**SIENNA** El silencio que siguió a sus palabras fue tan denso que parecía sólido. Incluso el bebé había dejado de llorar. Todos me miraban, esperando que me derrumbara bajo el peso de sus verdades familiares, que admitiera mi error y prometiera quedarme para siempre en esa casa que se había convertido en mi prisión dorada. Pero algo se había roto dentro de mí durante esa avalancha de reproches. O tal vez, finalmente, algo se había liberado. —Ya está decidido —dije, con una voz que no reconocía como mía. —Me voy el jueves. Y antes de que pudieran reaccionar, salí de la cocina dejando atrás el caos, subí las escaleras de dos en dos, y me encerré en mi habitación con el corazón, latiendo tan fuerte que pensé que podría explotar. Me dejé caer en la cama, temblando por la adrenalina y la

