Carlos colgó el teléfono y se quedó pensativo por un momento. La conversación con Alejandro lo había dejado preocupado, pero también determinado a ayudar a su amigo.
—Esto es lo mejor para él —murmuró Carlos para sí mismo, mientras se dirigía a su casa en las afueras de la ciudad, la misma que había ofrecido a Alejandro.
La propiedad era imponente, una construcción antigua pero perfectamente conservada, contaba con el personal necesario para hacer la estancia lo más cómoda posible, y aunque no era un lugar permanente, serviría mientras Alejandro buscaba algo más adecuado para su nueva situación.
Mientras tanto, en la mansión Montero, Ricardo, continuaba gritando desde la entrada de la casa.
—¡No puedes llevarte a esa mujer, Alejandro! —vociferaba Ricardo, con el rostro enrojecido por la ira — ¡Si lo haces, no te atrevas a volver a esta casa!
Celeste, parada junto a Alejandro, mantenía la cabeza baja, se sentía profundamente avergonzada, no podía soportar la idea de ser la razón de la ruptura entre Alejandro y su padre.
Alejandro, por su parte, estaba decidido, ignoró los gritos y tomó la mano de Celeste, guiándola hacia el coche estacionado en la entrada.
—Nos vamos —dijo Alejandro, sin volver la vista atrás.
El trayecto hacia la casa de Carlos fue silencioso, Celeste, sentada en el asiento del copiloto, no podía evitar sentirse incómoda y fuera de lugar.
—Lo siento... —murmuró Celeste en un momento, sin atreverse a mirar directamente a Alejandro.
Alejandro apretó el volante con una mano y con la otra tomó la de Celeste, en un gesto que pretendía ser reconfortante.
—No tienes porqué disculparte —respondió él, con voz suave —mi padre siempre ha sido difícil, y esto tenía que pasar tarde o temprano, no es tu culpa.
—Pero no quiero ser una carga —insistió ella —ya he causado bastantes problemas. Tal vez... tal vez debería irme por mi cuenta.
Alejandro negó con la cabeza, apretando la mano de Celeste con un poco más de fuerza. La idea de dejarla ir le provocaba una angustia que no podía explicar.
—Celeste, escúchame bien —dijo, con su voz cargada de emoción —nunca serás una carga para mí, te lo prometo, estamos juntos en esto, ¿De acuerdo?
Celeste asintió, aunque en su interior la duda seguía carcomiendo su confianza. El resto del viaje transcurrió en un silencio menos tenso.
Llegaron a la casa de Carlos al caer la tarde, era una estructura imponente, pero al mismo tiempo acogedora, con jardines bien cuidados y una arquitectura que hablaba de años de historia.
Al detenerse frente a la puerta principal, Carlos salió a recibirlos con una sonrisa amigable, intentando aligerar el ambiente tenso que rodeaba a la pareja.
—¡Amigo, bienvenidos! —exclamó Carlos, estrechando la mano de Alejandro antes de dirigir una mirada cálida a Celeste— no se preocupen por nada, aquí estarán bien, se los prometo.
Alejandro asintió, agradecido por el gesto de su amigo. La tensión en sus hombros pareció disminuir un poco al verse rodeado por la atmósfera tranquila de la propiedad.
—Gracias, Carlos —dijo Alejandro— esto es temporal, ya buscaré algo para comprar, pero necesitaba un lugar donde Celeste pudiera sentirse cómoda y segura.
Carlos asintió comprensivamente y los guió hacia el interior de la casa. El personal ya había preparado todo para su llegada, y el aroma a limpio y a flores frescas inundaba el ambiente.
—Es una casa antigua, pero tiene todo lo que puedan necesitar —explicó Carlos mientras caminaban— hay personal que se encargará de cualquier cosa que necesiten, y siéntanse libres de usar cualquier espacio. Están como en su casa, literalmente.
Celeste miraba alrededor con una mezcla de asombro y aprensión, todo era demasiado lujoso, demasiado grande para lo que ella había conocido en su vida. Se sentía como una intrusa en un mundo al que no pertenecía.
Carlos notó su incomodidad, pero decidió no mencionarlo, sabía que Alejandro tenía todo bajo control y que, con el tiempo, Celeste se sentiría más a gusto.
—Bueno, creo que todo está listo —dijo Carlos, deteniéndose al final del recorrido— tienen servicio completo aquí, así que no se preocupen por nada. Están en buenas manos.
—Gracias de nuevo, Carlos —repitió Alejandro, mientras su amigo le palmeaba el hombro en un gesto de apoyo.
—Ya hablaremos más tarde, amigo —dijo Carlos, preparándose para marcharse— Cualquier cosa, no dudes en llamarme, estoy a un toque de distancia.
Cuando Carlos se fue, el silencio volvió a instalarse entre Alejandro y Celeste, ella se quedó mirando los altos techos y las amplias habitaciones, sintiéndose más pequeña y fuera de lugar que nunca.
Su mente no dejaba de dar vueltas, pensando en cómo había llegado a esa situación y qué podría hacer para no ser una carga para Alejandro.
—Creo que voy a hablar con el personal —dijo Celeste tímidamente, rompiendo el silencio— para preguntarles dónde puedo ayudar o qué lugar podría ocupar en la casa...
Alejandro la miró con una mezcla de sorpresa y ternura, sonrió suavemente y negó con la cabeza, acercándose a ella.
—Celeste... ya no tienes que hacer eso —dijo con dulzura, tomando sus manos entre las suyas— no serás más parte del servicio de ninguna casa, te hospedarás aquí como mi invitada, como mi igual. Ya no eres la empleada de nadie.
Celeste se tensó, sintiéndose aún más fuera de lugar, la idea de no tener un papel definido, de no saber cuál era su lugar en esa nueva situación, la aterraba.
—No puedo aceptarlo —respondió, nerviosa— de alguna manera tengo que ganar dinero para pagar mis gastos. No pienso ser una carga, no puedo...
Alejandro volvió a sonreír, mirándola con paciencia y comprensión, entendía que para Celeste, la idea de ser simplemente una invitada era difícil de aceptar.
—Ya hablaremos de eso después, ¿De acuerdo? —dijo suavemente—. Ahora solo quiero que estés cómoda, que descanses y te sientas segura. Todo lo demás puede esperar.
La conversación quedó en el aire cuando el ama de llaves, una mujer de mediana edad llamada Rosa, se acercó para mostrarles sus habitaciones.
Su presencia interrumpió el momento íntimo entre Alejandro y Celeste, recordándoles que ya no estaban solos.
—Señor Alejandro, señorita Celeste —dijo Rosa con una reverencia respetuosa—. Sus habitaciones están listas, si me permiten, los guiaré.
Los condujo por un largo pasillo alfombrado hasta una serie de puertas de madera oscura, bellamente talladas.
La habitación de Alejandro estaba al final del pasillo, mientras que la de Celeste estaba justo al lado.
—Aquí está su habitación, señorita —dijo el ama de llaves con una sonrisa amable.
Celeste se quedó sin aliento al entrar, la habitación era enorme, en el centro había una cama de cuatro postes que parecía sacada de un cuento de hadas, con cortinas de terciopelo y sábanas que se veían tan suaves como nubes.
Una chimenea ocupaba una de las paredes, y aunque estaba apagada, daba un toque acogedor al espacio. Un gran ventanal ofrecía una vista impresionante del jardín, y los muebles, aunque antiguos, estaban impecablemente conservados.
—Es... es demasiado —murmuró Celeste, sintiéndose abrumada por tanta opulencia.
—No te preocupes por eso —dijo Alejandro desde la puerta, con una sonrisa tranquilizadora— solo quiero que estés cómoda, te mereces esto y más, Celeste.
Rosa se retiró discretamente después de indicarles que si necesitaban algo, solo tenían que llamarla. Celeste, aún en shock por la grandeza de la habitación, miró a Alejandro con gratitud.
—Gracias —murmuró—. Pero sigo pensando que es demasiado, no estoy acostumbrada a... todo esto.
Alejandro se acercó y le acarició suavemente el hombro, un gesto simple pero lleno de afecto.
—Lo sé, y entiendo que te sientas abrumada —dijo con voz suave— pero quiero que sepas que te mereces esto y mucho más. Ahora descansa, ¿De acuerdo?
Después de esa breve conversación, Alejandro salió de la habitación, dejando a Celeste sola con sus pensamientos. Ella se sentó en el borde de la cama, sintiendo el suave tejido bajo sus dedos.
No podía creer que estuviera en un lugar así, después de todo lo que había pasado. Su vida había dado un giro tan drástico en tan poco tiempo que aún no lograba procesarlo.
Un par de horas más tarde, llamaron a la puerta de su habitación. Celeste se levantó rápidamente, casi tropezando con la alfombra en su prisa por abrir. Al otro lado estaba Alejandro, sosteniendo una maleta que ella reconoció inmediatamente como suya.
—Te traje tus cosas —dijo él con una sonrisa cálida— envié a alguien a recogerlas de la mansión Montero. Pensé que te sentirías más cómoda con tus propias pertenencias.
Celeste parpadeó sorprendida, conmovida por el gesto.
—No tenías que hacerlo —murmuró, sintiendo una oleada de gratitud—. Pero... gracias, de verdad.
Alejandro entró en la habitación y dejó la maleta a un lado, por un momento, se quedó en silencio, observando a Celeste.
Había algo en ella que lo dejaba absorto, como si hubiera algo en su interior que no lograba entender del todo. Esa sensación de familiaridad, de que la había visto antes en algún lugar, lo inquietaba y fascinaba a partes iguales.
Celeste se sentía nerviosa por la manera en que él la observaba. Sentía como si Alejandro pudiera ver a través de ella, como si estuviera buscando algo en sus ojos.
Alejandro dio un paso más cerca, su corazón se aceleró sin saber porqué, había algo en Celeste que lo atraía de una manera que no podía explicar, una fuerza magnética que lo empujaba hacia ella.
—Es normal que te sientas así —dijo suavemente, con su voz cargada de comprensión— todo ha pasado muy rápido. Pero no te preocupes, ¿De acuerdo? Estamos juntos en esto, todo estará bien.
Por un instante, se quedó absorto en sus pensamientos, observando cada detalle del rostro de Celeste. Esa delicadeza que la hacía parecer frágil y al mismo tiempo fuerte, esos ojos que parecían guardar secretos que él ansiaba descubrir.