CLARISSE
Corro por mi departamento esperando que por milagro divino el día se reiniciara y me devolviera las horas que perdí durmiendo. Clarisse Méndez no es conocida por quedarse dormida, nunca, pero hoy fue el día en que mi despertador decidió quedarse sin batería y dejarme dormir más de la cuenta.
Los recuerdos de anoche me invaden, aún puedo sentir las manos de Samuel Evans por todo mi ser, lo que me provoca un escalofrío en todo el cuerpo.
Salgo a la calle y veo como mi chofer se encuentra estacionado fuera del edificio y me da una mirada apenada.
—Buenos días, señorita Méndez —saluda con amabilidad. Asiento hacia él y me adentro en el automóvil con prisa.
—Buenos días, Héctor —saludo cuando él se sube también—. Voy con retraso, te pido que, por favor, apresures el trayecto hasta la oficina.
El hombre me da una mirada amable y asiente con la cabeza. Le devuelvo la sonrisa y rápidamente tomo mi estuche de maquillaje para darme un toque de color, mientras acomodo mi teléfono como puedo y llamo a Fabiana, mi asistente personal.
—Buenos días jefa, le cuento que por aquí está todo en orden —menciona una vez contesta la llamada.
—Gracias, Fabi —susurro aliviada—. Cuéntame, ¿ya se decidieron por la portada final?
Dejo el celular a un lado y me enfoco en pintar mis labios con un color rojo brillante, que por supuesto combina a la perfección con el vestido rojo que hoy decidí usar.
—Sí, jefa. Finalmente decidieron que lo mejor es quedarse con la primera opción que usted propuso —me informa.
—Genial, llego en cinco minutos —digo.
—La esperamos —responde ella. Corto la llamada y continúo maquillando mi rostro.
No es fácil ser la dueña de una de las más famosas revistas del país, pero día a día me esfuerzo por dar lo mejor de mí. Mi abuela fue la fundadora de la revista “El letargo”, la cual se enfoca principalmente en las mujeres, moda, belleza y temas mediáticos que involucren al género.
Esta herencia familiar no alcanzó a quedar en manos de mi madre, debido a que ella falleció antes de poder conseguirlo, en un trágico accidente automovilístico, por lo que yo fui adiestrada desde muy pequeña por mi abuela, quien me entregó el mando de su revista apenas yo cumplí dieciocho años. Mi abuela fue la encargada de mi crianza y a quien le debo todo, por lo que siempre intento estar presente en lo que ella requiera.
—Falta poco, señorita Méndez —me informa el chofer. Le doy una sonrisa y comienzo a dar los últimos toques a mi sencillo maquillaje.
Guardo todo en su lugar y vuelvo a tomar mi celular para revisar qué es lo que Fabiana programó para mi día. Alzo una ceja al ver que en media hora tengo una entrevista para un programa radial, lo que realmente me preocupa es el contenido de esta entrevista.
Mi revista es tranquila, no da paso a escándalos ni mucho menos, lo único que es de interés mediático es mi vida amorosa, porque por algún motivo la prensa siempre intenta meter sus narices en mis relaciones interpersonales, a tal punto de tacharme como una de las solteras más cotizadas de Madrid, lo que realmente considero estúpido e innecesario.
El auto se estaciona frente a la oficina y sin esperar más tomo mis cosas y me bajo rápidamente.
Saludo amable al recepcionista y sin perder el tiempo me dirijo al ascensor, el cual no tarda en abrir sus puertas. Entro y presiono el piso en el cual se encuentra mi oficina.
Al llegar, veo como todo el equipo se encuentra trabajando por todos lados. Hoy es el día en que todo queda listo para la impresión de la revista física mensual.
—Buenos días, equipo —saludo en general. Todas las miradas caen sobre mí y puedo escuchar algunos saludos amables. Fabiana se me acerca inmediatamente con su tableta en mano y me da una mirada amable.
—Buenos días jefa, le muestro los últimos detalles —dice. Le sonrío y hago una seña para me siga a mi oficina—. Añadimos la columna de opinión que sugirió Luna, sobre el mansplaining.
—Me encanta, esa columna merece estar en esta ocasión —reconozco con una sonrisa. Entramos a mi oficina y acomodo todas mis cosas mientras Fabiana toma asiento en la silla frente a mi escritorio.
Mi parte favorita de la revista es que cualquier mujer que sea lectora de nosotros puede optar a que publiquemos una de sus columnas. Me agrada la idea de sentir que tenemos una conexión con nuestro querido público y de eso se preocupa Luna, quien es la encargada de escoger todas las columnas que irán en la impresión y siempre acierta con sus elecciones.
Aunque para ser justa, Luna es más que solo eso, es mi mejor amiga.
—Tengo una entrevista programada —menciono. Fabiana asiente con la cabeza y luego teclea algo en su tableta.
—El objetivo es que pueda hablar sobre la influencia de la revista en el empoderamiento femenino —comenta. Sonrío hacia ella y camino por la oficina en búsqueda del baúl de los recuerdos.
—¿Sabes dónde está el baúl de mi abuela? —Fabiana se coloca de pie y rodea mi escritorio, la veo agacharse y abrir un cajón, del cual extrae una pequeña cajita, la cual me deja sobre el escritorio.
—Fabiana, eres mi luz en la oscuridad —digo. Ella sonríe y luego toma su tableta, de la cual nunca se despega, para luego salir de la oficina y continuar con su trabajo.
Tomo asiento en mi escritorio y abro la pequeña cajita de madera que yo llamo “el baúl de los recuerdos”. Es en esta cajita en donde se encuentran los momentos más icónicos que ha vivido esta revista, hay fotografías en las que aparece mi abuela, y pequeños recortes de comentarios positivos hacia nosotras.
Cada vez que voy a dar una entrevista o que hablaré en publico necesito hacer este pequeño ritual de abrir la caja de mi abuela y recordarme a mí misma que este negocio es mucho más que solo dinero, es mi herencia familiar, es parte de mi vida y de mi formación como mujer, del como he construido mi parte feminista.
Cierro la cajita y la dejo a un lado cuando escucho un toque en la puerta.
—¡Adelante! —digo. La puerta se abre y veo a Fabiana entrar acompañada de una chica joven, rubia y con un aspecto formal.
—Le presento a Charlie Jorquera, la periodista que realizará su entrevista para el canal de radio —menciona Fabi. Me coloco de pie y sonrío.
—Charlie, tome asiento, por favor —hago una seña hacia la silla frente a mí y la chica asiente con una sonrisa para luego sentarse frente a mi escritorio. Me vuelvo a sentar y luego le hago una seña a Fabi, dándole el pase a retirarse.
—Muchas gracias por recibirme, es un honor para mí —dice la periodista. Yo asiento con la cabeza.
—El honor es mío —digo con humildad, porque es cierto, nunca pensé que yo llegaría a estar a la altura de mi abuela y poder dar entrevistas.
—Bueno, ¿le parece si comienzo? —pregunta ella—. Imagino lo ocupada que debe de estar.
—La verdad si, estamos organizando todo para imprimir la tanda mensual de la revista —asiento con la cabeza. La chica saca una grabadora de su cartera y la coloca sobre el escritorio, a la vez que toma una carpeta con lo que supongo contiene las preguntas de la entrevista.
—Para comenzar, me gustaría que me hable sobre su trayectoria en esta revista y cómo llegó hasta este punto —le sonrío y acomodo mi cabello tras la oreja, para despejar mi rostro y poder comenzar a responder.
—Mi abuela es la fundadora de la revista “El letargo” y me la heredó apenas cumplí la mayoría de edad, porque ella misma reconoció que ya había cumplido su ciclo y que la revista necesitaba de una mirada fresca y nuevas ideas, las que yo podía entregar con mi experiencia como diseñadora gráfica —digo recordando todas las veces en que mi abuela me recalcó lo importante de renovar el curso de la revista—. Yo estaba terminando de estudiar en la Universidad, aún me faltaba un año y algo, pero aún así logré compatibilizar el trabajo de la revista y mis estudios.
—Admirable —dice Charlie con una sonrisa—. ¿Fue en la Universidad donde conoció a Samuel Evans?
La pregunta me deja en shock y abro la boca para responder, pero nada sale de ahí. Observo fijamente a la periodista y alzo una ceja en su dirección, colocando mi mejor cara de póker.
—¿Disculpa? Creo que esa pregunta no guarda relación con el objetivo de esta entrevista —digo con severidad. La chica sonríe con educación y luego se encoje de hombros.
—Solo quería comprender la influencia que trae su relación con Samuel Evans dentro de este trabajo —dice. La observo sin entender ni mierdas.
Mi relación o casi relación con Samuel es algo que solamente sabemos él y yo, es un secreto del que nadie sabe, o eso creía hasta hace unos minutos.
—¿De qué relación me hablas? —pregunto.
—De la relación amorosa que mantienen —dice ella con una sonrisa pícara. Abro los ojos de par en par al caer en cuenta de lo que está pasando.
La prensa se ha enterado, pero ¿cómo? ¿quién filtró la información?
—Mira, te voy a pedir que te retires de mi oficina —le digo con una sonrisa falsa—. No voy a hablarte sobre mi vida amorosa, porque el objetivo de esta entrevista era exponer la importancia que tiene esta revista con el empoderamiento femenino.
—Le pido una disculpa, solo quería saber eso, porque está dando mucho de qué hablar —ella se coloca de pie y me observa con una sonrisa cómplice—. Además, a ninguno de los dos se les había visto una pareja.
—¿Sabes que da más de hablar? —pregunto divertida mientras tomo mi celular y le escribo rápidamente a Fabiana—. Tu falta de profesionalismo y ética laboral. Eres una periodista que trabaja para un canal de radio que habla sobre cosas de relevancia a nivel país, no chismes.
La chica me observa y veo como su mirada cambia y pasa de una curiosa y divertida a una avergonzada.
—Lo lamento, yo…. —traga saliva con dificultad—. Llevo apenas unos meses, soy nueva y…
—¿Te retiras, por favor? —insisto. Ella asiente con la cabeza y sale rápidamente de la oficina.
Pasan segundos antes de que Fabiana entra en mi oficina y al verme alza ambas cejas con asombro.
—¿Qué pasó? —pregunta.
—Necesito que la reportes con su jefe —digo con seriedad—. Dile explícitamente que su empleada estaba mucho más interesada en saber sobre mi vida sexo afectiva que en mi trabajo y la revista.
Fabiana se queda de piedra al escucharme y traga saliva con dificultad.
—¡Que perra! —dice. Suelto una pequeña risa y asiento con la cabeza.
—Creo que alguien soltó el rumor de que Samuel Evans y yo tenemos un romance y eso la trajo hasta aquí a inmiscuirse en mi vida privada.
—¿¡Usted y Samuel Evans!? —pregunta con asombro y casi tira su tableta al suelo—. ¿Es una broma?
—Es verdad, pero nadie debe enterarse. No sé cómo llegó a oídos de esa chica…
—¡Clarisse Méndez, prepara tu culo porque te va a dar cagadera! —la voz de Luna, mi mejor amiga, resuena por la oficina incluso antes de que ella abra la puerta.
Fabiana al escucharla corre a abrirle y Luna entra hecha una bala, se coloca a mi lado y me extiende su celular. Con curiosidad lo tomo y comienzo a leer una noticia que recién se ha publicado.
“¡Llega la primavera y florece el romance!”
Me quedo de piedra al ver una fotografía de Samuel y yo saliendo de un motel juntos.
Fabiana suelta un grito de horror y luego se sienta en la silla que antes estaba ocupando la periodista.
—Jefa, está en todos lados… —Fabiana lleva una mano a su boca y no sé qué es lo que más le impacta, si la noticia en sí o que esté expuesto ante todo el mundo.
—Hay que solucionar esto —dice Luna—. Tienes que dar una declaración, amiga.
—Debo hablar con Samuel… —pienso en voz alta.
Tomo mi celular y le escribo un rápido mensaje:
“Tenemos que hablar”