La luna colgaba baja, hinchada, casi roja en el borde.
Yo estaba en el risco, piel humana, viento cortando los pezones.
Kai subió cojeando, sangre fresca en el costado izquierdo, pelaje medio retraído.
—Elara.
—Kai, joder, ¿qué te pasó?
—Cazadores nuevos. No Blackthorn. Traen rifles con plata líquida. Me rozaron tres.
—Ven aquí, déjame ver.
Me arrodillé, abrí la herida con dedos. Olía a quemado.
—Duele como la mierda, pero viviré.
—Calla. Apesta a veneno.
—Los espíritus gritaron toda la noche antes de que saliera. Decían “eclipse rojo viene, la veta sangrará”.
—Los oí también. Me despertaron a las tres. Susurraban tu nombre y “herida de hierro”.
—Entonces ya lo sabes.
—Sé que estás sangrando en mi regazo y no me gusta.
—Escucha. El chamán viejo bajó del Ausangate. Trajo esto.
Sacó un trozo de cuero curtido, grabado con símbolos que brillaban débiles.
—Léelo tú. Yo apenas veo con esta mierda en la sangre.
Tomé el cuero. Mi voz tembló al leer en voz alta.
—“Cuando la luna se tiña de sangre y el hierro del alfa caiga, la veta abrirá su boca y beberá lo que no debe. Solo la sombra que abraza al hierro y la ceniza que teje luz podrán cerrar la herida antes del tercer aullido del eclipse rojo. Si fallan, los antiguos despertarán con hambre de todo lo vivo”.
—Bonita profecía de mierda.
—Kai.
—Dime que no es para nosotros.
—Los espíritus pronunciaron tu nombre y el mío. Y el de Zara.
—Genial. Tres cojos contra un eclipse que va a abrir la veta como un culo.
—Tenemos que contarle a la manada.
—Primero cura esto o me desangro antes del eclipse.
Presioné la herida, lamí la sangre para sacar el veneno. Sabe a metal quemado.
—Siente mi lengua, hierro. Saco la plata.
—Joder, Elara, duele y me pone duro al mismo tiempo.
—Luego te follo cuando estés limpio. Ahora quédate quieto.
Escupí el veneno n***o en la nieve. Siguió saliendo.
—Hay más adentro.
—Sácamelo todo. No quiero ser un lobo cojo cuando llegue el eclipse.
Metí dos dedos, abrí más. Él gruñó.
—Respira, Alfa.
—Respira tú, que me estás metiendo la mano hasta el hígado.
Saqué otro coágulo n***o. Lo tiré lejos.
—Listo. Ya no huele a muerte.
—Gracias, sombra.
—Ahora habla. ¿Cuántos cazadores eran?
—Ocho. Dos con rifles especiales. Los demás drones. Traen tecnología nueva, huelen a laboratorio humano.
—Los humanos nunca aprenden.
—Esta vez traen bruja. La olí. Huele a Isadora, pero más joven.
—Isadora está muerta.
—Su sangre no. Alguien la heredó.
—Entonces el eclipse rojo viene con familia.
—Parece que sí.
Me puse de pie, limpié sangre de mis labios.
—Convocamos a Zara y Lira. Esta noche.
—Zara está en la cueva con los cachorros.
—Que venga. Necesitamos sus hilos violetas.
—Lira está cazando.
—Que deje el huaco para mañana. Esto es más grande.
—Elara.
—Dime.
—Si la profecía es real… ¿estás lista para cerrar la veta con sangre nuestra?
—Estoy lista para lo que sea si estás tú.
—Entonces bésame antes de que convoque a la manada. Quiero tu sabor sin veneno.
Lo besé fuerte, lengua en su boca, sangre todavía en mis labios.
—Sabe a guerra.
—Sabe a nosotros.
—Siempre.
—Aullaré la convocatoria.
—No. Yo lo hago. Tu herida aún sangra.
Subí al risco más alto, inhalé aire helado.
Aullido largo, tres tonos: peligro, unión, ahora.
Respuesta inmediata desde todas las cuevas.
Vienen.
—Van a llegar enfurecidos.
—Que vengan. Necesitamos furia y cabeza fría a la vez.
Zara apareció primero, transformada parcial, ojos violetas brillando.
—Elara, olí sangre de Kai.
—Está vivo. Ven.
Lira llegó corriendo, pelaje rojizo erizado.
—Qué carajo pasó.
—Cazadores nuevos, profecía vieja, eclipse rojo.
—Explíquenme mientras camino.
Bajamos al claro central. La manada se reunía rápido.
Kai se puso de pie, herida ya cerrándose lenta.
—Escuchen todos.
Silencio inmediato.
—Esta noche me hirieron con plata líquida. Los espíritus hablaron antes. El chamán trajo esto.
Levantó el cuero.
—Elara lee.
Leí la profecía completa, voz alta, sin temblar esta vez.
Silencio pesado cuando terminé.
Zara habló primero.
—Mis hilos violetas vibran desde hace tres noches. Sabía que algo venía.
Lira gruñó.
—Entonces peleamos. Como siempre.
—No —dijo Kai—. Esta vez no es pelea. Es cierre. La veta puede abrirse.
Un Salvaje macho viejo alzó hocico.
—¿La veta nos va a comer?
—Solo si fallamos —respondí.
Otro lobo joven.
—¿Quiénes cierran la herida?
—Nosotros tres —señalé a Kai, Zara y yo—. Hierro, sombra y ceniza.
Zara dio paso adelante.
—Necesitaré toda mi luz violeta. Y sangre de los tres.
Lira sonrió con colmillos.
—Yo doy sangre y fuego. Siempre.
Kai miró a la manada.
—Nadie pelea solo. Si el eclipse abre la veta, los antiguos saldrán con hambre de siglos. Necesitamos círculo completo alrededor de la cueva principal.
Un alfa Salvaje.
—¿Cuándo es el eclipse?
—Tres noches —dijo el chamán llegando, bastón golpeando piedra—. Tres noches y la luna se pondrá roja como sangre fresca.
Yo miré a Kai.
—Tres noches para curarte del todo.
—Tres noches para follarte fuerte y recordarte por qué vivimos —susurró solo para mí.
—Trato hecho.
Zara alzó la cabeza.
—Necesito preparar los hilos. Elara, ven conmigo al termal. Tenemos que tejer la red antes.
—Voy.
Lira a Kai.
—Tú conmigo. Te curo lo que queda de veneno y te hago gritar para que la plata salga más rápido.
Kai sonrió torcido.
—Con gusto, rojiza.
La manada empezó a organizarse sola: patrullas dobles, cachorros a la cueva profunda, armas antiguas sacadas.
Yo caminé con Zara hacia el termal.
—Dime la verdad —le dije—. ¿Podemos cerrar la veta?
—Con nuestra sangre, nuestro placer y nuestra verdad, sí.
—¿Y si no alcanza?
—Entonces los Andes dejarán de murmurar y empezarán a gritar.
—Pues que griten. Nosotros gritamos más fuerte.
Zara me tomó la mano.
—Tres noches, hermana.
—Tres noches —repetí.
El agua caliente nos esperaba.
Y la luna, arriba, ya empezaba a teñirse.