Los días pasaron, y Juliette no dejó de insistir. Alondra tenía dudas, se consideraba inexperta, creía que no estaba al nivel de lo que tal vez la mujer veterana frente a las cámaras y los reflectores esperaba de ella. Le dejaba notas en su camerino, o le dirigía miradas furtivas en cada clase, como recordándole que la propuesta estaba vigente. Lo que al principio había sido una idea absurda comenzó a sembrar una semilla de inquietud en mi mente.
«¿Qué tan importante era ese proyecto? ¿Qué tanto valor veía Juliette en ella para justificar tal inversión de tiempo y esfuerzo en hacerla acceder? ¿Por qué ella?», eran las preguntas que rondaban en su mente constantemente.
Sabía que poseía un atractivo exótico, que su altura y sus curvas llamaban la atención, la han favorecido para interpretar algunos pequeños papeles en breves obras de teatro en las que ha podido participar. Juliette le daba la impresión que su propuesta era otro nivel, una responsabilidad superior a la que se consideran pequeña frente a su trayectoria.. Su confianza en el escenario era indiscutible, pero en los pequeños escenarios donde se ha desenvuelto, pero fuera de ellos… eso era algo completamente nuevo para Alondra.
Finalmente, después de días de incertidumbre, en un acto impulsivo se enfrentó a Juliette. Ya no podía ignorar lo que le había dicho y el asedio solapado. Sin saber en sí en qué se iba a meter, ahora tenía una decisión que tomar.
La abordó en el pasillo, justo al pie de las escaleras para salir del instituto, había pasado una hora después del almuerzo, Alondra no fue a comer porque los nervios no le permitían probar bocado. La novedad de experimentar en un escenario tal vez con otros grandes actores, de renombre y con una trayectoria superior a la de ella, la mantenía abrumada. Juliette venía entrando al Instituto.
—Soy toda oídos —le dijo a Juliette, obstruyendo su camino—. Quiero más detalles de ese proyecto.
Con aires de triunfo, Juliette sonrió sutilmente. Ladeó la cabeza a un lado en actitud de tener el control, miró alrededor como si buscara cerciorarse de que todo estuviera en su lugar luego de su breve ausencia, tal como actúa el dueño de una empresa; pero todos, incluso Alondra, sabían que ella no era la dueña del Instituto, que tenía poder, eso sí, era cierto, sus palabras tenían peso en ese lugar, y por eso, Alondra ni siquiera por error se atrevió a considerar que algo malo pudiera haber detrás de semejante propuesta que para una aspirante a actriz de hollywood resultaba tentadora.
Juliette le hizo seña para que la siguiera a su oficina, donde, luego de cerrar la puerta para quedar en completa privacidad, estando ambas cómodas, se dispuso a responderle.
—Es algo sencillo —respondió en un tono de voz simplista, con insignificancia—, un papel improvisado, si lo quieres ver así. Conocerás a un hombre importante, un político influyente. Solo tienes que seducirlo un poco, nada comprometedor, y te pagaré lo suficiente para que no tengas que preocuparte por el dinero en una buena temporada.
Alondra no supo si sentir alivio, decepción o enfado, no supo cómo interpretarlo.
—¡¿Perdón?! —respondió por inercia, la incredulidad era evidente en su voz.
Su ceño se frunció, y un escalofrío recorrió su espalda. La propuesta de Juliette le resultaba desconcertante, y al mismo tiempo demasiado buena para ser verdad, demasiado turbia para no despertar sus alarmas.
—No estoy segura de que esto sea una buena idea —dije, cruzando los brazos.
Juliette soltó una risita, como si su escepticismo le divirtiera.
—Vamos, Alondra. No es más que un pequeño juego. Él es un hombre poderoso, acostumbrado a este tipo de entretenimiento. Solo tienes que ser encantadora, seductora, pero sin llegar a nada comprometedor. Y, por supuesto, recibirás una generosa recompensa —adujo en voz pausada mirándola con atención. El tipo de voz que busca persuadir al objetivo—. Es un político eminente, Antón Delacroix. Hay personas interesadas en que baje la guardia… y tú podrías ayudar sin hacerle mayor daño que ayudarle a dar cuenta de su error —explicó, sin vacilar.
Rió, una risa nerviosa que no pudo controlar. Aquello parecía una broma de mal gusto. A pesar de la poca experiencia que había ganado en los escenarios de teatro y detrás de una cámara que solo se ha reducido a pequeñas pruebas, Alondra jamás se había enfrentado a algo así en la vida real. No era solo que no estuviera interesada, nunca había hecho nada similar, sino que el concepto mismo de seducir a un hombre de esa magnitud le resultaba ajeno, ridículo.
—¿Y si se da cuenta de que todo es una farsa? ¿Y si espera algo más de lo que yo estoy dispuesta a dar? —su voz tembló ligeramente, pero se mantuvo firme.
—Eso depende de ti. Tú marcas los límites. Una copa, una charla amena, un par de sonrisas. Es actuación, querida. Lo que mejor sabes hacer. —Sus ojos se clavaron en los de la pelirroja con intensidad, y por un momento sintió que le desafiaba a demostrar de qué estaba hecha.
Antes de que pudiera decir algo más, Juliette sacó algo de una gaveta que tenía al frente, luego deslizó un sobre hacia Alondra. La invitó a abrirlo, lo hizo por curiosidad, y sus ojos se encontraron con una cifra escrita en el cheque que estaba en el contenido que le dejó sin palabras. Era absurda, casi una ofensa.
—¿Me estás subestimando? —preguntó con frialdad, sin poder disimular la sorpresa y el desdén que sentía. No podía creer que le estuviera proponiendo un pago tan alto por algo tan ridículo—. ¿Tanto por nada?
—En lo absoluto. Creo que eres perfecta para esto —respondió Juliette, con una sonrisa calculada que no dejaba espacio para dudas—. Para tí es nada, para quienes quieren tranquilizar a Delacroix es suficiente. Tanto que están dispuestos a pagarte esa suma insignificante. Piénsalo. Piensa en lo que esto podría significar para ti.
Alondra estuvo tentada a abandonar la oficina, como lo hizo la primera vez, pero no se atrevió; sí se puso de pie y caminó hacia las ventanas para despejar su mente, mientras Juliette la mirada con frialdad, sabiendo que estaba cerca de lograr el objetivo.
Alondra sumergida en su mente, a pesar de sus dudas, sopesaba la idea de ganar dinero rápido sin aparentemente hacer nada peligroso, le seguía tentando. Se decía que no era más que un juego, un acto de seducción inocente que no pasaría de unas copas y una conversación. O al menos, eso creía.
Se giró de golpe.
—Acepto, pero con condiciones —le dijo, en un tono de voz firme y decidida—. Quiero saber todo sobre él: su apariencia, su personalidad, sus costumbres. Todo lo que pueda ayudarme a entender cómo acercarme.
Juliette sonrió con satisfacción, y sus ojos brillaron como si hubiera esperado esa respuesta. Sin decir una palabra, deslizó un dossier hacia Alondra. Era evidente que tenía todo bien planificado. El papel tenía un peso significativo, y cuando Alondra lo abrió, vio la información detallada sobre Antón Delacroix: su vida, sus gustos, sus debilidades. La cita estaba fijada a suceder dos días después, es decir, faltando dos días para ella retornar a Londres, le quedaban pocos días para finalizar el taller, y Juliette no perdía tiempo.
—Todo lo que necesitas está aquí —dijo mientras la observaba, segura de que ya no habría vuelta atrás—. La cita será en dos días Alondra Welsch, dos días. Haz tu magia, Alondra. Agarralo, es tuyo —le dijo Juliette—. Es un adelanto —Alondra la miró con incredulidad—. Es para garantizar que cumplas con tu parte, la otra te será enviada al número de cuenta que cuyos datos anotes en este papel —le dijo al tiempo que le extendió un papel y un bolígrafo fino enchapado en oro.
Alondra la miró breves segundos rebasada por todo lo que había sucedido en tan poquitos minutos, tomó el bolígrafo y anotó el número. No era necesario buscar para verificar, recordaba cada dígito de su cuenta bancaria, era la única que tenía desde hacía muchos años, desde que tomó las riendas de su vida y la de su madre cuando ésta enfermó hasta el día que falleció dejándola sola en el mundo.
Culminó con lo que Juliette le exigió, se incorporó y con cierta inseguridad en sus movimientos, Alondra volvió a tomar el sobre con una mezcla de expectación y recelo.
El encargo había comenzado, y con ello, el camino hacia algo mucho más grande de lo que jamás imaginó. Sin darme cuenta, Alondra se encontraba al borde de algo nuevo, algo desconocido. Y aunque el miedo y la duda seguían rondando, algo dentro de ella se estaba encendiendo. Su destino ya no era solo un papel sobre un escenario. El verdadero juego acababa de comenzar.
Al final terminó accediendo, pensaba en las ventajas y perjuicios que pudiera traerle lo que ella le pedía. Al ver más a su favor con tan poco esfuerzo, terminó dejándose llevar.