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1815 Words
SAMUEL Todos dicen que el dinero no compra la felicidad y tienen razón. Muchas personas piensan que con toda la fortuna que tengo debo ser un hombre muy feliz, pero es mentira, la realidad se aleja mucho de eso. A mis treinta años he conseguido lo que muchos no logran hacer en toda su vida. Soy dueño y señor de una de las cadenas más famosas de hoteles dentro de España, lo que por supuesto me convierte en un hombre muy famoso y respetado dentro del país. El día en que tuve que tomar el cargo de mi padre en la empresa, supe que la vida me estaba dando una segunda oportunidad para hacer algo bueno con mi futuro y que a pesar de que mi padre haya sido un infiel y mujeriego, algo bueno me había dejado antes de morir. Tenía a penas veinticinco años cuando asumí el mando. La vida se había encargado de patearme el trasero desde siempre, pero a pesar de eso me consideraba a mí mismo como una buena persona, un buen amigo y un hijo atento. Soy atractivo y lo tengo claro, las mujeres siempre han rondado en mi vida en búsqueda de un poco de mi atención, pero lo que ninguna sabe es que soy material dañado en cuanto a lo que se trata de relaciones amorosas. Podría decir que no creo en el amor, pero mentiría. Creo en el amor, pero también creo que eso ya no es para mí. Mi vida se resume a manejar mi gran negocio, dedicarle tiempo a mi madre y a la única amiga real y con la que no tengo sexo: Samanta Hill. —¿Me estás escuchando? —giro la cabeza hacia Samanta y puedo ver una gran molestia en su rostro. Me encojo de hombros, dándole a entender que me escapé de la realidad por unos segundos y ella simplemente se coloca de pie y exhala con fastidio. —¡Lo siento, mujer! —me disculpo. Ella comienza a pasearse por mi gran oficina y se detiene frente al ventanal, que deja una enorme vista del centro de Madrid. —Creo que lo mejor será que termine con Franco —dice con la voz cargada de resignación. Alzo una ceja en su dirección y ella me da la espalda, ignorando la incógnita de mi rostro. —Sam… esa es una decisión muy importante como para tomarla a la ligera —menciono con cautela. Ella niega con la cabeza y vuelve la vista hacia mí—. Creo que debes pensarlo mejor, todo es muy reciente Mi amiga camina otra vez hasta el asiento frente a mi escritorio y se deja caer en la silla. —Amigo, mi esposo me es infiel con su secretaria… —recalca Samanta. Le doy una mirada apenada y veo como sus ojos se cristalizan. Lleva una mano a su frente y la otra reposa sobre su abultado abdomen de cinco meses de embarazo. —Tú crees que lo está haciendo, no es una verdad absoluta —digo con cuidado de no provocar una mala reacción en mi mejor amiga. Samanta comienza a llorar y me siento horrible al verla tan vulnerable. Me coloco de pie y rodeo el gran escritorio que decora mi oficina para llegar a su lado. Me agacho y quedo de frente a ella. —¿Por qué Franco me hace esto? ¡Yo le he dado los mejores años de mi vida! —tomo sus manos entre las mías y me quedo en silencio escuchando sus descargos en contra de su actual esposo—. ¡Incluso le daré un hijo en cuatro meses más! Samanta ha sido mi amiga toda la vida, desde el jardín de niños. Podría decir que es la única amiga que tengo, con la que realmente puedo tener una amistad no s****l y confiar mi vida en sus manos. Crecimos juntos, ella fue mi vecina durante años y con el tiempo aprendimos a ser amigos y a amarnos como hermanos. Hemos estado el uno para el otro desde tiempos inmemorables, la vi enamorarse de Franco, su esposo, cuando éramos apenas unos adolescentes y luego asistí al matrimonio como el padrino de bodas. Fui el primero en enterarme de su embarazo y también seré padrino de la bebé que viene en camino. Ella es la única mujer, además de mi madre, a la que le puedo aguantar cualquier cosa. Sin mencionar, que es la única persona en todo el universo que me conoce realmente y sabe de todos mis demonios. Pero sin duda alguna, lo que más le agradezco es el hecho de haberme ayudado a sanar luego de aquel episodio tan traumático que me dejó mi pasado, el cual aún me ha provocado traumas, como, por ejemplo, dejarme incapacitado para poder tener una relación amorosa. Vuelvo a mirar a Samanta y llevo una de mis manos a su mejilla, secando las lágrimas que no dejan de correr por sus mejillas. Ella cierra los ojos con fuerza y llora con mayor intensidad. Desde hace unas semanas que Samanta cree que Franco la engaña con su secretaria, ella piensa que él ya no la ama y que por eso le es infiel. No tiene pruebas de eso, de hecho, no hay señales que lo indiquen, pero sus hormonas de embarazada están provocando que cualquier mínima situación la haga imaginas escenarios ficticios. —Voy a llamar a Franco —le digo. Ella abre los ojos de inmediato y me observa asombrada—, le diré que lo vi besándose con su secretaria, a ver qué dice en su defensa. Samanta me da una débil sonrisa y luego me atrapa en un inesperado abrazo, algo extraño, debido a que su gran abdomen se interpone entre ambos. —Definitivamente no sería nada sin ti —dice ella. Me río suavemente y luego tomo distancia de ella. Me coloco de pie y camino hasta el ventanal de la oficina. Me detengo ante la vista que me entrega el lugar y comienzo a maquinear mi mentira para Franco. Un toque en la puerta me hace recordar que aún me encuentro en horario de trabajo y que, de hecho, tengo muchas cosas por hacer aún. —Adelante —digo en voz alta. Gabriel, mi asistente personal se asoma por la puerta y me da una mirada apenada cuando se percata de la presencia de Samanta. —Lamento la interrupción… —murmura. Niego con la cabeza y le hago un gesto con la mano para que proceda a hablar—. Tenemos un problema, jefe. —¿Qué ocurre, Gabriel? —cuestiono. El pobre chico me mira y traga saliva con dificultad. —Creo que necesita revisar lo que dice que prensa el día de hoy… —dice. Alzo una ceja y no puedo evitar girar los ojos en su dirección. —¿Por qué haría eso, Gabriel? —cuestiono. El chico inhala y lo veo contener la respiración, para luego soltar la bomba sin filtro alguno. —Porque usted aparece en todas las páginas de chismes —dice con nerviosismo. Samanta me observa atónita y yo me encojo de hombros sin ninguna preocupación, esos chupasangres siempre tienen algo que decir y por lo general son solo mentiras y conspiraciones. —¿Y qué dicen? —cuestiono. Gabriel se adentra en la oficina y me extiende su tableta. —Véalo usted mismo, jefe. Tomo el aparato entre mis manos y veo una enorme fotografía plasmada ahí, en la cual aparezco tomado de la mano de Clarisse Méndez. Abro los ojos de par en par y deslizo mi dedo por la pantalla y el titular de la noticia me deja con la boca seca. “¡Llega la primavera y aflora el romance!” ¿Romance? Estamos saliendo de un puto motel, no veo nada romántico en eso. Samanta camina hacia mí, se coloca a mi lado y me quita el Tablet. —¡No jodas, Samuel! —grita con asombro mi amiga. Camino a mi escritorio y me dejo caer en la silla frente al computador. Alzo la vista hacia Gabriel y lo observo fijamente. —Para el fin del día, quiero que arregles toda esta mierda —digo. El pobre chico me da una mirada desesperada y traga saliva con dificultad. —Jefe, yo… —susurra apenas—. ¿Qué hago? Hay periodistas afuera que quieren una declaración suya. —¿Me estás jodiendo, hombre? —cuestiono. Gabriel niega con la cabeza y mira a Samanta buscando ayuda, pero mi amiga está muy entretenida leyendo los chismes en donde yo soy el protagonista—. ¿Para qué te pago?, ¡Soluciona esto! —Arreglaré esto —dice un poco más recompuesto. —Tráeme una botella de Whisky y cancela todas mis reuniones del día —pido. Llevo ambas manos a mi frente y respiro con dificultad. Nunca pensé que mi amistad s****l con Clarisse Méndez fuera expuesta de este modo al mundo, de hecho, nunca esperé que nadie más que Samanta supiera de ello. Sé que Clarisse está enamorada de mí y que día a día intenta que yo me doblegue ante ella y que algún día le proponga matrimonio, lo que no sucederá nunca. Ella es una buena mujer, pero simplemente yo no puedo darle nada de lo que necesita en la vida. Por esto, mantenemos una amistad libre, en la cual nos vemos algunos días en la semana y lo pasamos bien, nada más. Mi teléfono vibra en la mano y veo que Clarisse me ha enviado un mensaje de texto que dice: “Tenemos que hablar” Maldigo en voz alta y Samanta se acerca a mí. Toma mi rostro entre sus manos y me obliga a mirarla a los ojos. —Tú la quieres, Samuel —dice. Ruedo los ojos con fastidio y me libero de su agarre. —Clarisse y yo somos amigos, ya sabes que no quiero tener nada con nadie. —¡Y una mierda! —dice con fastidio. Se cruza de brazos y me observa con las cejas fruncidas—. Eres un maldito cobarde y espero que no sea muy tarde el día en que decidas darte la oportunidad de volver a amar. Desvío la mirada de mi amiga, porque en estos momentos solo necesito que Gabriel me traiga la botella que le pedí y olvidar todo el escándalo. —Sabes que no puedo hacer eso, Samanta. —Bueno, me voy a casa. Si necesitas algo me llamas —dice antes de abandonar la oficina. Veo como mi amiga sale del lugar y un enorme peso cae sobre mis hombros. No quería enfrentarme a Clarisse, porque estaba muy seguro de que ella intentaría convencerme de que seamos una pareja pública y yo no estaba dispuesto a eso. No estaba dispuesto a liberar mis demonios ante Clarisse Méndez. 
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