La traviesa hija del CEO

Miré a la mujer ante mis ojos, una mujer jodidamente hermosa y perfecta. Sus labios rojos y sus ojos verdes que le lucían a la perfección, también un vestido ceñido a su cuerpo tentador, jodidamente tentador. Luego todo sucedió demasiado rápido, unas pequeñas manos cubiertas de chocolate, una sonrisa de dientes perfectos y las mejillas sucias por la misma sustancia. Corriendo en dirección a la mujer que justo momentos antes estaba mirando, por supuesto que esperaba algo como esto, pero cuando estás concentrado en un par de pechos más grandes que tus manos, es un poco difícil de calcular el momento que sucederá. Apoyó sus pequeñas manos en el vestido, que puedo reconocer que es bastante costoso, claro que para mí aquello es como un dulce para un bebé, es algo que puedo permitirme pagar a diario. Sin embargo, es algo que no pagaría, porque luego de que esas pequeñas manos se posaron sobre el vestido y tuvo el descaro de utilizarlo como una servilleta, el grito de la mujer fue desagradable. Me bastó su mirada de odio, su hermoso rostro retorciéndose y la mirada rabiosa que, si no estuviera presente hubiera sido otra la reacción. Tal vez hubiera estampado su mano en el rostro de un pequeño ángel travieso, quizá se hubiera atrevido a mucho más y es en ese momento cuando reaccionan de esa forma que, no puedo evitar sentir decepción. Ni siquiera ese par de hermosos pechos perfectos podrían devolverme las ganas de pasar al siguiente nivel, siempre vuelve a repetirse lo mismo, primera cita, mi hija de por medio y ya no vuelvo a verlas. Pero siendo realmente sincero lo prefiero de esa manera, prefiero ver que tanto pueden llegar a tolerar a mi hija y quitarles la máscara en la primera cita. Podría perfectamente dejar a mi hija con alguien que la cuidara, pero es demasiado traviesa, es una niña que disfruta de hacerle maldades a las personas, sobre todo a aquellos que demuestran su enojo. Es por eso que evito que otras personas cuiden de ella, desde que su madre desapareció de la faz de la tierra la llevo conmigo al trabajo y la mantengo a mi lado la gran parte del tiempo. Sé que es una niña inteligente, que si alguien le hace algo que no quiere me lo dirá, pero prefiero evitarle ese mal momento y la mejor manera es que permanezca cerca de mi alcance. Tiene ese comportamiento y a la vista de los demás es una niña mimada, una típica hija única, una típica niña de familia rica. Nadie sabe que así camufla la perdida de su madre, ya que evita tener cercanía y crear lazos con las personas que la rodean. El abandono puede afrontarse de maneras diferentes, sobre todo en los niños, tienen corazones puros e inocentes y ella aún tiene mucho dolor en su pequeño corazón. De vez en cuando toca el tema, me pregunta por su madre, me pregunta cuando va a regresar a casa y no sé cómo responderle. No quiero ser duro al decirle que nunca va a regresar, que se fue porque ya no nos quería y que ella era una carga demasiado dura para una mujer de su clase. Tal vez debí escoger mejor a la madre de mi hija, muchas veces mi madre me lo dijo, pero cuando te enamoras no piensas en ese tipo de cosas, tan solo te dejas llevar por los sentimientos. —¿¡Qué clase de educación le das a tu hija!? —pregunta gritando mientras limpia su vestido con una servilleta. Mi hija se cruza de brazos, alza una ceja con una media sonrisa y reconozco que tiene el sarcasmo en la punta de la lengua. Ni siquiera sabe el significado, pero para su corta edad de cinco años sabe utilizarlo de maravilla y me temo que debe haber aprendido a utilizarlo de mí. —¿Se lo preguntas a mi padre? No creo que eso te haga ver linda —levanta la vista para cruzar miradas con la mujer. —Eres una mocosa muy insolente, a este paso tu padre se quedará solo porque nadie va a soportarte niñita odiosa —con su dedo empuja la frente de mi hija y me pongo de pie. —No, no va a quedarse solo, me tiene a mí —alza los brazos en mi dirección y la alzo. —No vuelvas a colocar una de tus asquerosas manos sobre mi hija —digo fastidiado por su actitud. —Claramente tienes un serio problema y eso explica por qué estás solo —me mira de arriba a abajo con indignación— Tu hija puso primero sus asquerosas manos sobre mí, por lo tanto, espero que coloques el dinero de este vestido carísimo en mi cuenta. —Me temo que luego de como la trataste no mereces que ni un centavo salga de mi cuenta bancaria —beso la mejilla llena de chocolate de mi pequeña traviesa— Salúdala, nos vamos a casa. Mi hija le saca la lengua con una sonrisa burlona y mientras la escucho quejarse y gritar mi nombre camino en dirección a la salida. Una vez fuera tardaron varios minutos en traer el auto, me mantuve en silencio hasta que ambos estuvimos en nuestros asientos y ella tenía su cinturón puesto, entonces volteé a mirarla. —No me pareció gracioso, Ethel, cada vez que intento salir con alguien haces lo mismo —la regaño apoyado en el volante. —Papá —dice alargando las palabras, como si no estuviera de acuerdo— Siempre sales con mujeres tan aburridas, son sin gracia. Vuelve a esa postura de brazos cruzados y con la mirada fija en el piso mientras abulta sus labios, se ve hermosa. Siempre que hace eso mi corazón se ablanda y no, esta vez no puedo permitir que su ternura no me deje regañarla. —No puedes elegir las personas con las que salgo, eres mi hija —me quejo pasando mis manos por mi cabello. —Tal vez si escogieras mejor, esa mujer era como... —se detiene un momento a pensar— Esa bruja del cuento de Blanca nieves, no quiero una madrastra malvada, quisiera a mamá... El nudo se aloja en mi garganta y presiono el volante, no me atrevo a pronunciar ni una sola palabra luego de escucharla. Enciendo el automóvil y conduzco en silencio, sé perfectamente que le hace falta su madre ¿Qué puedo hacer si ella desapareció? —Papá —murmura frotando sus ojos mientras la veo por el espejo retrovisor— ¿Puedo dormir contigo esta noche? La misma pregunta que llevaba haciéndome desde hacía ya dos semanas, había tenido una pesadilla en la que una mujer con cabello de tentáculos salía del armario y la arrastraba dentro. —Dijimos ayer que sería la última noche Ethel —respondo volviendo mi mirada a la autopista. No me respondió, se había quedado dormida, el cansancio diario luego de un día lleno de travesuras. Al llegar a la casa la bajé con cuidado cargándola en brazos, le entregué las llaves al portero y al entrar me encontré con Eva, una de las empleadas con más años trabajando con nosotros. Cuando la madre de Ethel desapareció los empleados murmuraban a mis espaldas y decidí que lo correcto era cambiar de empleados, pero a ella la mantuve en su puesto porque siempre se mostró como una mujer respetuosa. —Buenas noches, señor, justamente me estaba a punto de retirar, ¿Necesita algo antes de que me vaya? —pregunta colocándose su abrigo. —No, muchas gracias Eva, yo me encargaré de Ethel —le aseguro a lo que ella asiente. Subí a su habitación, la coloqué sobre la cama y con una toalla húmeda le limpié los rastros de chocolate que le quedaban. Me quedé algunos minutos contemplando sus facciones, su cabello rubio suelto y eso me llevó a preguntarme si en algún momento encontraría una mujer que pudiera amarla tanto como yo lo hago.