Donde manda capitan

1012 Words
2  DONDE MANDA EL CAPITÁN.  A mitad del viaje había caído irremediablemente dormida. Algo no tan raro, pues desde el funeral no había podido pegar ojo. Una azafata me despertó para anunciarme que estábamos prontos a aterrizar, para que me pusiera el cinturón de seguridad.   Los nervios atenazaron mi estómago sintiendo como una gran bola se formaba en él, cuando bajé del avión tomada de mi equipaje de mano, me alcé de puntillas para observar por encima de las cabezas de los demás pasajeros, en busca de algo que me diera la señal que alguien había venido a buscarme.   Lo averigüé al instante en que la vi. Ni siquiera por el cartelón con grandes letras donde decía mi nombre o porque era la única persona  que me miraba fijamente. No, era como estar viendo a mi padre, en femenino.   Cabello rubio como el maíz, piel clara aunque la de él estaba dorada por los largos entrenamientos bajo el sol, y aunque estuviera a unos cuantos metros de distancia, podía distinguir claramente el color verde bosque de sus ojos desde aquí.   Tuve que detener mi caminata de forma abrupta, entorpeciendo el tráfico de personas que desabordaban el avión y ganando algunos improperios. Definitivamente no esperaba esto. El impacto fue tan doloroso como una bola demoledora chocando contra mi pecho, tan fuerte que me sorprendió descubrir que aún me encontraba de pie.   «Mellizos —susurró una voz en mi mente—. Ellos eran mellizos... Excelente momento para enterarme».   ¿Por qué nadie me lo había dicho? La vida simplemente a veces era una perra cruel.   Ella avanzó los metros que nos separaban y me miró preocupada.   —¿Emma? «Gran, gran y jodido momento para enterarme». —Sí, soy yo —respondí con voz ahogada desviando la mirada. No podía mirarla, era demasiado. El estómago se me revolvió y las náuseas se hicieron presentes. ¿Y esto será por un año? Jodida mierda. —Soy Susan, la hermana de... —Sé quién eres —La corte. Lo que realmente quería era gritar. —De acuerdo, entonces hay que irnos —murmuró rascándose la nuca incómodamente. Hizo el ademán de cargar mi equipaje, pero con un movimiento rápido de mi parte lo tomé, dejándole en claro que no necesitaba su ayuda.   Caminamos hasta un viejo Mustang del 67, algo descuidado, lo que era en verdad una pena ya que era un excelente auto, la pintura rojo escarlata estaba en varios lugares tallada y los rines de los neumáticos era un asco. El pobre vehículo había visto mejores días.   En el camino me dediqué a mirar por la ventana, era un día caluroso en New York por lo que la gente, en su mayoría, llevaba camisas de manga corta y shorts, miré mi propio vestuario y me di cuenta cuanto distaba de pertenecer aquí. Estaba acostumbrada a vestir con colores obscuros, por lo cual llevaba un jean n***o algo holgados, que eran bastantes cómodos para viajar y una blusa de manga larga gris. Me habían pedido mi uniforme militar antes de salir, pero por maniobras de John había podido conservar mis botas de combate así que las traía puestas. Algunas costumbres son difíciles de romper, y más cuando no quieres hacerlo.   —Sé que esto es muy duro para ti, Emma —pronunció Susan llamando mi atención aunque no me giré. Iba a llevar tiempo acostumbrarme a verla—. La muerte de tu... padre y el cambiarte a otro país, con prácticamente… una total desconocida, bueno son muchos cambios que digerir, pero estoy segura que en poco tiempo... —Quiero pedirte un favor —dije mientras el auto se sacudía a causa de un bache—, no trates de fingir pena hacia mí, no me gusta y no la quiero. —No estoy fingiendo nada —respondió sorprendida separando su vista de la carretera por unos segundos para observarme indignada—. Sé que Víctor y yo teníamos nuestros problemas, pero eso no tiene que afectarte a ti.   Sonreí amargamente.   —¿Afectarme? Ni siquiera te apareciste en el funeral a pesar de las llamadas que John te hizo, sé que incluso te mando los boletos. —Estaba más que consiente de que mi voz era sumamente afilada, y que lo que estaba haciendo era una falta de respeto hacia alguien mayor. Si hubiera hecho esto en el colegio con algún superior, sin duda el castigo sería duro y doloroso.   Pero no estaba en el colegio.             Y Susan no volvió a decir nada en todo el camino.   La casa era tal y como me la imaginé, la típica casa de Queens, Nueva York donde todas en el vecindario eran iguales, de dos pisos y una pequeña escalera de concreto que llevaba directamente a la puerta, las paredes eran de un blanco sucio pero con las marquesinas en las ventanas y puerta que eran grises oscuro, le daba un buen toque.   —Tu habitación está en el segundo piso, es la primera subiendo las escaleras a mano derecha, espero... sea de tu agrado. —A pesar de todo, asentí y subí hasta ella.   Parpadeé al ver el estado en que se encontraba el lugar, era totalmente... adolescente, como esas imágenes de las habitaciones que venían en las revistas. Las paredes se intercalaban en colores morado y blanco, el piso estaba totalmente alfombrado de un chillón color rojo y las cobijas de la cama eran del morado de la pared con muchos cojines encima de ella. Abrí una puerta que estaba a mi izquierda y era un armario que estaba lleno de ropa, y al checarla superficialmente supe que no era mi estilo, parecía un vomito de arcoíris.   Solté un suspiro tembloroso, sentándome en la cómoda cama. Debería sentirme bien por saber que al menos Susan había esperado mi llegada. Sin embargo en mí interior solo había un gran vacío, mi naríz no dejaba de cosquillear y me sentía más sola que nunca.   Esto no era yo y solo quería a mi papá de vuelta.                                    
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