**GABRIEL** Mis amigos intercambiaron miradas cargadas de significado, esa comunicación silenciosa que habían perfeccionado durante años de complicidad en escapadas y aventuras que sus padres nunca debían descubrir. Su mundo —un universo de fiestas exclusivas, viajes improvisados a destinos exóticos, y lujos financiados por fondos fiduciarios infinitos— había chocado violentamente con el mío, que de repente se había llenado de responsabilidades reales, decisiones con consecuencias permanentes, y la comprensión aterradora de que las acciones tenían repercusiones que el dinero no siempre podía borrar. — Escúchame, Gabriel — dijo Sebastián, adoptando un tono que pretendía ser consolador, pero que sonaba condescendiente—. No te preocupes por esto, ¿sí? Te vamos a ayudar a superar toda esta s

