Un zoologico

2801 Words
3 UN ZOOLÓGICO   Repelía la idea de comenzar en un nuevo instituto, yo estaba bien en el colegio militar, no, yo estaba bien en Inglaterra y punto.   Tenía excelentes notas e iba en las mejores puntuaciones en cuanto a rendimiento y actividades físicas se trataba, siempre estaba en la delantera y me ocupaba fervientemente de permanecer ahí. Cuando eres mujer en un mundo dominado por hombres siempre tienes que estar esforzándote más para demostrarles que el cromosoma y no era el que mandaba.   Pero ahora aquí estaba yo, preparándome para ir al nuevo instituto, que según Susan era lo mejor de Queens. A la porra con eso.   Ni siquiera me molesté en revisar la ropa del armario, me puse los mismos pantalones que traía ayer y que aun estaban limpios, saqué la primera blusa que encontré en mi maleta, de la poca ropa que había traído conmigo, una blusa de mangas tres cuartos, color vino y por supuesto mis botas. Mi pelo tenía ondas naturales pero estaba acostumbrada a llevarlo siempre agarrado por lo que esta vez no fue la excepción y me hice una coleta alta bastante apretada.   Me miré en el espejo y me encogí de hombros, estaba bien para ir a la escuela. A diferencia de mi padre o de Susan, yo tenía el pelo ondulado (como cuando te deshaces una trenza después de horas), y de color dorado oscuro, casi castaño y mis ojos eran marrones. Muchos decían que era el vivo reflejo de mi madre. Me gustaría afirmar que eso era cierto, sin embargo no podía hacerlo. Ella falleció cuando tenía cuatro años a causa de un conductor ebrio y mi padre había quedado tan devastado que no había encontrado otra forma de lidiar con su dolor más que fingir que nada había sucedido. Jamás hablaba de ella y sus fotos habían desaparecido de las paredes. Como si nunca hubiese existido.   Yo por mi parte, no recordaba mucho de ella, ni siquiera tenía una foto que me pudiese ayudar a saber cómo era, solo un conservaba su anillo de bodas, que papá en algún momento de locura me había permitido quedarme.   Bueno, ahora tenía ambos anillos.   Tragué grueso, intentando desaparecer el nudo que se me había formado en la garganta y desvié la mirada de mi reflejo. Bajé las escaleras cuando escuché a Susan gritar que el desayuno estaba listo. Parecía que había preparado un banquete, pues en la mesa había todo tipo de platillos, desde panqueques hasta huevo con tocino, y dos jarras una con leche y otra con jugo de naranja.   No pude evitar comparar los desayunos del colegio militar, que eran bastantes simples.   —No supe que era lo que preferías así que he preparado de todo un poco —dijo Susan saliendo de la cocina con un delantal rosa—. Siéntete libre de tomar lo que quieras.   Asentí sin mirarla directamente y tomé asiento en el lado opuesto de la mesa al de ella.   —Sabes... —comentó casualmente, mientras yo me llevaba a la boca un pedazo de panqueque—, te he comprado maquillaje y ropa bonita. —Lo sé —respondí antes de beber un sorbo de jugo. —¿La ropa no ha sido de tu talla? —preguntó preocupada—. Sé que debí haber esperado a que tú llegaras para probártela, pero la mayoría es unitalla. —No me la he medido —admití, ella arrugó el ceño haciendo que se formaran arruguitas en su frente. —¿No ha sido de tu gusto? Quizás podríamos ir esta tarde de compras y... —No te molestes, traje mi propia ropa —interrumpí limpiándome la boca con una servilleta de tela, me paré de la mesa y tomé mi plato junto con mi vaso—. ¿Dónde pongo esto? —Oh, déjalo ahí, yo lo recogeré. —Negué con la cabeza, una cosa era el no querer estar aquí y otra el ser una carga más allá de lo que ya era—. De acuerdo, solo ponlo sobre el mostrador de la cocina.     …     Una vez que Susan aparcó delante del instituto, me baje del vehículo y le hice una seña con la mano para despedirme caminando hasta las puertas de entrada.   La fachada era antigua, pero parecía que le estaban haciendo remodelaciones para modernizarla, era bastante grande, tres pisos. Al entrar al edificio, se sintió como entrar a un mundo completamente distinto. Los alumnos iban y venían sin orden alguno, incluso tuve que quitarme rápido del camino antes de que un chico con ¿una patineta? sí, sin dudas era una patineta, me arrollara.   No pude evitar quedarme viendo a un grupo de chicas reunidas junto a los casilleros vestidas con lo que apenas se les podía llamar ropa y con un exceso de maquillaje, que no sabrías si iban a la escuela o a perseguir a Batman.   Me acerqué hasta lo que parecía ser la oficina del director y después de tocar abrí la puerta.   —Buenos días —saludó la secretaria, una mujer ya madura, algo gordita y con sonrisa amable— ¿Se te ofrece algo? —Buenos días, vengo por mi horario —respondí entregándole la documentación que previamente Susan había tramitado.   La mujer me entregó una hoja de papel, en el que venía escrito mi horario. Observé la hora en el reloj de pared las 7:08. Bien, tenía matemáticas. Seguí las indicaciones de la mujer de cómo llegar al salón y cuando llegué me sorprendí de no ver a más de cinco alumnos dentro del aula, ni siquiera el profesor estaba aún. Generalmente en el colegio militar la clase empezaba a una hora fija y si no estabas en ese tiempo, aunque fuese por un minuto te suspendían, más aparte del castigo físico que te ganabas. Como hacer treinta flexiones y darle cinco vueltas al campo de entrenamiento que era todo menos pequeño. Eso te enseñaba puntualidad.   «Bueno al menos hay muchos sitios libres».   Tomé asiento hasta el final de la clase, viendo como poco a poco la clase comenzaba a llenarse.   A las 7:23 entró un señor que rondaba los cuarenta, alto y su piel más que clara era rosácea.   —Buenos días —saludó. Dejó su maletín sobre el escritorio y volvió a la puerta para cerrarla, segundos después la golpearon de forma desesperada, él rodó los ojos y la abrió, en seguida entró una turba de estudiantes llenándose así el salón—. Puntualidad, chicos, puntualidad —regañó.   «¿En serio?, ¿él exigía puntualidad cuando había llegado veintitrés minutos tarde?»   Mi siguiente clase fue francés, donde juraba, era el lugar más aburrido   en   el   que    había    estado    en    mi    vida.    La    maestra, la señorita Amelie, una señora de más de cincuenta años con exceso de labial, solo hablaba, hablaba y hablaba... desde su escritorio. No se paró en ninguna ocasión, y eso sumándole el hecho que el francés era mi segunda lengua, pues combinación perfecta.   No me había sentido tan feliz en bastante tiempo como al escuchar la campana que indicaba el final de la clase.   —Hola, hola —saludó una chica demasiado alegre alcanzándome en el pasillo atestado de alumnos—. Te vi en francés, eres nueva, ¿cierto? Deberías sentarte más cerca de mí ¿Vas a la cafetería? —Asentí sin poder pronunciar palabra alguna ya que ella continúo hablando—. ¡Qué bien! ¡Yo igual! Me llamo Betty, bueno en realidad Beatriz, pero todo mundo me dice Betty y creo que suena más lindo, ¿no crees? Beatriz es más como de abuelita… Pareces agradable, creo que lo eres... ¡Oh, mira allá va Matt! ¡Matt!   Parpadeé confundida y sorprendida por el discurso de la pequeña morena. Me preguntaba de qué tamaño tendrían que ser sus pulmones para almacenar tanto aire como para poder hablar así de rápido.   Miré hacia donde ella señalaba para ver a un chico rubio acercándose a nosotras. Era desgarbado y con un poco de acné en el rostro, lo normal en un adolescente.   —Hey, Betty. Chica desconocida. —Asentí hacia él. —Su nombre es Emma y es nueva —informó Betty—. ¿Y Derek?   Matt miró hacia ambos lados, dándose cuenta que el tal Derek no estaba con él. Se rascó la nuca obviamente confundido.   —No lo sé, estaba aquí hace un momento. —Hizo una mueca —. Será mejor que vaya a buscarlo, antes de que se meta en problemas.   Fruncí el ceño confundida y casi pensé con burla ¿En qué clase de problemas se podía meter aquí alguien?   —Te acompaño —respondió la morena, haciéndome una seña para que fuera tras ellos.   Dudé por un momento, no los conocía más allá de sus nombres y no me interesaba en lo que andaba el tal Derek ni en lo que podía andar metido. Así que tenía de dos, seguir con el plan original e irme a la cafetería y hacer como si no los conociera o seguirlos y ver si podía cambiar algo este aburrido día. «Hmmm…»   Seguí a Betty y a Matt por unos cuantos pasillos más, hasta que nos detuvimos justo en el área de casilleros, donde antes habían estado las jokers. Los aludidos se acercaron hasta un grupo de chicos que estaban charlando, yo preferí no entrometerme y quedarme unos pasos más atrás de ellos.   Mi curiosidad salió a relucir, cuando vi que los pasos de Betty y Matt se volvían más vacilantes que decididos a medida que se acercaban al pequeño grupo. Ladeé mi cabeza y pasé mis ojos a los cuatro sujetos, para darme cuenta que no estaban "charlando" como había pensado al principio; la postura de tres de ellos, hombros hacia adelante, cabeza inclinada y sonrisa burlona. Mientras que el cuarto, un chico más bajo y delgado, mantenía una expresión de total indiferencia, pero sus manos hechas puños con los nudillos blancos por la presión delataban la tensión de su cuerpo.   Al final mi curiosidad pudo más conmigo y me acerqué hasta estar a un paso atrás de la espalda de Betty donde podía escuchar lo que hablaban. Yo era más alta que ella, así que tampoco tuve problemas en observar la escena.   —Creo que deben ir a sus clases —habló Matt con voz seria. Aunque desde mi posición pude ver perfectamente como un temblor recorrió su espalda. —El nerd ha hablado —se burló el de en medio, un rubio. Sus acompañantes se carcajearon, un castaño y otro rubio aunque más oscuro que el primero. Eran atractivos, no lo podía negar, pero despedían ese aura tipo "Mi guapura afecta a mis neuronas"—, ¿O acaso nos lo estás ordenando? —inquirió retándolo.   La falsa seguridad de Matt se vio destruida al instante.   —No-o yo so-solo lo esta-taba su-sugi-sugiriendo —tartamudeó. Apreté mi quijada, guardándome un improperio que luchaba por brotar desde el fondo de mi ser. Claramente los tres idiotas estaban disfrutando de intimidar a estos chicos.   «No es tu maldito problema», me recordé.   —Entonces yo te tengo otra sugerencia. —Dio un manotazo a los libros que Betty llevaba en sus brazos, ocasionando que ésta se sobresaltara y los dejara caer al piso estruendosamente—. Te sugiero que recojas eso.   «No es mi maldito problema, no es mi maldito problema, no es...»   —Déjalos en paz, Dante —una suave pero afilada voz interrumpió mis pensamientos. ¿Suave y afilada? ¿Era eso acaso posible? Mis ojos se dirigieron al chico llamado Derek, que permanecía con actitud aparentemente impasible, pero ahora miraba directamente al rubio. —¿Me estas ordenando, Wells? —inquiere iracundo—, ¿qué pasa si no quiero?, ¿me acusarás con tu mami?, ¿o con el director?   —No, no lo haré —admitió—. Pero no quiero que los sigas mo- molestando —su voz se rompió en la última palabra. —Mejor nos vamos —murmuró Betty en voz baja. —Primero recoge el estúpido libro —ordenó Dante bloqueando el paso de Derek. El aludido se removió incomodo en su lugar, y su rostro se volvió rojo, no sé si de enojo o vergüenza. Creo que ambos. Cuando vi que se empezaba a inclinar para tomar el libro casi con actitud sumisa, lo perdí.   «¿Qué mierda?»   —Okay, eso fue suficiente —dije dando un paso al frente, haciéndome notar. Los tres idiotas me miraron confundidos, pero sin quitar lo burlón en su expresión. —¿Y tú qué eres? —preguntó mirándome de arriba abajo—. ¿Una clase de... emo? ¿Punk? ¿Gótica? —Alcé una ceja escéptica. —¿Qué? —Tus... ropas, colores oscuros, botas de combate. ¿Dónde dejaste la plasta de maquillaje n***o? —Bufé e imité sus acciones, viéndolo de arriba abajo. —Bueno, tú tienes cara de bufón, y te vistes como un idiota, sin embargo, no te estoy preguntando donde dejaste el sombrero de arlequín.   La sonrisa de ganador se esfumó de sus rostros, Dante apretó la mandíbula y le pego un fuerte golpe al casillero detrás de mí, justo a centímetros de mi cabeza.   Ni siquiera parpadeé.   Acercó su rostro al mío y me miró directamente a los ojos. ¿De verdad buscaba intimidarme? Si bien el chico era alto y claramente tenía cuerpo de deportista, sargentos con el triple de su tamaño me habían ladrado órdenes a dos centímetros de mi cara, escupiéndome en el proceso, por lo que a veces creo que yo terminaba con más ADN del suyo que propio, y con la vena de su sien latiéndoles furiosamente.   ¿Y él pensaba que me iba a asustar? Me reí.   Esto pareció enfurecerlo más. Genial.   —Escucha, niña, no sé quién eres ni quién te creas, no me importa. Esta es mi escuela y yo mando aquí. Yo ordeno, tú obedeces. Ahora. Recoge. El. Maldito. Libro —ordenó entre dientes. —Escucha, imbécil, no sé quién eres ni quién te creas, no me importa —respondí arremedando sus palabras—. Y la única forma de que yo recogiese ese libro sería para metértelo por tu... —¡Ya es suficiente! —gritó Betty nerviosa, se agachó y tomó el libro— Ya está, el libro no esta en el piso y ahora todos felices y contentos, vámonos. —Dijo jalando mi mano y me llevó consigo casi a rastras. —¡Oh, wow! chica, eso fue como ¡wow! —murmuró Matt extasiado siguiéndonos y elevando sus brazos hacia el techo. —¿Estás loco? —preguntó Derek a su amigo—. Fue una locura. —Yo necesito algo dulce o me voy a desmayar—dijo Betty agitada, soltó mi mano para tomar la de Matt y juntos entraron finalmente a la cafetería, dejándome sola con Derek.   Me giré para mirar al sujeto en cuestión, era alto, bueno, más alto que mi metro sesenta y seis, quizás un metro setenta y cinco. No era musculoso, pero tampoco se podía decir que fuese debilucho. Su piel era morena clara, su cabello era largo (aunque comparado con el estilo militar que es rapado, para mí todos eran largos), lo suficiente para que se le rizara en el cuello, de color n***o azulado, sus ojos eran grandes y de color verde oscuro, nariz recta y pómulos firmes; se movía incómodo en su sitio. Obviamente había notado que lo estaba examinando.   —Yo, uhum... uh, quiero darte las gracias por... uh, ya sabes — murmuró avergonzado desviando la mirada. —Ni lo menciones—respondí con indiferencia—, de todas formas ¿quién era ese imbécil? —Es Dante —suspiró—. Hace lo que quiere porque las chicas lo consideran uh... atractivo, es el quarterback del equipo y básicamente la escuela babea por él. —Es un idiota —espeté molesta. —En eso estamos de acuerdo —dijo bajito. —¿Por qué te molesta?, ¿acaso eres especial o es igual con todos? — pregunté curiosa. Él se movió con inquietud y suspiro. —Es igual con todos los que son como yo, solo que yo tengo el honor de ser su favorito. — ¿Los que eran como él? Alcé la ceja animándolo a seguir—. En primer año me negué a que copiara de mis exámenes y casi lo suspenden del equipo por su calificación final. —Explicó—. Ahora creo que hubiera sido más fácil dejar que lo hiciera, solo logré ponerme en su radar. —Claro que no —respondí indignada. Si buscabas conseguir algo en esta vida, era por tu propio esfuerzo, nunca por el de los demás, eso no solo sería engañar a los demás sino a ti mismo, era lo que los profesores no se cansaban de repetirnos.   Por supuesto en nuestro caso no era como si fuéramos unos debiluchos que se dejan intimidar del primero que quiera pasarse de listo.   Derek miró ansioso por la puerta de la cafetería, casi podía ver dentro de su cabeza preguntándose cuánto más iban a tardar sus amigos. Se veía asustado por estar solo conmigo, y no que lo culpase.   —Soy Emma Bennet —me presenté suavizando mi voz. —Derek Wells —respondió en voz baja y tímidamente. Rodé los ojos, este chico parecía que iba a desmayarse de un momento a otro.
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