Stefan seguía mirando mis labios, como si estuviera hipnotizado, y yo me sentía igual, moví la cabeza y alejé mi mirada de él, rompiendo aquella tensión.
—Creo que debería llegar a casa, tengo que estudiar —digo, Stefan pestañea y asiente.
—Tienes razón, ya se está haciendo tarde —dice él, yo asiento y me levanto. Ambos comenzamos a caminar sin saber que fue lo que pasó, y mi mente ahora no para de dar vueltas de una manera impresionante. Nunca había tenido tantas ganas de besar a alguien como en ese momento, los labios de Stefan parecía que me llamaban.
Pero no podía ser, Stefan tenía una vida en la universidad, además luego tendría que irse lo que sea que pudiéramos tener no terminaría en nada bueno, esas cosas no son para mí, no soy tan fácil de llevar y me parece que Stefan está acostumbrado a otro tipo de relaciones y mujeres. La única relación que podemos tener es una de amigos.
—Bueno, gracias por acompañarme, lo pase muy bien —me despido, él asiente pero no dice nada más, le doy un beso en la mejilla y dentro a casa.
Veo a Stefan irse por la ventana, lleva las manos en los bolsillos y parece ir perdido en sus pensamientos, quizás él quiere algo más, algo que definitivamente yo no puedo darle.
En casa no hay nadie, así que subo a mi habitación y me dejo caer en mi cama, estoy en una situación que nunca pensé vivir. Por que Stefan no es cualquier chico, él simplemente te atrapa, con su forma de hablar, con su forma de mirar.
◇◆◇
Me suena la alarma pero me doy cuenta que es uno de esos días, aquellos días que son grises incluso si afuera hay un sol radiante, sé que afuera hay un sol radiante porque varios rayos de luz entran por mi ventana pero yo simplemente no puedo levantarme, me pesan los párpados así que no intento abrirlos.
—Amparo, ¿estás bien? —Mi mamá da pequeños golpecitos en la puerta, yo asiento aunque sé que no me ve—. Voy a entrar —dice.
Mi pieza está en oscuridad y yo estoy tapada hasta la cabeza, así que solo logro ver su silueta, ella llega a mi lado y se agacha.
—Oh bebé, una crisis —dice ella, yo asiento y vuelvo a cerrar los ojos—. Te preparé el desayuno y lo traeré si no quieres levantarte, porque igual debes comer —dice ella, yo vuelvo a asentir.
Cuando ella se va vuelvo a cerrar los ojos, pero luego recuerdo que John pasará a buscarme. Le envió un texto.
“No iré hoy, no pases a buscarme”
Luego de eso dejo el celular en silencio boca abajo en mi mesa de noche y me doy vuelta hacia la ventana.
Hoy no quiero hablar con nadie.
Porque hoy es uno de esos días que tanto odio.
Todo comenzó cuando tenía catorce años, un día desperté y no era capaz de levantarme de la cama, me pesaban todas las extremidades y lo único que quería era dormir y llorar. No sabía porque quería llorar pero mi mente pensaba cosas de mí, cosas malas que me provocaban mucha angustia, a veces solo era un día, a veces dos, pero en otras ocasiones pasaba un mes o dos así. Era horrible y nadie entendía que me pasaba, me hicieron muchos chequeos médicos, hasta que un día mi padre llego en la mañana a despertarme.
—Hoy iremos a un médico un tanto diferente —me dijo, yo asentí sin ganas.
Era una psicóloga, que terminó derivándome a un psiquiatra porque pensó que estaba entrando a episodios depresivos, no entendía nada, porque no siempre me sentía así. Cuando vi al psiquiatra tuve que contarle cómo me sentía, hasta lo más mínimo.
—Es importante que me cuentes todo, Amparo, es la única forma que podre ayudarte —
A veces terminaba llorando, y le preguntaba ¿por qué me siento así?.
—Pronto lo sabremos —decía.
Después de al menos ocho sesiones con diferentes especialista llegaron a la conclusión de que padecía “trastorno bipolar tipo 2” mis estados de ánimo eran más inclinados a los depresivos y por eso tenía tan pocos episodios maníacos, que eran básicamente no dormir en la noche y al otro día andar con una energía de otro mundo.
La cosa era que un día me sentía invencible, no paraba de hablar y al otro día no podía levantarme de la cama, lloraba sin saber porqué. El trastorno bipolar no tenía cura, mi cerebro no producía aquella sustancia reguladora del estado de ánimo y lo tenía que remediar con medicamentos.
Ahora que ya no tengo episodios o crisis tan seguidas me doy cuenta lo mal que lo pasé en ese tiempo, me sentía sola, me sentía fea, incluso llegue a desarrollar trastornos alimenticios. Ahora gracias a los remedios no me pasaba tanto eso, pero ahora volvía a sentirme así, pero no duraban más de un día o dos y ya me daban bien a lo lejos. Yo sabía que esto era parte de mi enfermedad, que si hoy me sentía mal ya mañana podría sentirme bien. Los chicos lo sabían, en ese tiempo ellos tampoco entendían lo que me pasaba, de porqué habian días que hablaba demasiado y otros que apenas me salía la voz, y cuando se los conté me ofrecieron todo su apoyo.
Los primeros meses que no iba a clases cuando me sentía mal, ellos llegaban a verme pero eso no me gustaba porque lo que yo quería era estar sola, luego lo entendieron. Hace unos tres meses no tenía una crisis, habian veces que eran más fuertes y pensaba que no quiero estar toda mi vida sufriendo esto, por eso me alejo de las relaciones, porque mucha gente no las entiende, y puede ser en algunas ocasiones bastante inestable.
No es algo que vaya contando por la vida, lo hago solo a las personas con las que creo puedo tener más comunicación, para que si algún día no quiero hablar con ella o él no se sienta mal.
Por eso es que no puedo estar con Stefan, porque no podría darle la estabilidad que él quiere, y es un chico maduro, que no vive su vida al límite como otros. Para él es mejor que solo seamos amigos, no creo ser suficiente para alguien.
Mi mamá entra con el desayuno interrumpiendo mis pensamientos, el olor es tan exquisito que mi estómago suena, me siento en la cama y ella pone la bandeja sobre mis piernas, el café y las tostadas con mantequilla desprenden un olor irresistible.
—Gracias —le digo, ella sonríe.
—Menos mal que estoy aquí —dice ella, yo asiento, porque si no probablemente no comería nada, y en la noche me daría un apetito que me haría comprar mucha comida chatarra, y luego de comerla me daría cargo de conciencia. Así me había pasado las otras veces que ella no había estado.
—¿Quieres hacer algo? —
—Solo quiero descansar —digo, ella asiente.
—Vania llamó al teléfono de la casa —
—¿Qué le dijiste? —
—Que tenías una crisis —dice, yo asiento. Probablemente mañana estará molesta conmigo por no haberle mandado un mensaje.
Cuando termino de comer le entrego la bandeja a mamá, y me vuelvo a acostar esperando que mañana sea un mejor día.