Alejandro.
A veces, la mente juega trucos extraños, transformando los recuerdos en sombras y destellos que se deslizan como humo en el fondo de tu conciencia. Así me sentí esa tarde, mientras contemplaba el mar desde el balcón de mi apartamento en la ciudad.
El sol empezaba a ponerse, tiñendo el horizonte de un naranja vibrante que se desvanecía en un azul profundo. La escena era perfecta, pero no podía concentrarme en la belleza del momento.
Todo lo que podía pensar era en Sofía.
— Eres un maldito enfermo.
Sofía, con su risa desbordante y sus ojos brillantes, me había sorprendido una vez más en la gala de anoche. La había visto crecer desde una niña hasta irse a ese intercambio y volver, convertida en una mujer.
La pequeña Sofía, que solía correr por los pasillos de la casa de mi amigo, persiguiendo mariposas en el jardín. Ahora, la veía como una mujer, fuerte y decidida, pero siempre había una parte de mí que la recordaba como aquella niña curiosa, llena de vida. La línea entre esos dos mundos se desdibujaba en mi mente, y cada vez que pensaba en ella, una punzada de culpa me atravesaba.
Porque parecían tomar la forma del contorno de su figura, ese camino sinuoso lleno de posibles accidentes. Tanto como lo era traicionar la confianza de mi amigo.
Esa culpa era un peso que se posaba sobre mis hombros, un recordatorio constante de que había cruzado una línea que nunca debería haber considerado. La atracción que sentía era innegable, una chispa que se encendía cada vez que nuestras miradas se encontraban. Pero era mi mejor amigo quien estaba en juego, el padre de Sofía, y no podía dejar que esto se convirtiera en algo más que una simple atracción prohibida.
Me levanté del sillón y decidí dar un paseo por el barrio. El aire fresco de la tarde me dio un poco de claridad. Caminé por las calles empedradas, rodeadas de edificios antiguos.
La brisa del mar traía consigo un aroma salado que siempre había asociado con mis recuerdos de su infancia. Todo era un recordatorio de que había una historia entre nosotros que no podía ser ignorada.
La había cuidado más veces de las que podía imaginar, jamás la vi de otra forma hasta que subió esa foto en bañador a sus r************* .
Mi mente comenzó a divagar, y la imagen de Sofía apareció de nuevo. Recorrí el pasillo de la memoria, recordando los días en que su risa resonaba en la casa de mi amigo.
La primera vez que había venido a visitarnos, era una niña de apenas cinco años, con trenzas y un vestido de flores que le quedaba grande.
La recuerdo saltando de alegría al ver a su padre regresar del trabajo, sus brazos extendidos y una sonrisa que iluminaba el lugar. Ella siempre había sido así, llena de vida y energía. Era un torrente de felicidad, incluso en sus momentos más tranquilos.
— ¿En qué momento creció tanto?
Balbucee un poco y no pude evitar una sonrisa melancólica mientras recordaba cómo me había mirado con esos ojos grandes, llenos de admiración.
Yo había sido su héroe, su amigo mayor, y nunca había imaginado que un día sería la fuente de su angustia. El tiempo había pasado, y ahora esa niña había crecido, transformándose en una mujer que desafiaba mi sentido de lo correcto.
No podía pasar esa línea con ella, era enfermo hacerlo.
No podía dejar que mis pensamientos se descontrolaran. Era hora de regresar, de enfrentar lo que estaba sucediendo. Me di cuenta de que no podía evitarla, de que la atracción era real y poderosa. Pero al mismo tiempo, sabía que debía mantenerme alejado.
La vida es un laberinto de decisiones, y había que encontrar la salida sin perderse en el camino.
Solo tenía que decirle que no. Si tan solo estuviese acostumbrado a hacerlo.
Cuando regresé a mi apartamento, me senté nuevamente en el sillón y miré por la ventana. La oscuridad se había apoderado del cielo, y las luces de la ciudad comenzaban a brillar como estrellas.
En medio de todo mi dilema personas, una idea inquietante comenzó a formarse en mi mente: ¿Cómo podría mantenerme al margen de Sofía sin herirla? ¿Podría resistir la tentación, o simplemente estaba condenada a desear lo que no podía tener?
Soy su padrino, no puedo pasar esa línea, no es correcto.
Los recuerdos de la niñez de Sofía resonaban en mi mente, y la culpabilidad que me consumía era abrumadora. ¿Por qué era tan difícil ignorar lo que sentía? ¿Por qué esta conexión entre nosotros? Le había cambiado los malditos pañales.
Las respuestas no eran claras, pero lo que sí sabía era que debía protegerla, incluso si eso significaba hacer sacrificios personales.
No debía joderla con mi mierda.
Deje el vaso de whisky que acababa de servirme, mis pies se movieron hasta mi habitación. Pase la mano por mi rostro mientras me preparaba para intentar dormir.
En la penumbra de mi habitación, reflexioné sobre las decisiones que debía tomar. Sofía era una fuerza de la naturaleza, y mientras el mundo exterior continuaba girando, yo me encontraba atrapado en este laberinto emocional.
Sabía que debía mantener mis pensamientos bajo control, pero no podía evitar preguntarme qué pasaría si dejara que esa conexión floreciera. ¿Podría entrar en ese juego sin arriesgar todo lo que había logrado? La idea de perderlo todo me aterraba.
La había visto provocarme, la manera en que su cuerpo se inclinaba levemente en mi dirección. Ella, la dulce niña que conocí me estaba provocando, tirando de los hilos como lo haría cualquier otra mujer.
Por menos que eso, me había follado alguna en baño, pero con ella no lo hice.
Sofía seguía siendo una niña, una que me provocaba intentando ganar aquella batalla. Tomé aire y lo solté despacio antes de abrir mi teléfono para buscar su contacto. El circulo verde parecía rodeando su foto.
Toque la para ver su historia, esa que ahora me dejo atragantado. Estaba frente al espejo, en lencería. Ahora el vestido no marcaba sus curvas, solo era piel, tensa, firme y parecía tan suave como una pluma.
La otra no fue mejor, su trasero estaba en primer plano, miraba por encima de su hombro. Mis ojos repasaron la imagen una y otra vez, hasta que simplemente me quede observando la erección que acaba de formarse entre mis piernas.
La imagen se salió y maldije, de nuevo toque su foto buscando ver aquel plano de nuevo. Su trasero volvió a aparecer frente a mis ojos, mis manos bajaron justo a mi bóxer donde una erección se encontraba.
Pase mi mano por encima de esta hasta que no me contuve y saque mi m*****o. Mis dedos prácticamente estrangularon mi pene. Sisee una maldición por lo bajo y moví mi mano desesperado cuando al pasar, una foto de sus piernas abiertas apareció.
El calor comenzó a crecer, mis gruñidos llenaron el ambiente y mi mano comenzó a moverse cada vez más rápido. Solté maldiciones por minutos, tantas que me parecía absurdo, pero las imágenes no ayudaban y ahora me encontraba gimiendo su nombre.
La corriente paso por toda mi espina dorsal, la piel se me encrespo y patee las sabanas para estar más cómodo. Mis caderas se movieron, la respiración se me aceleró y momentos después me encontré derramando todo el liquido en mi vientre.
Observé el desastre que hice y maldije por lo bajo, la culpa llegó, solté un suspiro cargado y negué antes de levantarme. Esto estaba mal, pésimo, no podía hacer esto.