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Contratada para ser la amante

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Blurb

Alondra Welsch, una talentosa estudiante de arte escénico, nunca imaginó que su viaje a Nueva York para participar en un prestigioso taller de actuación cambiaría su vida para siempre. Engañada por una reconocida actriz que la convence de seducir a un influyente político, Anton Delacroix, Alondra se ve atrapada en una trampa de manipulación y chantaje. Sin recuerdos de la fatídica noche, regresa a Londres con una gran suma de dinero, creyendo en una felicidad infinita y permanente.

Un inesperado embarazo la obliga a replantear su vida. Sabía que algo no estaba bien, pero su deseo de olvidar era más fuerte. No recordaba nada de la noche en la que estuvo con Anton, tampoco quiso esforzarse por ello. Se mudó a Italia para criar a su hija Iramil, sola y en paz, lejos de las sombras de su pasado. Sin embargo, el destino tenía otros planes. Claire Valmontt, la exesposa de Anton y la mente maestra detrás de su desgracia, descubre la existencia de la niña y mueve sus influencias para arruinar la vida de Alondra.

Sin empleo, sin dinero y con su hija desaparecida, Alondra enfrenta una red de mentiras que la atan a un hombre que la odia sin razón aparente. Mientras Anton sigue creyendo que ella formó parte del plan para destruirlo, sin saber que ambos son víctimas de la ambición, Alondra se verá tomando decisiones para reestablecer su vida y recuperar a su pequeña, así él no le crea, siendo Alondra el aliento de vida que estaba perdiendo. Pero, ¿será demasiado tarde para exponer la verdad?

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El Taller y La Oportunidad
La voz de la azafata anunciando el aterrizaje la sacó de su ensueño. A través de la ventanilla del avión, las luces de Nueva York se extendían como un océano de estrellas atrapadas en el asfalto. Alondra sintió una mezcla de emoción y ansiedad; era la primera vez que visitaba la ciudad y, aunque el viaje no había sido idea suya, lo tomaba como una señal de que su destino finalmente comenzaba a moldearse. Su mejor amiga, Olivia Muller, había sido la artífice de todo. Fue ella quien, sin decirle nada, la postuló para el Taller de Interpretación y Método Avanzado, un programa exclusivo que solo aceptaba a veinte estudiantes al año. Alondra apenas podía creerlo cuando recibió la confirmación. Había sido seleccionada entre cientos de aspirantes de todo el mundo, una oportunidad que cualquier estudiante de arte escénico soñaría con tener. El avión aterrizó en la pista con un leve rebote, sacudiendo levemente su cuerpo, mientras la vibración de las ruedas tocaban tierra. Su zumbido aún retumbaba en sus oídos cuando puso un pie en el aeropuerto JFK de Nueva York Nueva York, la recibió con su cielo plomizo, como si el clima intentara encapsular la inmensidad de la ciudad misma. Su corazón latía con fuerza, la hizo sentir una mezcla de emoción y ansiedad al saber que estaba por comenzar una nueva etapa de su vida. La ciudad que nunca duerme la recibió con su bullicio y su energía electrizante, una sensación completamente distinta a la serena y clásica Londres donde ha pasado sus últimos años estudiando. La promesa de oportunidades únicas flotaba en el aire, algo que solo unos pocos, afortunados o preparados, tenían la fortuna de obtener. Cada paso que daba le acercaba más a lo que podría ser el inicio de una nueva etapa en su vida. Caminó con pasos firmes por la terminal, sus tacones resonaban sobre el suelo pulido. Se sentía poderosa, como una actriz en el escenario principal, rodeada de viajeros distraídos que ni siquiera le notaban. Su cabello rojizo rebotaba sobre su espalda, cada uno de mis rizos parecían moverse con un propósito propio, mientras se dirigía a recoger su equipaje. La ciudad vibraba, las luces, los ruidos, el ajetreo de la gente… todo le decía que, Alondra Welsch, estaba lista para dejar su huella. Alondra es una mujer soñadora y joven, de apenas 22 años de edad, estudiante de artes escénicas en su tercer semestre en la Escuela de Artes Escénicos de Londres. Desde que tiene memoria, sus sueños han girado en torno a los escenarios, los reflectores y la magia de la interpretación. Cuando su amiga Olivia le habló de ese taller en Nueva York, auspiciado por una importante empresa de Hollywood, dudó, no creyó quedar entre los mejores. Apenas le notificaron que había quedado seleccionada, sin dudarlo empacó sus maletas y se lanzó a la aventura con la esperanza de que este fuera el primer gran paso en su carrera. Ahora, con su maleta en la mano y la ciudad brillando con la promesa de lo desconocido, estaba lista para sumergirse en la experiencia. Tras instalarse en un modesto hotel en Manhattan, se dedicó a explorar la ciudad, sintiéndose diminuta entre los rascacielos, pero con el corazón repleto de ambiciones. El Instituto de Artes Escénicas de Nueva York era un edificio de arquitectura imponente, ubicado en el corazón de Manhattan. Desde su exterior, parecía un reflejo de la historia de Broadway con grandes ventanales que reflejaban la energía inagotable de la ciudad. Alondra recorrió los pasillos con la mirada ávida de quien quiere absorber cada detalle. A su alrededor, los estudiantes conversaban, algunos practicaban líneas de guión, otros ensayaban expresiones frente a los espejos. Se respiraba talento, esfuerzo y ambición. En su interior, el aire de grandeza se hacía palpable. Los pasillos tapizados con retratos en blanco y n***o de actores legendarios, el brillo de las luces en los techos altos, y el sonido de pasos que resonaban como un recordatorio de los sueños que muchos habían hecho realidad allí. Era un honor estar allí, un logro por todo el esfuerzo invertido en sus años de entrenamiento. Cada clase, cada ensayo, era un reto; cada uno le acercaba más a perfeccionar su talento. Estaba ansiosa por comenzar, por absorber cada gota de conocimiento que los maestros y profesores pudieran darme. Pero no fue ese primer día donde todo comenzó. El taller superaba todas sus expectativas. Desde el primer día, los profesores la pusieron a prueba con ejercicios exigentes. Improvisaciones intensas, monólogos emocionales, técnicas para controlar el cuerpo y la voz. Cada clase era una batalla contra sus propios límites, y Alondra estaba determinada a demostrar que merecía estar allí. Todo cambió la noche en que la conoció, Juliette Davenport, una mujer elegante y enigmática, de ojos afilados y una sonrisa que inspiraba tanto confianza como desconfianza a la vez. Su rostro le resultó vagamente familiar hasta que finalmente la reconoció, una actriz de renombre, conocida tanto por su talento en el escenario como por sus escándalos en la prensa. Su cabello rubio ceniza estaba recogido en un moño pulcro, y sus ojos azules la analizaban con intensidad. Ese fue en uno de esos días intensos, entre ejercicios y lecturas dramáticas, cuando la conoció. Su presencia dominaba la sala con una autoridad que solo se ve en quienes han encarnado a grandes personajes sobre el escenario. En su mirada calculadora observaba a todos con una atención impecable. Era una mujer que sabía lo que quería, y no tenía miedo de ir tras ello. Desde que Alondra llegó al Instituto la observó con detenimiento, evaluando cada uno de sus movimientos, cada gesto, con un escrutinio que desconcertaba un poco. Después de la clase, abordó a Alondra en la salida de uno de los ensayos del taller. —Tienes un rostro encantador, ¿lo sabías? —Fue la forma en la que Juliette se acercó a ella usando un tono de voz aterciopelado, mirándola con interés. Alondra se ruborizó ligeramente, pero asintió con una sonrisa tímida. —Gracias... —respondió, sin saber a dónde quería llegar Juliette con aquel halago. Hizo una pausa larga, observando a Alondra. —Alondra Welsch, ¿cierto? —La voz era firme, segura, su presencia imponente. —Sí, soy yo —respondió Alondra, tratando de disimular su sorpresa. Juliette sonrió con un aire calculador. —Alondra, ¿tienes un momento? —su voz tenía el tono melódico de quien sabe convencer sin esfuerzo. No necesitaba alzar la voz, sus palabras eran como un susurro seductor que se filtraba directamente a la mente. Asintió con curiosidad, incapaz de prever lo que vendría. La llevó a su oficina, un espacio elegante, decorado con fotografías en blanco y n***o de sus años dorados en Broadway. En sus estanterías descansaban premios y trofeos que solo confirmaban la magnitud de su carrera. Se acomodó en su butaca de cuero; mientras, mantuvo su mirada fija en Alondra, y la observó con esa media sonrisa que indicaba que estaba pensando algo que Alondra aún no entendía. Le señaló un sillón al frente de ella, invitándola a tomar asiento. —Ponte cómoda —dijo en voz pausada—. Te vi en la clase de improvisación. Tienes algo especial, una chispa que pocos poseen. ¿Has pensado en llevar tu talento más allá del teatro? El corazón de Alondra latió con fuerza. Su mente en seguida voló. «¿Era esto lo que parecía? ¿Una oferta de trabajo?», cuestionó en su mente ávida de sueños, ese era su mayor defecto, su mente no tenía frenos, se disparaba sin medirse llevándola a veces a estrellarse contra de la realidad. —Claro, quiero explorar todas las posibilidades —dijo con entusiasmo. La actriz inclinó levemente la cabeza, evaluándola con la mirada. —Me alegra escuchar eso. Verás, tengo un contacto en la industria que busca alguien como tú para un proyecto… una oportunidad de oro, diría yo. Podría abrirte muchas puertas, pero requiere discreción y… cierta madurez para aceptar desafíos —hizo una pausa mientras estudiaba sus reacciones—. Necesito tu talento para algo muy especial —dijo, sin rodeos, con un tono que dejaba claro que no había espacio para objeciones. Alondra levantó una ceja. Las frases ambiguas nunca le habían gustado, y mucho menos cuando no sabía qué se esperaba de ella, dado su mente era tan fructífera en sueños sin límites, no le gustaban los claroscuros. Por un instante sintió un ligero escalofrío. Había algo en la forma en que Juliette hablaba, un matiz en su voz que la hizo dudar por un instante. Pero la emoción de ser notada por alguien tan importante la cegó ante cualquier advertencia interna. —Escucho —respondió, manteniendo una postura firme, aunque su estómago empezaba a revolverse por los nervios—. ¿De qué tipo de proyecto hablamos? —preguntó con cautela. Juliette se inclinó hacia adelante, entrelazando los dedos con una concentración palpable. Sin quitarle los ojos de encima, comenzó a hablar con un ritmo tranquilo pero seguro. Sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta. —Es algo exclusivo. Un evento privado donde conocerás a personas influyentes. Será una noche interesante, créeme. Y te pagarían generosamente por solo asistir. Alondra frunció el ceño. —¿Un evento? ¿De qué clase? —Digamos que de entretenimiento para la élite. No tienes que hacer nada que no quieras, pero créeme, es una gran oportunidad para hacer conexiones. No cualquiera recibe esta oferta. La duda se instaló en su mente. Sonaba demasiado bueno para ser verdad, pero la promesa de acceso a la élite del mundo del espectáculo era tentadora. No podía permitirse perder una oportunidad así. Juliette le tendió una tarjeta. —Piénsalo, Alondra. Si decides aceptar, llama a este número. La cita es en un club privado en unos dias, por la noche. No te arrepentirás. Antes de que pudiera responder, la actriz se excusó diciéndole que tenía otros compromisos urgentes e impostergables que atender. Se despidió de Alondra en la entrada de su oficina y se alejó con la misma elegancia con la que había llegado, dejándola en el pasillo con la tarjeta en la mano y un torrente de pensamientos contradictorios. ¿Era esta la gran oportunidad que había esperado toda su vida? ¿O estaba a punto de cruzar una línea peligrosa sin darse cuenta? Sin saberlo, Alondra acababa de dar el primer paso en una trampa meticulosamente planeada.

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