1. Gala inesperada
Sofía
La noche de la gala se sentía como un sueño. Elegante y lejano. Desde la ventanilla del auto, observaba cómo las luces de la ciudad titilaban en reflejos dorados y azules contra el cielo oscuro, mientras el río cruzaba el centro con un brillo suave y nocturno.
Mi respiración estaba agitada, lo notaba en el vidrio empañado y el temblor apenas visible de mis dedos. Mi padre había organizado esta gala, y yo era parte del cuadro perfecto que él quería mostrarle al mundo. Pero había algo más, algo que ni siquiera él sabía. Alejandro. La idea de reencontrarme con él llenaba mi estómago de nervios y mi pecho de una extraña ansiedad.
Me gustaba, siempre lo había hecho, pero nunca me miró diferente a la hija de su socio. Aunque tal vez esta noche aquello podía cambiar.
Al bajar del auto, sentí el aire fresco en mi piel. Ajusté el vestido vino tinto que llevaba. Era elegante y ceñido, con una abertura lateral que dejaba mis piernas al descubierto cuando caminaba, algo que, lo admito, me daba una pequeña sensación de control en un ambiente como este. Mi cabello caía en suaves ondas y apenas llevaba maquillaje.
A veces, la simplicidad era más efectiva que cualquier lujo, aunque dudaba que Alejandro lo notara. Había visto la larga fila de mujeres con las que había salido, ninguna lo suficientemente buena para quedarse.
Ahora pensaba que él simplemente no quería nada serio con ninguna.
— Señorita Márquez ¿Se encuentra bien?
Mire a uno de los organizadores que ahora me observaba preocupado, sonreí de lado antes de observarlo y afirmar. Me había quedado parada observando el edificio, ajena a todo lo demás cuando debía estar entrando.
Era mi regreso, estaba de nuevo con la familia.
— Sí, perfecta —sonreí —, muchas gracias.
Comencé a caminar hasta entrar. El salón estaba decorado en blanco y dorado, con enormes candelabros de cristal que colgaban del techo, reflejando las luces en miles de destellos que llenaban el lugar.
Un piano sonaba suavemente al fondo, y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con el “clink” de las copas de champán. Me deslicé entre los invitados, buscando a mi padre entre los rostros conocidos. La sensación de estar observada era intensa, como una sombra que me seguía. Fue entonces cuando lo vi, parado cerca de la entrada principal.
Alejandro. Alto, serio, impecable en su esmoquin n***o. Su postura era imponente, y su cabello, ligeramente gris en las sienes, le daba ese aire de madurez que parecía atraer las miradas femeninas de la sala.
En cuanto nuestros ojos se encontraron, un pequeño escalofrío recorrió mi columna. Sus labios apenas esbozaron una sonrisa antes de desviar la mirada, dejándome con el pulso acelerado y una ligera sensación de vacío.
¿Era posible que sintiera lo mismo? No, seguramente no. Yo era solo la hija de su mejor amigo, una chica a la que seguramente veía como a una niña.
Recordaba la primera vez que sentí algo por él, fue en mis dieciséis, estábamos en casa, el calor era insoportable. Llevaba mi bañador, él acababa de llegar, hasta ahí todo era igual, hasta que se sacó la remera para refrescarse y me lo imagine sin ropa.
Era mi padrino, él mejor amigo de mi padre y yo planeaba desnudarlo, no se veía como algo bueno, todo lo contrario. Pensé que se habría pasado luego de años sin verlo, porque esa era la realidad, en ocasiones nos hablamos por mail, algún mensaje, todo superficial, apenas unas palabras.
Decidida a no dejarme llevar por esa conexión, caminé hacia la mesa de aperitivos. Me serví una copa de champán, fingiendo que no lo había visto, aunque cada célula de mi cuerpo parecía estar atenta a él.
Apenas tomé un sorbo, sentí una presencia a mi lado.
— Sofía —su voz profunda me recorrió el cuerpo —. No eres muy chica para tomar —hablo con esa serenidad que siempre tenía, parecía controlarlo todo.
Tomé un respiro y lo miré, haciendo mi mejor esfuerzo para que mi tono fuera natural.
— Alejandro —le sostuve la mirada —, ya no soy tan chica —sonreí.
En sus ojos había algo que no entendía, una chispa que me hizo sentir expuesta, aun cuando él fuera imposible de leer. Sus ojos pasaron por mi cuerpo despacio y me mantuve firme intentando no mover ni un solo musculo, no iba a exponerme.
Los hombres como él, no se fijaban en chicas como yo.
— Estás… distinta —murmuró, casi en un susurro.
Sus palabras tenían un tono suave, pero en su mirada vi una mezcla de sorpresa e incredulidad.
— Supongo que todos cambiamos con el tiempo —dije, obligándome a mantener la compostura —, es lo que pasa con las mujeres —sonreí —, crecen, se desarrollan —marque mi cuerpo.
— Ni que lo digas.
Continuó mirándome, pasando la mirada por mi cuerpo, enviando esas descarga a todo mi sistema y volviendo aquellos ojos grises a mi rostro.
Era como si buscara algo en mi expresión, algo que yo misma no alcanzaba a comprender. Porque me sentía cohibida y excitada, me gustaba como me observaba, la manera en que parecía querer ver más.
Necesitaba decir algo ingenioso.
Justo cuando estaba a punto de decir algo, vi a mi padre acercándose hacia nosotros. Alejandro volvió a su expresión habitual, esa mezcla de frialdad y profesionalismo que siempre mostraba.
— ¡Sofía! —mi padre sonrió orgulloso al verme —¿Te ha dado Alejandro la bienvenida? —mis ojos volvieron a él.
— No —saque un poco mi labio —, solo me ha regañado —moví mi copa —, esperaba algo más cálido y —pase la lengua por mis labios —ameno, pero me pidió la identificación —lo observé.
Su mandíbula cuadrada se apretó un poco con mis palabras, mis ojos se quedaron en él antes de volver a mi padre, sus ojos brillaron un poco y me acerque para dejar que me besara la mejilla.
— ¿Cómo está mi estrellita? —sonreí.
— Muy bien, feliz de volver —miré todo —, es una maravillosa fiesta —sonrió orgulloso.
— Por supuesto —me observó —¿Estás lista para empezar? —afirme,
— Más que lista, me gusta volver —sonreí —, aunque extraño un poco.
Mi padre hizo una mueca, no le gustaban mis palabras, lo sabía, pero no podía hacer mucho con respecto a eso.
— Lo dices por ese chico —movió la mano y me reí.
— Papá —negué.
— Estaba de novia —miró a Alejandro que llevó sus ojos a mí —¸ salía con un chiquito que no hace nada más que ir a la universidad de arte.
— Es una buena carrera —acoté.
— Si quieres vivir en la calle.
Asentí, manteniendo mi sonrisa a pesar de mis ganas de contestar. Alejandro también sonrió de forma cortés, y vi cómo rápidamente desviaba la conversación hacia temas de negocios, en los que yo ya no tenía incumbencia.
Me sentía invisible otra vez, como si aquel momento que compartimos hubiera sido una mera ilusión. Alejandro parecía ajeno a mis palabras en doble sentido o el hecho de tener un leve coqueteo con él.
Me volví invisible.
— Si me disculpan —sonreí.
Me alejé de ellos, moviéndome entre los invitados, saludando a conocidos y conversando de forma superficial. Intenté ignorarlo, concentrarme en el resto, pero en cada paso que daba, podía sentir sus ojos sobre mí. Aunque no me mirara directamente, era como si una corriente invisible se estirara entre nosotros, un hilo que no podía cortar.
Apenas podía concentrarme en las conversaciones que sostenía, y cada vez que alguien me dirigía una palabra, escasamente escuchaba lo que decían.
— ¿Qué planes tienes ahora?
Observé al hijo de uno de los amigos de mi padre, recordaba haber jugado con este chico en el patio de casa, también como me coqueteo en algún momento.
— Seguramente empiece en la empresa, mi padre me quiere para poder tomar mi lugar más adelante —sus ojos brillaron y sonrió de lado.
— Eso es increíble —se acercó —, me encuentro trabajando aquí también.
Sonreí, era agradable estar con él, siempre fue educado, nunca se pasó de la línea, los demás siempre supieron que gustaba de mí y pensé que saldríamos en algún momento, pero de la nada dejo de hablarme.
— ¿En serio? —afirmo.
— Sí, mi vida se ha convertido en trabajo.
— ¿Ya no hay fiestas? —hable divertida y sonrió.
— Siempre, podemos ir a algunas, si quieres.
Sonreí y llevé la copa a mi boca, no me parecía mala idea, de hecho me gustaba mucho. Era una buena forma de nuevamente estar en sintonía.
— Parece un buen plan —relamí mis labios —. Tal vez podamos divertirnos luego.
Su postura cambio a una más coqueta. No iba a fingir que era virgen, porque no era así, me gustaba disfrutar de mi sexualidad, experimentar el sexo, era muy activa en eso, hasta que mi padre me obligo a volver.
Estaba casi segura de que me estaba enamorando de Paolo.
— Creo que podemos, de hecho…
— Ya se iba.
Alejandro se paró a mi lado. Su gesto duro en dirección a mi acompañante. Lo miré sin comprender que le pasaba y luego volví la vista a Esteban.
— Creo que no —sonreí —, Alejandro, te presento a Estaban —señale al chico que ahora observaba a mi padrino.
— Lo conozco —Esteban sonrió —¸suele ir a las reuniones —sonrió —. ¿Cómo has estado Alejandro?
Mis ojos fueron a mi padrino que no emitía ningún comentario, solo lo observaba en silencio mientras parecía querer sacar sus ojos. Algo que no tenía lógica.
— Bien, ¿Tú? —miró a todos lados —¿Viniste con algunas de tus novias?
Subí mis cejas sorprendida, no es como si no supiera que Esteban era un mujeriego, eso se notaba, no me interesaba una relación él, solo algo casual. Pero que Alejandro lo expusiera de esa manera era mucho.
— Estoy soltero, Alejandro —sus ojos me observaron —, al estarlo puedo hacer lo que quiera, al menos por ahora, cuando tenga pareja —lo observó —, eso cambiara.
— No me digas ¿Con quién? —una sonrisa ladina se formó de los labios de Esteban.
— Bueno —me observó —, Sofía ¿Qué dices? ¿Salimos?
Oh, él hablaba como si me hubiese invitado antes, algo que estaba completamente lejos de la realidad, nunca me dijo nada. No obstante, no era nada comparado con lo que ahora parecía ser una guerra interna entre ellos.
— Claro, no creo… —mi respuesta fue interrumpida.
— No creo que pueda, empieza en la empresa —Alejandro zanjo la conversación.
— Nos veremos, entonces.
Mis ojos iban de uno al otro, pasando despacio por cada uno de ellos, era algo así como un asunto sin resolver.
— ¿Hay un problema entre ustedes?
Subí mis cejas y espere que hablaran.
— No, ninguno.
Alejandro fue el primero en responder, solo dijo aquellas palabras, acomodó su saco y giró para alejarse, me quede observando a Esteban, esperando que dijera algo.
— ¿Qué pasa entre ustedes? —sus ojos volvieron a mí.
— Nada, tu padrino es un idiota.
Esa sin duda no era una respuesta, más bien parecía un hecho, de esos que te dejan con más dudas que certezas. No entendía que problemas podían tener un chico de veintitantos años con un hombre de cuarenta y seis años.
— Entiendo —relamí mis labios —, iré un momento a los sanitarios.
Camino algo mareada, no sé si por la cantidad de copas que he bebido o solo se debe a la situación que acabo de presenciar.
Mi menté no para, primero porque me gustaba tener la atención de Esteban, pero luego estaba Alejandro, el hombre que con su sola presencia ponía mi mundo de cabeza.
La diferencia estaba en que ahora tenía veintitrés años, no era más la niña, no tenía nada de inocente y el sexo, eso era algo que me gustaba.
Me lave las manos y volví a la fiesta. Mis ojos pasaron por todo el salón, uno de los mozos se acercó y recibí la copa de para sonreír y quedarme en una esquina. Justo donde la luz era más tenue y la gente parecía menos atenta.
Un cuerpo se paró a mi lado, sentí su perfume llenando mi sistema, la manera en que mi cuerpo parecía perder fuerzas a su lado.
Gire mi rostro en su dirección. Me observó durante unos segundos antes de romper el silencio.
— ¿Te has divertido? —uso un tono que parecía demasiado casual.
Intenté mantener la calma y sonreí, tratando de restarle importancia.
— Ha sido… interesante.
Su mirada era seria, casi fría. Dio un paso hacia mí, y de repente, la cercanía de su cuerpo, el leve olor a whisky que emanaba de él, me dejó sin aire.
Estaba tan cerca que podía sentir la tensión en sus músculos, la rigidez en su postura. Pero su expresión permanecía intacta, impenetrable.
— Sofía, sabes que debes tener cuidado con cómo te mueves en estos círculos —dijo en un susurro.
Su voz estaba cargada de una advertencia que no comprendí del todo. Algo en mí se rebeló ante su tono. ¿Quién era él para decirme cómo debía moverme? Quizás esta fuera la única oportunidad de desafiarlo, de probar hasta dónde estaba dispuesto a mantener esa máscara de indiferencia.
— ¿Y tú qué sabes de cómo debo moverme? —repuse, con una chispa de desafío en la voz.
Su expresión cambió apenas un milímetro, pero pude ver la sorpresa en sus ojos. Por un instante, creí ver una chispa de algo que él intentaba controlar, algo que parecía prohibido.
— Sé más de lo que crees —respondió, su voz suave y tensa al mismo tiempo.
— Alejandro —no le iba a decir padrino, no había forma en que aquellas palabras salieran de mi boca —. Sé como llevar a un hombre.
Estaba decidida a que entendiera que no era una chiquita.
— Si es que Estaban puede denominarse uno —mi lengua asomo relamiendo mis labios.
Observé sus ojos bajar hasta esto, tomó aire profundo y negó despacio antes de volver a mirarme.
— Eres una niña, no creo que sepas lo que haces —auch.
Parecía que acababa de darme justo donde más dolía, sus ojos tenían esa chispa que me decía que aquello iba directo a mi ego, pero estaba equivocado si creía que iba a caer tan fácil.
— Oh, no, ya no soy niña —sonreí para beber un poco —, no tengo nada de una —mi tinte se tiño de doble sentido —, al menos no desde hace un tiempo —cruce mis brazos levantando un poco mi pecho.
— ¿De qué hablas? —sonreí.
— ¿No se entendió? —parpadee sorprendida —, tal vez necesitas algo más descriptivo.
— Creo que has tomado mucho.
No esperó mi respuesta; se alejó con pasos firmes, dejándome allí, sola, con el corazón latiendo desbocado y la mente llena de preguntas.
Lo vi observarme los pechos, observé la manera en que tomo aire profundo y me miró los labios. Sus pupilas se habían dilatado y si eso no era suficiente para hacer lo mía, no sabía qué sí lo era.