—Para potenciar el sabor y textura del chocolate añade una pizca de sal y una cucharada de bicarbonato, este truco es infalible, recuérdalo...
—Oh, muy interesante tía Celine... Anotado... —Escribe Avril en su libreta de notas y recetas el tip que su tía le acababa de dar.
—Por cierto mi niña, el brookie y los cupcakes que hiciste ayer te quedaron a la perfección. Definitivamente llevas el don de los postres en tus venas.
—¿En serio? ¡He mejorado entonces!
—Claro Avril, aprendes de una manera sorprendente.
—Esto me apasiona tía...
—¿Y por qué no te dedicas a lo que te apasiona?
—No creo que a papá le agrade la idea. Igual mañana empiezo la universidad y me gusta mucho la carrera que escogí.
—Pero no es tu pasión. Bueno, ojalá que medicina te llegue a apasionar como la repostería.
—A mi me gusta ayudar a la gente...
—De eso no tengo la menor duda mi niña, eres muy dulce y con un corazón enorme.
—Gracias tía Celine...
Avril Lárez es una joven de dieciocho años, piel morena, mediana estatura, cabello con rizos castaño oscuro, ojos cafés, nariz romana, labios de muñeca y su tipo de cuerpo es en forma de pera, es simpática, romántica, soñadora y con un noble corazón que no tiene comparación. Es la menor de 5 hermanos, entre ellos 3 hermanos y una hermana, aunque sus hermanos mayores suelen molestarla, tiene una familia unida y amorosa; en ocasiones la sobreprotegen por ser la más pequeña de todos. Ama la repostería, es su pasión, pero a su padre no le fue de su agrado que quisiera solo dedicarse a eso sin tener una carrera universitaria, por lo que ella escogió estudiar medicina. Curiosamente, en cada generación de esa familia alguien nace con el don de deleitar con las exquisiteces de los postres, en ésta fue Avril quien lo heredó.
Ha llegado el primer día de clases. La Universidad Central es la universidad más antigua y grande del país, este recinto cuenta con más de setenta edificaciones, por lo que el primer día de clases Avril se había extraviado en la inmensidad del lugar, sus nervios estaban de punta.
—Hola, buenos días... Disculpa, ¿me podrías ayudar? —Pregunta Avril a una muchacha que se encontraba observando la cartelera frente a uno de los edificios. Aquella chica solo la miró con dureza escrutándola, por lo que Avril se incómodo más. —No importa, debes estar ocupada.
—¡Oh! Lo siento... Espera... Es que tu rostro me pareció algo familiar e intentaba recordar de dónde. ¿En qué te puedo ayudar?
—Entiendo, suele pasar... ¿Me podrías indicar dónde está la facultad de medicina? Por favor... Estoy un poco perdida.
—¡Uy si! Estás algo lejos, te encuentras en la facultad de humanidades y educación.
—¡Carajo! Llegaré tardísimo...
—Te puedo acompañar para indicarte dónde es... Si te explico desde aquí te volverás a perder. —La muchacha ríe.
—¿En serio? ¿Tu no irás a clases? —Cuestiona Avril dubitativa.
—No, tranquila. Estoy ahora libre y averiguaba sobre algunas maestrías. —Comienzan a caminar.
—Te lo agradezco muchísimo... Por cierto, me llamo Avril.
—Mucho gusto. Mi nombre es Corina... —Estrecharon sus manos.
—¿Qué carreras estudias?
—Comunicación social, es mi segunda carrera... ¿Y tú?
—Vaya, yo apenas empezando con medicina.
—Tranquila, el tiempo se va volando cuando te mantienes ocupada y vaya que estarás muy ocupada con lo que escogiste.
—Supongo que si...
—Oye, en serio tu rostro se me hace muy familiar, ¿por casualidad, estudiaste en el colegio El Gran Valle?
—No, estudié en el Loyola... —Ríe y se encoge de hombros. —Seguramente tengo rostro común.
—¿Será eso? —Se detuvieron después de caminar unos minutos. —Llegamos...
—Gracias... gracias... gracias Corina... Te debo una gaseosa.
—¡Tranquila Avril! No es nada... Si quieres nos encontramos aquí a mediodía y te doy un tour por las instalaciones.
—¿Harías eso?
—¡Claro! No tengo problema. Y ya no somos tan desconocidas. Además, te conozco de algún lado y no lo recuerdo. —Avril esboza una sonrisa.
—Entonces en un rato indagaremos de dónde me conoces...
Avril hizo su primera amiga de la universidad y hermana de vida, aunque estudiaban carreras completamente diferentes, su amistad creció y cada vez que tenían tiempo se juntaban en las instalaciones. Corina pudo recordar dónde la había visto, pues, era aquella jovencita que acompañaba a su tía en el pequeño puesto de postres del centro comercial, esa chica que tenía cautivado a su amigo desaparecido con solo mirarla desde lo lejos; pero nunca le quiso mencionar la admiración que sintió aquel muchacho por ella.
Así fueron transcurriendo algunos años, Avril se hizo amiga también de Diana; al principio era algo desconfiada pero con el tiempo le fue tomando cariño a Avril y las tres chicas se hicieron inseparables. Diana fue la primera en casarse, luego Corina después de terminar su segunda carrera y hacer algunas maestrías, pero sus matrimonios no las hicieron olvidar su amistad; ver a sus amigas dichosas y felices le alegraba a Avril, sin embargo, deseaba conseguir algún día lo que ellas tenían, a su media naranja; no tenía la misma suerte que ellas, pues, se acercaban los hombre más mentirosos y patanes, lo cual la dejaba siempre con el corazón roto.
Llegó el día de la graduación de Avril, su familia estaba orgullosa de ella, se graduaba con honores y reconocimientos por su desempeño como estudiante. Pero sus decisiones seguían divididas en cuanto a qué se dedicaría en el futuro, amaba su carrera, pero su verdadera pasión era la repostería; veía a su padre tan orgulloso y feliz que no se atrevía a romperle el corazón mencionándole el tema. Después de haber culminado el evento de graduación, la gran familia fue a cenar a un lujoso restaurante de la ciudad, por supuesto sus hermanos no dejaban de bromear y molestarla, sin embargo, esto se había vuelto una costumbre y ya no la incomodaba.
Ernest Lárez se acerca a su hija con los ojos un poco empañados y un sobre en sus manos. Era extraño ver expresiones de sensibilidad en él siendo un hombre corpulento de facciones duras.
—Hija, mi pequeña Avril. Sé que tienes veinticuatro años, pero siempre serás nuestra bebé... —Hernest le hace entrega del sobre. —Este es nuestro regalo para ti.
—Papá, gracias... Gracias a todos... Pero no se hubiesen molestado, ya bastante hicieron con traerme a éste restaurante. —Valeria, su madre, toma su mano.
—Mi niña, eso no importa... Ábrelo.
Avril abre el sobre y saca con delicadeza el documento que se encontraba en su interior, a medida que va leyendo de qué se trata, sus ojos se van agrandando aún más.
—¿¡Este local comercial es para mi!? —Su padre asiente con una sonrisa mientras que el resto de sus familiares estaban a la expectativa también sonrientes.
—Si, está a tu nombre...
—Pero... pero... ¿¡De dónde sacaron esa cantidad de dinero!?
—Hermanita, recuerda que ya todos nosotros somos profesionales con empleos... No ganamos millones y millones pero entre todos pudimos colaborar un poco. —Comenta Emma, la hermana mayor de Avril.
—Tu padre y yo también teníamos algunos ahorros, mi niña.
—Se los agradezco tanto... —Unas lágrimas de felicidad escaparon de sus ojos y se abalanzó hacia cada uno para darles un beso y un abrazo.
—Les prometo que haré mi mejor esfuerzo para lenvantar mi nuevo consultorio...
—¿Consultorio? —Pregunta algo confundido Daniel, uno de sus hermanos.
Ernest la toma de la mano y la observa con dulzura.
—Escucha Av, yo sé que te hice escoger una carrera para que tuvieras un título universitario con el que puedas defenderte cuando lo necesites, además, sé que te gusta. Me has complacido en este capricho... pero todos sabemos que no es lo que te apasiona y tienes talento para algo más... Este local es para que montes tu pastelería, ya está acondicionado para una, solo falta que remodeles a tu gusto... No dudo que puedas ser una muy buena doctora, sin embargo, tu talento es la repostería, lo heredaste... Te hace feliz. —Avril ya se encontraba llorando de emoción.
—Gracias a todos... Son la mejor familia que podría tener. —Sus palabras salieron con voz baja por su sollozo.
—¡Oh vamos suspirito! Que llorona eres, esto es un momento de celebración, lloras como si hubiese muerto alguien. —Exclama Hans, el menor de sus hermanos varones y quien le puso el apodo "suspirito".
—¡Hans! ¡Déjala! Aun lo está procesando y llora de felicidad. —Objetó Valeria.
—Está bien... Él tiene razón... —Avril se suena la nariz.
—Bueno, brindemos por Avril y su nuevo emprendimiento, que por supuesto, será todo un éxito. No es porque sea mi hermanita, pero Suspirito hace los mejores postres de la ciudad. ¡Salud!
—¡Salud! —Dijeron todos los demás al unísono después de que Hans dio sus primeras palabras con su copa levantada para brindar.
Cuando se sientan nuevamente llegan Diana y Corina apresuradas, un poco agitadas.
—¡Buenas tardes!
—¡Hola a todos! —Los familiares de Avril saludan cortésmente.
—¡Chicas vinieron! Ya creía que no vendría
—¡Claro que sí! Lamentamos llegar tarde, había mucho tráfico.
—Nos perdimos el brindis...
—Oh, tranquilas... Lo importante es que están aquí.
—Bueno chicas, las actualizaré, Avril emprenderá con la repostería en su nuevo local comercial... —Les comenta Valeria.
—¿Cómo? Disculpen, pero no entiendo... —Habla Corina.
—¡Es que me han obsequiado esto! —Avril les nuestra los documentos eufórica y sus amigas le echan un vistazo rápidamente.
—¡Wow! ¡Esto es genial!
—¡Familia, es el mejor obsequio que pudieron haberle dado!
Diana y Corina abrazaron a Avril, contagiándose de la euforia de su amiga. Parloteaban, hacían planes para remodelar el lugar y publicitarlo, ya que Corina era una buena publicista; eran como adolescentes planificando y soñando un futuro por delante. Los padres de Avril se regocijaban al ver que la pequeña de la familia había hecho la mejor elección de amistades y que ya había crecido, además, empezaba a emprender su rumbo completamente independiente.
La pastelería Douce Passion se convirtió en todo un éxito. El local tenía una excelente ubicación en una avenida principal, los postres eran exquisitos, los esfuerzos de las tres chicas para que el lugar fuera acogedor y conocido rindieron frutos, convirtiéndola poco a poco en uno muy concurrido. La pastelería tiene una apariencia parisina; es de color rosa pastel por lo cual destaca entre los demás locales de la cuadra, con ventanas en forma de arco; algunas mesitas blancas de madera ubicadas en la parte posterior, su interior es blanco con adornos florales que lo hace ver perfectamente pulcro, dentro habían más sillas de madera de varios colores pasteles, hay una pared de cristal que en realidad es una vitrina destinada a pasteles recién horneados y en el mostrador se pueden apreciar gran cantidad de postres de todo tipo. Por supuesto, los fondos de Avril no alcanzaban para remodelar de esta manera su local, por lo que Corina y Diana la habían ayudado económicamente en lo que habían podido, les hizo feliz hacerlo.
—Chicas, aquí tienen mi pago por todos los préstamos que me pudieron hacer. —Dice Avril ofreciéndole un cheque a cada una, por lo que se sorprenden.
—Guau, no te estábamos cobrando.
—¿Segura que no los necesitas? Eso fue rápido. —Avril les sonríe.
—No, tranquilas... Quedé un poco ajustada pero quería devolverles el dinero tan pronto se pudiera, gracias a Dios la pastelería es todo un éxito. Y como dicen por ahí: "cuentas claras, amistades largas".
—Bueno, si necesitas para algo más no dudes en decirnos.
—Nos hizo feliz hacerlo Av.
—Gracias chicas, de verdad lo que han hecho por mi no tiene precio; es decir, ese gesto desinteresado. —Las tres se dieron un caluroso abrazo.
—Lo hicimos con muchísimo gusto.
—¡Ahora, a seguir echándole piernas a tu negocio jovencita! —Le exclama Diana, quien ahora tiene un Centro Odontológico junto a su esposo John.