Maudite vie, mort bénie

1724 Words
― Esto es un flamenco deshuesado Las dos rieron con el comentario del hombre, él modelaba un vestido ceñido al cuerpo hasta la cadera, con una amplia falda de pliegues que culminaba con plumas, todo rosa y bastante similar al animal referido. ― Es lo único que halle de tu tamaño ― Mencionó Camille que estaba desde el suelo tratando de ajustar un par de plumas que cayeron con el movimiento. Anaís continuaba en la cama. ― Debes levantarte ya, se nos hace tarde ― Le comentó el hombre incitándola a vestirse ― ¿No quieres ir? Camille detuvo sus movimientos y se giró para mirar a Anaís, estaban prácticamente a la misma altura. ― Si no quieres ir, habla de una vez ―Masculló con el alfiler en la boca. Anaís se levantó del colchón con una amplia sonrisa en su rostro, caminó hasta el hombre y le beso con pasión ante la mirada enojada de Camille, el ambiente del lugar se colocó tensó como si estuvieran a punto de tener una gran discusión, luego se inclinó hasta quedar de frente con Camille y le dio un beso, muy similar en sensación y tiempo con el que le dio al hombre. ― Ya está, serán mis dos mujeres. Sin posición ni lugar, las dos serán mis mujeres. ― ¡Estás loca Ana! ― Chilló sonriente Camille. ― ¿No? Pero si es una gran idea. Yo voy vestida de hombre, tengo un traje por ahí en algún lado, uno muy elegante y prestigioso. Ustedes serán mis amantes, las dos mujeres de mi vida. Él sonreía complacido, no necesitaba más para hacer su día perfecto, que la fabulosa idea de un trío en el que él sería una de las mujeres de la mujer que le producía más que deseo y que ahora, haría el papel de hombre. ― ¿Qué piensa señor? ― Camille comentó al silencioso hombre que solo se limitaba a sonreír. ― ¿Me hablas a mí? ― él fingió indignación ― ¿A quién más? ― Su expresión era de burla. ― Entonces, esperas que después de lo que paso ― Señaló su m*****o ―¿Sigamos comportándonos como extraños? ― No fue precisamente una ceremonia matrimonial. Anaís revolcaba telas en el guardarropa y dándoles la espalda se unió a la conversación. ― Mis mujeres deben dejar de pelear, la guerra de lugares se acabó. Las dos son indispensables en mi camino― Halló el traje que buscaba  y lo levantó victoriosa para enseñarlo a la pareja ― Aquí está. Camille se sorprendió y quiso confirmar su duda palpando la tela. Se levantó del suelo con ayuda de él y se acercó a Anaís, rozó un poco el saco y el pantalón. ― Es autentico ― Lo es. ¿No les dije que era uno bueno? Ambos asintieron, estaba resuelto. Terminarían de vestirse y asistirían a la fiesta como un trio de amantes, donde el hombre era una dama, una de las damas era un hombre y la otra disfrutaba de las mujeres y de los hombres por igual. Un trío que estallaría de placer. En el centro del lugar, un hombre tocaba entusiasmado el piano, el golpeteo de las notas armonizaba el espectáculo de cientos de personas recorriendo la gran cantidad de metros cuadrados que eran parte del club de jazz, la cuna de una de las fiestas más prestigiosas de París y de propiedad del Marques de Sirley. Decenas de mujeres, con los senos al aire y cadenas de perlas bordeando sus pezones, recorrían el lugar, sonrientes y caprichosas, con bandejas en la mano y espumoso champagne listo para ser bebido. Del lado izquierdo del salón, unas veinte mesas estaban dispuestas, en ellas, hombres o mujeres vestidas de ello, disfrutaban de partidas de cartas, entre risas, cigarrillos y alcohol. No había caras largas, nadie se mostraba incomodo, en su lugar, todos sonreían y se divertían a cabalidad. Las damas semidesnudas, se acercaban con bandejas a las mesas para proveer a los debutantes de juegos con bebidas y tentempiés, mientras que ellos aprovechaban para acariciar los pezones  de las jovencitas, con la misma sonrisa en los rostros, casi como si hubiera un encantamiento en el lugar que no les permitiera incomodarse por nada. Piratas, matrimonios, indígenas, militares, marineros, doncellas elegantes, religiosos y un sinfín de disfraces recorrían de un lado al otro el lugar, debutando y disfrutando de un buen beso en cada esquina. Se acercaban a quien llamara su atención y se besaban sin mayor complicación. Sin distinción, llevaban enormes antifaces que no evitaba identificar rostros o poner nombres a los trajes alocados y muy sofisticados. No más que la sonrisa y los ojos, era lo que quedaba a la vista de cada individuo. Anaís entro oronda, con sus dos damas, una de cada brazo. Él llevaba el traje rosa, el de un flamenco muy alto y poco estilizado, Camille llevaba el vestido rojo, que prácticamente dejaba sus senos al aire, con una sensación de sensualidad, que desviaba las miradas. Caminaron entre las personas, con la certeza de estar en el lugar adecuado, uno en el que no debían refrenar sus emociones, por más que su interior se los pidiera. Se acercaron a una de las mesas, una que estaba vacía y que tenía justo tres sillas, Anaís tomó una y la giro para dejar el espaldar frente a su cuerpo, tal como ella sentía que debía actuar un hombre. Camille se sentó a su lado derecho y él al izquierdo, con la pierna cruzada una sobre otra y un ligero aire de feminidad, que le costaba un poco lograr. ― Es una locura ― Camille estaba sorprendida de la situación. ― Es la locura que me hace feliz ― Anaís respondió con entusiasmo. ― Traeré algo de beber ― Él se puso de pie y Anaís le tomó de la mano. ― Eres mi dama esta noche, yo seré quien busque las bebidas. Ahora quiero que te dediques a consentir a Camille, quiero verlas besarse ― Se inclinó para susurrarle al oído a la joven ― Quiero que te dejes excitar por él y que te prepares para todo lo que te haremos. Anaís se retiró, sonreía como todos en el lugar, tal vez por verlos a ellos, enseñar sus dientes. Caminó un par de metros para detenerse a observar a un hombre, que acercaba a una dama, de vestido elegante, una especie de gotero hasta su nariz y ella olfateaba ansiosa. Luego la tomaba de la mano y le besaba con tal deseo que Anaís ansió  sentir lo que  ellos emanaban. ― Señor ― Se acercó con sutileza al hombre ― Le importuno si le pido un poco de lo que le provee a ella. El caballero sonriente le miró de arriba abajo, el cuerpo voluptuoso de Anaís no quedaba oculto tras el traje. Se apreciaba de lejos los atributos muy marcados de la mujer. ― Creo que empiezo a sentir deseo por los hombres ― Su voz era excitada. Anaís no quiso detener el deseo del hombre, no en esta ocasión. ― Un beso, por un poco de eso ― Apuntó a el pequeño cofre, en el que él hombre llevaba la cocaína. El sujeto tiró de la corbata de Anaís y le beso de manera tan exagerada que le hizo sentir asqueada en el proceso. Ella se mantuvo en el beso un par de segundos más y finalmente se retiró. ― Toma, llévatela toda. Ese beso tuyo es la única droga que necesito esta noche para tener sexo. Ella la tomó y asintió agradeciendo ― Si me gustaran un poco más los hombres ― Se acercó para susurrarle al oído ― Te la chuparía hasta sacártela toda ― Mordisqueó el lóbulo de la oreja y el sujeto se respingo de deseo. Los tragos deberían esperar, ahora necesitaba hallar la mesa de sus damas para envolverse en cocaína con ellas y finalmente darle a Camille, eso que tanto había esperado, pero con la potencia de la droga en la sangre. Las encontró, justo donde su pésimo sentido de orientación le decía que no era. Él sujetaba el cuello de la jovencita mientras le besaba apasionadamente y Camille masajeaba el m*****o que se veía erecto a pesar del vestido. Anaís se detuvo un poco para verlos desde la distancia, disfrutando del espectáculo s****l que su pareja estaba dando, donde no era ella la única espectadora. ― Son mías ― Le dijo a una mujer que observaba desde la misma distancia, con el pecho desnudo y visiblemente excitado. La dama asintió sonriente ― Es un verdadero placer verlos besarse. ― El placer mío será tenerlas hoy. Anaís caminó hasta la mesa, sin que ellos dejaran de besarse y tocarse. Se sentó en la silla que quedaba vacía,  frente al espectáculo. Justo en el momento, una de las mujeres con las bandejas pasaba por el lugar ofreciendo bebida, le pidió tres copas y el sonido del vidrio sobre la mesa de metal, detuvo el momento placentero de Camille y el hombre. ― Que bien lo estaban pasando, sin mí. Camille negó con vehemencia, él solo sonreía mientras tomaba la copa. ― Dile que no es así ― La joven golpeó con el codo al hombre ― Dile que a ti te hace más caso. ― No empieces Camille, ella está bromeando ― Le reprochó ― Además solo nos preparábamos para cuando estuvieras en la mesa. ¿Bailamos? ― Si, ya hacemos todo lo que quieran. Pero primero vamos a disfrutar de esto que me he ganado. Sacó el pequeño baúl metálico del bolsillo interno de su saco y lo colocó en el centro de la mesa, ellos miraban extrañados, pero Camille fue la que se motivó a tomarlo y abrirlo. Él soltó una carcajada al notar el polvo blanco que estaba en el interior. ― Cocaína ― Se relamió los labios ― Esto se pondrá caliente ― Mencionó extasiado. ― Yo no… nunca― Camille estaba preocupada. ― ¿No la has probado? Entonces esta será nuestra primera noche, de muchas noches contigo Camille ― Anaís le habló mientras tomaba la caja y sacaba un poco con aquel mismo instrumento metálico que era más como una paleta. La acercó a la nariz de Camille y ella absorbió el polvo con una olfateada fuerte que le hizo lagrimear. 
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