La mansión Rothschild en Nueva York parecía aún más silenciosa sin la presencia de Vanessa. Gabriel se encontraba en su despacho, mirando fijamente el sobre de dinero que ella había dejado. Sentía una mezcla de frustración y soledad, aunque no lo admitiera. Había empujado lejos a la única persona que había tratado de ayudarlo, y ahora se sentía más atrapado que nunca en su amargura.
Golpeó con fuerza la mesa, haciendo que varios papeles cayeran al suelo. La frustración lo consumía, y sus pensamientos se enredaban en una espiral de ira y arrepentimiento.
Mientras tanto, en el bullicioso corazón de Nueva York, Vanessa se encontraba en una pequeña cafetería con su currículum en la mano. Había decidido invertir sus ahorros en la universidad, esperando que una educación le abriera nuevas puertas. Sin embargo, necesitaba un empleo para mantenerse mientras estudiaba.
Había pasado los últimos días enviando currículums y asistiendo a entrevistas. Pero las respuestas eran pocas y desalentadoras. Muchos empleadores veían su pasado como bailarina como un obstáculo, y su falta de experiencia en otros campos no ayudaba.
Vanessa suspiró y tomó un sorbo de su café. Sabía que si no encontraba algo pronto, tendría que regresar al cabaret, aunque al menos ahora lo haría sin deudas. La idea no le entusiasmaba, pero estaba decidida a no rendirse fácilmente.
Al caer la noche, Vanessa se dirigió a su pequeño apartamento, su mente aún ocupada con pensamientos de su futuro. Decidió revisar las ofertas de empleo una vez más antes de acostarse. Justo cuando estaba a punto de rendirse por el día, encontró un anuncio que llamó su atención: una pequeña editorial buscaba una asistente administrativa. No requería experiencia previa y ofrecía capacitación en el trabajo.
Con renovada esperanza, Vanessa se preparó para la entrevista al día siguiente.
Mientras tanto, en la mansión Rothschild, Gabriel seguía luchando con sus propios demonios. No podía sacar a Vanessa de su mente, y su partida solo había profundizado su sentimiento de soledad y frustración. A pesar de su exterior duro, no podía negar que la extrañaba.
Esa noche, Gabriel se encontró vagando por la mansión, incapaz de conciliar el sueño. Terminó en la sala de música, el lugar donde había tenido tantas discusiones con Vanessa. Se sentó frente al piano, sus dedos acariciaron las teclas sin tocar ninguna nota. El silencio lo envolvía, pero no encontraba consuelo en él.
"¿Qué he hecho?" murmuró para sí mismo, sintiendo el peso de sus decisiones caer sobre él. Sabía que había empujado a Vanessa lejos por miedo y orgullo, pero ahora se preguntaba si alguna vez podría arreglar las cosas.
En Nueva York, Vanessa se despertó temprano, llena de nervios y esperanza. Se arregló con cuidado y se dirigió a la entrevista en la editorial. El ambiente era cálido y acogedor, muy diferente a los lugares donde había trabajado antes.
La entrevista fue mejor de lo que esperaba, y para su sorpresa, le ofrecieron el trabajo en el acto. Vanessa aceptó con entusiasmo, sintiendo que finalmente tenía una oportunidad de comenzar de nuevo.
Sin embargo, con el paso de las semanas, Vanessa se dio cuenta de que su salario como asistente administrativa no sería suficiente para cubrir tanto sus necesidades diarias como su matrícula universitaria. Por más que ajustaba su presupuesto, los números simplemente no cuadraban.
Una noche, mientras repasaba sus cuentas, Vanessa llegó a una dolorosa conclusión. Si realmente quería continuar con sus estudios, tendría que volver a bailar en el cabaret. Aunque no era su opción preferida, sabía que era la única forma de ganar el dinero necesario.
Con determinación, Vanessa volvió al cabaret y pidió recuperar su puesto como bailarina. El dueño, Ramón, la recibió con una mezcla de sorpresa y alivio.
"Vanessa, siempre tienes un lugar aquí," dijo Ramón con una sonrisa. "Pero, ¿estás segura de esto?"
Vanessa asintió. "Sí, Ramón. Lo necesito. Tengo que seguir estudiando, y este es el único trabajo que me permitirá hacerlo."
Así, Vanessa volvió a subir al escenario del cabaret, deslumbrando al público con su talento y gracia. Aunque era difícil, estaba decidida a lograr sus objetivos. Dividía su tiempo entre sus estudios, su trabajo en la editorial y sus noches en el cabaret.
Mientras tanto, en la mansión Rothschild, Gabriel seguía atrapado en su propia tormenta de emociones. Aunque nunca lo admitiría, sentía un vacío que ni su riqueza ni su orgullo podían llenar. La ausencia de Vanessa pesaba más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
Una noche, mientras revisaba algunos documentos, Thomas, el mayordomo, entró en su despacho.
"Señor Rothschild," dijo Thomas con cautela. "He oído algunos rumores sobre la señorita Vanessa. Parece que ha vuelto a trabajar en el cabaret."
Gabriel sintió un pinchazo de algo que se asemejaba al remordimiento. "¿Y qué tiene eso que ver conmigo?"
Thomas lo miró con una mezcla de compasión y firmeza. "Quizás nada, señor. Pero pensé que le gustaría saberlo."
Gabriel despidió a Thomas con un gesto brusco, pero las palabras del mayordomo se quedaron con él. La imagen de Vanessa bailando, no por elección sino por necesidad, lo perturbaba más de lo que quería admitir.
Las murmuraciones no tardaron en llegar a oídos de Gabriel. Sus conocidos y la alta sociedad neoyorquina comentaban con sorna y desdén sobre Vanessa. "¿Has oído? La prometida de Gabriel Rothschild ha vuelto al cabaret," decían con risas contenidas.
La tensión se acumulaba en el ambiente de la mansión, y Thomas, siempre perspicaz, decidió intervenir una vez más. "Señor Rothschild, tal vez sería prudente recordar que la señorita Vanessa es, ante la opinión pública, su prometida. Estos rumores no solo la afectan a ella, sino también a usted."
Gabriel apretó los puños. La ira y la frustración se mezclaban en su interior. "¿Y qué quieres que haga, Thomas? ¿Que me arrodille y le suplique que regrese?"
Thomas mantuvo su mirada firme. "No, señor. Solo sugiero que considere cómo sus acciones afectan a los demás, especialmente a alguien que ha hecho tanto por usted."
Gabriel despidió al mayordomo con un gesto brusco, pero las palabras de Thomas resonaron en su mente. La imagen de Vanessa bailando, no por elección sino por necesidad, lo perturbaba más de lo que quería admitir.
En su pequeño apartamento, Vanessa seguía adelante, dividida entre sus sueños y la realidad. Sabía que su camino no sería fácil, pero estaba decidida a luchar por su futuro. A pesar de todo, no podía evitar pensar en Gabriel y en cómo sus vidas se habían entrelazado y separado de manera tan abrupta.
La mansión Rothschild parecía aún más vacía a medida que los días pasaban. Gabriel, atrapado en su silla de ruedas, no podía dejar de pensar en Vanessa. Las palabras de Thomas resonaban en su mente, y aunque no quería admitirlo, sabía que tenía que verla nuevamente.
Una noche, decidió ir al cabaret donde Vanessa trabajaba. Ordenó a Thomas que lo llevara, y a pesar de las protestas del mayordomo, Gabriel estaba decidido. Necesitaba verla, entender por qué había tomado esa decisión.
El cabaret estaba lleno de vida, música y risas, un contraste brutal con la fría y silenciosa mansión Rothschild. Gabriel, sentado en una mesa en la penumbra, observaba el escenario con atención. Finalmente, las luces se atenuaron y Vanessa apareció, deslumbrante en su traje de bailarina. Su actuación era hipnotizante, y Gabriel no podía apartar la mirada.
Mientras la observaba, una voz familiar lo sacó de sus pensamientos. "¿Gabriel? ¿Qué haces aquí?" Era su hermano Julian, quien se acercaba con una sonrisa divertida en el rostro.
"Vine a ver algo," respondió Gabriel secamente.
Julian soltó una carcajada. "Ya entiendo por qué te enloqueciste por ella. Es impresionante."
Gabriel apretó los dientes, sin apartar la vista de Vanessa. "Cállate, Julian."
"Vamos, hermano. Admito que tiene un talento increíble. Pero, ¿realmente es solo eso lo que te trae aquí?" Julian se sentó junto a Gabriel, observando la actuación con interés.
Gabriel no respondió. Estaba demasiado enfocado en Vanessa, cada movimiento suyo lo fascinaba y lo llenaba de una mezcla de admiración y culpa. No quería admitirlo, pero Julian tenía razón. Vanessa era más que una simple bailarina para él, aunque aún no entendía completamente sus propios sentimientos.
Cuando la actuación terminó, Vanessa recibió aplausos y vítores del público. Mientras ella se retiraba del escenario, Gabriel sintió una oleada de emociones contradictorias. Quería acercarse a ella, pero su orgullo y su ira seguían siendo una barrera.
Julian lo miró con una sonrisa burlona. "¿Qué vas a hacer ahora, Gabriel? ¿Solo quedarte aquí sentado?"
Gabriel apretó los puños, tratando de contener su frustración. "No es asunto tuyo, Julian."
"Puede que no," replicó Julian con un encogimiento de hombros. "Pero tal vez sea hora de que te preguntes qué quieres realmente."
Gabriel permaneció en silencio, observando cómo Vanessa desaparecía entre bastidores. Sabía que tenía que tomar una decisión, pero cada paso hacia ella parecía un abismo infranqueable.
Mientras tanto, detrás del escenario, Vanessa se preparaba para su siguiente número. No tenía idea de que Gabriel estaba en el público, observándola. Para ella, esta noche era solo una más en su lucha por equilibrar su vida entre el cabaret y la universidad.
Cuando terminó su actuación, Vanessa se dirigió al camerino para cambiarse. Estaba exhausta pero satisfecha. El trabajo en el cabaret no era fácil, pero le daba la oportunidad de seguir estudiando, y eso era lo más importante para ella.
De repente, oyó un golpe en la puerta. "¿Quién es?" preguntó, ajustándose la bata de seda.
"Vanessa, soy yo, Gabriel."