Había pasado un mes desde que su padre había sido enviado a trabajar. Lamentablemente, aún no había escrito, pero en esos territorios lejanos, los largos silencios eran la norma. El verano finalmente había llegado para bañar la tierra con su bienvenida calidez. Las lluvias disminuyeron, al igual que las tormentas repentinas y a menudo impredecibles, dando paso a hermosos días soleados. Sasha anhelaba ser libre, estaba contando las semanas hasta que su padre regresara a casa y ella pudiera volver a aventurarse en sus amadas tierras salvajes.
Mientras tanto, como la niña obediente que era, Sasha había hecho todo lo que le habían pedido. Ayudaba a su tía y a su tío en las tareas de la casa y esa noche había ayudado a preparar la cena. Por lo general, se trataba de platos sencillos como potaje o carne asada, ya que solo estaban los tres en la casa. Sin embargo, esa noche era el cumpleaños de su tía Evelyn, así que habían estado horneando todo el día y habían preparado un banquete modesto.
La mesa estaba puesta y la comida estaba servida en la hermosa vajilla que sólo se usaba para ocasiones especiales, las copas estaban llenas de vino espumoso.
—Por mi muy bella esposa.— Benjamín hizo su brindis.
Evelyn se sonrojó y tomó un sorbo de su bebida.
Todos se abalanzaron sobre la comida, que estaba deliciosa. Incluso en esta época ensombrecida por la amenaza de la guerra, los Wrynn seguían viviendo bastante bien. Aunque a menudo había escasez, los granjeros de Westfall tenían muchas dificultades para cosechar sus cultivos con todos los problemas de Defias de los últimos meses. Westfall era el granero de los Reinos del Este y, como resultado de los disturbios, la escasez había abundado.
—Hoy recibí noticias de tu padre. —informó Benjamín.
—¡Lo hiciste! —Sasha lo miró emocionada, sus ojos oscuros brillaban.
—Así lo hice. Conocí a uno de los hombres que estaba destinado con él hoy. Creo que dijo Leroy Jenkins. A ese tipo extraño parecía gustarle el sonido de su propia voz. Me pidió que te diera este mensaje. —Benjamin metió la mano en el bolsillo de su camisa a cuadros y sacó un papel doblado con cuidado, y se lo entregó a Sasha.
Lo abrió, era solo un trozo de pergamino que contenía unos pocos párrafos breves. Los examinó rápidamente.
-Y bien, ¿qué noticias hay? -preguntó Benjamín.
—Dice que está bien y sólo escribe que nos extraña. —
- ¿Eso es todo? - dijo Benjamin con decepción.
—Bueno, me contó sobre una camada de cachorros de huargo que vio en un campamento de guerra orco en su camino a través de Crestagrana.
Benjamin asintió y le sonrió a su sobrina. —Bueno, estoy seguro de que tiene que tener cuidado con lo que escribe. Todas las cartas que envía son revisadas. No puede permitir que información confidencial caiga en manos del enemigo. —
Sasha asintió y se le ocurrió una idea que necesitaba expresar en voz alta. —¿Los orcos pueden siquiera leer, tío?—
Su tío se encogió de hombros. —Realmente no conozco a Sasha, pero supongo que probablemente no. La mayoría de los orcos que he visto eran, según mi opinión, viles y muy bajos. —
Esa fue la respuesta que ella esperaba y le creyó.
*****
Más tarde, esa misma noche, Sasha se sentó en su habitación. Un ambiente que no parecía en absoluto el dormitorio de una adolescente, sino más bien el de un museo naturalista. La joven siempre había insistido en que su padre le trajera algo de sus viajes por Azeroth, y él había complacido a su siempre curiosa hija.
El alféizar de la ventana estaba repleto de todo tipo de plantas exóticas en macetas. La mayoría ni siquiera crecía en esta región. Tenía en exhibición colecciones de rocas y minerales, conchas marinas, estantes con libros sobre la naturaleza y el mundo en general, e incluso una máscara ceremonial Tiki de troll colgada en lo alto de la pared sobre su cama. Abundaban las mariposas raras y hermosas y una miríada de otros escarabajos iridiscentes y brillantes en estuches.
Esta noche, Sasha estaba perdida en sus pensamientos. ¡Un cachorro de huargo, ese sería un premio para los Rangers! Trató de imaginar el prestigio de un vínculo con una criatura así y pensó en lo difícil que sería capturar uno. Los huargos que conocía crecían grandes, eran inmensos, a menudo llevaban guerreros orcos a la batalla en sus espaldas y luchaban junto a sus dueños. Se preguntó si estaban unidos espiritualmente a sus amos orcos o si los servían por miedo.
Nunca había visto a uno, pero anhelaba verlo. Bostezó, estaba cansada y era tarde. Apagó la vela y puso los pies bajo las mantas, cubriéndose con ellas. Por más que lo intentó, la aspirante a exploradora no pudo sacarse de la cabeza la idea de los huargos, y soñó con un compañero huargo hasta bien entrada la noche. Apenas durmió.
Como no podía dormir, se levantó temprano a la mañana siguiente, pensando todavía en la carta de su padre. Redridge, en realidad no faltaba mucho, solo un día para cruzar Elwynn, y al día siguiente estaría en la ciudad de Lakeshire, sana y salva. Era una idea deliciosa, pero había hecho una promesa.
El día era de normalidad y tranquilidad, ella había ido al parque y estaba regresando a casa, y Sasha estaba a punto de felicitarse por evitar a Graham Trias por completo cuando se topó con él en la calle de al lado de su cabaña.
—Sasha —la saludó—. Te estaba buscando. —Parecía muy contento de verla y quizás un poco nervioso también.
Por supuesto que sí. Suspiró para sus adentros y se obligó a responder cordialmente, incluso le dedicó una sonrisa forzada. —Es un placer verte a ti también, Graham.—
No era que no le gustara o que fuera desagradable, pero su constante persecución la ponía nerviosa. Sasha lo conocía desde la infancia, incluso habían asistido a la misma escuela, pero ahora que estaba en edad de casarse, se sentía difícil e incómoda con él.
—Sasha... —Sus ojos color bourbon se clavaron en los de ella, mucho más oscuros. Por un momento, el heredero de la fortuna quesera de Trias tanteó sus palabras y su bolsillo.
Para horror de Sasha, sacó un anillo y, antes de que ella pudiera formular una negativa, se lo puso en el dedo. Era el diamante de Azeroth más grande que había visto en su vida. Estaba tan sorprendida y avergonzada que no sabía qué decir.
Él estaba de rodillas proponiéndole matrimonio. A Sasha le daba vueltas la cabeza, no podía oír lo que decía por el zumbido de la sangre en sus sienes. Abrió la boca pero no salió nada, y él había determinado que su respuesta era un sí sorprendido. En su estado de pánico, él había puesto su brazo sobre el de ella y la había acompañado de regreso a su casa, su tía y su tío los habían dejado entrar y ellos habían felicitado a la pareja efusivamente. Sasha no sabía qué decir.
Después de que Graham se fue, Sasha corrió a su habitación, cerró la puerta con llave y lloró sobre su almohada. —¿Cómo pudo haber salido todo tan terriblemente mal?—se lamentó. —¡Qué terrible malentendido!—No sabía qué hacer.
Debió haberse quedado dormida y cuando despertó, la casa y la ciudad estaban en silencio. El único sonido que llegó a su oído fue el del sereno que pasaba por el callejón que había debajo de su ventana abierta.
Inmediatamente recordó la terrible situación en la que se encontraba Sasha y se preguntó qué hacer. Tenía que mantener la calma, tenía que pensarlo bien. El pánico la había llevado a esto y no la sacaría de allí. Así que se sentó tranquilamente en su cama, en la oscuridad, mirando la luna casi llena desde su ventana.
De repente se levantó y sacó una hoja de pergamino crujiente de su escritorio, mojó su pluma en el tintero y comenzó a escribir una nota.
'Mis queridísimos tía Evelyn y tío Benjamin.
Lo siento, hay algo que debo hacer. Si no lo consigo, volveré a casa y me casaré con Graham Trias, como todos esperan.
Siempre tu querida sobrina Sasha.
Ella se quitó el anillo de diamantes y lo colocó encima de la nota.
Se puso unas medias de lana abrigadas debajo de sus pantalones de cuero marrón; ayudarían a protegerse del aire húmedo de la noche. Incluso en verano, las noches en el bosque de Elwynn podían ser decididamente frescas. Tomó su camisa más abrigada y un abrigo, llevando sus botas bajo el brazo para asegurar el silencio, y se dirigió sigilosamente a la cocina usando su mejor habilidad de guardabosques, el sigilo. Allí llenó un saco con provisiones y una cantimplora con agua, antes de tomar su arco y su carcaj de flechas y salir en silencio de la casa.
Sasha hizo todo lo posible para no ser vista, era una larga caminata hasta las puertas de la ciudad. La mayoría de los guardias la conocían por su nombre, no podía permitirse el lujo de ser notada. Se mantuvo en las sombras y, finalmente, estaba nuevamente en el bosque que tanto amaba. Su plan para este momento no estaba seguro, pero tenía la intención de al menos llegar a la cueva al amanecer, descansar un rato y luego emprender el viaje a Eastvale.
Esa parte del viaje debía hacerse de día, ya que no le apetecía toparse con un lobo o un oso por accidente en la oscuridad. Sabía que no podía tomar los caminos, ya que al día siguiente era probable que todos los guardias estuvieran alertados de su desaparición. ¡Por Dios que su padre los conocía a todos!
Como esperaba haber llegado a la pequeña cueva justo antes del amanecer, dos noches sin un descanso decente habían hecho mella en su estado de alerta, por lo que decidió tomar una comida ligera y dormir parte del día. Durante todo el descanso, se despertó una y otra vez buscando al lobo, pero éste nunca regresó. Así que durmió de forma intermitente, la dura roca no era una buena cama y, al levantarse alrededor del mediodía, se sintió algo rígida y dolorida. Sasha Wrynn ya echaba de menos su cómoda cama.
—Soy guardabosques. —se dijo con resolución. —y esto es lo que hacen. —
Recogió sus pocas pertenencias y continuó hacia el este. Nunca había estado tan lejos antes y descubrió que debía proceder con cautela. Bordeó las cuevas de los kobolds sin incidentes y vadeó el estuario que fluía del lago Stone Cairn. Llegó al otro lado. El pequeño río no era profundo, pero ahora todas sus piernas y pantalones estaban pesados y mojados. Era muy incómodo. Esperaba fervientemente que la ciudad de Eastvale estuviera lo suficientemente lejos de Stormwind para que nadie supiera quién era. Abed y alojamiento serían más que bienvenidos.
Estuvo a punto de chocar con una colonia de múrlocs menores en las afueras de Eastvale y tuvo que correr para salvar su vida. Afortunadamente, el pueblo no estaba muy lejos y a los múrlocs no les gustaba estar demasiado lejos de su hábitat acuático. Esquivó a los guardias del puente que se encontraba justo afuera de la pequeña aldea y siguió el serpenteante camino de tierra hacia el asentamiento. No estaba segura de lo que encontraría allí, pero tuvo que confesar que al verlo se sintió algo decepcionada.
Era, como su nombre lo indicaba, un campamento maderero, había un gran aserradero que dominaba el asentamiento, unas cuantas casas pequeñas dispersas y un establo, donde vio a una mujer joven en la arena de los caballos, estaba entrenando a un hermoso caballo. El animal brincaba y arqueaba su cuello musculoso mientras la mujer trabajaba con la bestia bajo la silla de montar.
Sasha se acercó a ella y la saludó con la mano; la mujer de inmediato detuvo al animal y la saludó con un alegre —hola. —
El fino caballo palomino resopló mientras se detenía justo delante de Sasha.
—Soy Katie Hunter, ¿qué puedo hacer por usted, jovencita?—
—¿Estoy buscando una posada?—Sasha evitó presentarse por su nombre deliberadamente.
—Bueno, no hay ninguno por aquí. El más cercano y de buena reputación está en Lakeshire, pero está demasiado lejos para que puedas llegar antes del atardecer. ¿Quizás el viejo señor Haggard tenga una habitación libre? Podrías preguntarle, vive en la gran mansión que hay justo al final del camino. —Señaló hacia el este, entre los árboles.
—Muchas gracias —respondió Sasha mientras giraba hacia el sendero que se adentraba en la oscuridad, entre árboles colgantes.
El anciano Haggard estaba de pie justo afuera de su gran casa. Sasha se acercó a él y notó que solo tenía un ojo, al igual que el viejo Elling Trias, y que el que le faltaba estaba cubierto con un parche de cuero marrón resistente. Debía ser un veterano de guerra. Los nervios la dominaron y esperaba fervientemente que su padre no lo conociera.
—Hola señor. —dijo con cierta timidez, se había subido la capucha del abrigo hasta la cabeza para poder permanecer un poco más anónima.
—Hola, señorita. —dijo el señor Haggard, observándola con su único ojo bueno.
Sasha sintió punzadas de gran inquietud ante su inspección minuciosa.
—No es frecuente ver señoritas viajando solas por estos lares. ¿Has venido desde lejos?—
—Sí, señor, bastante lejos. Soy de Westfall —mintió.
—Ah, entonces eso lo explica todo. ¿Un refugiado que ha logrado salir? He oído que la situación allí es bastante dura en estos momentos, muchos pasan hambre. —
Sasha asintió. Cuanto menos supiera el anciano, mejor. Nadie se preocupaba por los refugiados ni los buscaba. Metió la mano en el bolsillo buscando su monedero. Tenía una pequeña cantidad de monedas que había ahorrado para un día lluvioso.
—Me preguntaba si tendría alguna habitación libre, señor, donde pudiera pasar la noche. —
—Por supuesto, niña, pero guarda eso. No puedo aceptar tu moneda. Ya has sufrido bastante.
La condujo hasta su gran casa, que estaba ordenada pero vacía y tranquila. Parecía que el anciano Haggard vivía solo. La llevó a una habitación en el piso superior, que tenía una hermosa vista del bosque.
—Espero que esto sea de su agrado señorita, creo que no me ha dicho su nombre, ¿o tal vez soy simplemente olvidadizo?
Sasha buscó a tientas el primer nombre que le vino a la cabeza. —Oh, soy Anne. —
Descansa en paz, Anne.
—Gracias amable señor, buenas noches.—
*****
Los pájaros cantores cantaban alegremente en los árboles cuando Sasha se despertó a la mañana siguiente. No tenía intención de dormir tan tarde y se levantó apresuradamente, se puso la ropa y recogió sus pocas pertenencias.
Oyó voces que provenían del jardín de abajo. Miró con cautela por la ventana con cristales de plomo y vio al señor Haggard conversando con un hombre vestido con cota de malla y placas y con una espada atada a la cintura. Sin embargo, no llevaba la librea de un recluta de Ventormenta. No podía oír lo que decían, pero temía que tal vez el hombre la estuviera buscando a ella y no quería correr ese riesgo.
Se adentró en el bosque por detrás de la casa, dándose cuenta de que, aunque el camino hacia Crestagrana no estaba demasiado lejos, el viaje sería lento. Había muchos animales peligrosos acechando en los árboles oscuros y profundos. Debía tener cuidado.
Estuvo a punto de chocar con un oso pardo, pero por suerte el animal no captó su olor, y estuvo a punto de morir. Su arco no habría sido rival para una criatura tan poderosa. Una vez había estado cerca de uno, su padre tenía un amigo enano que también era guardabosques y había domesticado a uno para que fuera su compañero. La bestia peluda era grande y fuerte, podía descuartizar a un hombre m*****o a m*****o sin esfuerzo, era un excelente aliado en el campo de batalla, una criatura con la que no había que meterse.
Cuando el bosque se aclaró y las colinas rojas y los acantilados de Crestagrana lo llamaron, ya casi era el atardecer. Sasha se detuvo en la línea de árboles y evaluó el puesto de guardia de las Tres Esquinas y la imponente torre de piedra que se alzaba ante ella. El estandarte azul y blanco del león de Ventormenta ondeaba con la ligera brisa que colgaba de las murallas de la torre de vigilancia. Había barricadas instaladas a lo largo de la carretera y el puesto de control estaba patrullado por guardias.
Miró hacia las colinas rojas que tenía a la izquierda y vio las pequeñas hogueras que indicaban que había un campamento de gnolls. No había ningún paso por allí, los gnolls eran fieros humanoides parecidos a hienas que hacían que un nido de kobolds pareciera acogedor. Se preocupó por cómo iba a pasar el puesto de control sin que nadie se diera cuenta. No podía soportar la idea de que Condado de los Lagos estuviera tan cerca, pero no llegara a su destino. No podía permitirse un desliz, y decidió de inmediato que tal vez tendría que esperar hasta el anochecer para intentar cruzar.
No llevaba papeles encima y estaba segura de que el guardia se los pediría. Seguramente a estas alturas ya se habría dado la voz de alarma por su desaparición y se habrían enviado avisos a todos los principados de los alrededores para que estuvieran atentos a la aparición de una chica menuda y de cabello oscuro.
A ella no le gustaba quedarse sentada escondida entre los árboles hasta que oscureciera, deseaba estar en Lakeshire, en una habitación cálida de la posada.
Por suerte, un carro muy cargado llegó ruidosamente desde Darkshire, tirado por un equipo de bueyes blancos y negros; la atención del guardia se centró en la viajera, y esta fue la distracción que necesitaba.
Mientras el sol, que se ponía con rapidez, proyectaba sus largas sombras sobre los grandes robles que bordeaban el bosque de Elwynn, Sasha salió de su escondite. Corrió hacia una gran roca de hierro y se ocultó a su sombra por un momento. Satisfecha de que no la hubieran detectado y de que los soldados todavía estuvieran hablando con el conductor de la yunta de bueyes, aceleró de nuevo y se dirigió por la carretera hacia el enorme puente de Lakeshire.
Respiró aliviada y su corazón palpitante se calmó mientras se ponía la capucha de su capa sobre la cabeza y se acercaba al gran puente. Estaba casi al principio cuando se agachó sobresaltada. Un pequeño dragón n***o bebé se había abalanzado sobre ella, silbando y escupiendo con fuerza. Respirando bocanadas de humo acre. La criatura enojada no representaba una amenaza mayor que un pájaro en su estado de cría, pero la había asustado de todos modos y se preguntó cómo sería encontrarse con uno adulto.
Había algunos viajeros en el puente a esa hora del crepúsculo. Un maestro de grifos dio la bienvenida con alegría a aquellos que tenían suficiente oro para volar. Sasha notó, mientras miraba hacia adelante bajo su capucha de hule oscuro, que los soldados simplemente estaban de patrulla. A ningún civil se le había pedido su documentación cuando pasaron a Lakeshire. Supuso que la amenaza de los orcos era la única razón por la que los hombres patrullaban esta área.
Durante un breve rato, se quedó en el puente, contemplando los últimos destellos del vago atardecer rosado que iluminaba las tranquilas aguas del lago Everstill, cuyo nombre era muy apropiado, que tenía frente a ella. Había estado allí una vez con su padre, en una época menos volátil, cuando era niña. Eran unas vacaciones y guardaba muchos recuerdos agradables de ese lugar.
Lakeshire no era un lugar muy grande, pero sí muy agradable. Había una gran posada con una torre de reloj, numerosos embarcaderos que se adentraban en el agua, una herrería y establos, y una serie de casas y granjas dispersas llenaban el bonito valle. Los carros de los vendedores ambulantes se alineaban en la carretera principal, pero los habían cerrado por la noche.
Se quedó de pie frente a la posada de Lakeshire contando sus preciadas monedas y esperando tener suficientes. Había muchos clientes dentro, en el bar, y la habitación estaba casi demasiado calurosa; un camarero estaba trayendo comida y bebida a las mesas. Un fuego bajo ardía en la chimenea de piedra. Había muchos militares allí, el lugar tenía esa sensación de estar en pie de guerra. Aunque Sasha estaba bastante acostumbrada a ver a hombres así que frecuentaban la casa de su padre, esto se sentía diferente. Por primera vez, sintió el peligro de su misión y la gravedad de lo que había hecho.
Ella dejó a un lado sus pensamientos incómodos y fue al mostrador tratando de pararse lo más erguida posible para que no la etiquetaran como una niña fugitiva.
—Me gustaría una habitación, por favor, y algo de comer, si me lo permites. —le dijo a la bonita mujer rubia que parecía estar a cargo del establecimiento. Sacó una vez más las monedas de su cartera y las colocó sobre la encimera, que estaba pegajosa por el aguamiel derramado.
La mujer se dio la vuelta y sacó una pesada llave de latón de la pared detrás del mostrador. —Habitación tres, está subiendo las escaleras a la izquierda. ¿Vas a cenar aquí o prefieres cenar en tu habitación?—
Sasha pensó un momento. Aunque deseaba estar en privado y descansar un poco, decidió que si se quedaba al acecho en el salón podría oír algo de valor. Necesitaba conocer el lugar. ¿Qué mejor excusa que comer y escuchar a sus compañeros de viaje y tal vez los informes del soldado?
—Comeré aquí abajo —respondió finalmente, ya decidida.
Así que se sentó, de espaldas al fuego caliente, mientras saboreaba el abundante guiso que tenía delante y bebía un sorbo de cerveza. El espeso caldo de cordero y verduras sabía muy bien. Estaba atenta mientras comía su comida con bastante lentitud, demorándose en ella e incluso pidió una segunda ración. La aventura de hoy la había dejado con un apetito bastante grande.
Un grupo de voces llegó a sus oídos, elevándose por encima de las demás conversaciones, por su importancia. Era la conversación de un grupo de militares que, evidentemente, habían regresado de una reciente misión de exploración al este.
—Gath'llzog se está adentrando cada vez más en el valle, parece que los miembros de su grupo de guerra aumentan cada día. —dijo el severo y viejo soldado de cabello gris.
—Sí, apuesto a que atacará pronto —respondió un enano pelirrojo y con espesa barba.
—Se ven muchos grupos de orcos que llegan a través del desfiladero desde las Estepas Ardientes. Su número aumenta día a día. Pronto nos invadirán. —
—¿Por qué ese bastardo... digo, el Rey Wrynn no envía más fuerzas? —respondió el caballero más joven.
—Creo que ya hay bastante malestar en casa y tienes que tener cuidado con tus palabras, Federico, eso es traición —fue la explicación del viejo soldado.
—Eso es una auténtica mierda... —respondió el enano.
Sasha puso los oídos alerta. ¡Su padre estaba destinado en Las Estepas Ardientes! Esperaba que estuviera bien, todo sonaba muy siniestro.
Hizo lo mejor que pudo para analizar las conversaciones de los soldados cercanos por encima del bullicio general de la taberna. Ese señor de la guerra Gath'llzogg sonaba astuto y cruel a la vez, no era alguien con quien había que meterse. Las historias de misiones y combates que contaban estos hombres eran aterradoras; parecía que los orcos eran tan crueles como su padre y su tío le habían descrito, criaturas que solo vivían para el choque del acero y el derramamiento de sangre. Parecían tan crueles con los hombres como con los de su propia especie. Tendría que tener cuidado.
Sin embargo, el atractivo de los huargos la atraía, y oyó a los hombres hablar también de las grandes bestias peludas, todas colmillos y garras, y de su destreza en el campo de batalla.
El corazón de Sasha se llenó de emoción al escuchar cómo lucharon junto a su amo hasta el amargo final. Todo con una furia desgarradora y rechinante. Trató de imaginar la lealtad de una bestia feroz como esa, una que era completamente suya, fusionada con sus pensamientos internos, regida por un vínculo invisible. Sí, para eso había venido.
Sin embargo, la emoción no pudo ahuyentar su cansancio. El día había sido agotador y el viaje largo. Por más que lo intentó, a Sasha se le hicieron pesados los párpados y empezó a quedarse dormida en su silla. Los clientes empezaban a marcharse de la taberna y se dirigían a sus habitaciones y a sus casas. Había dado por finalizada la última ronda.
Estaba casi dormida cuando se despertó de repente. Un joven estaba sentado frente a ella y, a diferencia de la mayoría de los clientes, no era militar. Era guapo y rubio, con llamativos ojos azules vibrantes.
—¿Estás bien, muchacha?— preguntó.
—Sí... Sí, estoy muy bien —murmuró Sasha en respuesta, algo desorientada. Inmediatamente se puso de pie—. Ha sido un día largo, si no le molesta, buen señor, debo irme a la cama. Lo último que Sasha necesitaba o quería era la atención masculina.
—Por supuesto muchacha, por favor perdona mi ofensa, buenas noches.— El joven se levantó y se fue, ella lo vio tomar su laúd y recordó que había estado tocando más temprano esa noche, y según recordaba, no era tan malo.