**GABRIEL**
Ella levantó la vista de sus flores con una lentitud teatral que me hizo rechinar los dientes. Sus ojos se entrecerraron mientras me estudiaba, como si estuviera viendo a un loco escapado del hospital psiquiátrico. Luego, con un dramatismo digno de Broadway, se llevó una mano al pecho como si estuviera sufriendo otro de sus ataques cardíacos fingidos.
—¿Qué te pasa? —me respondió con esa voz suave y herida que había perfeccionado durante décadas—. ¿Por qué gritas de esa manera? Aquí no hay nadie más que yo y el servicio ¿Qué haces aquí? —preguntó finalmente, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y el desdén. No respondí de inmediato. Me tomé unos segundos para observarla, intentando descifrar si su actitud era genuina o simplemente otra de sus representaciones tea
