Jamás creí posible en toda mi vida., ser capaz de llorar tanto. Nunca llegué a imaginar que la opresión instalada en mi pecho, esa angustia desplazándose a cada ápice del cuerpo, casi asfixiándome, quitándome el habla y hasta las ganas de moverme, impediría siquiera parpadear. Pues estoy congelada. Lisa y llanamente estática, muda, absorta mirando la nada y a su vez todo. Sentada en el frío piso de ese escabroso hospital, con las rodillas pegadas a mi mentón y la espalda recargada en la desgarbada pared que lejos de ser blanca, tira a un sucio beige que indica desde hace tiempo ya., no recibe buen aseo. Llevo los dedos a las sienes para frotarlas en un desesperado proceso reiterativo. Alterno el movimiento relajante hacia la melena que no comprende de orden, prolijidad o arreglo, y

