El hombre anhelaba saber quién era esa misteriosa acompañante de Stavros. Pero, consciente de la naturaleza hermética de Stavros, un hombre de pocas palabras que prefería limitar sus conversaciones a asuntos laborales, y que odiaba la camarería no se atrevía a preguntarle. Hermes no había logrado estrechar una relación más allá de jefe/empleado con Stavros, pero eso no le importaba en absoluto. Para él, Stavros era casi una deidad, y acataba todas sus directrices con fervor, porque según él su vida ahora era más vibrante e interesante al lado de aquel mafioso fascinante. Con cautela y respeto, se acercó al moreno y formuló una pregunta con reverencia para obtener más información: ―Señor, ¿Le digo a la mujer de los Hamptons que lo espere a usted esta noche? ―indagó Hermes, sin apartar lo

