Caída del cielo

1461 Words
Un año pasó rápidamente desde el nacimiento de la pequeña Clara, y Alejandro Montero había experimentado una notable transformación, el amor por su sobrina parecía darle nueva energía. Poco a poco, dejó la silla de ruedas y caminó con un bastón, su postura altiva y sus ojos decididos recordaron a la gente quién era en el pasado. Una mañana, cuando Alejandro entró al edificio de la empresa, notó las miradas coquetas y las sonrisas de varias mujeres, las ignoró por completo, una joven supervisora, haciendo caso omiso de su mala cara, se acercó con una brillante sonrisa. —Buenos días señor Montero, hoy tiene un aspecto especialmente bueno. Alejandro la miró fríamente y respondió brevemente. —Buenos días, si no tiene nada laboral que discutir le sugiero retomar tus tareas, y no hablarme sobre temas que no tengan que ver con la empresa. La mujer pareció obviamente confundida y avergonzada, se alejó rápidamente, Alejandro siguió caminando, ignorando las miradas curiosas de los demás empleados. En su oficina, Alejandro se sentó pesadamente en su silla y cerró los ojos, el recuerdo de su amada esposa Clara todavía pesaba en su corazón, y susurró para sí. —Ninguna de ellas se puede comparar contigo, mi amor, ninguna de ellas —pronunció sintiendo un enorme dolor dentro de su pecho, el recuerdo de Clara y lo que le había hecho, lo carcomía por dentro. Mientras tanto, Celeste, el ángel asignado para observar a Alejandro, lo miraba desde lo alto, con una mezcla de simpatía y confusión. Cada día que pasaba, se sentía más involucrada en la vida de Alejandro, mucho más de lo que debería, durante las noches, se quedaba cerca de él mientras dormía, observando con creciente curiosidad. En una de esas noches, mientras Alejandro dormía profundamente, Celeste bajó la guardia y se acercó más de lo habitual, había algo en él que la intrigaba y la atraía de una manera que no comprendía. Por primera vez, sintió un deseo desconocido, una emoción extraña que hacía que su corazón celestial latiera con una fuerza inusitada, era algo que nunca antes había experimentado, una sensación cálida que la llenaba de inquietud y confusión. Sentía la necesidad de estar cerca de Alejandro, de protegerlo más allá de su deber. Cada vez que lo miraba, su mente se llenaba de pensamientos que no podía explicar. Una noche en particular, mientras lo observaba dormir, su mano casi llegó a rozar la de él, y el simple pensamiento de lo que aquello significaría hizo que retirara su mano de inmediato, asustada de lo que estaba sintiendo, los ángeles no debían experimentar ese tipo de emociones, mucho menos por un humano. Fue entonces cuando sintió el llamado de Dios, el eco divino resonó en su ser, obligándola a alejarse de Alejandro, con el corazón agitado y una mezcla de temor y culpa, Celeste ascendió al cielo, donde Dios la esperaba en el trono celestial. Su presencia, como siempre, emanaba una paz infinita, pero en esta ocasión, Celeste sintió algo más: el peso de sus propias emociones. Dios, con su sabiduría infinita, miró a su ángel con una expresión ilegible, aunque sabía perfectamente lo que había estado sucediendo en su corazón. —Mi querida Caelestis (nombre angelical de Celeste), te daré una nueva misión. Celeste respondió intrigada, algo en la voz de su creador le parecía diferente. —Estoy lista para servirle, Padre. ¿Cuál es su deseo? —Alejandro Montero debe volver a amar, debe volver a abrir su corazón. Por alguna razón que no podía comprender, Celeste sintió una punzada de tristeza ante estas palabras, Dios omnisciente notó este cambio sutil en su creación. —¿Qué te pasa mi ángel? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta. —No, padre, es que... —Dudó Celeste —¿Estás seguro de que está listo? Dios sonrió con infinita sabiduría. —El corazón humano es más resistente de lo que crees, Alejandro necesita curación y el amor es el bálsamo más poderoso. Celeste asintió, aunque todavía quedaba un atisbo de inquietud en ella. Pasaron los días, las semanas,y algunos meses, Alejandro había recuperado totalmente su movilidad física, pero emocionalmente seguía siendo una fortaleza impenetrable, sólo en presencia de su sobrina, hermana y frente a sus padres, se podía ver lo que alguna vez había sido. Una tarde, Alejandro y la pequeña Clara estaban jugando en el jardín de la mansión Montero, su hermana Sofía lo miraba con una mezcla de alegría y preocupación. —Ale, ¿Alguna vez has pensado… ya sabes, salir con alguien? —Dudó, pero por fin preguntó. Alejandro levantó la cabeza y sus ojos se volvieron fríos al instante. —No empieces, Sophia, sabes que el tema es intocable —no entendía porque pensaban que no estaría bien solo. Sofía suspiró, esperaba que su hermano algún día pudiera ver más allá de su sufrimiento. —Hermano, han pasado más de dos años, Clara debe querer que seas feliz, debes intentarlo. —Estoy muy feliz —respondió secamente Alejandro —tengo la empresa, te tengo a ti, a nuestros padres, a la pequeña Clara, no necesito nada más. Sofía quiso insistir, pero la expresión del rostro de su hermano le advirtió que era mejor no insistir más en la pregunta. Mientras tanto, Celeste observaba la escena con creciente preocupación; cada noche continuaba viendo a Alejandro dormir más cerca de lo debido, su corazón estaba lleno de emociones que nunca antes había experimentado. Dios miró desde arriba y vio a su ángel acercándose peligrosamente a cruzar una línea que no debía cruzarse, con pesar, supo que era hora de intervenir. El llamado divino resonó en el cuerpo de Celeste, y ésta apareció frente al Trono Inmortal con un imperceptible temblor. —Mi querida Caelestis —dijo Dios —he notado que tu involucramiento en la misión de Alejandro Montero ha… Evolucionado. Incapaz de mentirle a su creador, Celeste bajó la mirada. —Padre, yo… —Desarrollaste sentimientos por él —añadió Dios, su voz no era acusadora, simplemente estaba afirmando un hecho. Las lágrimas comenzaron a brotar del rostro del ángel, era la primera vez que sentía vergüenza ante su padre, siempre había cumplido de manera eficiente las misiones que le eran asignadas. —Lo siento padre, no sé cómo pasó esto, yo… no quería… —respondió, profundamente avergonzada. Dios la miró con infinita misericordia. —El amor, mi querida creación, es la fuerza más poderosa del universo, ni siquiera los ángeles son completamente inmunes. —¿Qué tengo que hacer? No quiero que mi misión fracase y no quiero decepcionarte —preguntó Celeste sollozando. Dios guardó silencio por un momento y luego tomó una decisión que cambiaría el curso de la eternidad de Celeste. —Caelestis, por tu eterna lealtad, te daré algo que nunca he dado a mis ángeles, te daré la oportunidad de experimentar la vida humana. Celeste levantó la vista, sorprendida. —¿Vida humana? —se asustó al pensar en lo que aquello implicaba. —Sí, te enviaré a la Tierra siendo una mujer de 20 años, pero tienes que entender que eso no viene sin consecuencias, tu amor por un mortal, aunque es puro, sigue siendo un pecado, y deberás afrontar pruebas y dolores para reparar tu alma y evitar caer en manos de las fuerzas oscuras. Aunque Celeste estaba asustada, también sintió una chispa de esperanza, en ese momento tan solo pensó en Alejandro, dejando las implicaciones en segundo plano. —Lo entiendo, padre, y aceptó el castigo que creas justo. Dios asintió solemnemente, como Padre Celestial que amaba infinitamente a sus hijos, le hubiera gustado librar a Celeste de aquella experiencia, pero era necesario que pasara por eso para redimirse. —Que así sea, vamos mi querida Caelestis, que tu amor sea tu guía y tu salvación, debes dejar que Alejandro te ame puramente, para que puedas ser salvada y alcances la redención. —Padre, acepto tu voluntad, que se cumpla —dijo aceptando su destino —Entonces que se cumpla ahora mismo —la voz de Dios se escuchó con la fuerza de un trueno. Tan pronto como escuchó estas palabras, Celeste sintió que su cuerpo etéreo comenzaba a cambiar y las alas que simbolizaban su divinidad se convirtieron en luz dorada, desapareciendo al momento. Cerró los ojos y sintió que su naturaleza angelical se transformaba en algo nuevo, mortal. Cuando Celeste volvió a abrir los ojos, se encontró en un callejón oscuro y frío de la ciudad, el dolor que sintió, era una sensación nueva para ella que recorría su cuerpo mortal, su ropa estaba rota y sucia, y se sentía desorientada y vulnerable. —¿Dónde estoy... dónde estoy? —susurró, una inmensa sensación de miedo e incertidumbre la envolvió, su voz ahora humana temblaba levemente.
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