Bastián miró con indiferencia a Kiya, pensó por un momento que esto iba a afectar a la chica pero ella permaneció en silencio y luego saludó respetuosamente.
— Zali, por favor ve a esperar al carro de la profesora — ella puso a la niña en el suelo — tengo que hablar con los señores.
La niña se despidió educadamente y una vez que estuvieron a solas, Kiya miró con cierto recelo a Bastián.
— Ella no es mi hija, es mi hermana menor. Si la traje aquí no fue para causar lástima sino porque no tenía con quien dejarla.
— ¿Acaso ese es mi problema? Se supone que vienes a una entrevista de trabajo y que yo sepa, aquí no es guardería.
— ¿Por qué tiene el corazón tan duro? Entiendo que lo que está pasando no es fácil, pero no se puede vivir con tanta amargura.
— Tu no estás postrada en esta silla de ruedas para toda la vida, fácil es decirlo. Tengo que depender de alguien hasta para ir al baño, ¿Piensas qué eso es agradable?
— Sé que no, pero hay personas que también la están pasando difícil y no por eso tratan de una manera tan cruel a los demás.
— Tus necesidades no son mi asunto, si te estás quejando de mi actitud hacia ti, evidentemente este trabajo no es para ti.
— Señora Camille, realmente necesito el trabajo y me gustaría quedarme; sin embargo…
— Entonces estás contratada, si la niña no causa molestias también se puede quedar aquí. Hay suficientes habitaciones en toda la casa y estoy segura que no te va a molestar compartir recámara con ella.
— Claro, pero su hijo…
— No te preocupes — ella miró a Bastián y él apartó los ojos — él sabe bien que no nos podemos dar el lujo de estar perdiendo a tantas empleadas, te espero mañana a primera hora para que inicies con las terapias.
Kiya se fue con la profesora, ella se encontraba contenta ya que finalmente tendría un empleo para pagar la hipoteca de su casa, era tanta la alegría que olvidó un pequeño gran detalle.
— Mi mamá — Kiya miró a la profesora — ¿Qué va a pasar con ella? No puedo dejarla sola, se va a matar en alcohol en caso de que lo haga.
— Escucha, tienes que pensar en ti y en tu hermana. Ya tu mamá es una mujer lo suficientemente mayor como para que la estés cuidando, entiendo que de tus dos padres solo tienes a Juliana, pero no puedes dejar de vivir porque ella lo haga.
— Es mi culpa que mi padre esté en prisión y lo sabe bien, si ese día no me hubiera quedado dormida, nada de esto hubiera pasado.
— Escucha, si tu padre decidió coger la culpa es por algo. Él sabía bien que lo que hacía no era correcto y menos abusar tanto de su hija que debía dormir porque estudiaba duro, deja de decir que eres la culpable de todo lo sucedido — la mujer acarició la mano de Kiya — por cierto, ¿Vas a ir a verlo antes de que te vayas?
— Si, hoy toca visita y quiero ir.
La penitenciaría se encontraba lejos de la ciudad, hacía calor así que el sudor se deslizaba en la piel blanca de Kiya.
— Si gusta puede irse, profesora. Gracias por traerme hasta acá.
— Ni loca te dejo, aquí no pasa un autobús hasta dentro de dos horas. Además conociendo a tu madre es muy probable que se encuentre dentro, vas a necesitar apoyo.
Kiya caminó por el pasillo de la prisión, una vez que pasó la revisión tuvo que esperar ya que su padre tenía visitas en el centro penitenciario, miró a su madre salir llorando a mares y secó sus lágrimas en el momento que miró a su hija.
— ¡¿Qué haces aquí?! — ella le dió una bofetada — ¿Has venido a ver el estado de tu padre? Se encuentra pésimo y es tu culpa, por ti es que está en prisión. Deberías ser tú la que se pudra en la cárcel y no él.
— Mamá, por favor aquí no — ella miró a la guardia que tenía la mano en la pistola — vete, es lo mejor.
Kiya entró en el sitio de visitas y a lo lejos miró a su padre, ella quisó abrazarlo pero sabía bien que no podía hacer tal cosa ya que estaba prohibido por completo.
— Papá, cuánto gusto me da verte de nuevo — sus manos permanecieron cerca de la del hombre — te quiero, es necesario que lo sepas.
— Yo también te quiero, pequeña mía — él miró la mejilla de su hija roja — ha sido tu madre, ¿Verdad?
— Papá, no…
— Ni sé para qué pregunto, solo ella es la que te vive golpeando. No tienes idea las veces que le he dicho que se tiene que portar bien contigo, pero se hace de oídos sordos.
— Papá, no perdamos el tiempo que bien sabes que lo tenemos limitado. He venido a decirte que me voy de casa, conseguí un buen trabajo y la salida es una vez al mes, finalmente podré pagar la hipoteca en el banco para que así tengas donde ir cuando salgas de aquí.
— Pequeña mía, me siento tan orgulloso de ti, pero, ¿Qué va a pasar con Zali? Sabes bien que ella no puede quedarse con tu madre, no es seguro.
— Ella vendrá conmigo, también necesito dejar bien a mamá. Ella me preocupa que en una de sus borracheras no despierte, ya ves que ese vicio la tiene perdida y no hay día que no tome como si no hubiera un mañana.
— Que padres los que te han tocado, dos borrachos, uno que ya lo fue y la otra que lo está siendo.
— Papá, es mi culpa que la familia se encuentre así. Si no hubiera permanecido tanto tiempo en el hospital, a estás alturas tú estarías en libertad y yo pagaría mi condena.
— No mi niña, no digas eso.
Él intentó consolar a su hija y en el momento que la tocó, un guardia le dió con la porra que manejaban, el hombre se quejó y aguantó el golpe.
— ¡Está prohibido tocar y lo sabes bien!
Kiya se alejó de su padre para evitarle otro golpe y sus ojos lo veían con dolor, las lágrimas hicieron que estos causen cierta lástima en el guardia.
— Bueno, puedes darle un abrazo; ¡Pero ay de ti que mire algo raro!
Ellos se abrazaron brevemente y después de eso se separaron, las lágrimas de Kiya fueron secadas por su padre y él le sonrió con amabilidad que nadie le demostraba.
— Escucha, es mi culpa ya que por mí trasnochaste todas esas ocasiones y eso fue lo que ocasionó que el accidente se diera. No quiero que vayas a decir nada, mi abogado se encuentra apelando mi caso y quizás pueda ganarlo de alguna forma, aunque sea tener para la fianza, verás que todo saldrá bien.
— Espero que si te imponen una fianza, pueda pagarla, es lo menos que puedo hacer después de todo lo que hiciste por mí.
Kiya se despidió de su padre y al llegar afuera miró a su madre con la profesora, la última la estaba reprendiendo y en el momento que los ojos de su progenitora la vieron sintió como si ella quisiera matarla.
— ¿Estás lista, Kiya? — la profesora preguntó con amabilidad — vamos que hay cosas que hacer.
Ella subió al carro y miró que su hermana dormía profundamente, su madre se fue detrás e iba justo detrás suyo.
— Así que has estado de llorona con la profesora, no puedo creer que me sigas ocasionando más problemas, ¿Acaso no te cansas de hacerte la víctima, Kiya?
— Juliana, por favor no empieces — advirtió la profesora — tu hija no se ha quejado en absoluto conmigo, pero yo veo las cosas.
— Usted no se tiene que estar metiendo en problemas familiares, debe reconocer su lugar y saber que es una simple profesora que le dió clases a esta maldita que metió a su padre a la prisión.
— ¡Basta, mamá! Ya estoy cansada de tus reclamos absurdos, ni siquiera papá me trata tan mal como tú lo haces, ¿Acaso no soy tu hija? Se supone que lo soy, desde hace años me haces la vida imposible y pareciera que para ti solo existe mi padre.
— ¡No me respondas! Niña malagradecida…