Encuentro con Anton Delacroix

2952 Words
La noche había caído sobre Nueva York con la elegancia y la sofisticación propia de la ciudad. Las luces de los edificios reflejaban una sensación de poder en cada calle, y ella, Alondra Welsch, se preparaba para lo que ella creía era el primer y único encuentro con Antón Delacroix. La cita había sido confirmada para esa noche, en uno de los bares más exclusivos de Manhattan, un lugar de lujo y privacidad donde cada mesa parecía estar destinada a la élite de la sociedad. Se miró una última vez en el espejo del vestidor de la habitación del hotel que venía reservando desde su llegada. La mujer que veía en el reflejo era casi irreconocible. No era la Alondra que caminaba por los pasillos del instituto ni la que se entregaba a la libertad de una actuación en el escenario. Esta Alondra era más dura, más controlada. Su presencia era imponente. De alguna manera, sentía que el vestido que eligió para esa noche era una extensión de su personalidad: audaz, altiva, segura de sí misma, como un traje de poder. El vestido, de un color oscuro y profundo, casi n***o, abrazaba su figura esbelta y alta, de tal forma que cada curva parecía estar marcada a la perfección. Era un vestido sencillo en su corte, pero la tela, un satén suave, fluía a su alrededor con la elegancia de una reina. La parte superior del vestido estaba diseñada de manera que dejaba ver sus hombros desnudos, con tirantes finos que permitían que su cuello largo y elegante destacara. La falda caía suavemente adherida a su figura dando una muestra de lo esbelta de su figura, de sus comprometedora caderas, y lo delgada de su cintura, lo suficientemente holgado con una abertura al final de este a un lado en la pierna derecha, dejándole caminar con libertad y gracia, pero al mismo tiempo, con una sensualidad que podía percibirse en cada paso. Su cabello, ni hablar, su cabello, largo y rojizo, había sido cuidadosamente alisado para caer sobre sus hombros con un brillo dorado que parecía casi irreal. Sus rizos, que usualmente dominaban su estilo, casualmente en esa ocasión se mantenían controlados en un peinado de lado, para resaltar la línea suave de su rostro, mientras que sus ojos color miel, rodeados por una línea de delineador oscuro, observaban el reflejo de su cuerpo en el espejo con una intensidad calculada. Su maquillaje era sutil, pero perfecto, lo suficiente como para resaltar su femineidad sin parecer demasiado evidente. Quería que él la viera, que le sintiera, pero sin mostrarse en exceso. Alondra deseaba que su apariencia hiciera el trabajo de seducción sin que ella tuviera que esforzarse, como la idea era solo coquetear sin dar un paso más, consideró que para eso su belleza bastaba. Con un último ajuste al vestido y una respiración profunda, tomó el bolso pequeño que le acompañaría esa noche y se dirigió hacia el coche. La cita con Antón Delacroix estaba a punto de comenzar, y la tensión en el aire era palpable, tanto en la ciudad como en su propio pecho. A medida que el coche se acercaba al bar, sintió cómo su mente se aclaraba, como si estuviera entrando en el escenario más importante de su vida. No había vuelta atrás. Esa noche, todo cambiaría. Alondra bajó del auto con una mezcla de nerviosismo y emoción recorriéndole el cuerpo. El vehículo n***o en el que la habían recogido la dejó justo frente a Le Mirage, un bar de lujo en el corazón de Nueva York, donde las luces tenues y la música de jazz creaban un ambiente de exclusividad. No era el tipo de lugar al que estaba acostumbrada, pero se recordó a sí misma que esta era la oportunidad que Juliette le había prometido. Una noche entre la élite. Una puerta a su futuro. Se ajustó el vestido n***o que había comprado el dia anterior y solo le fue enviado esa misma tarde porque tuvieron que hacerle algunos ajustes. Todo el outfit había sido pagado por Juliette, los tacones finos, el vestido, el bolso, el estilista, el maquillador, todo corrió por su cuenta como si de verdad se tratara de un gran proyecto, donde ella se dedicaría solo a poner su imagen, su talento. Era una prenda elegante, de tela suave y ajustada a su figura, con un escote lo suficientemente pronunciado para llamar la atención sin parecer vulgar. Llevaba tacones altos que realzaban su postura. Al entrar, el murmullo de conversaciones sofisticadas la envolvió. Hombres y mujeres vestidos de manera impecable brindaban con copas de vino y whisky, conversaban en voz baja, reían con la seguridad de quienes pertenecían a un mundo de riqueza y poder. Se sintió fuera de lugar por un instante, pero se obligó a mantener la compostura. —Alondra, bienvenida. La voz de Juliette la hizo girarse. La actriz la esperaba junto a la barra, sosteniendo en su mano derecha una copa de martini. Llevaba un vestido rojo que irradiaba confianza y poder. —No te ves nada mal. —adujo Juliette y sonrió con aprobación—. ¿Lista para conocer gente interesante? Alondra asintió, aunque una pequeña voz en su cabeza le decía que tuviera cuidado. —Claro. ¿Cómo funciona esto exactamente? Juliette le hizo un gesto para que la siguiera hacia una mesa apartada. —Es sencillo, cariño. Solo relájate, conversa y disfruta de la velada. No hay presiones. Alondra frunció el ceño. —¿Y esta "oportunidad" realmente puede ayudarme en mi carrera? Juliette tomó un sorbo de su martini y le lanzó una mirada divertida. —Mucho más de lo que imaginas. A veces, en esta industria, el talento no es suficiente. Hay que saber moverse en los círculos adecuados. Y hoy, tendrás el privilegio de conocer a alguien muy importante. Coquetear, mostrar tus encantos, si logras que Anton Delacroix solo te mire a ti, lograrás avanzar un buen tramo que a muchos les cuesta. Con esto estarás asegurándote una recomendación del Instituto, y mía por supuesto. Antes de que Alondra pudiera preguntar algo más, Juliette m se levantó, la presentó con varias personas y finalmente le hizo una señal a un hombre en la distancia. —Aquí viene. Prepárate —le advirtió a una Alondra presa de los nervios. Alondra giró la cabeza y vio a un hombre acercarse a la mesa. Era alto, bastante joven pudo calcular que de su edad o cercano, lucía elegante, como todos los hombres alrededor, la miraba con interés mientras se acercaba a ellas, hasta que se detuvo justo frente a Alondra sin prestarle atención a Juliette. —Ella es nuestra chica —le dijo Juliette al hombre que parecía querer comerse a Alondra con la mirada—. Recuerda lo que debes hacer, solo la vas a presentar con Delacroix, te tomas dos tragos y te excusas diciendo que tienes un aviso de improviso y los dejas solos. Ya sabes la excusa que debes poner para dejarla con él, no creo que te sea difícil agregar un diálogo más al guión que debes tener aprendido —agregó la mujer rubia con una seguridad que solo se vé en quienes dirigen organizaciones y no dudan en que serán obedecidos. —Pierde cuidado —respondió el hombre embebido en la belleza de Alondra. —¡Perfecto! —exclamó Juliette—. Me retiro, también tengo cosas que hacer todavía. Te deseo éxito, y ya sabes, solo coqueteo —le recordó la mujer, y con la sutileza que dicta la elegancia que debe guardar, soltó una discreta sonrisa pícara. A Alondra no le dio tiempo a ver por dónde se fue Juliette, ya que el hombre con quien la dejó sutilmente le mostró, con una seña de su mano la dirección por la que debía tomar, guiándola a la mesa que sería su escenario esa noche. —Sígueme el juego —le dijo el hombre y así sin más rodeó su cintura en un abrazo posesivo mientras avanzaban hacia la mesa justo cuando quedaron frente a un hombre que pese a estar sentado, evidentemente era alto, de cabello oscuro y ojos fríos pero intensos. Posó su mirada en el hombre que llevaba a Alondra de la cintura haciéndole sentir incómoda—. Roland —lo vio incorporarse de la mesa, ajustar el saco de su traje y sin ser exagerado mostró una sonrisa de agrado de ver al hombre que acompañaba a Alondra. En su postura mostró una seguridad que delataba poder. Llevaba un traje n***o perfectamente entallado y su rostro se veia impecablemente rasurado. Su expresión era inescrutable, pero su mirada luego se fijó en Alondra con curiosidad. —Anton Delacroix, ¡Qué casualidad! —le responde el hombre, quien finalmente soltó a Alondra que por lo incómoda que se sentía en los brazos del desconocido había estado sosteniendo la respiración, la soltó—. Si lo hubiéramos acordado no coincidimos. Ve, te presento a Alondra Welsch, una amiga que me acabo de encontrar, veníamos por una mesa para recordar y comentar los últimos eventos de nuestras vida y puff apareces tú. —Hablaba como metralleta en ejecución, no respiraba. Abrumada por lo rápido que sucedía todo, Alondra en su mente se obligó a repasar lo que decía el dossier: “Un político influyente, un estratega implacable, un hombre con conexiones que podían cambiar vidas… o destruirlas”. Anton extendió la mano y Alondra aun con dudas, se metió en su papel, la estrechó, sintiendo la firmeza en su agarre. —Es un placer, señor Delacroix. —Llámame Anton. Se sentaron en la mesa y el desconocido, que Alondra agradeció que Anton hubiera dicho su nombre, Roland, con una sonrisa satisfecha, al poco rato, tal como le ordenó Juliette, después de tomar dos sorbos de su coñac fingió recibir un mensaje en su celular y se despidió con una excusa vaga, dejándolos a solas. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Anton mientras se inclinaba ligeramente hacia ella. —La verdad no sé. —Alondra sonrió, tratando de disimular su incomodidad—. Vine a encontrarme con una amiga y parece que me dejó en espera —respondió mirando alrededor—. Cuando vi a Roland pensé que había sido la salvación de la noche. Pensé que no había perdido el viaje hasta aquí, pero me equivoqué. Creo que me tomaré esto y volveré a aburrirme en casa —agregó con cierto dramatismo en el tono de su voz y la expresión de su rostro tierno y que a Anton comenzaba a resultarle apetecible. Definitivamente la belleza natural de Alondra, comenzaba a surtir efectos, porque de inmediato el hombre se sintió atraído por ella. —Ah pero eso no es problema, yo también como que perdí la venida, tenía una cita y me cancelaron apenas hace unos segundos, podemos aburrirnos juntos un rato tomando algo —propuso Anton con una naturalidad que a Alondra le pareció algo fácil, imaginaba que por ser político, sería difícil entablar una conversación inicial con él—. Bueno, a menos que no se sienta a gusto en mi presencia —agregó—. Se cuidar bien a las amigas de mis colegas. Su tono no era halagador ni condescendiente, simplemente formal, como si estuviera evaluándola. Alondra tomó un sorbo de la copa de vino que un mesero había colocado frente a ella sin que lo pidiera. —No, no hay problema, puedo estar un rato más aquí con usted —dijo seria y dejó ver cierta timidez que resultaba en una coquetería que pareciera natural. Un gesto que captó la atención de Anton. La conversación fluyó más fácilmente de lo que esperaba. Anton no era el hombre arrogante que imaginaba. Era inteligente, perspicaz y sabía cómo mantener el control de una charla sin que pareciera un interrogatorio. Alondra se sintió atraída por su carisma, aunque algo en él la hacía mantenerse alerta. Se recordaba constantemente que solo era actuación, nada personal. —Dime, Alondra, ¿A qué te dedicas? —Soy asistente de un doctor —dijo lo primero que se le ocurrió—. Nada difícil. Anton sonrió apenas. —Mmm —respondió mirándola con los ojos entrecerrados —. Y Roland ¿Qué tan amigos son? —Amigos, solo amigos, nada más allá de una amistad de la adolescencia —mintió con descaro y se inclinó hacia adelante fingiendo acomodarse en el asiento y así dejarle ver a Anton sus atributos, respingó su labio fingiendo sentir incomodidad, pasó unos de su dedos sobre el inferior de éste para limpiar algo inexistente de él. Este simple gesto crispó el vello de la nuca de Anton, un hombre que llevaba días tratando de conseguir a una mujer que por un par de horas o el tiempo que fuera le ayudará a relajar su cuerpo de la pesadilla en la que se estaba convirtiendo su vida, y aparece la amiga de su colega, así sin más. Alondra le hacía sentir un deseo irrefrenable por besar sus carnosos y sonrosados labios, eso sin contar lo que su mente comenzó a recrear de lo que haría con ese frágil pero bien distribuido cuerpo. Pasaron casi dos horas conversando. Alondra empezó a relajarse, disfrutando del intercambio de ideas y la atención de un hombre como Anton. En medio de ella llegaron a familiarizar, al punto de que él llevó su mano a la de ella por instinto, el querer tocar su piel era una tentación. Lo hizo y no recibió rechazo. Sino que al contrario, sin previo aviso, algo cambió. Para Alondra las luces del bar comenzaron a brillar con más intensidad de lo normal, su cuerpo cambió de temperatura a uno ardoroso, de manera repentina le entró un deseo de besar a Anton, y así sin más de la cercanía que tenían, ella con un leve empujón hacia adelante en un jugueteo propio del exceso de alcohol, rosó sus labios con los del político tentándolo, se separó y eso fue el motivo para despertar en él de manera voraz al león que estaba intranquilo en su interior. Tomó su cabeza por la parte de atrás de la nuca, y ahí en medio de todos, aprisionó y succionó de sus labios en un beso apasionado. Hacer y ver eso en esos lugares era algo normal para el mundo, pero no para Anton que era una figura pública, ni para Alondra una joven recatada. Las voces se volvieron un eco lejano. La piel de ambos hormigueó. Sus respiraciones se aceleraron, y sus cuerpos, estaban deseosos de más. Pero, Algo en Alondra no marchaba bien, no se sentía ella, el deseo por ese hombre rebasaba cualquier lógica. Saciar su instinto era primordial. —No sé tú, pero quiero escapar de aquí —adujo Anton en contra de sus labios carnosos. Alondra parpadeó varias veces, tratando de enfocar su mirada. Su mente estaba nublada. —Sí… yo también, no me siento bien —respondió ella y Anton la volvió a besar mal interpretando su respuesta como un sí a su mensaje encriptado. Lo que ella no entendió pese a sentirse deseosa por él y a la vez aturdida. Así sin más Anton la soltó con sutileza, y sin quitarle la mirada a la pelirroja que tenía los labios inflamados después del tórrido beso que se dieron, dejó un fajo de billetes sobre la mesa, estiró su mano y la invitó a tomarla. Así abandonaron el bar sin mirar atrás. —¿A… a dónde vamos? —le preguntó Alondra cuando estaban en medio de la calle. —Déjame llevarte a otro lugar, donde estemos mejor —respondió él al tiempo que le sacó la mano a un taxi que pasaba por el frente de ellos. Ella quiso negarse, pero su boca no respondió. Su cuerpo se movió por inercia cuando Anton la ayudó a abordar el taxi. No tenía control sobre sí misma. Por momentos Alondra no supo cómo había llegado allí. Las imágenes en su mente se fragmentaban, como si alguien estuviera arrancando páginas de un libro. Sintió el cuero del asiento bajo su piel, las luces de la ciudad pasando a gran velocidad, la voz de Anton hablándole en tono bajo, mientras besaba su cuello desnudo, aunque ella no entendía lo que decía. La siguiente imagen fue la puerta de una habitación abriéndose. Luego, la oscuridad. No recordaría más. No recordaría las manos que la guiaron al interior. No recordaría la necesidad con la que Anton le quitó el vestido dejándola expuesta para él y salivando como si tuviera mucha sed. No recordaría, cómo se perdió cuando en medio de la habitación vistiendo apenas las bragas y los tacones sus pechos al descubierto fueron atacados de manera placentera por un león hambriento,voy luego la tomó en un beso profundo y por instinto llevó su mano a su entrepiernas, haciéndola abrirse para él como si hubiera presionando el interruptor de la pasión. Alondra se desbordó en entrega absoluta a él. No puso límites para recibirlo, y tampoco se puso obstáculos para darle el placer que el hombre tanto estaba necesitando, como cual experta, esa noche bajo la bruma de su mente hizo y deshizo de su cuerpo y del de su amante, como si su vida acabara apenas salieran por esa puerta y no quería perder tiempo ni oportunidad de besar y acariciar cada parte del cuerpo bien trabajado y fornido que se escondía debajo del traje tan serio que lo protegía. No recordaría el plan que había sido trazado mucho antes de que ella pusiera un pie en ese bar. No recordaría que en algún lugar de esa habitación habían cámaras que captaron las cada instante. Y cuando despertara… todo sería diferente.
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