Capitulum 10 Había una vez.

2103 Words
La tierra se había convertido en un lugar inhóspito, el agua, el aire y todos los recursos naturales estaban grises sin vida. Era cuestión de minutos para que todo en la tierra colapsara y llegara a su fin. No conforme con la poca vida que quedaba, había una última batalla entre todas las razas. En ese momento cinco nuevos seres llegaron a la tierra para ser la salvación de la vida en ella; Filiberto, Baltasar, Alfredo, Ezrael y Abraham, no eran vampiros, lobos o demonios, tampoco eran ángeles, humanos o cazadores, estas nuevas creaturas eran diferentes quizá no en apariencia, pero si en espíritu, mentalidad y poder. Cada uno de ellos sabía lo que tenía que hacer, su objetivo en la tierra era evitar a como dé lugar la extinción de todo. Por lo tanto, no perdieron ni un segundo para atender a la tierra y sus sobrevivientes. Por otra parte, en la tierra, Aleister poco a poco comenzaba a perder la conciencia, escuchaba a la lejanía la voz de su madre quien lo llamaba para que resistiera, pero simplemente no podía abrir sus ojos y ordenarle a su cuerpo moverse. La luz que lo rodeaba comenzó a ser tenue y ligera, su cuerpo se sintió aún más pesado, el dolor comenzó a irse y su mente fue a uno de los momentos más tranquilos y felices de su vida. El chico de ojos azules se encontraba recostado en su cama apunto de dormir, su madre como todas las noches estaba a punto de contarles un cuento sobre ángeles y demonios, pero él estaba cansado de escuchar sobre ello, sobre la realidad de su mundo. Él quería por primera vez olvidarse de la guerra que los atormentaba. —¿Qué cuento les gustaría escuchar? —pregunto su madre complaciente. —Quiero escuchar el de los arcángeles —demando Desmond emocionado. —No por favor, todo menos eso —suplico Aleister. —¿Qué te gustaría escuchar entonces amor? —pregunto Elizabeth con curiosidad. —Por primera vez, quiero un cuento que no se trate de la historia y saberes de nuestro mundo. Quiero un cuento que sea una falacia, una vida en la que no exista guerra, quiero un cuento de amor y un final feliz —confeso Aleister, sorprendiendo a su madre quien lo miro con tristeza y asintió ante el pedido de su hijo. —Muy bien, entonces así será. Un cuento de amor. Había una vez una dulce y hermosa princesa, quién era amada por todo su reino. Ella tenía muchas virtudes como su compasión, honestidad y bondad. — comenzó a relatar Elizabeth intentando imaginar aquel mundo que quería su hijo. —Un día caminando por el bosque junto a su mejor amiga encontraron a dos misteriosos hombres, quienes pidieron la ayuda de las jóvenes; su amiga se negó ante la petición de los extraños vagabundos que parecían buscar algo más de lo que pedían, pero la dulce princesa de ojos color miel, decidió ayudarles a pesar de las advertencias de su amiga. La heredera al trono decidió apoyar aquellos dos extraños con el fin de integrarlos al pueblo para que fueran personas honradas y trabajadoras. Al pasar el tiempo, la primogénita empezó a tener debilidad por uno de los bandidos dándole la oportunidad de robar su corazón. El amor que la damisela sentía por aquel extraño había sido su fin; aquellos desconocidos eran en realidad, un ángel caído y un demonio de hermosos ojos azules que habían engañado a la soberana para robar su corazón y comérselo. Ahora, la dulce sucesora había sido condenada a no ser capaz de amar otra vez. —No puede ser, que ángel más malvado —comento Desmond indignado por el actuar del ángel. —Nunca debes confiar en esas creaturas con alas — dijo Draven —, son mentirosas y traicioneras. —Desmond asintió y con un gesto le aseguro a su hermano jamás hacerlo. —Guarden silencio los dos, quiero oír el resto de la historia —hablo Aleister interrumpiendo el pacto de sus dos hermanos, ellos lo miraron con disculpa y volvieron a prestar atención. —Bien en que estaba… —dijo su madre continuando con el relato —. El ángel escapó del reino dejando a su suerte a la dama y nadie pudo hacer nada para detenerlo; sin embargo, su amigo el demonio se quedó escondido en las sombras del reino. Paso el tiempo y aunque la hermosa princesa tenía un sin fin de visitas de príncipes herederos al trono de diferentes reinos, no conseguían enamorarla, uno tras otro fue rechazado y herido por la frialdad de su majestad, esto provocó que en el reino y en todo el mundo fuera conocida como la princesa de hielo. Un buen día, el demonio de ojos azules llego al reino disfrazado de un príncipe casamentero, se propuso enamorar a la princesa haciéndose llamar Luzbel; en realidad no sabía cómo curar el estado de la joven en el que cada día empeoraba y sentía menos emociones por alguien o por algo. No obstante, él tenía en su poder el corazón de la princesa, el cual había robado de las manos de su amigo el ángel sin que él se enterara. Se estarán preguntando ¿Por qué? ¿Por qué Luzbel hizo eso? La respuesta es porque en secreto él se había enamorado sin quererlo de ella cuando fingía ser un simple vagabundo. —Oh por dios, que inesperado —exclamo Desmond sin poder creer el giro de los acontecimientos —. Un demonio enamorado, eso jamás podría ser visto en nuestro mundo. —Desmond, ya vas a guardar silencio —regaño Aleister. Desmond se calló haciendo un puchero y Elizabeth continuo. —Luzbel le devolvió sus sentimientos a la bella joven, mas, sin embargo; la primogénita no se enamoró, en lugar de eso lo rechazaba y actuaba como con todos los príncipes anteriores a él, no le interesaba los sentimientos de nadie que no fueran los de ella. Aun así, Luzbel no se dio por vencido, siguió insistiendo y tratando de despertar el corazón dormido de la señorita. El tiempo pasó y cada día Luzbel se enamoraba más de la princesa de hielo y ella parecía despertar inconscientemente sus sentimientos por él. No obstante; el ángel caído se enteró de la traición de su camarada y volvió al reino a entrometerse para recordar que los ángeles y demonios tenían prohibido besar a un mortal, pues de hacerlo su vida les pertenecería y tendrían que servirle por el resto de su eternidad. Luzbel ignoró la advertencia y unió su vida a la de su amada princesa para librarla del estado en donde la habían puesto él y su amigo, pues no soportaba ver cómo su princesa de hielo no disfrutaba de los placeres de la vida que tanto envidiaban los de su clase. El encantamiento se rompió, la princesa termino por caer perdidamente enamorada del demonio de ojos azules, ella y él reinaron uno al lado del otro para vivir felices por siempre. —¿Felices por siempre? ¿Cuánto tiempo es eso mamá? —pregunto Aleister intrigado. —Sí, ¿cuánto tiempo se amaron? —replico Desmond conmovido y con ojos llorosos. —Hasta la muerte, hasta su ultimo aliento de vida, ellos se amarán incluso al final de los tiempos…. En ese momento Aleister supo lo que deseaba, un amor de cuento de hadas, un amor épico, un amor que durara para toda la vida, un amor que lo consumiera a tal punto de ser capaz de hacer lo que fuera, pero la vida no le había permitido ni siquiera eso, porque en este momento moriría sin haber podido conocer a nadie que le hiciera sentir lo que la princesa de hielo le hizo sentir a Luzbel. ……………………………… —¡Por favor, alguien ayúdeme! —suplico Elizabeth con desesperación — ¡Silver! Nuestro hijo va a morir, nuestros hijos están muriendo, por favor has algo. Silver ataco a los arcángeles con precisión y velocidad, los dejo fuera de combate por un momento y lanzo hacia su mujer dos pequeños frascos que contenían la sangre de Amón, uno para Draven y el otro para Desmond con la esperanza de salvarles la vida. Busco en su bolsillo la sangre de Nina y la lanzo para Aleister. Elizabeth vacío la sangre en la boca de cada uno de sus hijos esperando respuesta, que no obtuvo. —Por favor, mis amores no se mueran. —Nuevamente las lágrimas brotaron de sus ojos —. ¡Silver no funciona! —grito con desesperación y pesar. Elizabeth vio como Draven y Desmond se quedaban sin vida sobre el suelo y Aleister perdía el pulso para seguirlos. —Aleister no te mueras, abre los ojos mi amor, tú no… tu no bebé. Por favor levántate, es una orden… quédate conmigo —rogo Elizabeth a pesar de saber que era demasiado tarde y eso no pasaría; sus hijos habían pasado a mejor vida y ya no volvería a ver los gestos de molestia de Aleister, las travesuras de Draven y la sonrisa sincera de Desmond. Lloro como jamás había llorado, sentía que el dolor la desgarraba, la consumía, quería morir e unirse con sus tres amados hijos a donde fuera que ellos iban. No soportaba una vida o una existencia donde ya no estuvieran. Cuando sintió que la vida misma se le iba de las manos, sus tres hijos brillaron con intensidad, ella se asustó por un momento, pero comenzó a escuchar el leve latido de cada uno de ellos volver a la vida. Observo asombrada con cuidado lo que sucedía sin entenderlo lo que estaba pasando. Filiberto apareció, observo a los arcángeles, chasqueo los dedos y tanto Laila como Daniela desaparecieron. Silver se puso en guardia, lo amenazo con su espada y sin poder prever los poderes de dicho ser misterioso, quedó atrapado en un maleficio que susurro Filiberto dejando su cuerpo inmóvil, se acercó a los niños con cautela, Elizabeth se levantó con velocidad y también la dejo inmóvil. —Por favor, no le hagas nada a mis bebés —suplico Elizabeth. —No se preocupe, mi compañero está salvando a los seres que todavía tienen esperanza, mientras yo divido para vencer. —Filiberto observo con detenimiento al más pequeño de los niños, había perdido su bracito, sería una pena que despertara sin él. Lo busco alrededor y lo encontró lejos de allí botado, fue por él para devolverlo a donde pertenecía. —¿Qué está haciendo? —pregunto Elizabeth temerosa e inquieta. Filiberto la libero del encanto para que estuviera tranquila al ver como lo único que hacía era curar a su hijo. Elizabeth observo como Filiberto colocaba el brazo de Desmond en donde correspondía, pronuncio palabras sin sentido y por arte de magia el brazo de su hijo volvió a su lugar como si nada hubiera pasado, ella quedo atónita, no podía creer el poder del ser frente a ella, le daba miedo y al mismo tiempo estaba agradecida. Presto atención también al cuerpo de sus tres hijos, los cuales seguían brillando, los tres estaban recuperando su color poco a poco y sus heridas iban desapareciendo. —Libérame —ordeno Silver con ferocidad —. ¿Qué eres? ¿De dónde vienes? —cuestiono con desconfianza. —¡Silver! —regaño Elizabeth —. Ignóralo a veces puede ser un gran idiota. La verdad, muchas gracias. En serio, muchas gracias. —Quiere algo, no puedes confiar en él Elizabeth. ¿Qué quiere? ¿Qué busca? —cuestiono Drácula sin querer confiar en las buenas intenciones del recién llegado. —Quizás esta respuesta no lo convenza del todo rey de los vampiros —hablo Filiberto con una sonrisa pícara —, porque la he pensado y no tiene mucho sentido para los seres que habitan la tierra. He venido aquí ayudar a cambio de nada, porque mi misión y la de mi gente es traer paz, bienestar, equilibrio y orden entre las razas. Así tengamos que ser sumamente estrictos con cada una de ellas, créame aprenderán a vivir juntos por las buenas o por las malas. Espero señor Drácula que usted y su gente no sean un problema para la paz de este mundo —advirtió con amabilidad. —Y, ¿si es así? —reto Silver tratando de encontrar a Filiberto con la mirada. —Tendré que deshacerme de ustedes también… Filiberto desaparición dejando un mal sabor de boca en Silver, más preguntas que respuestas en Elizabeth, cierta incertidumbre en ambos, pero un alivio al tener a sus hijos aparentemente sanos, salvos y con vida.
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