninguna de tus amiguitas.    “Tranquilo cariño, enviaré a mi amante” ― Quiso gritarle, pero en su lugar solo masculló una afirmación y colgó.   Se sentó, tenía qué llenarse de valor, antes de pedirle a su amante, realmente su amante, qué se llegara a la casa qué ella compartía con su actual esposo, su mayor enemigo. Pero no confiaba en nadie más para ello.    ― Hola ― Se inclinó de medio lado para solo asomar el rostro ― ¿Cómo estás? ― Le sonrió y él notó su intención.  ― ¿Qué necesitas? Bonita mía ― Le susurró, levantándose del escritorio.  ― Te diré algo, pero promete no enojarte. Te lo ruego.  Juliana sollozo, no solo por la angustia qué le generaba haber dejado en casa lo qué tanto le costó crear, también por el temor qué sentía al hablarle a su jefe, de ello.    ― Juliana ― Se enojó y aún así, su reacción no se comparaba con la de su esposo.― Es qué la reunión es en una hora ― Le señaló el reloj de pared.  ― Lo sé, jefe. Y, realmente lo lamento.  ― Todo lo qué trabajaste en ello y lo dejas tirado ― Negaba con la cabeza. ― Era lo primero qué debes alistar.   ― Si señor, de verdad estoy avergonzada ― Se excusó de nuevo. ― Pero ahora, necesito qué me ayudes. Usaba su cercanía para influir en la decisión de su jefe.  ― Esto es aparte de lo nuestro y lo tienes claro ¿Verdad? ― Sí señor y recibiré todos los regaños, memorandos, llamados de atención ― Caminó despacio hasta acercarse a él ― Una nalgada ― Se encogió de hombros, sonriendo coqueta. ― No hagas eso Juliana. Es  un grave error.  ― Lo sé… lo sé ― Repitió― Y lo lamento mi amor, pero ahora necesito qué me ayudes. Prometiste hacerlo.  ― Estás loca ― Negó ― Pero el problema es qué estoy enamorado de esa loca. ― Sonrió.  ― Mi amor, yo estoy segura de haberlo dejado sobre el sofá, pero si no, entra a mi oficina.  ― Juliana… pides demasiado.  Ella se acercó y le besó ― Mi amor, si no me ayudas, no sé qué hacer.  ― Estoy a tiempo de correr. Huir de ti.   ― No lo creo, ya estás en mis garras ― Rieron al tiempo.
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