CAPÍTULO I, parte I

3188 Words
-Por favor no me dejes. No puedo respirar. Creo que estoy muriendo. … A principios de abril las gélidas ventiscas invernales parecían rugir con mayor fuerza que a inicios de enero. Arrastraban consigo por todo el laberinto de autos resguardados en el aparcamiento del instituto psiquiátrico los torrentes de hojas secas y tierra rojiza que caracterizan a los bosques de pinos. A tan altas horas de la noche era poco o nada habitual encontrar tanto personal en las inmediaciones del Hospital Psiquiátrico de Northsbay. Pero aquella noche destacaba por su peculiaridad. Cuando la hora de cambio de turno del personal médico estaba a punto de llegar a su punto cumbre, se presentaron una variedad de inconvenientes en las principales salas del establecimiento, nada fuera de lo común, sólo que, a diferencia de otros días, dichos inconvenientes iban tintados de un tono violento poco característico de los pacientes. Tal era la gravedad del asunto que fue necesario el personal del turno de la tarde en compañía con aquellos del turno de la noche para tomar control de la situación. Jasper Cunnigham, Director Médico de la institución, se hallaba ausente aquella noche, lo cual representaba un riesgo para el personal del área roja del hospital, y una dificultad extra para los Jefes de Enfermería de cada zona individual del complejo. Era noche de luna roja, y los supersticiosos llenaban los pasillos de susurros y alaridos religiosos. Levi Braun, Jefe General de Enfermería daba una larga bocanada a su cigarrillo, escondido en uno de los almacenes de limpieza, cuando la puerta se abrió de golpe, levantando polvo de los estantes. El estrépito no logró siquiera sacar un pestañeo a aquel hombre, que se caracterizaba por ser de baja estatura, cabello oscuro brillante y mirada impasible. Levi dejó escapar todo el humo en dirección a uno de los gabinetes de químicos en una lenta y controlada exhalación. Volteó su mirada hacia el sujeto que lo esperaba afuera, se notaba furioso, sonrojado por la rabia, o tal vez por el largo recorrido que tuvo que dar para encontrar a Braun. Las luces del pasillo exterior parpadeaban, y la puerta abierta dejaba entrar un surtido de exclamaciones, maldiciones y gritos, tanto de pacientes como de enfermeros. Pareció que transcurrían horas en lo que el otro hombre, alto pero desganado, recobraba fuerzas suficientes para proferir unas palabras que parecía haber llevado guardadas por sempiternos minutos. -Hijo de puta. Levi respondió con un estornudo agudo cuando el polvo hubo caído sobre él. En un movimiento inconsciente limpió su nariz con el dedo índice de su mano izquierda. Sostenía su cigarrillo con la mano derecha. Era ambidiestro. -Me sientan bien los descansos inmerecidos, Gustav –murmuró con voz monótona y apagada -, y no puedes culparme por ello. Hizo una mueca abierta con las manos, señalando objetos invisibles en el aire. -Las voces hoy resuenan más que otros días –prosiguió Levi, irguiéndose. El estante sobre el que estaba apoyado se tambaleó ante la falta de su peso. Llevó el cigarrillo lentamente a su boca, pero esta vez no aspiró. Sólo lo dejó allí, reposando sobre sus labios, como si de esa manera el tiempo pudiera permanecer de aquella manera y que la noche no continuara transcurriendo. Las voces se detuvieron unos segundos sólo para reanudarse cuando Levi retiró el cigarrillo y dejó escapar el humo, esta vez sin control, sin dirección. La nube se arremolinó alrededor de la cabeza de Gustav, quien siquiera hizo el intento de desprenderse de ella. El color fue disminuyendo poco a poco de las mejillas del hombre. Levi tenía ese efecto sobre las personas, lo sabía, y ejercía su presión cada vez que era merecido. Por ello fue nombrado Jefe, pues es una de las pocas personas que logró domar al peor monstruo de todos los que allí residían, razón suficiente para que Gustav Eaton, Director Administrativo del hospital, hubiera ido a buscarlo en persona. -Sabes a qué he venido –respondió Gustav luego de largos segundos de pausa. Ambos ignoraban el ruido exterior, las luces parpadeantes, el caos. El sólo pensamiento en ella bastaba para apagar toda alarma en la mente de aquellos dos hombres. Gustav entró en el armario y cerró la puerta tras él, esta vez lentamente. Se apoyó en el estante de la pared derecha de la pequeña habitación y cerró fuertemente los ojos. Apretó con fuerza el puente superior de su nariz con dos dedos. Se materializaron varias arrugas sobre su frente cuando frunció el ceño. La edad comenzaba a pasarle factura, y esta no bastaba para saldar la cuenta de trabajar para aquel hospital. Levi apagó su cigarrillo sobre uno de los estantes, dando más vueltas de las necesarias a la colilla, tratando de ganar tiempo. Tratando de alargar lo que se le sobreponía. Una nube de falsa calma se levantaba sobre aquellos hombres. -Lo sé –respondió finalmente, en voz baja -, lo sé. -Si Jasper no se hubiera sometido a una extirpación de vesícula la semana pasada no habría venido a buscarte. -Mientes. -En lo que a mí concierne eres la persona de más alto rango en este hospital esta noche. El único a quien no puedo perder. Y sí, miento al decir que incluso Cunnigham podría reemplazarte. Levi permanecía impasible, con la mirada perdida. Un mechón de cabello atezado sobresalía de entre los demás, cayendo sobre su rostro, mezclándose con sus finas cejas y sus frondosas pestañas. Levantó sus manos y se entretuvo analizando sus palmas, amarillentas ante el cálido color de la bombilla que pendía sobre sus cabezas. Tenía marcas de cortadas en la piel, numerosas, algunas más profundas que otras, algunas aún sin cicatrizar. -He trabajado aquí sólo Dios sabe cuántos años. He tenido que defenderme de golpes, mordidas, pedazos de vidrios rotos, tenedores de plástico e incluso sujetapapeles. Pero de ella jamás he tenido que defenderme más que con un temple frío y desinteresado. -Pues ese temple frío y desinteresado es lo que necesitamos ahora –musitó Gustav -, es lo que Beverly necesita ahora. Gustav evitó mencionar ese hecho cuanto pudo, retrasando el momento, creando tiempo. Conocía a Levi desde que era sólo un chico, desde que solía pasar las tardes calurosas en el salón principal de su casa, bajo el aire acondicionado, esparramado en un sillón jugando videojuegos con su hijo. Aquella mirada que de soslayo observaba, jovial, llena de esperanza, había desaparecido progresivamente con su tiempo en el HPN, poco a poco, al inicio imperceptiblemente, hasta que ya no quedó nada de ella. Ahora Gustav debía observar de soslayo el cómo Levi y Ambrose pasaban uno junto al otro en los pasillos del hospital sin siquiera reconocerse, o, si lo hacían, sin siquiera darle importancia a aquellos días de antaño. No quería poner más peso sobre sus hombros, mucho menos el peso de una vida humana. Le aterraba poner en juego la posibilidad de recuperar el brillo de la mirada de la juventud de Levi. Para ser franco, eso lo asustaba más que perder la vida de Beverly, pero de no actuar entonces ambos chicos lo observarían a él de soslayo bajo el peso de la decepción y el castigo. Finalmente se decidió a hablar. -Katz estaba teniendo un romance con un enfermero del ala norte, supongo que eso ya lo sabías. Levi asintió con una calma característica de él, pero que provocó un escalofrío en Gustav, quién se sentía abrumado ante la capacidad del muchacho de mantener la compostura en una situación tal como la que el hospital afrontaba esa noche. -Lo tengo presente. Yo mismo solía cubrirle el turno algunas de sus noches de desenfreno. Gustav se sonrojó levemente, sintiendo vergüenza por haber tenido él conocimiento de la situación y no haberla detenido. -Quedó atrapada en el área roja cuando todo este caos se desató. Desconozco la razón de que se internara tan profundo en el ala norte, lo único de lo que se tiene certeza es que ella y el chico llevan desaparecidos al menos una hora. Una hora, pensó Levi. Las palabras flotaban en su mente sin rumbo aparente, o al menos de ello quería convencerse. Sabía su dirección, volando cautelosamente en línea recta hasta dar con el recuerdo al que pertenecían. Una hora, dijo para sus adentros, mil cosas pueden suceder en una única hora, mil cosas que no quiero detener. Se negaba a recordar, pero súbitamente las imágenes llegaron a él sin haber tenido oportunidad de frenarlas. Luchó por suprimirlas dejando caer con pesadez sus párpados. Luchó a sabiendas de que era imposible detener la ráfaga de emociones que comenzaba a presentarse en él. Luchó a ciegas contra un monstruo imaginario. Imaginario, pensó, ella no lo es. Gustav había plantado su mirada en Levi, acompañada por un incierto deje de curiosidad en su rostro. Cejas arqueadas, labios ligeramente abiertos, ojos entrecerrados, y una mano preparada para apoyarse en el hombro del chico, cuando, y sin previo aviso, su respiración agitada se detuvo. Su pecho permaneció estático, reteniendo el aire de un último y corto suspiro. Abrió los ojos, habían recuperado su mística tranquilidad, su enigmático brillo, su calma desesperante. Imaginaria, murmuró la voz de su conciencia, la voz de ella; esa hora no lo es, ese día no lo fue, aquellas palabras, por más que lo pretendamos, no lo fueron. -No me esperes de vuelta pronto, Gustav –dijo con voz entrecortada, pues su garganta no era capaz de pronunciar palabra con su tono natural. Su corazón palpitaba anormalmente en el cofre de su pecho, lo sentía presionar bajo su boca. Las piernas parecieron fallarle un instante, un breve segundo, pero, con la neutral elegancia que lo distinguía, recobró la compostura. Giró el pomo de la puerta, que rechinó por una fracción de segundo mientras salía, sin dar siquiera un último vistazo al hombre que le pedía tan tortuoso favor, y se internó entre aquellos pasillos helados, malditos, aquellos pasillos que habían drenado su corta vida. Pasillos muertos. … El Hospital Psiquiátrico de Northsbay, conocido por sus siglas HPN, consta de una amplia instalación ubicada a las afueras de la ciudad, en el interior de un bosque de pinos levemente deforestado. Cuatro edificios dan forma al complejo, cada uno de ellos conectado por pasillos de pisos superiores para el personal administrativo y túneles subterráneos para el personal de seguridad, enfermeras y traslado de pacientes. Cuenta con amplios jardines y un aparcamiento desproporcionado a la cantidad de vehículos que suelen aparcarse, aun así, no entraba un auto más aquella noche. El número de edificios es proporcional a la estructura interna del complejo. Cuatro alas principales son las que se manejan allí, cada una nombrada de acuerdo a la posición física que ocupa la edificación en que se rige. Y, a su vez, cada una de ellas destinada al confinamiento de tipos específicos de pacientes. Ala norte, ala sur, ala este y ala oeste. Cada una de estas divisiones tiene, a su vez, ciertos regimientos administrativos en sus edificios, a excepción de una, el ala norte. Para compensar esto en ella se encuentra la comúnmente referida área roja, un burdo eufemismo, pues su nombre real es Área de reclusión psiquiátrica para pacientes violentos. Nada fuera de lo común en instituciones mentales, nada fuera de lo común en esta perversa rueda de la fortuna a la que llamamos hogar. En este mundo. … Jamie García aguardaba instrucciones en el interior de un pequeño cubículo de paredes color melocotón ubicado junto a la entrada sur del pasillo conector del ala este con el ala norte. Su diminuto refugio podría llegar a ser toda una pesadilla claustrofóbica, pero para él era una fortaleza administrativa que lo dotaba del título de Caballero. Sir Jamie García, de esa manera solía llamarse en secreto como parte de una broma privada entre él y Beverly Katz, su amada lady. Aquella noche su cubículo no se sentía como un refugio. Las paredes parecían cerrarse sobre él, sobre el ceñido uniforme que para desgracia de sus compañeros portada diariamente, pues ciertamente no debía ser la persona más atlética que formaba parte del personal. Las luces parpadeaban constantemente, e intentó usar eso en su beneficio, esforzándose por centrar su mente en los trabajos que estaría realizando el equipo técnico del hospital para corregir las fallas eléctricas. Ello se terminó volviendo en su contra cuando en su vacío cerebro comenzaron a manifestarse imágenes estremecedoras en que las rejas de máxima seguridad de las celdas del área roja perdían su corriente y cedían ante las manos de los asesinos a los que custodiaban. De suceder eso entonces no sería capaz de proteger a su amada. Su amada, pensó, Beverly, ¿dónde estás? Mientras su mente divagaba y daba saltos de un escenario a otro, el intercomunicador que reposaba sobre su escritorio comenzó a vibrar. Era una sensación agradable, casi fantasmal, pues se hallaba en un momento de trance tal que casi pierde la llamada. Recobró la conciencia de golpe, y el movimiento que le siguió, realizado mecánicamente, fue el de contestar al llamado. Una voz se adelantó a él a través del sonido blanco que reinó al conectar la llamada. La reconocía. Era la voz dominante por sobre todas las demás. Un llamado celestial cuya leyenda citaba que provenía de un despacho de paredes acristaladas en los pisos superiores del hospital. Ignoraba que esta vez provenía de un armario de mantenimiento. -García -llamó la voz -. ¿Está ahí? -Sí, señor Eaton, estoy aquí esperando sus órdenes. -Levi se dirige hacia allá, tenga en cuenta que necesitará de las llaves de todo el enrejado exterior del área roja, a esto añádele su pase de seguridad para traspasar las puertas de las habitaciones, y también requerirá de un acompañante que conozca de memoria las instalaciones, las ubicaciones de las cámaras de seguridad y las cajas de emergencia. ¿Porta usted su arma reglamentaria? -Calibre 38, cuatro pulgadas. Siempre la llevo a la cintura. El señor Braun tendrá todo lo solicitado, yo seré su guía, pero, señor Eaton, alguien debe permanecer aquí resguardando las cámaras de seguridad en caso de que necesitemos algún tipo de acceso a distancia para las celdas de seguridad máxima. -No se preocupe por ello, estaré allí poco después de que Levi haya llegado. Jamie García se levantó de su asiento en busca del equipo solicitado, el armamento y la tarjeta de acceso los tenía siempre a la cadera, pues era de vital importancia la eficacia para mantener su puesto de trabajo, claro que a ello no contribuía su considerable peso y la lentitud que ello conllevaba. Las llaves tuvo que despegarlas del cerrojo interno de la puerta de su oficina, y, mientras lo hacía, el tintineo del llavero ayudó a camuflajear el sonido de los pasos de Levi, quién se detuvo frente a la puerta, esperando a que Jamie levantara la mirada para toparse con la de él. Al hacerlo Jamie se sobresaltó, sujetando por instinto la parte de su pecho bajo la que reposa su corazón. La camisa se arrugó y humedeció con el tacto de su piel sudada. -Señor Braun -vociferó Jamie -, casi me mata del susto. -Levi. Llámame Levi -respondió haciendo caso omiso a las palabras de Jamie -. El señor Braun era mi padre. Rápidamente la calma reinó entre ellos, tal vez era la voz de Levi, su temple de acero o la calidez de sus movimientos, pero gracias a él la paz era capaz de darse a apreciar en lo lugares a los que entraba. Jamie, sin perder tiempo, se dirigió hacia la primera puerta que debían traspasar. Un complejo sistema enrejado de acero esperaba frente a ellos, completamente dominado por una llave maestra que sólo él tenía en su poder. Aquel fue el primero de los muchos sistemas de seguridad que hubieron de pasar, unos más complejos que otros, y, como anteriormente Jamie hubo previsto, unos requirieron acceso remoto desde el cubículo de seguridad, el cual Gustav, con algo de dificultad al inicio, les concedió uno tras otro. A diferencia del resto del hospital, el ala norte estaba tranquila. Casi todos los enfermeros, incluyendo al personal de seguridad y de mantenimiento, habían acudido en calidad de refuerzos a las otras áreas del complejo a satisfacer la demanda de personal que el caos pedía a gritos. Los pasillos lucían inocuos en cuestión de limpieza, con las baldosas de mármol recién enceradas y los repuestos de los líquidos aromáticos de los ambientadores reemplazados recientemente. Había macetas con gran variedad de plantas, principalmente anturios y crotones, algunos helechos y suculentas de gran tamaño, pues los pacientes no gozaban del privilegio de abandonar sus habitaciones con regularidad, y cuando un traslado era llevado a cabo siempre era con ayuda de anestesia. El aroma era una sutil combinación entre el dulzor de las flores y el frescor de las sales de los ambientadores. Las luces allí parpadeaban con más frecuencia que en otras zonas, la oscuridad se hacía más duradera conforme se acercaban al área roja, tanto que Jamie se vio en la obligación de extraer de su cinturón una linterna a baterías que nunca ponía en uso. Levi caminaba al lado izquierdo de Jamie, sumergido en sus pensamientos, con la vista nublada, enfocado en una imagen que ya no podía ignorar, pues el sonido de los zapatos de charol del mayor le recordaban al sonido de sus propios pasos algunos años atrás, cuando sólo era enfermero de guardia. Cuando por aquellos mismos pasillos presenció el horror absoluto. El horror que robaría su último ápice de pasión. En aquel entonces él no sabía lo que vería, era un día más en su vida adolecente, pero esta noche un mal presentimiento lo mantenía continuamente en alerta, preparado para encontrarse un horror similar, con la mente en blanco, caminando mecánicamente, con una sola cosa en su cabeza. Una única voz, un único rostro. Ella. Sentía el pecho vacío, las extremidades adormecidas y un cansancio absoluto, pero no aminoró el paso. Sólo se detuvo cuando llegaron al último corredor. Aquel corredor carecía de luz. Las bombillas habían cedido ante la descarga eléctrica que la planta del hospital les suministró en un arrebato. Trozos de vidrio roto yacían sobre todo el suelo, algunos de gran tamaño, suficiente como para utilizarlos de arma. La electricidad había fallado en el área roja totalmente. -Dios mío -susurró Jamie. Sus labios realizaban rápidos movimientos, rezaba sin vocalizar palabra alguna. Levi se estremeció. -Llama a Gustav -dijo-. Llámalo ahora mismo. Dile que traiga a todos los guardias del ala sur, que incluya en ello a su guardia personal y al personal de seguridad del área administrativa, a los guardias exteriores de ser posible. Necesitaremos al personal médico de emergencia, y que la policía se apresure, con balas de salva no lograremos contener la situación. Jamie no reaccionaba, estaba paralizado. -¡Jamie ahora! ... Mientras el guardia de seguridad le recitaba detalladamente las instrucciones dictadas por Levi, entre jadeos y pausas en que no lograba respirar suficiente aire, Gustav inició el proceso de llamadas, uno a uno los requerimientos fueron cumplidos… hasta que se hizo mención de la policía. Secretamente esa petición sería descartada.
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