Sofía
La mañana después de la gala llegó con una mezcla de resaca y emociones encontradas. Me desperté con la cabeza llena de imágenes de la noche anterior, y sobre todo, de él.
Alejandro.
Su presencia, la intensidad de sus miradas esquivas, y el momento en que por fin se acercó para hablarme en lo oscuro... Todo se sentía como un torbellino imposible de descifrar.
— Tal vez volver no fue tan malo —sonrió mirando al techo.
Me levanté, sacudiendo la incomodidad de mi cuerpo y recordando su expresión, la manera en que mantenía ese control férreo sobre sí mismo, como si de alguna forma quisiera reprimir algo.
Estaba segura de que habíamos sentido la misma chispa, el mismo magnetismo. Pero él era Alejandro Santamaría, el socio y mejor amigo de mi padre, y a mis ojos, alguien tan inalcanzable como intrigante.
Sin omitir que era mi padrino.
La tarde siguiente transcurrió de manera rutinaria. Mis clases en la universidad. Mi nueva universidad se extendió más de la cuenta. Me había trasladado cuando mi padre me pidió que volviera. Era casi obvio que no quería que siguiera con mi relación y me gustara o no aceptarlo, solo teníamos piel, no lo amaba.
— Sofía —miré por encima de mi hombro y me detuve.
— Hola —sonreí a una de mis compañeras —, lo lamento, no recuerdo tu nombre.
— María —sonreí.
— Perfecto ¿Qué puedo hacer por ti? —acomodé mis carpetas.
— Bueno, en verdad, estaba pensando que tal vez… —se removió nerviosa —, lo siento, no soy de las que hablan mucho, es que te vi, se que eres nueva y no hablas con nadie y pensé…
— ¿Compañeras de estudio o amigas? —sonreí.
— Ambas —me devolvió la sonrisa —, se lo feo que es no hablar con nadie aquí —señalo el lugar —¸ suele pasarme.
— Me gusta esto, nuevas amigas —le sonreí un poco y camine con ella al lado.
Los recados que debía hacer para la semana ocuparon mis primeros dos días, pero aun así, cada espacio de tranquilidad entre una cosa y otra era absorbido por pensamientos de él.
Era casi absurdo, una especie de obsesión latente, y me convencí de que lo mejor sería alejar esos pensamientos de mi mente. Sin embargo, el destino no parecía dispuesto a colaborar conmigo.
Por la tarde, mi padre me invitó a un almuerzo informal en un club exclusivo de la ciudad, el tipo de lugar donde las familias de buena posición se reúnen para discutir negocios o simplemente relajarse.
Era un lugar con amplias ventanas que dejaban entrar la luz natural, decorado en tonos de madera y con vistas al jardín privado del club, un jardín tan perfectamente cuidado que casi parecía de revista.
La gente de plata no se permitía estar en lugares vanales como un parque común.
Cuando llegué al salón, lo vi. Alejandro estaba allí, conversando con mi padre y otros socios que se habían reunido para lo que ellos llamaban un “almuerzo de hombres”.
— ¿Para qué me llamo?
Hable bajo captando la voz del hombre a mi lado. Su rostro giro y sonreí un poco avergonzada, algo que lo hizo repasarme con la mirada.
— No sé quién lo hizo, pero no tendría problema con quedarme contigo en su lugar.
Subí mis cejas y volví a vista a la mesa de los hombres. Más bien a Alejandro. Vestía un traje gris claro, sin corbata, y con una leve sonrisa que apenas cambiaba la frialdad de su mirada.
Sus ojos se desviaron a mí y luego pasaron al hombre a mi lado, ese que todavía me observaba. Su gesto se contrajo un poco antes de volver a mirarme. Intenté mantener la compostura, ignorando cómo mi corazón empezaba a latir con fuerza en cuanto nuestras miradas se cruzaron brevemente.
— Bonita —hablo el hombre y lo miré.
— Oh, lo siento —negué —, vengo a ver a mi padre —sus ojos fueron a la mesa.
— ¿Cuál de todos?
Observé donde miraba, Alejandro movió sus labios y mi padre levantó la mirada, sus ojos fueron de mí al sujeto a mi lado. Se levantó acomodando su saco y camino en mi dirección.
— Sofía, querida —me saludó, dándome un rápido abrazo —. Pensé que no llegarías.
Sus ojos se posaron de nuevo en el hombre.
— Aquí estoy —dije con una sonrisa, tratando de sonar despreocupada.
— ¿Te presenté a mi hija, Pedro?
El hombre sonrió de lado, sus ojos volvieron a mí para estirar su mano en mi dirección.
— No, no tuve el placer —estiro la mano en mi dirección —, Pedro Pascal.
— Sofía Márquez.
— Una bella mujer —beso mi mano y observó a mi padre.
— Y lejos de tu alcance —susurró —, vamos —me guía directo a la mesa.
— Papá, es un almuerzo de hombres —me queje.
— Debes familiarizarte con la empresa —lo observé —, quiero que empieces a trabajar.
— Papá.
— Luego lo hablamos.
Mientras me integraba a la conversación, noté que Alejandro me evitaba. Parecía sumergido en su charla con los demás, pero cada tanto sentía que me lanzaba una mirada furtiva, un rápido vistazo que desaparecía en cuanto giraba la cabeza en su dirección.
La tensión era palpable, al menos para mí. Era como si estuviera jugando un juego extraño en el que ambos éramos piezas, pero él se negaba a participar.
Finalmente, después de un rato de conversación superficial sobre los negocios de la empresa y el estado de la economía —temas en los que apenas podía concentrarme—, me excusé para salir a la terraza del club.
Observé la mueca en la cara de mi padre, pero ya había terminado los temas referidos a la empresa.
La tarde estaba cálida, y una suave brisa movía las hojas de los árboles, aportando una serenidad que me ayudaba a despejar la mente. Caminé hasta una de las barandas de hierro forjado, con vistas al extenso jardín, y cerré los ojos unos segundos, dejándome envolver por el aroma fresco del césped y las flores.
— Sofía.
Su voz, profunda y tranquila, rompió el silencio detrás de mí. Sentí un escalofrío recorrerme al escucharlo, como si cada palabra se hubiera colado en mi piel. Abrí los ojos y me giré, encontrándome con Alejandro a unos pasos de distancia. Su mirada, ahora enfocada solo en mí.
Era un torbellino de emociones controladas.
— No pensé que te vería aquí —dijo, con un tono que intentaba sonar casual, aunque sus ojos revelaban otra cosa.
— ¿No? —volví la vista al frente —¸ supuse que mi padre lo diría —tomé aire.
— No deberías acercarte tanto a los hombres de aquí —eso no tenía nada que ver con nuestra charla.
— ¿No? —lo observé —¿A qué hombres si? ¿Tú?
Sus ojos se clavaron en mí, parecía molesto, contrariado y algo más, eso que guardaba detrás de sus ojos, justo cuando pasaba el tempano de hielo.
— No creo que sea apropiado tu comentario —negó.
— ¿Por qué? —cruce los brazos —. No te gusta que coquetee con los demás, lo que me hace preguntar si quieres que lo haga contigo.
No había coqueteado con aquel sujeto, pero eso él no lo sabía, Alejandro no tenía idea de lo que había pasado, solo vio la actitud del sujeto y nada más.
Su cuerpo giro para irse y no me contuve.
— ¿Por qué me ignoras, Alejandro?
Pregunté sin rodeos, incapaz de contener mi frustración. Era algo que llevaba atorado desde la gala, y aunque sabía que la pregunta era arriesgada, necesitaba una respuesta.
Él se quedó en silencio, su mandíbula apretada como si estuviera eligiendo cuidadosamente cada palabra. Finalmente, suspiró, cruzando los brazos frente a su pecho.
— Sofía, eres… eres la hija de mi mejor amigo —respondió, mirándome como si quisiera que entendiera todo sin necesidad de decirlo.
— Eres algo contradictorio ¿Te lo han dicho?
La manera en que me miraba era contradictoria: era como si quisiera mantener la distancia, pero a la vez algo en él parecía inevitablemente atraído hacia mí.
— No tienes idea de lo que hablas —me reí sin gracia.
— Bien ¿Eso es todo? —dije desafiante.
Él negó con la cabeza, esbozando una sonrisa tensa.
— Eso debería ser suficiente —dijo, desviando la mirada hacia el jardín, como si evitara caer en la trampa —, no tienes idea de lo que dices, eres una niña, aun.
Su expresión era seria, incluso ajena. Entendí en ese instante que para él, esto no era un juego. Su autocontrol, su frialdad... eran barreras que había construido para protegerse, de eso estaba segura.
La pregunta era ¿De qué?
— Alejandro, yo no soy una niña. Sé lo que quiero —contesté, sin apartar la mirada de él —. Se lo que quiero, cómo, dónde y con quién —no fue una indirecta, estaba dándole a entender que no iba a retirarme tan fácilmente.
Su rostro cambió, endureciéndose. Había una especie de tormenta en sus ojos que me hizo contener la respiración.
— Sofía, hay cosas que no puedes entender ahora.
— Deja de tratarme como a una niña —sisee.
— Somos familia —negué —, no puedes decir o hacer esas cosas.
— ¿Te refieres a que busco que me toques? —sus ojos se abrieron.
— ¿Qué?
— O es porque indirectamente te pedí que me folles, la otra noche.
— Somos familia.
— No llevamos la misma sangre —simplifique —, tal vez Pedro quiera.
— No —siseo —¸ no jueges conmigo.
— ¿Tendré un castigo? —sonreí.
— No tienes idea de lo que pides —respondió, casi en un susurro.
Había algo en su voz, una especie de advertencia oscura, pero al mismo tiempo una confesión de lo que también él parecía estar conteniendo.
La intensidad de aquel momento parecía traspasar cualquier lógica. Estábamos allí, solos en la terraza del club, sin testigos, sin normas, y aunque él intentaba mantenerse firme, pude ver en sus ojos una lucha interna, un deseo reprimido que intentaba negar.
Dio un paso hacia mí, apenas imperceptible, pero lo suficiente para que el aire entre nosotros se llenara de una electricidad palpable. Era como si estuviera debatiéndose entre mantener la compostura o dejarse llevar por lo que ambos sentíamos.
Pero justo antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo más, escuchamos la voz de mi padre llamándonos desde adentro.
Alejandro se apartó de inmediato, su expresión recuperando la frialdad de siempre. Su mirada regresó a la fachada del hombre reservado y calculador, el que podía ignorarme sin problema.
— Sofía, olvida esta conversación —me dijo en voz baja antes de volver a entrar al salón, dejándome allí, sola, con el eco de sus palabras y una frustración que no podía ignorar.
Observé cómo se alejaba, y por un instante, la realidad de la situación me golpeó. Alejandro era un hombre complicado, mayor, con experiencia, pero no era ajeno a mí, él no estaba ajeno a lo que provocaba.
No era fea, no tenía nada de malo o poco atractivo y pensaba hacer uso de ello. Solo tendría que ver cuanto podía aguantar.
— Hija —miré a mi padre —¿Pasa algo? —sonreí.
— Creo que es grandiosa la idea de trabajar en la empresa —mis ojos fueron a él —¿Cuándo puedo empezar?
Los labios de mi padre se curvaron en una gran sonrisa. La hija modelo los estaba complaciendo una vez más, simplemente hacía lo que ellos querían.
Siempre seguí reglas, hice lo que se me pidió, me encargue de hacer cada cosa que querían y luego me fui, aprendí lo que era seguir tus propios instintos. Hacer lo que querías. Me gusto y no iba a cambiarlo.
— Puedes empezar la próxima semana —hablo orgulloso.
— Eso es perfecto —lo miré —¸no te defraudare.
— Se que no, cariño.
Haría el trabajo, cada parte de él y luego, me encargaría de él, Alejandro tendría que ver como haría para no caer, aunque terminaría rindiéndose.