—Lo vi ayer, es muy guapo —dice Romina, estamos en el receso antes de la última clase, por alguna razón en todos los recesos del día ha salido Stefan a colación, ya estoy aburrida de escuchar su nombre.
—Ya chicos, por dios, hemos hablado todo el día de Stefan —digo.
—Tienes razón, disculpa —dice Romina, yo asiento.
—¿Todavía no suben las notas al sistema? —pregunto intentando cambiar el tema. Hace unos años habían creado un portal estudiantil, y las pruebas no se nos entregaban si no que la nota se subía a esa plataforma, y yo no había revisado.
—No, aún no —dice John, de seguro debe haber visto cada dos minutos.
—¿Cómo creen que les fue? —pregunta Romina.
—Bien —decimos los tres al mismo tiempo, Romina ríe.
—Y ¿a ti? —le pregunta John a Romina
—Yo creo que bien, me esforcé bastante, no soy muy buena estudiando así que tengo que esforzarme demasiado —dice ella. Yo pongo una mano en su hombro.
—Tranquila bebé, de ahora en adelante estarás con nosotros —digo, porque solemos estudiar en grupo y eso nos funciona bien, estoy segura que eso le va a servir mucho a Romi.
—Bueno chicos, gracias —dice ella.
Nos separamos para entrar a la última clase, Vania queda de irse con Romina a su casa para enseñarle algunas cosas de Matemáticas que menciono le costaban mucho y teníamos prueba de eso la próxima semana.
Yo por mi parte estaba un poco nerviosa por ver a Stefan de nuevo, aunque estaba halagada de que él quisiera verme tan seguido.
—¡Por dios, deja de mover la pierna así, se mueve toda mi mesa! —me reta Vania, no me doy cuenta que lo estaba haciendo—. ¿Por qué estás tan nerviosa? —me pregunta yo me encojo de hombros.
—No estoy nerviosa —digo, ella rueda los ojos.
—¿Te gusta? —Vania me mira fijamente.
—¿Qué? —
—Eso Amparito, ¿te gusta? —vuelve a preguntar, yo la quedo mirando.
—¿Cómo me va a gustar alguien que llevo recién conociendo? —
—No lo sé, no es necesario llevar años conociendo a una persona para que te guste, porque es solo eso, gustar —dice ella, yo me encojo de hombros.
—No me gusta, solo lo paso bien con él —digo, ella asiente.
—Entonces deja de mover la mesa, porque solo haces eso cuando estás nerviosa —dice.
Dejo de mover mi pierna, la verdad no estoy nerviosa, solo que a veces muevo las piernas inconscientemente pero eso no quiere decir nada. Siempre me ha pasado, es parte de mí, aunque lamentablemente le parezca molesto a otras personas. Intento muchas veces controlarlo pero a veces solo aparece y solo me doy cuenta cuando me lo mencionan.
—Ayer me mandó un mensaje Antonio —me dice Vania en un susurro, yo abro los ojos sorprendida.
—¿Y qué quiere esa rata de nuevo? —
—Quiere hablar conmigo —dice ella.
—Supongo que le dijiste que no —le digo, ella me mira arrepentida.
—Le dije que sí —
—¡No puede ser! —
—Anoche fue a mi casa —cada cosa que escucho me sorprende más.
—Espero que no haya pasado lo que estoy pensando —digo enojada, ella niega.
—No, recuerda que esta Vesta —dice ella—. Pero quizás si no hubieran estado… —yo la paro en seco.
—¡Por dios Vania! —grito en susurro, ella me mira apenada—. ¿No aprendes? eres linda, inteligente y te un idiota sin cerebro te da vuelta con un mensaje —estoy muy enojada, con ella y con ese imbécil, ahora esta él coqueteando con su compañera de puesto, como el perro que es.
—¡Lo sé! —dice ella, yo niego.
—Parece que no lo supieras —digo.
Miro con tanto odio a Antonio que creo siente mi mirada, sus ojos hacen contacto con los míos, que deben estar furiosos, mira a Vania y luego vuelve a mirar hacia adelante sin seguir hablando con la chica. Yo había estado al margen mucho tiempo, intentando hacer entrar en razón a Vania, pero ya no más, ella está sufriendo.
No decimos nada más con Vania, ella se siente culpable, pero aún así no es capaz de alejarse de él.
—Nosotras tenemos una conversación pendiente —le digo cuando salimos, ella asiente.
—Hola chicas —saluda Romina.
—Romi, cuida que no haga nada tonto —le digo, ella me mira un poco confundida pero asiente.
Camino hacia Stefan, quién está aún más guapo que ayer, pero esta vez no está afirmado en su auto, sino en un árbol. No le quita el toque.
—¿Cómo estás, Amparito? —me pregunta, me da un beso en la mejilla.
—Bien y ¿tú? —le pregunto.
—Bien también —dice.
Comenzamos a caminar en dirección a mi casa.
—Oye Stefan —él me mira.
—Dime —
—¿Ayer fue algún chico a la casa de Vania? —le pregunto.
—Mmm, no lo sé Amparito, yo ya no estoy quedándome ahí —dice.
—¿Enserio? —
—Si es que ya sabes, bueno me gusta mi privacidad y me sentía un poco fuera de lugar, no conozco a nadie ahí —dice, yo asiento, bueno es entendible—. ¿Por qué? —
—No bueno, hay un idiota que no sabe que Vania es un tesoro y siempre está haciéndola sufrir —digo enojada, de solo acordarme me dan ganas de poner mis manos en el cuello de Antonio, pero no se va a salvar mañana de mí. Yo no soy una chica agresiva ni peleadora, pero esto ya es demasiado, no voy a dejar que mi amiga sufra por él.
—Y Vania, ¿por qué lo deja? —me pregunta, yo suspiro.
—Está enamorada —
—Que mal que se haya enamorado de un idiota, ella es muy bonita —dice, yo asiento.
—Es lo que le digo cada día, pero ya mañana ese idiota tendrá que escucharme —
—¿Eres una fiera Amparito? —me pregunta riendo, yo sonrío.
—No lo soy a tiempo completo, pero cuando hacen sufrir a los que quiero me es imposible reprimirme —digo sonriendo.
—¿Cuál es tu sabor favorito de helado? —me pregunta.
—¿Planeas invitarme a un helado? —Stefan ríe.
—Eso creo —yo asiento.
—Chocolate para siempre, es mi obsesión —digo saboreando en mi mente—. ¿El tuyo? —
—De piña —dice moviendo las cejas, en un principio no entiendo pero luego me pongo roja, Stefan lo nota y se ríe—. Compremos aquí —dice apuntando una heladería, yo asiento.
Me he quedado muda. La encargada me de mi helado en un vasito, lo prefiero así, porque soy muy buena para ensuciarme.
—¿Me da una cucharita? —le pide, ella asiente y me da una.
—¿Por qué no te gusta el barquillo? —me pregunta Stefan cuando nos sentamos en un parque a comer.
—Es que soy un poco torpe, termino ensuciándome toda —digo encogiéndome de hombros—. No me gusta mucho el sabor de piña, siento que es un sabor que sólo puedes comer cuando hace calor, en cambio el chocolate cuando hace más frío es más rico comerlo —digo. Él asiente.
—Puede que tengas razón Amparito —dice.
—Por supuesto que sí, ósea, si yo pudiera estar comiendo chocolate todo el día lo haría, pero me salen granos y comienza a quedarme apretada la ropa —digo con tristeza, tristeza real.
—Creo que te verías igual de bonita —dice, yo lo miro.
—No dirías eso si me vieras así —digo rodando los ojos.
—Tendría que verlo entonces —
—No lo harás —
—Amparito y cuéntame ¿tienes hermanos? —yo niego.
—Hija única, mi mamá no pudo tener más hijos —digo, él asiente—. Y tú, aparte de Evan… —
—Si, una hermana, tiene diez años —sonríe al pensar en ella.
—Me hubiera gustado tener un hermano —digo, por un lado mi familia no se habría desarmado, y no me sentiría sola. Yo sé que tengo a los chicos, pero hay veces que llego a la casa y no hay nadie, y añoro la compañía.
—No te pierdes de nada —dice riendo, yo lo miro un poco apenada.
—No me sentiría tan sola a veces, quizás —digo inconscientemente, Stefan toma mi mano, su mano caliente y la mía fría me produce escalofríos.
—No vas a estar sola, jamás —dice, lo miro sin decir nada—. Estoy a un número de distancia, ya sabes que me gusta mucho hablar contigo —dice sonriendo, yo asiento. Pero a veces es imposible no sentirse así.
—¿Qué edad tienes, Stefan? —le pregunto intentando cambiar el tema.
—23 —dice yo asiento—. Y ¿tú? —
—17, me queda un mes para cumplir año —digo, él sonríe.
—Así que eres ilegal aún —yo empujo su hombro con el mío.
—Te puedo denunciar —le digo en broma, Stefan niega.
—No puedes demandarme porque no he hecho nada ilegal contigo —dice guiñándome un ojo.
—Verdad que eres abogado —digo riendo.
—Aún no pero espero serlo —dice mirando hacia la pequeña fuente de agua que en ese instante empieza a tirar agua.
—Lo serás, estoy segura —
—¿Cómo puedes estar segura? —
—Por que se nota que eres un chico muy inteligente —digo sinceramente, porque cuando hablas con una persona se nota, por la forma en que se expresa, por las cosas que dices, y creo que eso es una de las razones por las que me agrada estar con él, no es como estar con cualquier chico.
—Bueno pues, muchas gracias Amparito, está de más decir que tu eres el doble de inteligente que yo —dice, yo niego.
—No lo creo, soy una chica que se esfuerza —digo.
—Cada palabra que sale de tus labios, me demuestra más y más lo grande que es el cerebro que tienes en tu linda cabecita —dice mirando mis labios, siento que la tensión sube rápidamente entre nosotros, y por un momento me entran unas inmensas ganas de besarlo.