**SIENNA**
Ella me acompañó hasta la puerta del dormitorio. La sensación de estar vigilada era abrumadora; no sabía qué pasaría conmigo una vez que tuviera a mi hijo. Al entrar en el dormitorio, cerré la puerta con seguro. Solo ahí me sentía un poco libre, aunque la ansiedad seguía acechando en cada rincón de mi mente.
De repente, noté un movimiento detrás de las cortinas de los ventanales. Mi corazón se detuvo un segundo. —Mateo. ¿Qué… qué haces aquí? ¿Cómo entraste a mi dormitorio? —pregunté, sintiendo que el aire se volvía denso.
—Primero, cálmate. Estoy lucido, no estoy drogado. —su tono era serio, pero mi instinto de supervivencia se activó. Sabía que él era un hombre inestable.
—No te me acerques. ¿Qué quieres? —respondí, manteniendo una distancia prudente.
—Sienna, eres la
