**GABRIEL**
Despedirla era una crueldad que no podía permitirme, aunque una parte de mí anhelaba la simpleza de solucionar el problema de raíz. Pero otra, quizás por culpa o por un vestigio de diversión pasada, me negaba.
En cambio, le había ofrecido esas malditas “vacaciones forzadas”. Una solución tibia que no satisfacía a nadie, pero que me permitía mantener una fachada de decencia mientras la alejaba del epicentro de la tormenta que se avecinaba.
Le había dado una justificación envuelta en lenguaje corporativo, una salida que pretendía ser digna para ella y, si era honesto conmigo mismo, para mí también.
“Tiempo para reflexionar sobre tus prioridades”, había dicho, las palabras saliendo de mi boca como si fueran de otra persona. Como si fuera un robot programado para decir las cosa
