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4584 Words
Punto de vista de Regina. Volver a la mansión después de todo lo que había pasado fue como entrar a un campo minado con tacones. Apenas crucé la puerta principal, sentí todas las miradas sobre mí, especialmente la de Lorena, que parecía tener el detector de drama activado. —¿Y tú qué haces aquí? —me dijo con esa voz empalagosa que usa cuando está a punto de soltar veneno. Ni tuve que abrir la boca, porque Demetri, con toda la calma del mundo (y con ese tono de empresario que me encanta cuando se pone autoritario), le respondió: —Ella está en su casa, Lorena. Es mi esposa, y este es su lugar. Y ya que estamos en eso, te voy a pedir que prepares tus cosas y te vayas. No pondré la vida de mi hijo en riesgo. Lorena se quedó congelada unos segundos, y luego soltó una risita nerviosa. —¿De qué hijo hablas? —preguntó, como si no lo creyera. —De mi hijo —dijo Demetri, mirándola sin pestañear—. Regina está embarazada. Yo sonreí apenas, porque la cara de sorpresa de Lorena fue un poema. Pero, claro, ella no iba a quedarse callada. —¡Seguramente es del amante! —soltó, riéndose con malicia. Levanté una ceja y la miré directo a los ojos. —Yo no tengo ningún amante —le dije despacio, con la paciencia que uno usa para explicarle matemáticas a un niño de cinco años—, y tú lo sabes muy bien. Ella soltó una carcajada falsa y dijo: —Está bien, me iré, pero que no se te olvide que no descansaré hasta que todos vean quién eres realmente. —Haz lo que quieras, Lorena —le respondí con una sonrisa—, pero mantente lejos de mí y de mi esposo. En ese momento, Saiddy intervino desde el sofá con su taza de té, como si estuviera comentando un programa de chismes. —Lorena, es mejor que te marches. También le mentiste a todos diciendo que estabas embarazada, cuando era falso. Solo querías destruir el matrimonio de mi hijo, y me alegra que no lo hayas logrado. Lorena apretó los labios y soltó una última frase antes de subir las escaleras: —Sí, mentí, pero solo para demostrar quién era realmente Regina… aunque parece que los tiene a todos comprados. —Ya te escuché bastante —dije, cansada—. Me voy a descansar, porque con gente así cerca, una necesita doble dosis de paciencia y vitaminas. Demetri y yo nos dirigimos al ascensor. El silencio entre nosotros era tan tranquilo que me sentí segura otra vez. Cuando llegamos a la habitación, me acosté en la cama y suspiré. —¿Necesitas algo? —me preguntó él, acercándose con esa ternura que solo le sale cuando está preocupado. —Sí —le dije sonriendo—, lo único que necesito es tenerte a mi lado. Él me miró con cariño y me tomó la mano. —Así será —me dijo—. No pienso apartarme jamás de ti. —Te amo, Demetri —susurré—. Y me alegra tanto que la maldad de otros no haya podido separarnos. Él sonrió y me acarició el rostro. —Así será siempre, Regina. Siempre. Abrí los ojos y lo primero que noté fue el silencio. Extendí la mano hacia el otro lado de la cama y, para mi sorpresa, estaba vacío. Ni una arruga, ni una huella tibia. Giré un poco la cabeza hacia el reloj de la mesita y casi me caigo de la cama cuando vi la hora: las diez de la mañana. —Ay, no… —murmuré acariciándome el vientre con ternura—. Mami no puede dormir tanto, pequeñito. Si seguimos así, cuando nazcas vas a creer que las mañanas empiezan a mediodía. Me levanté y corrí las cortinas para dejar entrar la luz del día. Abrí la ventana, disfrutando del aire fresco que se colaba entre las hojas del jardín. Pero la paz me duró exactamente tres segundos: allá abajo, bajo la sombra del gran roble, estaba Demetri… tomando café con una mujer que no había visto en mi vida. La sangre me subió a la cara más rápido que el vapor de una tetera. —Ajá… —dije entre dientes—. Parece que algunos madrugan con motivación extra. En menos de diez minutos, ya estaba duchada, perfumada y vestida con algo ligero, porque si iba a bajar, iba a hacerlo con dignidad. Caminé hasta el jardín con paso firme y sin dar rodeos. —Buenos días —dije con una sonrisa tan dulce que casi me empalagó a mí misma. Demetri giró la cabeza y me regaló esa sonrisa que siempre me desarma. —Buenos días, mi cielo. —Buenos días, amor —respondí, clavando la mirada en la intrusa. —Ella es Kennia —dijo Demetri, levantándose un poco de su asiento—, una nueva inversionista de la empresa. —Un gusto conocerte —dije, estrechándole la mano—. No te había visto antes. —El gusto es mío —respondió ella con una sonrisa demasiado amplia—. Y sí, recién me uno al proyecto. —Le pedí que viniéramos a la mansión —intervino Demetri—, no quería estar lejos de ti. Le sonreí con ternura. —Eres muy tierno. Kennia rió suavemente. —Realmente lo es. Cualquier mujer estaría feliz de tener a un hombre como él a su lado. Levanté una ceja, sonriendo con la calma de una bomba a punto de explotar. —¿Estás coqueteando delante de mí con mi marido? —¿Qué? ¡No, claro que no! —balbuceó ella, visiblemente nerviosa. —Eso espero —dije, cruzando las piernas—, porque si no, tu inversión no ha empezado… y no empezaría. Kennia soltó una risa nerviosa y miró a Demetri. —¿Siempre dejas que tu mujer se meta en tus negocios importantes? Demetri, sin perder su serenidad, me miró con ternura. —Mi mujer solo tiene que decir una palabra y todo alrededor de mí empieza a moverse. —Entonces te tiene babeando —respondió ella con una sonrisita pícara. —No es babeando —dije con orgullo—, es amor. Kennia levantó las manos en señal de rendición. —No se preocupe, Regina, me mantendré lejos de su Demetri. —Eso espero —contesté, con una sonrisa perfectamente decorada. Ella se puso de pie, le dio la mano a Demetri y dijo: —Fue un gusto hacer negocios contigo. —Igual —respondió él. La vi alejarse, y cuando desapareció del jardín, me senté junto a él y, con un tonito juguetón, murmuré: —Fue un gusto hacer negocios contigo —imitando la voz de Kennia. Demetri soltó una carcajada. —Te ves hermosa haciendo escenas de celos y marcando tu territorio. Me levanté de la silla y me senté en sus piernas, rodeándole el cuello con los brazos. —No hago escenas —le susurré con una sonrisa—, solo te estoy cuidando. Estaba recostada en esa camilla blanca, con el corazón latiéndome más rápido que el ultrasonido mismo. La ginecóloga deslizaba el aparato por mi vientre con una concentración que me estaba poniendo nerviosa. Demetri, a mi lado, me apretaba la mano como si esperara escuchar el sonido más hermoso del mundo. —¿Cómo está todo, doctora? —preguntó él con una sonrisa nerviosa. La doctora lo miró. Pero no con esa expresión tranquila que una espera ver cuando todo va bien… No. Su cara cambió, como si hubiera visto algo que no debía. Mi pecho se encogió. —¿Qué pasa, doctora? —le pregunté de inmediato, tratando de leerle los ojos. Ella guardó silencio unos segundos que se sintieron eternos y luego me miró con cierta precaución. —¿Ha tenido algún evento fuerte últimamente? ¿Un susto, un golpe, algún mal momento? Negué con la cabeza. —No, me he cuidado bastante, he descansado, he comido bien… ¿por qué? La doctora bajó el aparato, respiró profundo y me miró directamente. —Lamento informarle que… perdió al bebé. Todo indica que fue de forma natural. Sentí cómo el aire se me iba del cuerpo. No supe si llorar, gritar o desmayarme. Solo me quedé en silencio, mirando el techo como si de pronto todo el color del mundo se hubiera apagado. Demetri se giró hacia ella, confundido. —¿Cómo que lo perdió? ¿Eso cómo es posible? La doctora se acomodó los lentes. —En el primer trimestre, los embarazos son muy delicados. Y no podemos olvidar el accidente que tuvo hace poco… eso pudo influir. Yo solo pude susurrar: —Yo estaba tan emocionada… iba a ser mamá. Ella me puso una mano en el hombro. —Lo siento mucho, Regina. Pero puede intentarlo de nuevo. Su cuerpo está sano, solo debe esperar unos seis meses. Usted podrá ser madre cuando quiera. Asentí con la cabeza, pero mis ojos no me obedecieron. Las lágrimas salieron sin pedir permiso. Sentí la mano de Demetri tomando la mía, y su voz temblando: —Estoy aquí para ti… no estás sola. Pero dentro de mí sí me sentía sola. Muy sola. Una hora después, llegamos a la mansión. Caminamos en silencio. Ni siquiera recuerdo haber saludado a nadie. Apenas cruzamos la puerta, Saiddy vino hacia nosotros con una sonrisa preocupada. —¿Cómo está el bebé? ¿Todo bien? No pude responder con muchas palabras. Solo dije lo que me estaba partiendo el alma. —Lo perdí… Y sin esperar más, subí a la habitación. No quería ver la cara de nadie. No quería escuchar consuelos. Solo quería llorar. Me acosté en la cama, abracé la almohada y dejé que las lágrimas me empaparan. No había forma de disimular el vacío que sentía. Había soñado con ese pequeño ser, con su risa, con su olor… y de pronto nada. Los días siguientes fueron un borrón de tristeza. No quería levantarme, no quería comer, no quería hablar. Demetri intentaba animarme, pero cada palabra suya me dolía más. —Vamos a cenar, mi amor —me dijo una noche, sentado al borde de la cama. Negué sin siquiera abrir los ojos. —No tengo hambre. —Regina, tienes que seguir con tu vida —insistió con voz suave—. Yo te necesito. Abrí los ojos y lo miré con rabia mezclada con dolor. —Claro, tú lo dices porque no eras tú quien llevaba al bebé en el vientre. Él suspiró y apretó la mandíbula. —Tienes razón, no lo llevaba yo. Pero también era mi hijo, y no es justo que digas eso. Sentí un nudo en la garganta. —Si no vas a entenderme, mejor déjame sola. Demetri me miró unos segundos, con los ojos llenos de frustración, y sin decir nada más, se levantó y salió de la habitación. La puerta se cerró con un sonido seco que me partió un poquito más el alma. Y ahí me quedé, mirando el techo otra vez… con el corazón roto, y el silencio acompañándome como única compañía. Abrí los ojos y lo primero que vi fue la luz entrando por la ventana. Martina estaba sentada junto a la cama con esa expresión de preocupación que me hacía sentir que la había fallado en serio. —Regina, estoy muy preocupada por ti —dijo con un suspiro. Le sonreí débilmente. —Tranquila, estaré bien. No tienes que preocuparte. Ella frunció el ceño. —No puedes seguir así. Aún puedes ser madre… y no puedes quedarte echada en la cama. Rodé los ojos y le dije con un dejo de sarcasmo: —Martina, me estoy riendo de Demetri, que me trata como si mi dolor no importara. —Eso no es cierto —me respondió firme—. Él también está sufriendo por ti. —No puedo hacer nada al respecto —musité, suspirando. Ella me miró con determinación. —Confía en mí, con lo que voy a decir cambiarás de opinión. Me incorporé un poco, intrigada y confundida. —¿De qué hablas? —Escuché a Demetri anoche, cuando salió a cenar solo porque tú no quisiste ir… y adivina con quién cenó. —Su voz bajó a un susurro dramático— Con la nueva inversionista, Kennia. Y según lo que escuché, se la pasó muy a gusto. Mi corazón dio un salto y me senté completamente en la cama, con los ojos como platos. —¿Estás hablando en serio? ¿O solo lo dices para que deje atrás lo del bebé? —Ambas cosas —dijo Martina con sinceridad. Me tapé la boca con la mano y respiré hondo. —¡Conocí a esa Kennia! Y delante de mis ojos coqueteó con Demetri. Martina asintió. —Mientras tú estabas echada en la cama, otra mujer estaba ayudando a tu marido a superar la pérdida del bebé. —¿Escuchaste algo más? —pregunté, con el corazón latiéndome a mil. —Sí. Escuché que dijo que Kennia era buena compañía, que lo entendía bien y que era muy amable. Sentí un calor subir por mi cara, mezcla de ira y celos. —¡Te lo advertí! —le dije a Martina— No te metas con Demetri. Ella me miró y sonrió con paciencia. —Lo que tienes que hacer ahora es volver al trabajo y alejarte de él. Demetri no tiene la culpa de que una mujer como ella quiera algo con él. Suspiré y le sonreí agradecida. —Gracias por abrirme los ojos. Tienes razón. El bebé ya no está y ahora debo pensar en mi matrimonio. Tomaré un baño e iré a ver a mi marido. —Te esperaré para ir juntas a la oficina —me dijo, levantándose. Me metí al baño, tomé una ducha larga y reparadora, y después de media hora estaba lista. Nos marchamos de la mansión, con la determinación de enfrentar el día. Veinte minutos después, llegamos a la empresa. Tomamos el ascensor, y Martina se quedó en su escritorio mientras yo iba directo a la oficina. Al entrar, lo vi: Kennia estaba del lado del escritorio de Demetri, sonriendo y hablando con él. —¿Estoy interrumpiendo algo? —pregunté, levantando una ceja. Demetri se sobresaltó un segundo y luego sonrió, movilizándose en su silla de ruedas hacia mí. Tomó mi mano y me dio un beso suave. —No te esperaba —dijo con sinceridad. —¿Puedo hablar contigo a solas? —le pregunté, mientras Kennia se levantaba con elegancia. —Claro, ya me voy —dijo ella, tomando su bolso. Antes de irse, me lanzó una última sonrisa y le dijo a Demetri—. Nos vemos en la cena. Cuando la puerta se cerró, miré a Demetri y le dije: —Después de la cena, hablamos, ¿sí? —Es una cena de negocios —respondió, un poco serio. —No confío en esa mujer —dije con firmeza. —No hables de ella —me interrumpió—. Mejor dime qué te motivó a venir. Le sonreí, sintiendo un calor en el pecho. —Martina me hizo entrar en razón. No puedo estar más tiempo deprimida, vendrán mejores días. Demetri me sonrió y sus ojos brillaron. —Me alegra mucho esa decisión. —¿Aún me amas? —pregunté con un hilo de voz, con la esperanza latiendo fuerte. —Con todo mi corazón —me respondió sin dudar. Me subí a sus piernas y le di un tierno beso. —Extraño a la Regina de siempre —dijo él con voz suave. —Volveré a ser la misma otra vez —le aseguré. —Entonces esta noche podemos ir juntos a la cena de negocios —propuso, sonriendo. —Por supuesto que te acompañaré —le respondí, con la seguridad de que nada nos separaría. Cuando llegó la noche, ya estábamos listos para irnos a la dichosa cena de negocios. Me puse un vestido color vino que combinaba perfectamente con el traje gris de Demetri. Tenía que admitir que ambos parecíamos una pareja de portada de revista… si ignorábamos el hecho de que yo seguía un poco nerviosa por la idea de ver a Kennia. El chofer nos llevó hasta una mansión enorme, de esas que te hacen pensar que si toses muy fuerte, te cobran por daño acústico. Apenas bajamos del auto, se abrieron las puertas principales y, por supuesto, ahí estaba ella: Kennia. Perfectamente arreglada, con una sonrisa tan amplia que seguro la había practicado frente al espejo unas diez veces. —Bienvenidos a mi casa —dijo con ese tonito meloso que me daba alergia. Le devolví una sonrisa que, aunque educada, probablemente podría considerarse un arma pasivo-agresiva. —Gracias —respondí con la mejor voz que pude fingir. —Un gusto —añadió Demetri, dándole la mano. Kennia nos guió hasta el comedor, un espacio tan elegante que hasta las sillas parecían tener pedigrí. Había varias personas ya sentadas, todas con esa cara de gente que no sonríe sin motivo financiero. Tomamos asiento y enseguida un mesero nos ofreció una copa de vino. Apenas dimos el primer sorbo, Kennia se levantó con una sonrisa de presentadora de reality show. —Bueno, podemos empezar la reunión de negocios —dijo, y luego se volvió hacia mí—. Pero antes, Regina, necesito pedirte un favor. —¿Cómo puedo ayudar? —pregunté con mi mejor tono amable, aunque mi instinto ya me gritaba “no te va a gustar”. —Podrías esperarnos en la sala, cariño. No tienes idea de qué se va a tratar, y dudo que entiendas mucho de negocios —soltó, tan tranquila, como si acabara de ofrecerme un café y no un insulto disfrazado. Demetri la miró con el ceño fruncido. —Eso es imposible, mi esposa vino para acompañarme. —Lo entiendo, pero Regina sale sobrando en la mesa —replicó Kennia, todavía sonriendo, como si no acabara de darme una patada en el ego. Sentí cómo se me encendían las mejillas, pero respiré profundo. No iba a rebajarme. —No hay problema —dije, fingiendo serenidad—. Esperaré a mi esposo en la sala. Me levanté con la dignidad que aún me quedaba y caminé hasta la sala, que por cierto era tan grande que si gritabas “¡eco!” probablemente te respondía el espíritu de la decoración minimalista. Me dejé caer sobre el sofá y no pude evitar pensar que lo que realmente quería era salir corriendo de allí, o lanzarle el vino encima a alguien… preferiblemente a ella. Pasaron unos minutos que se me hicieron eternos, hasta que escuché pasos firmes acercándose. Era Demetri. Venía con esa mirada decidida que me encantaba. —Nos vamos —dijo con tono serio. Me incorporé de golpe. —¿Qué pasó? ¿La reunión ya terminó? —No. Simplemente le dejé claro a Kennia que no pienso ser parte de un negocio donde mi esposa no sea bienvenida. No toleraré ninguna falta de respeto hacia ti. No pude evitar sonreírle, sintiendo cómo algo cálido me subía al pecho. —Gracias por defenderme —dije bajito. —En primer lugar, siempre estarás tú —respondió él, tomándome de la mano—. Por encima de todos. Y así, sin mirar atrás, salimos de aquella mansión. El aire fresco de la noche me pareció una bendición. Demetri me miró de reojo y sonrió. —Vamos a cenar, pero esta vez, solos —dijo. Minutos después, estábamos en un restaurante al aire libre, bajo un cielo lleno de estrellas y con la sensación de que, por fin, las cosas entre nosotros comenzaban a encontrar su equilibrio. Cuando llegamos de vuelta a la mansión, el ambiente era distinto. Tal vez era el vino, o tal vez era la forma en que Demetri me había tomado la mano durante la cena, pero sentía que entre nosotros algo había vuelto a encenderse. La casa estaba silenciosa, apenas iluminada por la luz cálida que se filtraba desde el pasillo. Dejé mi bolso sobre la consola de la entrada y me giré hacia él. —Creo que hoy me gané un premio por buena conducta —dije con una media sonrisa. Demetri arqueó una ceja, acercándose con esa lentitud calculada que siempre lograba ponerme nerviosa. —¿Y qué tipo de premio quieres? —preguntó, con esa voz grave que podría derretir hasta una pared de hielo. —No sé… tal vez uno que venga con flores y chocolate —respondí en tono burlón. Él soltó una leve risa y, antes de que pudiera decir algo más, me rodeó con sus brazos. Sentí su aliento cerca de mi oído. —No tengo flores, pero puedo compensarlo. —Ah, ¿sí? —murmuré, divertida. Y sin darme tiempo a nada, me besó. Un beso de esos que borran el orgullo, los malos ratos y hasta el resentimiento. Me sostuvo por la cintura como si temiera que me escapara, y honestamente, en ese momento no tenía ni la más mínima intención de hacerlo. El beso se hizo más profundo, más intenso, y cuando nos separamos apenas un segundo, nos reímos al mismo tiempo. —Vaya forma de agradecerme por defenderte —bromeó él. —Bueno, tengo que motivarte a seguir haciéndolo —respondí, guiñándole un ojo. Subimos las escaleras entre risas, tropezones torpes y susurros que solo tenían sentido para nosotros. Cada paso era una mezcla entre deseo y ternura, entre lo que habíamos sido y lo que estábamos intentando recuperar. Cuando llegamos a la habitación, Demetri se detuvo frente a mí y me apartó un mechón de cabello del rostro. —Te extrañé, Regina —dijo con una sinceridad que me desarmó por completo. —Yo también te extrañé, aunque no lo haya dicho —confesé, casi en un susurro. Y después ya no hubo más palabras. Solo el sonido del viento colándose por la ventana y el roce de nuestras risas, que se mezclaron con el fuego suave de una noche que parecía querer durar para siempre. Punto de vista de Demetri. Estaba revisando unos documentos en mi oficina, intentando concentrarme, cuando la puerta se abrió sin previo aviso. Al levantar la mirada, me encontré con una figura que no esperaba ver jamás. —Hola, Demetri. —dijo con esa voz que reconocería entre mil. Mi ceño se frunció. Era ella… Verónica, mi ex prometida. —¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de mantener la calma. Ella dio un paso al frente, con esa seguridad que siempre tuvo. —No podía estar más tiempo sin volver y enfrentar lo que dejé atrás. Mi mandíbula se tensó. —¿A qué te refieres? —Nunca dejé de amarte —respondió, sus ojos brillando con intensidad—. Me fui por inmadura, lo sé, pero prometo que jamás me volveré a ir. Solté una risa irónica. —¿Has vuelto loca? Ella me lanzó una mirada intensa. —Sí, estuve loca al dejarte, al abandonarte. —Debiste haberte quedado donde te fuiste —le respondí, con un hilo de humor en la voz—. Verónica respiró hondo y dijo con suavidad: —Hablas desde la molestia que te causé… pero te juro que esta vez nada me separará de ti. Levanto la mano y mostré mi anillo. —¿Sabes lo que significa esto? Ella me miró, confundida pero decidida. —Sí… escuché que estás casado, pero estoy segura de que fue por despecho. —Me conoces muy poco —le dije, con una mezcla de paciencia y diversión—. Yo no hago las cosas por un arranque de rabia como tú. De repente, la puerta se abrió de nuevo y la voz de Regina irrumpió en el silencio. —¡Amor! ¡Te tengo una noticia! Un silencio incómodo se instaló en la oficina. Verónica me miró con esa audacia que siempre tuvo. Regina, emocionada, frunció el ceño. —¿Lo estoy interrumpiendo? —preguntó, con una sonrisa que intentaba ser despreocupada. —No —le respondí, intentando calmar la tensión. Verónica, con una confianza que me hizo arquear una ceja, extendió su mano hacia Regina. —Hola, soy Verónica, la ex prometida de Demetri. Regina la miró y, por cortesía, tomó su mano, aunque con firmeza: —Para mí no es un gusto saludarle, y sinceramente no entiendo el motivo de su visita. Verónica sonrió apenas, sin titubear. —Ya se lo comenté a Demetri, y depende de él si te lo dice o no. Sin esperar respuesta, se giró y salió de la oficina con esa elegancia que parecía retarme a cada paso. Y ahí nos quedamos, Regina y yo, mirándonos, con la tensión flotando en el aire como si la mansión misma contuviera el aliento. Crucé los brazos apenas la puerta se cerró tras esa mujer. —¿Se puede saber qué hacía tu ex prometida aquí, y qué fue lo que dijo? —pregunté, con una sonrisa tan falsa que hasta el aire se tensó. Demetri suspiró y se recostó en su silla. —No tiene importancia. —Para mí sí la tiene —repliqué, alzando una ceja. —Así que empieza a hablar antes de que mi curiosidad evolucione en drama. —No quiero que te preocupes por nada —respondió con ese tono de “no hagas una tormenta”, que, sinceramente, solo logra que yo haga huracanes categoría cinco—. Mejor no le prestes atención, no vale la pena. —Quiero saber —insistí, clavándole la mirada—. Y punto. Me sostuvo la mirada unos segundos, luego soltó el aire, resignado. —Dijo que había vuelto porque me ama y que se arrepiente de haber sido tan inmadura. —Ah, mira tú, qué lindo —contesté con ironía—. Pues eso sí era muy importante, porque ahora sé con quién me enfrento. —No te enfrentas a nadie —dijo él, levantándose de su silla y acercándose a mí—. Verónica no vale la pena, y le dejé muy claro que estoy casado. —Eso es un gran avance —dije, fingiendo serenidad, aunque por dentro ya estaba planeando mentalmente una lista de posibles métodos de defensa emocional… y quizás un par de pasivos-agresivos. Demetri sonrió, tomó mis manos y me atrajo hacia él. —Solo tengo ojos para ti, nada más. Y hoy es nuestro aniversario, quiero celebrarlo contigo. —Vamos a celebrar —dije mientras lo miraba a los ojos—, pero será con mamá y mi hermana. —No tengo problema —respondió él, resignado pero divertido—. Nos vemos en el restaurante del centro, y llevaré a Fabricio para no estar rodeado solo de mujeres. Me acerqué despacio, me senté sobre sus piernas y rodeé su cuello con los brazos. —Entonces te veré allí… pero esta noche te tengo una sorpresa —susurré cerca de su oído. —Estaré ansioso porque llegue ese momento —dijo él con esa sonrisa que me hacía olvidar que existía la cordura. Le di un beso lento, uno de esos que dejan ecos en el aire, y luego me levanté con mi mejor pose de “mujer que tiene el control de todo”, aunque sabía perfectamente que mi corazón estaba latiendo a mil por hora. Salí de su oficina sin mirar atrás, sabiendo que la verdadera sorpresa… todavía no había empezado.
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